Se cumplen cinco años de la pandemia con una OMS debilitada que pone el foco en las amenazas para conseguir dinero
Han pasado cinco años desde que el 30 de enero de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretara el máximo nivel de alerta sanitaria por la covid-19. Un lustro y millones de muertos después se han escrito miles de palabras sobre los fallos cometidos por los gobiernos a la hora de gestionar la crisis. Todo se resume en que el mundo no estaba preparado para una pandemia semejante y cuando llegó el coronavirus ya era tarde para empezar a estudiar. Tan solo unos meses antes se había advertido de esta falta de herramientas, y desde entonces se ha continuado recordando que la humanidad sigue sin estar lista para otra emergencia así.
El SARS-CoV-2 nunca desaparecerá, pero la pandemia de covid-19 ha sido olvidada por la población tal y como la historia advierte que sucede con estos traumas colectivos. Mientras tanto, el virus de la gripe aviar H5N1 se ha convertido en una panzootia que deja cifras récord de animales muertos y sacrificados entre temores de una improbable pero no imposible pandemia humana. En unas semanas se retomarán las negociaciones de un tratado de pandemias que parece cada vez más lejano: uno de los motivos, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
El segundo mandato de Trump supone una “venganza de los disidentes” de la salud pública en general y de las medidas tomadas durante la pandemia en particular, que ahora contarán con puestos de responsabilidad en la nueva Administración. Por ejemplo, el antivacunas Robert F. Kennedy Jr. dirigirá el Departamento de Salud. Por si fuera poco, Trump ha anunciado que Estados Unidos abandonará la OMS, de la que es el principal financiador.
Ante esta situación de fragilidad e incertidumbre, algunos investigadores lamentan que la salud global esté poniendo demasiado el foco en la bioseguridad como vía para llamar la atención y conseguir recursos, en detrimento de valores fundacionales como la equidad y el derecho a la salud.
Estamos en un momento donde parece que haya que justificar la financiación de la salud global como algo que nos va a aportar un beneficio
“Desde la covid-19 el centro de interés está en la inversión en bioseguridad y en la prevención y control de pandemias, poniendo el foco no en la salud como elemento necesario para la prosperidad, sino en la amenaza de patógenos que pueden afectarnos de manera directa y personal”, explica a elDiario.es la investigadora en políticas farmacéuticas del Instituto de Medicina Tropical de Amberes (Bélgica) Belén Tarrafeta.
“Estamos en un momento donde parece que haya que justificar la financiación de la salud global como algo que nos va a aportar un beneficio”, continúa Tarrafeta. “Ante el riesgo de perder financiación todas las organizaciones están recurriendo a argumentos de seguridad sanitaria y climática para no perder respaldo político y financiero. Es difícil saber hasta qué punto esto es así a consecuencia del trauma que dejó la covid-19 o si responde al momento político en el que vivimos, con el auge de la ultraderecha y el sálvese quien pueda”.
Utilizar las amenazas para la salud como excusa para defender la necesidad de invertir recursos no es nuevo. “En ciertos casos puede traducirse en un aumento de financiación, más atención mediática, nuevas instituciones o mayor capacidad acción para afrontar un problema sanitario internacional”, explica el investigador y responsable de Incidencia Política de Salud por Derecho, Adrián Alonso.
La visión “casi utópica” de promover un mundo más sano a través de la cooperación está siendo reemplazada por otra que “prioriza la seguridad nacional —y ni siquiera de los residentes en una nación— y la protección de los intereses nacionales o corporativos, por encima de la seguridad humana, la cooperación y la salud
Es lo que sucedió durante crisis como el sida, el ébola e incluso la pandemia de gripe A de 2009. “Durante los primeros años de lucha contra el VIH el riesgo de desestabilización social, política y económica que estaba causando la pandemia fue probablemente un factor decisivo en la inversión que siguió a través del PEPFAR [Plan de emergencia del Presidente para el alivio del sida], el Fondo Mundial y el Banco Mundial”, recuerda Tarrafeta. Sin embargo, estas estrategias no están exentas de riesgos.
“Lo que es peligroso es que, incluso si se trata simplemente de retorcer argumentos para asegurar financiación, el discurso y la terminología acaban calando y se acaban quedando”, aclara Tarrafeta. Pone como ejemplo el término de “contramedidas médicas”—muy utilizado en la pandemia de covid-19 para hacer referencia a los medicamentos, vacunas y productos diagnósticos necesarios para hacer frente a una epidemia— , que “está reemplazando en algunos contextos al término de ‘productos sanitarios’ y ‘medicamentos esenciales’”.
Tarrafeta advierte de que esta “sustitución sutil” puede acabar teniendo consecuencias en salud global. En otras palabras, se puede ir restringiendo el acceso nada más que a determinados medicamentos, vacunas y diagnósticos, mientras que se invisibiliza la falta de acceso a fármacos para cuidados paliativos y enfermedades no transmisibles. Para investigadores como ella, la “salud global” debe entenderse como la disciplina que busca mejorar la salud y la equidad para todas las personas a nivel mundial.
La mayoría de los países han respondido con verdadera tacañería a la ronda de inversiones de la OMS, como si la inversión fuera en interés ajeno y no en su propia seguridad sanitaria
“El riesgo del discurso securitizador radica en cómo definimos a la población amenazada, y en ese aspecto ha habido un cambio muy grande dentro y fuera de la salud global”, afirma Alonso. Asegura que la visión “casi utópica” de promover un mundo más sano a través de la cooperación está siendo reemplazada por otra que “prioriza la seguridad nacional —y ni siquiera de los residentes en una nación— y la protección de los intereses nacionales o corporativos, por encima de la seguridad humana, la cooperación y la salud”.
Quizá por todo esto la salida de Estados Unidos de la OMS se ha analizado en términos de riesgo en caso de nuevas pandemias y emergencias sanitarias, aunque evitarlas no sea el único cometido de la organización. La pausa del programa PEPFAR, del que depende el suministro de tratamientos contra el VIH en países en vías de desarrollo, pasó a un segundo plano. “Detener sus tratamientos pone en peligro sus vidas y supone una amenaza para el mundo”, alertaba al respecto una publicación viralizada estos días en redes sociales que incidía sobre el peligro global que suponía la decisión.
Alonso analiza las críticas recibidas por la OMS durante la pandemia de covid-19. “La realidad es que la OMS funcionará como sus Estados miembros quieran que funcione. Si no te gusta, la solución no es abandonar el sistema, sino reforzarlo. Si te gusta, el camino es fortalecerlo, aumentar la financiación, participar de manera activa en él y reducir la dependencia de un único país o actor”.
En términos similares se pronunciaba la investigadora del Centro de Salud Mundial (Suiza) Ilona Kickbusch en un artículo de opinión publicado en la revista The Lancet. “La mayoría de los países han respondido con verdadera tacañería a la ronda de inversiones de la OMS, como si la inversión fuera en interés ajeno y no en su propia seguridad sanitaria. […] Los Estados miembros de la OMS que no quieran un mundo sanitario sin ley deben dar un paso al frente y financiar y construir una organización que esté a la altura de los retos que se avecinan”. Como resume Alonso, para mejorar la salud del planeta es necesaria la cooperación internacional.
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