Primero fue un gran corazón, eso: para remontar los orígenes. Antes había sido la circulación por las arterias de un delta minucioso, con los ríos y los brazos menores estudiados desde su inicio y en cada desembocadura, diferenciados los afluentes y detallados hasta los más pequeños desvíos. Hubo otra producción, terminada hace una semana: una bota de punta y taco (calchaquí) para dilucidar las huestes del folklore salteño.
El último tiempo de su enfermedad, Javier Febré desplegó su pasión por la música en manteles de papel del Sanatorio Otamendi, donde estuvo internado varias veces a lo largo de un año y medio. Munido de fibras y marcadores, se abocó a proyectos de investigación de distintos géneros musicales para arribar a cartografías temáticas que permitieran otro modo de compartir eso que más le gustaba convidar. Y de paso, cambiarle el talante al no-tiempo hospitalario.
No fueron piezas por encargo, sino especialmente direccionadas: debía mediar ese código común. Así, de una intención de obsequio emergió obra, aunque para Javier la misión cumplida estaba en la satisfacción de hacerlos. “Sus mapas musicales son su obra final. Conmovedores”, dice Kiwi Sainz.
La serie empezó con el Delta del Missisipi: nombre a nombre Febré detalló la ruta del Blues desde Memphis hasta Nueva Orleans por agradecimiento a su médico cirujano, Norberto Visconti, un fan del blues con quien Javier trabó complicidad inmediata: “La primera vez, entré al quirófano hablando de Pappo”, había contado justo sobre esa figura con la que compartió andanzas hasta el top chart de acompañarlo de gira cuando B.B.King lo invitó a tocar en el Madison Square Garden. Es mítica la foto del Carpo en taparrabos y Javier en carcajada.
Siguió con el lugar de donde viene todo: un detallado mapa de Africa para quien fuera su querido profesor de música del colegio secundario en Usuahia, José Emilio Burucúa. Nada que agregar: si a Javier ya le gustaba la música de adolescente, aquella guía exquisita marcó indeleble el camino.
Javier estudió un tiempo corto Ingeniería y otro más largo Biología en la UBA, pero antes de recibirse, la necesidad y la posibilidad confluyeron en un trabajo a través de una amiga de la facultad. Mediaban los 80 democráticos cuando ingresó a Clarín, fue al momento que Dani Kon tuviera la brillante idea de atraer a la juventud a (leer) los diarios a través de un suplemento de cultura rock. Por entonces, la música circulaba en casettes y no eran muchxs lxs integrantes iniciales del Suple Sí: Pacho Allerand, David Wroclawsky, el propio Javier; unos años después Laura Ramos con su columna mitológica: Buenos Aires Me Mata y Cinthia Lejbowicz -entre Espectáculos y el Sí. Pleno fervor de rock nacional, oxígeno y felicidad colectiva, y la antesala del afterhours 90, que cinco años más tarde traería toda la música del mundo abordo de recitales de todos los talles. Y también de CDs con explosión de disquerías, y nuevos consumos.
Sin que mediara distancia alguna, mientras miraban las nuevas olas los cronistas del Sí de Clarín ya eran parte del mar; actores que jugaban de locales y visitantes a en la escena quizá más efervescente de los últimos 40 años: el mundo era mucho más grande y más pequeño a la vez. Era la preglobalización. Y esa fue la pista de baile en la que Javier desarrolló un oficio y un modo de estar / ser en la cultura joven: periodista a la vez que amigo o compinche de colegas, artistas, managers y agentes de prensa. Tito Mariano del Aguila da una medida: “No llegué a trabajar con él en el Sí. Pero para mí, siempre era ir al archivo y encontrar data que tenía su firma. Como abriendo la maleza, cuando ahí no había nada”.
La intensidad de aquellos años se traducía en coberturas de shows y giras locales pero también viajes al extranjero para entrevistar a figuras como Bowie por ceñir el ejemplo a uno de los artistas preferidos de Febré. Además de su oficio, otro detalle lo hacía concentrar viajes: era el que mejor hablaba inglés en la sección. Y otro más, el tilde que lo diferenciaba de una redacción sin aggiornar donde la mayoría tecleaba a dos dedos: Javier, que era metódico, escribía con destreza y sin mirar el teclado, elegancia de fusión mediante: camisas cuadrillé clásicas, pantalón Grafa vs. campera hard core de cuero Die Verruckt Heit.
Además de la música, su costado bon vivant se manifestaba en la comida. Ingrid Rechia, de Loca como tu madre arrima el famoso número del cuenquito: “es que Javi asaba en cualquier lado, juntabas las manos y sin brasa sacaba un matambrito”, las menciones a su cocina se reiteran. De su don anfitrión, que es generosidad a fin de cuentas, surge que tanta gente haya vivido en el mítico Carranza, cuando el barrio Pacífico honraba su nombre. Kitty Rey Saravia, su compañera incondicional del último tiempo, no puede creer la cantidad de gente que estuvo pendiente, llamando o visitándolo.
Los 2000 llevaron a Javier a migrar de Clarín a otra empresa, para volver unos años después a Clarin.com, donde hizo un grupo de amigas y amigos que perdura. El paso intermedio de un tiempo fue en el Foco, el portal de la Rock n Pop, en dupla eléctrica con Rox Currás, que también partió hace casi un año… y ya se anda especulando con que ya se hayan encontrado. También con Pelu (Goldsack), sobre todo ayer que jugó River –hasta quizá cruzaron con Luis Alberto Spinetta–; anoche muchos aquí, aún siendo de Boca, hacían fuerza para que gane, así las energías cósmicas albirojas acompañaban el viaje de Javier.
No es posible hablar de Javier sin asociarlo al golf que lo podía, a un costado cabrón que lo alejó de muchas personas con o sin grieta, de la generosidad y su carcajada, del toque sibarita, de toda la investigación que hizo en los últimos años sobre su abuelo Claudio Febré prócer del tango, del apasionamiento con que abrazó el estudio de las genealogías de música africana en los últimos años. O de su afición naturalista, enloquecido de las plantas y de los pájaros: era capaz de identificar el canto de no se hasta cuántas especies… Pero sobre todo, pienso que habría que enfocar el partido nítido que tomó Javier frente a su enfermedad: informar.
Entre el aislamiento del silencio y el acompañamiento de la comunicación, Javier optó por contarlo todo: cada paso, fuera de avance o de retroceso en lo que se planteó y peleó como una batalla. Un reality, decía un amigo. Nombró a su tumor y le dio pelea encolumnándose tras el nombre de las drogas. Agradeció a cada médicx y a cada enfermera, desfiló los camisolines del sanatorio, denunció a la prepaga; contó cada intervención a su cuerpo en los hechos y en la explicación científica, se comprometió en su lucha por la vida e interpeló a cada rato: “¿Se hicieron los controles? ¿qué esperan para hacerse los controles?” ¿A quién le escribía Javier?
Una auto no ficción que, supongo, no era otra cosa que, frente a un acecho, armarse de sus tropas afectivas. Y cuidarlas. Fue valiente y luchó. Todas las hojas son del viento Javier, se te extrañará amigo, hasta la vista!
CM