Alberto Fernández agregó 24 horas y dos destinos a su gira europea. Contra reloj, logró el OK para cumbres bilaterales con el presidente español Pedro Sánchez y con António Costa, el primer ministro de Portugal, de modo que su ronda express abarcará en menos de una semana escalas en cinco países, encuentros con cuatro mandatarios y el cierre final, en el Vaticano, con el Papa Francisco, esa foto siempre taquillera y necesaria.
Este miércoles, Fernández le hizo el último nudo a su viaje luego de analizar, durante el fin de semana, si era oportuno la recorrida en medio de la segunda ola de la pandemia. El cronograma del lunes incluía París, Roma y Ciudad del Vaticano, una versión acotada de lo que se proyectó hace un mes pero que finalmente se engordó con las paradas en Portugal y España.
A la triple agenda económica, el mix que conforman el FMI, Club de París y acuerdos con la Unión Europea, el Presidente le aporta una dosis sensible de política interna: sube al avión, porque el temario lo impone, al ministro de Economía Martín Guzmán que viene sacudido por el affaire Basualdo, hecho que incidió para que Fernández, entre otras cuestiones, mantenga en pie la gira y trate además de sumarle músculo. El staff se completa con el canciller Felipe Solá y el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, además del secretario General de la Presidencia Julio Vitobello y el secretario de Comunicación, Juan Pablo Biondi.
La foto de Ensenada, una sobreactuación de unidad que refleja la profundidad de la herida interna, apaga el fuego de la coyuntura pero la doble navaja de la crisis Guzmán-Basualdo no perdió su filo. No solo porque el subsecretario sigue en su cargo, y sin señales de que esté juntando sus petates, sino porque el episodio operó como la rajadura en un dique: la pulsión y la virulencia de unos y otros abrieron una grieta que no cerraron los múltiples “Alberto” que pronunció Axel Kicillof, ni el silencio táctico de Cristina y el tono belicoso del discurso presidencial: las voz de Fernández, las palabras de su vice.
El asunto de fondo, lo que queda detrás de las abolladuras por la remoción de un funcionario en una galaxia política donde toda decisión requiere doble o triple llave, es más grueso que el modismo político porque Basualdo expresa una versión de la economía que difiere con la de Guzmán; pero sobre todo, Basualdo expresa una versión que es la versión de Cristina Kirchner, que a su vez está mediada por el enfoque de su principal gurú económico: Kicillof.
Un detalle apenas registrado es que la ráfaga de 27 tuits que la vice publicó el lunes sobre el discurso de Joe Biden replica, con más orden y sin la hojarasca de la oralidad, lo que unas horas antes Kicillof dijo en un reportaje en el canal C5N.
Otro dato refuerza la relevancia que, en la lectura económica, Cristina le otorga al gobernador. A fines del año pasado, tras una charla con Fernández, se acordó que Guzmán se reúna con la vice para explicarle sus planes y la hoja de ruta. Se fijó hora y lugar y cuando el ministro llegó se encontró que Cristina no estaba sola: a su lado, estaba Kicillof, con lo cual la charla se convirtió en un duelo, correcto y respetuoso pero duelo al fin, de estrategias económicas.
En esa charla, el gobernador hizo una defensa explícita del congelamiento de tarifas contra el criterio de Guzmán, partidario de un incremento. La leyenda relata que el ministro le contó la conversación a Fernández y que éste llamó a Kicillof para decirle que para cubrir los subsidios energéticos debería usar parte, o la totalidad del fondo especial de seguridad que destinó para el aumento salarial de los policías bonaerenses y que detonó la crisis por los fondos con Horacio Rodríguez Larreta.
Viajeros
Los esfuerzos para desactivar la bomba sucia del expediente Basualdo suponen, para Fernández, administrar la relación con Guzmán, muy correcta, de beneficios mutuos, pero no exenta de malestares: el vacunatorio múltiple de Economía, más la impericia con que manejó el caso tarifas y un reproche sutil al fenómeno burbuja -no sanitaria sino perceptiva- se acumulan como puntos incómodos.
El caso sigue abierto pero tras una gira que le aportará una pantalla en la que Fernández se siente cómodo y de la que espera rescatar señales positivas, quizá logre la vieja y difícil pero eficaz pirueta de salir del laberinto por arriba. La unidad hasta que duela incluye, en el frente económico, resolver el asunto FMI en el que hay matices y criterios diferentes -sobre, entre otras cosas, el cuándo- pero en el que todo el FdT coincide en la necesidad de un acuerdo.
El pago de U$S 2.400 millones con el Club de París, que debe hacerse antes de mitad de año so pena de entrar en default -una instancia inaceptable, en el contexto-, aparece como la ficha más interesante y más accesible: lograr un plazo extra, mediado por la voluntad de pago, y supeditado a la renegociación con el FMI. Fernández espera volver de Europa con ese panorama mejor ordenado. Estará, a mitad de semana, en París con Emmanuel Macron, antes de volar a Roma para verse con Mario Draghi, primer ministro italiano, economista y ex Goldman Sachs.
En abril, Guzmán estuvo en París -como parte de la gira que incluyó, entre otros destinos, Alemania y cerró en Moscú con agenda de vacunas-, y se reunió con el ministro de Economía francés Bruno Le Maire y el secretario general del Club de París Emmanuel Moulin; el ministro allí anticipó el argumento que Fernández usará ante Macron: que la postergación del pago dispuesta en 2019 por Argentina durante el gobierno de Mauricio Macri,se hizo luego de recibir un préstamo de 44 mil millones de FMI y con fondos disponibles.
Con Solá, en paralelo, habrá gestiones y señales sobre el Mercosur en medio de los chispazos en el bloque y luego de “montaje” del ex canciller Jorge Faurie sobre un acuerdo Mercosur-UE que luego, el canciller de Uruguay Francisco Bustillo, dijo que había sido un anuncio electoral para la campaña de reelección de Macri.
PI