La relación entre el mundo adulto, las infancias y adolescencia Informe

¡Basta con la Play! : criar entre pantallas y distinguir entre actividades interesantes y la pérdida de tiempo

Todas las mañanas, cuando suena el despertador, empieza el problema: no hay forma de despertar a Sofi. Al comienzo es todo silencio, después aparecen gruñidos y manotazos para quien esté cerca y, finalmente, las palabras: “Dejame dormir, no quiero ir a la escuela”. Esta rutina se repite de lunes a viernes desde que empezó quinto grado. Mariana, su mamá, está agotada y sueña con empezar un día sin gritos ni mal humor; hasta adelantó la cena a las 20:15hs. Discute cada día para que apague la tablet en la que mira  TikTok y YouTube hasta quedarse dormida. Hay días en los que Sofi se duerme más temprano, otros más tarde. LLegó a una conclusión sencilla:  Sofía no quiere ir a la escuela.

Después de la cuarentena, de la virtualidad, de los cuadernillos, Sofía no tiene más ganas. Se aburrió, se agotó, se le terminó el entusiasmo. Mariana le mandó un mensaje al padre: “A Sofi le cuesta despertarse cuando se queda con vos? ¿Se queda con TikTok hasta dormirse? En casa es un desastre”. Él respondió con emojis:  😂😂😂  y agregó: “¿Ahora me vas a decir que vos te levantabas de una cuando ibas a la escuela?”. Ella también respondió con emojis  👍👍👍  y se castigó un poco por seguir pensando que con su expareja podía tener algún diálogo. Pidió reunión en la escuela.

La cita era a las 10:30hs. Un horario imposible para el trabajo de Mariana. Pide que sea virtual pero no se puede: hay que hacer un acta que solo puede labrarse de manera presencial. “Prioridades”, piensa Mariana mientras camina a la escuela después de poner el lavarropas, hacer las camas y dejar lista la cena. La maestra la saluda, amable, y dice: “Estabas preocupada por Sofía ¿por algo particular?”. Mariana le cuenta los problemas para despertarla, la distribución de los días con el papá, la mochila que va y viene, la relación con los dispositivos, las discusiones para que los apague y el desinterés de su hija por la escuela. La maestra le dice que a Sofi la ve bien, que tiene amigas, que juega en los recreos y que suele cumplir con las tareas. A veces, dice, cuesta que participe en clase porque se distrae hablando con su compañera de banco. No puede ayudarla mucho con el tema de las mañanas ni con las pantallas, pero le dice que la suya no es la primera reunión en la que se menciona el tema. La maestra le sugiere tener paciencia.

Mariana sale de la escuela con una doble sensación: por un lado, está más tranquila y le sirvió todo lo que le dijo la maestra; por otro, piensa que la reunión no tuvo sentido, una pena haber pedido la mañana de trabajo para esto.

 

Pantallas y barbijos aparecen, curiosamente, como dos grandes mediadores para las infancias contemporáneas. Las pantallas permitieron, con sus desigualdades de acceso, sostener algunos vínculos durante el aislamiento más estricto.

Plataformas

Como Mariana, muchos padres y madres intentan comprender a sus hijos e hijas. Entender su relación con la escuela, con sus pares, con los y las adultas que los rodean y con la oferta cultural no es sencillo. Y menos aún en los últimos tres años. La pandemia fue una bisagra: desde marzo de 2020, cuando comenzó el encierro de la cuarentena, la vida de las infancias cambió. La vida del mundo cambió. Las pantallas asumieron un rol para el que estaban muy bien preparadas: entretener y mediar la sociabilidad. Zoom, Meet, Teams, TikTok, Twitch e Instagram fueron las protagonistas de casi dos años de las vidas cotidianas de los y las estudiantes del mundo, pero también lo fueron las fotocopias, las interrupciones, las faltas de crédito para conectarse en el celular y las dificultades laborales de los adultos a cargo. El mundo cambió, las formas de sociabilidad también y las maneras de estudiar y trabajar tuvieron que adaptarse a un contexto de aislamiento y virtualidad . Así, la escuela aparecía en los hogares mediante papeles, tareas y pantallas.

