“Van a visualizar la cosa más extraordinaria de todo internet”, dice un usuario de TikTok en un video. A continuación se dispone a contar todos los granos de azúcar de una bolsa de un kilo. Lo hace en varios días, pero lo edita en cámara superrápida para que dure menos de un minuto y medio y cuenta 203.776 en total. Este creador de contenido no es el único que se graba haciendo trends (tendencias) del estilo. “24 horas viendo un reloj”, “bebo un vaso de agua con un palillo” o “me miro 10 horas seguidas al espejo”, son solo algunos ejemplos más. Podrían parecer los antiguos retos de concursos televisivos, pero son las nuevas tendencias que se viralizaron en TikTok en las últimas semanas. Algunos de los videos superan los 20 millones de reproducciones en la plataforma y observar estos retos engancha a miles de personas.
Ante esto, las dos primeras preguntas salen casi automáticas: ¿quién los ve y por qué enganchan? “Me parece entretenido, no ves algo así todos los días. Me sorprende cómo la gente tiene tanta paciencia”, relata a este diario Manuel N., un joven de 18 años que se declara fan acérrimo de estos vídeos. Al preguntarle por los sentimientos que experimenta al observarlos, destaca uno por encima del resto: “Nerviosismo. Me pongo en su lugar y me hartaría mucho antes”.
Este tipo de contenidos puede oscilar entre el absurdo y lo artístico. Los usuarios de TikTok no son los primeros que se graban durante muchas horas seguidas sin hacer nada. Por ejemplo, la artista de performance, Marina AbramoviÄ lo hizo en su obra 512 Hours, donde de martes a domingo se sentaba ocho horas cada día en la Serpentine Line de Londres y saludaba a cada persona que entraba. La obra duró desde el 11 de junio de 2014 hasta el 25 de agosto del mismo año.
“Hay una relación de estos clips con ciertas producciones audiovisuales del siglo XX. A mí me recuerdan a Sleep de Warhol, que a inicios de los 60 grabó a su amante mientras dormía durante casi seis horas. No había ningún tipo de acción y rompía cualquier tipo de narración audiovisual convencional”, recuerda Carolina Fernández-Castrillo, profesora de alfabetización transmedia y cibercultura en la UC3M, y comisaria de arte independiente. “También nos resulta hipnótico ver el paso del tiempo y relajarnos. Generan un efecto narcotizante. Esto se puede vincular con nuestra tarea de prosumidores digitales, en las que consumimos y producimos contenido diariamente. Conecta con nuestro lado de simplemente observar”.
Nos resulta hipnótico ver el paso del tiempo y relajarnos. Generan un efecto narcotizante. Esto se puede vincular con nuestra tarea de prosumidores digitales, en las que consumimos y producimos contenido diariamente
Más allá de lo banal
Lo que a priori puede parecernos absurdo no tiene por qué serlo. La filósofa y escritora Margot Rot, autora del ensayo Infoxicación. Identidad, afectos y memoria; o sobre la mutación tecnocultural (Paidós), apunta al objetivo de nuestros hábitos de consumo y critica que estos suelen seguir lógicas mercantiles y de productividad. “Habría que matizar qué es 'absurdo'. Es muy aventurado decir que algo no aporta divertimento, conocimiento, entretenimiento o información. Un vídeo de alguien mirando un espejo puede ser tremendamente interesante. ¿Cómo aguanta alguien mirando 10 horas un espejo? ¿Qué pasa en ese tiempo?”, se cuestiona Rot. “Me parece complicado decir que son absurdos pues en el absurdo hay divertimento, interés, conocimiento”, argumenta.
Los videos de TikTok van sucediéndose a medida que el usuario hace scroll. Uno detrás de otro. En ese bucle, uno puede ver un trend o tendencia y no entender por qué se causa. En este sentido, Rot apunta a la importancia del contexto: “El vídeo del espejo podría remitirse a una conversación colectiva que debatiendo quisiese mitigar las dudas sobre, por ejemplo, si es cierto que uno se vuelve loco si mira demasiado a un espejo. El video del azúcar podría hacer referencia a alguna broma previa. No me parecen contenidos superfluos si uno acude al contexto. E incluso desconociéndolo puede ser contenido interesante”.
Siguiendo los estudios y el punto de vista de esta filósofa, no nos dirigimos cada vez más hacia contenidos banales y vacíos, ella apunta a un “contexto informacional que es demasiado complejo como para reducirlo”. “Todas estas afirmaciones satisfacen un discurso negativo y, en cierto sentido, tecnófobo, que goza mucho en la simplificación de nuestra situación social para, después, no hacer nada”. Por ejemplo, “la precarización laboral tiene mucho que ver con la lobotomía informacional a la que nos sometemos”, apunta.
Me parece complicado decir que [estos vídeos] son absurdos pues en el absurdo hay divertimento, interés, conocimiento
En la época de la economía de la atención y de la exigencia de estimulación constante, los usuarios pueden querer cierta relajación. Calificarlo todo como banal puede acabar siendo ver solo la punta de un iceberg y no atender a las causas. “Estas producciones quizá no tengan un valor artístico, pero sí que rompen con la narración lineal y ponen el énfasis en la parte experiencial. La experiencia en sí de esos vídeos es algo que atrae la atención de un público masivo. No tiene importancia lo que me están contando, sino lo que me hacen vivir en ese instante”, apunta Carolina Fernández.
“Se nos sobreexige una actividad frenética en la época de los produsuarios. Tenemos esa presión. Igual ahora lo que requerimos es relajarnos, mirar sin esperar a que nada pase. Es como un oasis dentro de la cultura tan hiperfrenética”, continúa Fernández. Por su parte, Margot Rot apunta que “uno puede tener la sensación de que desconecta pero, en algún sentido, es erróneo; distraerse o ensimismarse a través de infinidad de vídeos de 60 segundos en los que hay innumerables significantes que intentamos decodificar, aunque no seamos conscientes de ello, no es descansar”.
Quizá no tienen valor artístico, pero rompen con la narración lineal enfatizando en lo experiencial. La experiencia en sí de esos vídeos es algo que atrae la atención de un público masivo. No importa lo que me están contando, sino lo que me hacen vivir
La viralidad no llega sola
Si los contenidos parecen a priori banales, pero son virales, ¿quién los está consumiendo ávidamente? “Creo que la gente no quiere reconocer que le entretiene este tipo de contenido porque lo ven negativo”, reflexiona Manuel N., consumidor de los mismos. “Son divertidos y entretenidos y pueden inspirarte, del mismo modo en que podría hacerlo mirar pájaros”, apunta Margot Rot frente al impulso de demonización del contenido viral que se suele tener. Al cuestionarle a la filósofa por qué cree que la gente no reconoce el contenido que consume y se da esa desconexión entre lo que queremos ser y lo que somos, dice: “Todos podemos ser monstruosos cuando nadie nos mira. Nunca ha hecho falta internet para que sucediese esto”.