Se dice que las pandemias se viven mirando hacia adelante, pero solo se comprenden mirando hacia atrás.
Cuando terminó el año en el que el Covid-19 se cobró la vida de 1,7 millones de personas desde que fuera identificado por primera vez en la ciudad china de Wuhan en diciembre de 2019, los expertos se preguntaron si hubo un punto de inflexión en el que la enfermedad se hizo globalmente imparable y reflexionaron sobre las lecciones para el futuro que se pueden extraer de ese momento.
Sus versiones, aunque a veces contradictorias, tienen algo en común: los círculos científicos se dieron cuenta de repente de que esta era la esperada gran pandemia y se encontraron con pies de barro ante unas políticas orientadas principalmente a responder a una pandemia de gripe, no a un nuevo coronavirus.
Hay quienes argumentan que la propagación de la epidemia fue, por su propia naturaleza, exponencial y de dimensiones impredecibles. Otros señalan que se perdieron muchas oportunidades poco después de que el Covid-19 fuera detectado por primera vez en China y una vez que empezó a aparecer en otros lugares.
William Hanage, profesor asociado de epidemiología en la Escuela de Salud Púbica de Harvard, recuerda su momento clave a principios de 2020. “La primera vez que utilicé la palabra pandemia fue el 28 de enero en un mensaje a un amigo. La Organización Mundial de la Salud había declarado una emergencia sanitaria global que afectaba al mundo entero y recuerdo pensar que si se hubiera tratado de la gripe H1N1 ya se hubiera denominado 'pandemia' en ese mismo momento”.
“La palabra en sí misma no tiene demasiada fuerza práctica, pero tiene mucho poder a la hora de educar a la ciudadanía para que tome medidas. Ese retraso no ayudó”, señala. “Incluso ahí ya estábamos viendo pruebas de que se estaba expandiendo fuera de China. En cuanto se anunciaron los primeros dos casos en Irán y muy poco después comenzaron a informar de muertes, supe que comenzaba un viaje en montaña rusa”.
“Salía de una reunión. La gente comentaba la gravedad de la situación y yo hablaba de gente tosiendo en aviones. Entonces alguien me interrumpió y terminó mi frase con un 'y la gente está muriendo'”. recuerda Hanage.
“La primera regla para una buena gestión de una pandemia es que hay que ser claros con la gente. Hablar sin rodeos. Ese tipo de declaraciones públicas eran necesarias, pero fueron en gran parte ignoradas por las autoridades de salud pública, que continuaron minimizando los riesgos hasta bien entrado marzo”, lamenta el profesor.
Mirando atrás, Hanage se declara muy sorprendido por la falta de medidas concretas en muchos países. Podrían haber actuado de manera más eficaz ante la propagación inicial de los contagios al principio del todo, cuando podría haber tenido resultados prácticos.
Las oportunidades perdidas
Para Hanage, sin embargo, la mayor oportunidad perdida llegó en el momento en que terceros países no respondieron de manera eficaz al brote en el norte de Italia, el primero grave en Europa. “El punto de inflexión, en mi opinión, fue la falta de atención de otros países a lo que estaba sucediendo en Italia”.
Incluso ahora Hanage detecta la misma disonancia cognitiva tanto entre políticos como entre la ciudadanía. “No ha cambiado tanto. La gente aún cree tener razones para justificar por qué lo que sucede no se les aplica a ellos, por qué su país es diferente, por qué su caso es diferente, por qué ellos sí necesitan ir a casa en las fiestas y pasar mucho tiempo con otras personas”.
Pero si hay algo claro es que incluso cuando los expertos no se ponen de acuerdo respecto a los detalles de los primeros contagios, un tema sometido a acalorados debates, los científicos sí creen que se perdieron oportunidades concretas de actuar.
Un estudio publicado en octubre en Science por el equipo de Michael Worobey en el que se analizaba la evolución del virus sugiere que, pese a ciertas narrativas, algunos esfuerzos iniciales en Europa y EEUU podrían haber sido mucho más efectivos en “extinguir” los primeros brotes emergentes de lo que se creía en aquel momento.
“Nuestros resultados sugieren que las intervenciones rápidas y tempranas impidieron con éxito que el virus se afianzara en Alemania y Estados Unidos. Llegadas posteriores del virus, nuevas infecciones no detectadas e importadas desde China tanto a Italia como a Washington, en Estados Unidos, dieron comienzo a las primeras cadenas de transmisión en Europa y América del Norte”.
Como ejemplo de esas llegadas tardías, que tuvieron como consecuencia la debilitación de los primeros éxitos, Worobey señala “varios ejemplos de viajes masivos”. Entre ellos se incluye la decisión tomada por la administración del presidente Donald Trump de repatriar a unos 40.000 estadounidenses residentes en China, a pesar de que en febrero Estados Unidos había decretado una prohibición de entrada a ciudadanos chinos.
Según Worobey, eso tuvo como consecuencia alguna de las “importaciones múltiples y en serie que desencadenaron los principales brotes en Estados Unidos y Europa y que todavía nos mantienen sometidos a medidas de control”. Dicho de otro modo, las autoridades de salud pública llegaron a conclusiones erróneas sobre lo que era posible hacer para enfrentarse a la enfermedad y se vieron sorprendidas por la llegada de nuevos contagios a sus países.
Peter Forster, de la Universidad de Cambridge, ha hecho su propio análisis de la propagación del virus a través de su historia de mutación y no está de acuerdo con la cronología presentada por Worobey. Aunque Forster propone una ruta diferente para las infecciones, las conclusiones a las que llega son similares.
Al igual que Hanage y Worobey, él cree que acciones mucho más efectivas, particularmente el rastreo en la etapa más temprana, podrían haber marcado la diferencia. “Envié un mensaje a Chris Whitty [principal asesor del Gobierno británico en materia de salud] sugiriendo esto muy al principio, pero no obtuve respuesta. Pocas semanas después, ya estaba en todas partes”, dice Forster.
“Lo que me hizo creer que la situación era grave a mediados de enero fue ver la relación entre las muertes y las recuperaciones en China. Ahora sabemos que hubo un subregistro de casos asintomáticos, pero eso debería haber funcionado como advertencia”, explica.
Lo que quedó claro para todo el mundo es que tiene que cambiar la monitorización de las enfermedades respiratorias y la mentalidad existente desde hace tiempo que lleva a creer que un brote de gripe es el origen más probable de la “próxima pandemia”.
“Mi experiencia se basa en el seguimiento de cómo se desarrollan los virus”, explica Forster. “Diría que hay que tener una monitorización regular de cómo mutan los virus”, añade.
Worobey y sus colegas llegaron a una conclusión similar. “Lo que hemos encontrado pone de manifiesto la potencialidad y el valor de establecer arquitecturas de vigilancia de los virus respiratorios en el ámbito comunitario como el Estudio de gripe de Seattle en un momento previo a la pandemia”. “El valor de la detección temprana de casos, antes de que florezcan y se conviertan en brote, no puede despreciarse nunca en una pandemia”.
Para Hanage hay todavía mucho que aprender. “La gente comete errores”, dice en referencia a los fallos cometidos al principio de la crisis. “Lo que es imperdonable es no aprender de ellos”.
Traducido por Alberto Arce