El mundo cambió, las formas de sociabilidad también y las maneras de estudiar y trabajar tuvieron que adaptarse a un contexto de aislamiento y virtualidad . Así, la escuela aparecía en los hogares mediante papeles, tareas y pantallas.

La preocupación por el uso excesivo de las pantallas en niños, niñas y adolescentes no apareció con la pandemia, pero sí se intensificó. ¿Qué hacen las infancias con ellas? ¿Qué actividades son consideradas “interesantes y productivas” y cuáles una mera “pérdida de tiempo”? En este punto aparece una de las claves de este artículo: cómo los adultos miramos y evaluamos las prácticas de las infancias. Todo parece ser objeto de crítica.

“En mi época…”, “Cuando yo era chico/a” o “Yo no necesitaba tantas cosas para entretenerme” son algunas de las frases repetidas en entrevistas con padres y madres desde hace más de quince años mis  investigaciones. Las valoraciones suelen vincularse  a la infancia de quien enuncia. Una infancia que ocurrió en otro momento histórico con otras disponibilidades de objetos, de oferta cultural, de dispositivos pero, también de formas de vínculos, autoridad y mandatos. Una infancia que fue particular, que ocurrió en un contexto con determinadas posibilidades, limitaciones, acompañamientos o ausencias; una infancia que no explica todas las infancias posibles. Y la mirada construida  en ese momento histórico, en ese contexto, con esas posibilidades, no consigue analizar las prácticas y las representaciones de las infancias actuales sin tener en cuenta a la nueva oferta, a las nuevas dinámicas ni a las nuevas formas de comunicación.

Si pensamos en nuestra infancia y encontramos algunas (pocas) horas de televisión destinadas exclusivamente a los niños y las niñas, ¿de qué forma podemos aproximarnos a las pantallas con las que se relacionan las chicas y chicos hoy? ¿Y a sus juegos e interacciones? ¿Con qué herramientas podemos comprender que pasen horas y horas en YouTube, en TikTok y en Twitch mirando a personas que juegan, que relatan situaciones o muestran objetos y lugares? Necesitamos nuevas herramientas, adecuadas a ellos y ellas. Eso supone, para el mundo adulto, un doble movimiento: acercarse a los consumos culturales y a las prácticas de sus hijos e hijas y, también, desplazarse de posiciones de juicio y de comparaciones con “sus épocas”.

 

Barbijos y pantallas

Las infancias contemporáneas tuvieron, durante 2020 y 2021, dos años de escolaridad atravesados por la pandemia. El 2022 es un año de presencialidad plena que incluye el uso de barbijo con algunas variaciones (en el nivel inicial y primer ciclo de primaria de CABA no es obligatorio). Todos los días, niños, niñas y adolescentes compartieron su cotidianidad con pares y con sus docentes usando tapabocas. Bien puestos, mal puestos, descartables, reutilizables, con dibujos, sin dibujos, con una cadenita sujetadora o sin ella, la vida de las infancias cambió no solamente en los sucesos históricos sino en la obligatoriedad de un elemento que interfiere en las prácticas de comunicación y de sociabilidad. No sabemos por cuánto tiempo los barbijos formarán parte de lo que debemos llevar al salir de casa. Sí sabemos que la socialización de las infancias es más compleja por un doble factor: por el tiempo de aislamiento y las nuevas dinámicas que adquirieron sus vínculos, y por las dificultades que supone la presencia de un elemento mediador en cada conversación. 

