Esmeralda Mitre es esa mujer que ahora se mira al espejo y recita una línea de Hamlet: “Y yo, el blanco de todas las miradas…”. Está descalza, entregada al tirón de pelo del cepillo y al soplido caliente del secador. Tiene 38 años; un padre que ha muerto, una madre recluida en Punta del Este y cinco medio hermanos. Y tiene, también, este departamento luminoso, ubicado en el último piso de un edificio discreto en La Isla, esa París porteña de barrancas, terrazas y escalinatas de piedra. Un lugar a mano, en Recoleta.
Esmeralda es esta mujer que frente a un espejo repite “el blanco de todas las miradas, yo, el blanco…” Y como si una energía la tomara entera, como si la revelación la abrazara, pierde la mirada y anuncia: “El teatro es sagrado. La letra se hace cuerpo. Es la divina providencia. Y muy pocos tienen la gracia”. Su voz se escurre entre el ruido del brushing y el tintineo de los hielos en los vasos con cocacola.
Su familia es una red de nombres patricios. Es chozna de Bartolomé Mitre, quien fuera presidente de la Argentina -dos veces, entre 1862 y 1868, el primer período de facto- y fundador del diario La Nación, la cara de los billetes de dos pesos que ya no circulan.
Es hija de Bartolomé Luis, quinta generación de los Mitre, el último director del diario La Nación y uno de los dueños de Papel Prensa. Su padre se casó tres veces. Primero con Dolores González Álzaga, con quien tuvo tres hijos: Dolores, Rosario y Bartolomé. Después con Blanca Alvarez de Toledo, un matrimonio que perduró 25 años en el que nació Esmeralda. Y por último, con la modelo Nequi Galotti, con quien tuvo a Santos, el hijo menor. Bartolomé Luis Mitre falleció en marzo, a los 79 años.
“Y son muy pocos los que tienen la gracia, decía, porque si no te hacés cargo de esta vocación te morís de pena”, sigue Esmeralda. Es actriz y cantante. Su aparición en la última edición de Cantando por un sueño reforzó su popularidad. Y Esmeralda es, también, el pelo en la sopa en la pelea por la sucesión de Bartolomé Mitre, que se tramita en la Justicia. Ella descubrió dos fideicomisos que estaban “escondidos”, la que reclama heredar igual que sus hermanos y la que quiere, una vez terminado el papelerío, ocupar un puesto de decisión en el diario La Nación.
Lleva un vestido color coral con un lazo que prefiere desatado. “Un trapito que me salió dos mangos en Madrid”, se excusa. Ahora, en la cocina de su casa, aparta una silla y clava el taco en la mesa. Entonces asoma una pierna por el tajo del vestido: el muslo es una ola blanca, de talco. Esmeralda posa para la cámara, sabe cómo. Mira con firmeza la lente, ahí están sus ojos de hierba: juega. De todos los hermanos, es cierto, ella es la más parecida a su padre.
El suceso y la sucesión
Durante este fin de semana tasarán algunos de los bienes que legó Mitre. La lista incluye el campo de Baradero, 150 hectáreas cerca de la Ruta 41, con un haras donde crían caballos árabes; un departamento en la calle Sinclair y otro sobre Juramento, ambos en Buenos Aires; y las obras de arte que pertenecieron al último director de La Nación. Sucede luego de que la Justicia fallara a favor de Esmeralda, quien pidió que un veedor externo controle el inventario. Es que la viuda y el resto de los hijos dijeron que Mitre dejó “un patrimonio pobre” y ella dudó.
Esmeralda sabe de memoria lo tangible. Pero también se refiere a las acciones de La Nación que, de acuerdo a Santiago Yofre, su abogado, representan el 23% del paquete. Pero hay otro 2% que también entra en la torta para los hijos. Ese porcentaje está repartido en dos fideicomisos inscritos bajo la sigla KMB: “Kinucha Mitre Bartolomé”, una sociedad que Mitre armó con una de sus dos hermanas, que tiene domicilio en la calle Sinclair y no registra empleados. Esos fondos estarían valuados por encima de los 20 millones de dólares. Y “aparecieron” por impulso de Esmeralda. También está en juego una suma de dinero depositada en el exterior (y al parecer, declarada) de la que “no se pueden dar detalles”.
Según Yofre, el abogado que patrocina a Esmeralda, está comprobado que en la asamblea de accionistas, Mitre comparecía por sí y por KMB. “Suponemos que Mitre al ser una persona expuesta políticamente, pero muy reservada, no quiso poner los fideicomisos a su nombre”, dice Yofre. elDiarioAR contactó a Paulina Gowland, abogada de Dolores, Rosario y Bartolomé, los hijos del primer matrimonio de Mitre, pero no devolvió el llamado. Tampoco lo hicieron desde el estudio Beccar Varela, que representa a Nequi Galotti, la viuda de Mitre.
