Los relatos coinciden en que hacía mucho frío y que no llegaban a las 200 personas, que algunas iban con máscaras y el canto general era “alerta, alerta, alerta que caminan / los gays y las lesbianas por las calles de Argentina”. Ese viernes invernal de 1992, la primera Marcha del Orgullo fue literalmente bendecida:
–Los medios vieron a un pastor bendiciendo a maricas y lesbianas que llevaban carteles con sus consignas y se acercaron a registrar el momento, porque la escena llamaba mucho la atención –dice Roberto González de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, cuya señal de la cruz invocó a un Dios diverso frente a la catedral.
En todas las fotos de aquel día, el pastor aparece en primera fila vestido de negro y con el tradicional cuello blanco que usan los religiosos. “La idea de la bendición se le ocurrió a Carlos Jáuregui como respuesta al monseñor Quarracino, que desde su programa ‘Para un mundo mejor’ todos los sábados hablaba sistemáticamente pestes de nosotros”, recuerda González. “En esa marcha le dije a Carlos ‘¡qué poquitos que somos!’, y él respondió que no me preocupara porque era cuestión de tiempo. Si tengo que mirar atrás para pensar dónde estábamos y ver dónde estamos hoy, creo que salir a marchar me enseñó a creer en las utopías, a entender que luchar tiene sentido”.
Aquella primera Marcha del Orgullo de Argentina estaba alineada a las convocatorias mundiales por Stonewall, el bar neoyorquino donde el 28 de junio de 1969 un grupo de gays, lesbianas y trans -en su mayoría latinos al margen del sistema- se plantó contra las constantes persecuciones policiales. En Buenos Aires el 28J de 1992 empezaron las acciones de la “Semana del Orgullo Gay Lesbiano”, que incluyó una volanteada por boliches y una misa en la ICM, una muestra de fotos y una conferencia en el Centro Cultural San Martín. El broche fue con la Marcha, que se hizo el 3 de julio de 1992 para evitar que se superpusiera con las elecciones legislativas en Capital Federal.
Por entonces no se usaba la sigla LGBT+, que ahora agrupa lesbianas, gays, bisexuales, travestis, trans, intersexuales, queers, no binaries y todo lo que se corra del binomio heteronormativo. De hecho era una discusión tensa si travestis y trans pertenecían al movimiento: más allá de que Karina Urbina de Transdevi (Transexuales por el Derecho a la Vida y la Identidad) fuera de la comisión que organizaba, quienes participaron cuentan que adhería por ser víctima de discriminación e integrante de una minoría, pero que no se sentía gay ni lesbiana.
Aunque la convocatoria solo reunió a unas 200 personas -hay quienes dicen 300- uno de sus logros fue conseguir gran resonancia a nivel mediático. Esto se explica por la estrategia de difusión que comenzó varias semanas antes de la Marcha, que se concentró en explicar por qué había que hablar de “orgullo”. Marcelo Ferreyra, quien era parte de Gays por los Derechos Civiles, fue una de las personas que participó en el operativo de comunicación:
–Teníamos buenos contactos de prensa con programas de llegada masiva como el de Mariano Grondona, que era muy visto en aquella época, y el de Silvina Chediek. Pero además hicimos una conferencia de prensa una semana antes, que salió en todos los diarios de tirada más importantes y nos ayudó a llegar a personas que no estaban involucradas en el activismo.
Entre los medios que se acercaron a la Marcha estaba Flash, el semanario de Diario Crónica que todas las semanas dedicaba páginas a la cobertura de temas LGBT+. Adriana Carrasco -quien publicó desde 1987 a 1991 Cuadernos de Existencia Lesbiana junto a Ilse Fuskova-, fue la periodista encargada del suceso: “En ese momento yo tenía carta libre para cubrir todo lo referido a lo que podemos llamar movimiento de liberación homosexual, aunque no sé si le dimos la importancia que le damos retrospectivamente”, recuerda Carrasco. “La mayoría estaban con máscaras, porque tenían preocupación de perder sus trabajos, por eso en algunos de los testimonios de la nota de Flash salieron los nombres cambiados”.
Entre los textuales de la nota de Carrasco estaba el de Susana, una persona transexual de 30 años que pedía lo que dos décadas después se sancionaría como Ley de Identidad de Género: “Nosotras vinimos a la marcha a reclamar que nos permitan cambiarnos el nombre y la referencia al sexo en nuestros documentos de identidad y que, para todos los efectos, se nos reconozca como mujeres. Es tétrico tener que hacer fila, por ejemplo, para votar en una mesa masculina. Nos hacen pasar por una vergüenza espantosa y nos obligan a convertirnos en infractoras para no pasar ese papelón. Nos quitan de esa manera hasta el derecho de votar”.
Las reuniones previas a la Marcha comenzaron dos meses antes en la mítica casa de la calle Paraná 157, donde vivían Carlos Jáuregui -primer presidente de la Comunidad Homosexual Argentina y después de Gays DC- y César Cigliutti, quien presidió la CHA desde 1996 hasta su muerte en 2020. Algunos habían propuesto que la Marcha fuera por la avenida Santa Fe, que era un punto de referencia para la comunidad, pero durante esos encuentros se decidió que el recorrido fuera por Avenida de Mayo, desde la Casa Rosada hasta el Congreso de la Nación, pensando que sería una manera de visibilizar reclamos a los dos poderes del Estado encargados de crear leyes. Según un cálculo que Jáuregui repitió en varias entrevistas, basado en una teoría personal, el 5% por ciento de la Argentina era gay o lesbiana, lo que daba una cifra que estamparon en carterles: “Somos 1.500.000”.