Las pantallas y los barbijos aparecen, curiosamente, como dos grandes mediadores para las infancias contemporáneas. Las pantallas permitieron, con sus desigualdades de acceso, sostener algunos vínculos durante el aislamiento más estricto y habilitaron una construcción de la imagen de sí mismos de los niños, niñas y adolescentes. Apagar la cámara, mostrarse, hablar en clases virtuales, mandar audios, subir fotos y videos a las redes sociales fueron prácticas frecuentes. Ambos mediadores son inevitables a la hora de evaluar la relación que establecen con sus pares, con la escuela y las personas adultas significativas.

Otra dimensión crucial es el uso del tiempo durante el aislamiento y en las sucesivas etapas que rompió el esquema de las rutinas escolares y lo fragmentó en tareas, fotocopias y clases virtuales. Muchos de los intersticios de esos tiempos fueron ocupados por dispositivos que ofrecían entretenimiento ilimitado, sin horario, sin estructura y con la posibilidad de interrumpir, retomar, abandonar y elegir contenidos, canciones, temas y canales. Una dinámica de uso y de organización del tiempo que no es, claramente, la de la escuela y que no sigue un patrón prefijado ni un diseño curricular unificado.

Son otros tiempos, otras formas de organización que no están graduadas ni siguen una secuencia específica. En este contexto, no es difícil acompañar esta conclusión: las infancias contemporáneas ya estaban atravesadas por las pantallas, por su deseo y por su acceso a ellas, pero la pandemia las jerarquizó. La escuela, sus tiempos y sus ritmos,  aparecen hoy en la vida de los niños y niñas con una estructura que es difícil de abrazar de nuevo de forma inmediata. Los tiempos se agrietaron y habrá que tomar otros para volver a ordenar la vida cotidiana no sólo de las infancias sino la de los adultos que las rodean.

 

En síntesis, no podemos exigirles a las infancias que sean hoy, en 2022, como fuimos nosotros y nosotras en las nuestras. No podemos exigirles que invisibilicen los contextos en los que está transcurriendo su crecimiento, el establecimiento de vínculos y de posibilidades en el marco de la pandemia y de la post pandemia. Los hábitos de las infancias siempre fueron problemáticas para los adultos y la distancia generacional siempre fue un tema a resolver. Ahora bien, los juicios, las comparaciones, la evaluación despectiva de lo que las infancias hacen (“las boludeces que ves”), aparecen en las entrevistas de investigación. Esas ideas lo único que hacen es alejarnos, como adultos, de la posibilidad de construir puentes que habiliten nuevos vínculos, en nuevos contextos con nuevas posibilidades y, desde ya, limitaciones. ¿Por qué nuestra infancia sería la medida de todas las cosas? ¿Por qué lo que hacíamos debería ser necesariamente lo que hagan nuestros hijos e hijas? ¿Por qué, si jugábamos de un modo tiene que ser ése el modo el de hoy? Nuestra infancia no es la medida de todas las cosas ni la síntesis de todas las posibles. Dejemos de exigirles a los niños y niñas que sean como fuimos en el pasado. Las infancias son el presente. Sería deseable  acompañarlas, asistirlas, escucharlas y hablarles.

Sofía se durmió después de una hora de gritos. Cuando Mariana le sacó la tablet, se levantó de la cama y empezó a caminar por la casa. “Si me dejás quince minutos más, vuelvo a la cama”. Que sí, que no, que “no voy a negociar todo con vos, yo soy la adulta” hasta que Mariana cedió: quince minutos más de tablet. Terminó de lavar los platos, los cubiertos y la fuente de horno de las milanesas, miró el reloj y vio que ya habían pasado los quince minutos. Se acercó a Sofi, le dio un beso, cerró la puerta y se sentó en el sillón. Agarró su celular y sonrió mientras escuchaba la música del Candy crush: había llegado su momento de jugar y de entregarse a la pantalla llena de colores y brillos de su celular. Jugaría, como todos los días, hasta que se le terminen las vidas o hasta quedarse dormida con el teléfono en la mano. 

CD/SB