“Mis hermanos querían que yo herede menos, pero decidí buscar la verdad y encontré fondos de inversión que mi padre tenía escondidos”, dice Esmeralda, sentada a la mesa del living de su casa. Hay pinturas de García Uriburu y una gran biblioteca ordenada por temas: teatro, ficción, la colección original de Alberdi, Sarmiento y Roca. Sobre la mesa baja, un pastillero, alcohol en gel, y libros de arte. Unas viejas ediciones de Albert Camus están dispersas aquí, allá: es su autor preferido.
-¿Por qué decís que tus hermanos querían que “heredes menos”?
-Quisieron quedarse con la casa de mi madre, la de Barrio Parque, donde vivimos ella, mi padre y yo hasta que mis padres se separaron. Yo digo que es el matrimonio más legítimo porque estuvieron juntos 25 años y habrá sido la etapa más pudiente de mi padre, en los noventa. Entiendo que las ganancias de mi madre son mucho mayores, pero eso no es su culpa y mucho menos la mía. Mi hermano Bartolomé quiso hacerse el administrador de la sucesión y empezaron a aparecer cosas raras. Eso generó una disputa muy grande entre nosotros. Yo quería que cada uno tuviera su parte, repartida por igual. Pero ellos abrieron la sucesión a espaldas mías.
-¿Cómo está ahora la relación con ellos?
-No hablo con mis hermanos. Con Dolores sí tuve un acercamiento hace poco. Ahora están de mi lado porque cuando empecé a investigar encontré muchísimas cosas que mi papá tenía escondidas. Cosas a su nombre, como cuentas en el exterior y fondos de inversión. Ahí se dieron cuenta de que les convenía. Estamos llegando a un primer acuerdo que sería poner en venta los bienes, que es “lo menor” del patrimonio. Luego hay que poner en orden las acciones, las cuentas, el dinero...
Mis hermanos querían que yo herede menos, pero decidí buscar la verdad y encontré fondos de inversión que mi padre tenía escondidos
-¿Y con Nequi...?
-A Nequi la defendí públicamente y en la intimidad de la familia también. Ahora es una persona a la que desconozco. Yo dije, y reafirmo, que no creo que esté capacitada para llevar adelante la herencia y el trabajo de mi padre. Me parece que es obvio por qué. Yo la respeto, es modelo y lo hace muy bien. Pero nunca participó del diario (La Nación), no sabe nada de periodismo.
-¿Pero qué pasó entre ustedes?
-En principio reclamó como parte de la herencia este departamento, que es mío porque lo compré cuando me casé con Darío (N. de la R.: se refiere a Lopérfido, ex ministro de Cultura de la Ciudad, de quien se divorció hace dos años). No sé por qué, no lo entiendo. Y sí, pasó algo, pero no lo quiero contar porque sería muy vulgar de mi parte ventilarlo.
-Decís que ella no, ¿pero vos sí estás capacitada para ocupar un puesto de dirección en La Nación?
-¿Sabés por qué no estoy al mando de La Nación? Porque todavía no heredé. Quiero entrar en el diario, claro, pero no con un puesto. Quiero entrar como accionista para darlo vuelta.
-Es un medio muy tradicional como para “darlo vuelta”.
-Pero así, así como está no funciona. No tiene ningún sentido, no lo lee nadie. ¡Y es el diario más importante del país! Y como no es un multimedio, es muy fácil transformarlo. Tiene que ser un negocio que dé ganancias. Pero para eso hay que tener ideas, no ser un paracaidista. Y la gente que hoy está en el diario es paracaidista. No tiene contactos con la gente del poder ni de la comunicación.
-¿Pero quiénes son “los paracaidistas”?
-Dale, no quiero hacer famosos a mis primos…
Suena el teléfono y Esmeralda atiende. Es su madre desde Punta del Este. La conversación va y viene entre el Coronavirus, Maradona, el populismo y los permisos que se necesitan para entrar a Uruguay en plena pandemia. Pero, “los primos”: en 1995, los Saguier, descendiente por parte de madre de la misma familia, adquirieron el paquete mayoritario de acciones. Dos de los tres hermanos del padre de Esmeralda vendieron su parte quedándose sólo con el 5%. Bartolomé se negó a hacerlo y conservó su caudal de acciones. Ese año, la familia Mitre dejó de tener la mayoría accionaria del diario. Bartolomé Luis se mantuvo como director general, pero perdió el manejo del diario a manos de la familia Saguier.
“Te mando un beso, mi amor. Dios te está ayudando con todo lo que te está pasando y vos sabés hacer las cosas bien”, se despide la madre, Blanca Álvarez de Toledo, al teléfono. “¿En qué estábamos?”, pregunta Esmeralda.
-¿Qué opinas del nombramiento de Fernán Saguier como el nuevo director de La Nación?
-Me parece que está bien porque él era subdirector. Y mi hermano quedó como director de la Sociedad Anónima… Mi padre, ojo, era “todo” de todo.
-¿La dirección le correspondía a tu hermano Bartolomé?