Aunque no todas las agrupaciones de la época apoyaban la convocatoria (la CHA, decidió correrse para continuar con su mensaje de “dignidad” en vez de usar la palabra “orgullo”), la comisión organizadora decidió llamar a todos los grupos en pos de diversificar la asistencia. “La idea estratégica era transicionar desde una organización única a un movimiento diverso y lo más abarcativo posible. Por supuesto que era la celebración del Orgullo, pero queríamos que fuera más: buscábamos una iniciativa que trascendiera los espacios que existían hasta ese momento y que abarcara a la comunidad en general. Queríamos hacer crecer un movimiento que tuviera una mirada política, una inserción en la lucha por los derechos”, recuerda Ferreyra.
La consigna de la primera Marcha fue “Orgullo, Libertad, Igualdad”, tres palabras lo más amplias posibles para englobar varias de las demandas que había por entonces: derogación de los edictos que criminalizaban a las identidades y las orientaciones sexuales, freno a las razzias policiales que se vivían con frecuencia en bares y discos, acceso pleno a los derechos humanos, derecho a la identidad y separación de la iglesia y el Estado. Además de las nombradas Gays DC, ICM y Transdevi, también participaron en la organización SIGLA, Cuadernos de existencia lesbiana, Convocatoria Lesbiana y Grupo ISIS.
“Si bien en febrero del 84 hubo una salida al Parque Lezama entre la CHA y el GAG (Grupo de Acción Gay), y en el 86 habíamos estado en el Parque Centenario volanteando contra los edictos policiales, la experiencia del 92 mostró una incipiente comunidad, fue la gesta de lo que después se empezó a llamar el colectivo LGBTIQ+”, dice Gustavo Pecoraro, que en la primera Marcha participó junto a Gays DC.
Pecoraro, que entre otros libros publicados coordinó “Acá estamos. Carlos Jáuregui, sexualidad y política en Argentina”, recuerda que en aquellas primeras reuniones la agenda del colectivo se nutría en principio de los reclamos que traía consigo cada identidad: “Por supuesto que festejábamos, porque teníamos para festejar, pero indudablemente esos primeros pasos fueron de luchas y de mucha exigencia. Con los años creo que la importancia de la visibilidad no solo ayudó a quien se visibilizaba, ayudó a que miles y miles de personas se sientieran contagiadas con la posibilidad de ser visibles y orgullosas, y me parece que ese es uno de los méritos más importantes que aún tiene la Marcha”.
Al año siguiente de la primera convocatoria, en 1993, la recién nacida Asociación de Travestis Argentinas (hoy llamada ATTTA para incorporar Travestis y Trans a la sigla) se sumó a la Marcha. “Recuerdo que la vimos por televisión en vivo y salimos a tomarnos un taxi para llegar. Nosotras éramos cuatro, pero conocimos a Carlos, César y Marcelo de la comisión organizadora y nos invitaron a las reuniones de Paraná, donde empecé a ir en representación de ATA. Ahí fue que nos enteramos cómo se hacían los reclamos y pudimos unir nuestra agenda”, dice María Belén Correa, integrante fundadora de ATTTA y del Archivo de la Memoria Trans.
Según Correa en aquel momento las marchas “no eran chic ni fashion, eran marchas políticas. A muchos gays y lesbianas no les gustaba que nosotras lleváramos tantos reclamos, porque de nuestra parte era siempre denunciar a la policía, a los edictos, con distintos lemas pero sin mover el dedo del renglón de que había que denunciar la persecución policial. Me acuerdo que el CELS nos había colaborado con nuestros primeros afiches, que eran a color con la consigna ‘vigilemos a la policía’. A diferencia de quienes las primeras marchas usaban máscaras porque tenían para perder trabajos, familia, hijos; nosotras no teníamos nada para perder porque ya lo habíamos perdido todo o directamente no teníamos nada”.
Para muchxs el punto de inflexión que unió a personas LGBT+ en un colectivo que pudo dejar algunas diferencias para enfocarse en una lucha común, fue el encuentro de Rosario de 1996, donde se gestó una transversalidad que se trasladaría a las siguientes Marchas. En 1997 fue consensuado correr la convocatoria desde el 28J al mes de noviembre. Por un lado, para evitar las consecuencias del frío en quienes tenían las defensas bajas por el vih o sida, ya que en ese momento no había grandes tratamientos para neutralizar sus efectos. Por otro, para situar la fecha en la historia local y conmemorar la fundación del colectivo Nuestro Mundo, la primera organización de diversidad de Argentina nacida el 1 de noviembre de 1967.
Desde aquellas primeras Marchas, cada año se festejan nuevos derechos y a la par se suman reclamos, se incorporan nuevas letras en la sigla sexogenérica y aparecen otras formas de visibilizar libertades. Frente a la pregunta que cada tanto aparece cuestionando cuál es el orgullo por el que se marcha, o por qué politizar el sexo y el género, una frase atribuida a Carlos Jáuregui sintetiza una réplica: “En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”.
MM