La letal pandemia de gripe de 1918-1920, que provocó la muerte de entre 17 y 100 millones de personas en todo el mundo, se ha convertido en un suceso histórico con muchas semejanzas con la actual pandemia de Covid-19. En aquella época también surgieron protestas en contra del uso de las mascarillas, hubo muchas prisas por volver a la normalidad en multitud de regiones tras la primera ola y no faltaron las diversas teorías de la conspiración sobre quiénes habían sido los responsables de su expansión (una culpa que, en muchos casos, se llevaban injustificadamente los alemanes).
Otra faceta de la gripe de 1918 que nos recuerda cómo se repiten los mismos errores del pasado a lo largo del tiempo está en el mismo nombre que recibió: “la gripe española”. Aunque aún hoy sigue siendo un enigma dónde se originó el virus responsable de la pandemia, todas las evidencias apuntan a que España no tuvo nada que ver con ello. Cuando nuestro país empezó a sufrir los estragos del letal virus, este ya se había extendido por medio mundo por el movimiento de las tropas militares durante la Primera Guerra Mundial.
¿Por qué entonces se quedó con el nombre de “gripe española”? Porque España, a diferencia de otros muchos países, informó con transparencia sobre las enfermedades y muertes que provocó el virus en su población, ya que se mantuvo neutral en la gran guerra. Las otras naciones, enfrascadas en la contienda bélica, censuraban las noticias sobre cómo impactaba la gripe en sus territorios, para no dar información sensible a los enemigos.
El estigma de ser el primero en informar con transparencia sobre la aparición de un nuevo agente patógeno lo ha vuelto a sufrir Sudáfrica, por detectar y anunciar antes que nadie en el mundo la existencia y expansión en su territorio de la variante Ómicron. Tras las declaraciones a los medios del ministro de Salud sudafricano, Joseph Phaahla, sobre la nueva variante el pasado jueves 25 de noviembre, multitud de países en el mundo implantaron duras restricciones de viaje a dicho país con el objetivo de intentar limitar su expansión.
Numerosos expertos en Salud Pública y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han considerado perjudicial esta medida porque no resultará efectiva para evitar la llegada de Ómicron (en todo caso, la retrasará un poco) y porque puede disuadir a que otros países en el futuro anuncien con transparencia la presencia de nuevas variantes, por miedo a las consecuencias, como el cierre de fronteras.
Ya circulaba por el mundo
Aunque aún es mucha la incertidumbre que rodea a la variante Ómicron, un detalle parece claro: el día que Sudáfrica alertaba de la existencia de la nueva variante, esta ya circulaba por varios países de Europa desde hace semanas, incluida España. Holanda, por ejemplo, detectó la presencia de Ómicron en muestras entre el 19 y el 23 de noviembre. En Cataluña, se han detectado restos de esta nueva variante del SARS-CoV-2 en aguas residuales desde hace 2 semanas.
Conforme se vayan analizando más muestras de personas infectadas en diferentes lugares, se irá confirmando que el país sudafricano ha sido un vigía precoz a la hora de detectar una nueva variante que ya estaba presente en diferentes lugares del mundo. Se trata de un fenómeno totalmente previsible: desde que aparece una nueva variante hasta que esta se detecta como tal en los laboratorios pueden transcurrir varias semanas en el mejor de los casos.
Con respecto a la variante Ómicron, es muy probable que su origen vaya más allá de unas cuantas semanas. Análisis genómicos de diferentes muestras con el SARS-CoV-2 han observado que los virus detectados más emparentados con esta nueva variante se remontan a abril-mayo de 2020. ¿Qué ha pasado desde dicha fecha hasta ahora? Dos son las hipótesis más probables: o bien el coronavirus estuvo circulando de forma mantenida en una zona con escasa vigilancia genómica o bien el virus infectó crónicamente a una persona inmunodeprimida, lo que le dio la oportunidad de acumular múltiples mutaciones ventajosas.
Castigo por hacer una buena labor científica
Como explicaba hace unos meses, en la lotería de las nuevas variantes del coronavirus, hay situaciones que favorecen la mutación del SARS-CoV-2 y no es casualidad que sea África donde ha emergido la variante Ómicron ni tampoco que haya sido Sudáfrica quien la haya detectado. En este continente se dan unas condiciones que forman una tormenta perfecta para la potencial aparición de nuevas variantes del coronavirus: baja tasa de vacunación, persistencia de contagios, capacidad reducida para detectar y rastrear nuevas variantes (mediante análisis genómicos), escasos recursos sanitarios y socioeconómicos para identificar infecciones por el coronavirus y establecer medidas para cortar los contagios, millones de personas con inmunodepresión...
Por otra parte, Sudáfrica, a diferencia de otros muchos países africanos, cuenta con un sistema de vigilancia y secuenciación muy robusto, lo que le ha permitido identificar variantes como la Ómicron de forma relativamente rápida. Es muy probable que la variante Ómicron surgiera en algún país africano sin apenas vigilancia genómica y que, con el tiempo, esta diera el salto a Sudáfrica, que la detectó con premura.
No debería castigarse a este país por haber hecho una buena labor científica en la vigilancia del SARS-CoV-2 y por haber comunicado con transparencia sus hallazgos. Gracias a esta información, científicos de multitud de lugares del mundo están trabajando ahora a contra reloj para averiguar qué características tiene la variante Ómicron y así las autoridades sanitarias puedan tomar mejores decisiones epidemiológicas. Si se castigan las decisiones altruistas, lo que se premia es el egoísmo: que los países o científicos decidan callar o retrasar el anuncio de nuevas variantes para evitar los posibles daños socioeconómicos ocasionados por el estigma de identificar una nueva variante. Una reacción nefasta en medio de una pandemia global.