De mi hermano no voy a hablar pero te voy a contestar esto: él tiene que estar como director de la Sociedad Anónima de La Nación por el tipo de acciones que tenemos nosotros (los hijos). Es una obligación, ¿se entiende? Y además se llama Bartolomé Mitre y es muy importante que el diario siga teniendo ese nombre, porque la gente lee el diario por Bartolomé Mitre. Es así.
Plata y abrazos
Iban a llamarla Verde por cuestiones de linaje cromático: Blanca, su madre, había tenido una hija con su primera pareja, el artista plástico Nicolás García Uriburu, a la que bautizaron Azul. Pero “Verde” no fue aceptado en el Registro Civil y, a cambio, la anotaron como Esmeralda.
Se crió con sus padres en una casa de estilo francés en Barrio Parque. Los fines de semana largos y los tres meses de verano los pasaban en el campo de Punta del Este. Semana Santa y las vacaciones de invierno, en el campo de La Pampa. Montaba los caballos árabes de los haras de su padre a pelo y descalza.
Cursó en el Northlands, colegio típico de las familias adineradas porteñas, hasta tercer grado. “Le pedí a mi mamá que me cambiara porque era muy tilingo, muy de nuevo rico y a mí en mi casa me criaron muy austeramente. Me hacían bullying: decían que mi papá era ‘un canillita’ o me gritaban ‘¡diario, diario!’. O que mi hermano era un grasa porque no iba al Newman…”, dice Esmeralda. El resto del primario lo hizo en el Argentina Modelo y el secundario, en el San Tarcisio. Ya estudiaba comedia musical, piano, francés, guitarra y teatro. La carrera de Letras, en El Salvador, llegó una vez egresada. Le faltan dos materias para recibirse.
Vivió en Nueva York, donde la becaron para estudiar teatro. Fue premiada por su trabajo. Conoció a Lopérfido, se enamoraron haciendo competencias de canciones en Youtube. Viajaron juntos a Madrid, a Berlín, a tantos lados. Fue su Primera Dama cuando Lopérfido asumió el mando del Teatro Colón, lo defendió públicamente cuando, siendo funcionario, puso en duda la cantidad de desaparecidos en la última Dictadura. Ahora, mientras espera que avance la sucesión, Esmeralda promociona marcas en sus redes sociales. Es otra entrada de dinero.
-Un prejuicio: “Los ricos no necesitan estudiar ni trabajar”. ¿Qué decís?
-Yo estaba segura de que quería ser actriz, pero me anoté en Letras por dos cosas: me parecía que era compatible con mi vocación y porque tenía miedo de no conseguir trabajo. Esa cosa de no tener nada que hacer…
-¿Pero necesitás trabajar?
-¿Pero qué tiene que ver la plata con el tiempo? A mí si me sobra el tiempo, me deprimo. Y además, el trabajo dignifica al ser humano, ¿o no? Y aclaro: a mí nadie me mantiene. Trabajo desde los 20 años. La familia me paga el celular y la prepaga, nada más. A mis hermanos no sé, pero a mí me educaron para trabajar.
Pregunto por qué marca la diferencia y la respuesta viene en forma de silencio, un silencio demasiado largo. Esmeralda mira fijo, bebe un sorbo de coca, espera. Y por fin: “Habría que preguntarle a mi padre… Qué sé yo. Creo que él pensó que yo podía arreglarme sola, que había sido la más mimada, que soy ‘la fuerte’. Yo le agradezco eso, eh, a mí me ayudó. Pero también me trajo mucho dolor, mucho sufrimiento. Y hubo momentos en los que más que plata necesité un abrazo”.
Esmeralda, entonces, se desarma. La angustia es repentina y no hay pañuelos a mano. Llora y habla, y habla y llora: “Mi padre fue muy amoroso conmigo. Yo fui una nena muy mimada por él. Cuando nací, una de mis hermanas se encerró en un cuarto por una semana al grito de ‘ahí tienen a la hija rubia de ojos celestes que tanto querían’. A mi madre le tuve que pedir que me abrazara y eso fue hace dos años, cuando me separé de Darío. Le dije: ‘Mamá, perdí a mi familia’. Me sentía muy sola”.
-¿Creés que es posible recomponer la relación con tus hermanos?
-No lo sé. Sí estoy segura de que a veces para volver a empezar hay que romper todo. Creo que ellos también sufrieron mucho este año y que en el fondo todos nos queremos. Pero más que en los sentimientos, yo confío en las acciones. Lo que quiero es que no me hagan más daño.
Ahora no hay rastros de la mujer que se miraba en el espejo y recitaba esa línea de Hamlet: “Yo, el blanco de todas las miradas”. Tiene el cabello revuelto, el maquillaje corrido a fuerza de lágrimas y un vaso de coca en la mano. Es Esmeralda Mitre, sexta generación de un apellido patrio, y lo que pide es apagar el grabador.
VDM