Modelo, conductora, 30 años, más de 2,5 millones de seguidores en Instagram. “Creá lo que creés”, convoca Ivana Nadal en un juego de palabras simple, contundente y efectivo, y como todo slogan que se repite hasta el infinito, vacío. Ella forma parte de ese gran colectivo que se rige bajo imperativos como soltá, perdoná, amá, vibrá (alto), fluí, sé. Nos ofrece un manual de autoayuda que se vuelve una guía de autodestrucción cuando colapsa con “el mundo real”.
Ivana Nadal sabe algo que nosotros no, tuvo experiencias que nosotros no tuvimos y, además, entiende a los que no la entienden. Porque, al cabo, nos da permiso para que la cuestionemos, aunque advierte: “A mí también me cuesta entenderme; puteo a los que me putean; les tengo compasión (a quienes la insultan), no pena”.
Criada en Villa Devoto, estudiante en escuelas católicas, saltó a la fama en 2014 como co-presentadora del programa de tevé Escape perfecto. Dos años después, alguien filtró fotos íntimas. En Intrusos explicó que “le habían hackeado WhatsApp”. En los últimos años Ivana Nadal levantó su propia iglesia, una fundada en el culto personalísimo. Suma fieles y canjes.
Está enfocada: “Amo mi espíritu, mi alma y mi cuerpo de la misma forma porque gracias a esos tres componentes soy”, escribió en el mismo posteo en el que promociona unas cremas. Tiene bloqueados los portales de noticias y los canales de tevé de aire. Decidió, también, cerrar los comentarios en sus redes sociales. Solo puede recibirlos de parte de usuarios a quien ella sigue. No quiere leer opiniones ajenas.
Con interés genuino elDiarioAR le pidió una entrevista. Su agente de prensa respondió: “Ivana no está dando notas y tampoco volvemos al país por ahora”. Es que la modelo dejó Buenos Aires con la idea de recorrer el mundo. La primera escala es en Buzios, en un hotel al que fue de “invitada”.
Su discurso, a veces, es peligroso. Unos días antes de que terminara el año 2020, se viralizó un video en el que, entre otras cosas, decía: “Date amor y el Covid-19 no te toca, amigo, te lo prometo”. En noviembre, abordó un tópico sensible, el de la depresión: “Fijate, replantealo. ¿No sabías que todas las enfermedades son emocionales?”. Cuando sale a aclarar, el repudio está instalado. Siempre es tarde.
Ivana Nadal es protagonista de las últimas polémicas virales, pero no es la única influencer que hace tambalear la comunicación oficial de la pandemia, ni pone en duda a los científicos ni a otros especialistas de la salud, como los nutricionistas. La comunidad fitness, con vasta audiencia en redes sociales y en los gimnasios, hace lo suyo. Quienes promocionan técnicas u ofrecen terapias alternativas (para la ciencia, seudociencias) como numerología, astrología, echada de cartas o cristales, también. Pero como a Ivana Nadal, a ellos también “los consumimos”.
Y sobre el consumo: en la era del yo, donde la experiencia personal está puesta en un primer plano, esta espiritualidad reciclada del new age y la autoayuda, vende. Y sobre vender: no sólo vende objetos, sino “ilusión de control”. Para quienes compran el paquete, la experiencia puede ser desalentadora. O cruel.
El superpoderoso contemporáneo
Para la generación que ya era adulta en los noventa o en la primera década del milenio, era una novedad, pero las generaciones más jóvenes ya están socializadas en ese código ligado al empoderamiento personal y a la espiritualidad. La exacerbación del “yo” excede, incluso, a ese código. Es la nueva etapa de algo más viejo, un fenómeno cultural que se dio en los últimos años. En la literatura aparece en forma de autoficción. En el mercado laboral, asociado a la idea del emprendedurismo: ser “tu propio jefe”.
A eso apunta Nicolás Viotti, doctor en antropología, sociólogo e investigador de Conicet. “En personajes como Ivana Nadal lo que se observa es la versión híperexpresiva de un yo que se basa en la experiencia personal como el horizonte de la realidad: 'lo que yo no veo ni yo experimento, no existe'. Eso tiene mucho que ver con las creencias contemporáneas de la desconfianza en la objetividad científica, que se deriva de esa radicalidad en la confianza individual”.
Uno de los resultados de este fenómeno es la aparición de grandes grupos de personas identificadas con esa idea. Según este artículo publicado en Scientific American, una revista de divulgación científica, las nuevas creencias basadas en la auto-superación derivan en comunidades narcisistas. Oh, el ego.
En estas versiones más espirituales hay una especie de magia del yo: como si el individuo tuviese un poder sobrenatural que puede curar cosas solo con la intención.
“No es la devoción a una imagen, como el Gauchito Gil. No se trata de una creencia religiosa. Sino de una cuestión de autoamor, de una idea basada en una actitud vital, sana y positiva que te inmuniza. En estas versiones más espirituales (N. de la R.: se refiere al caso Ivana Nadal) hay una especie de magia del yo: como si el individuo tuviese un poder sobrenatural que puede curar cosas solo con la intención”, sigue Viotti.
El autoamor: una trampa
María del Mar Ramón es escritora y cofundadora de la organización no gubernamental argentina Red de Mujeres, entre otras actividades. El año pasado publicó “Comer y coger sin culpa. El placer es feminista”, su primer libro. De niña y de adolescente su peso era el comentario de la almacenera y de la tía. María del Mar sufrió trastornos alimentarios por exigencias sociales. El discurso del autoamor (“Soy así, me acepto y me quiero”) es reparador en un punto, pero colapsa por fuera de las individualidades.
La idea del amor propio es una parte de la narrativa que echan a rodar los y las referentes de la autoayuda. La trama espiritual indica que “quererte te inmuniza”, frente al Covid-19 y también a la mirada del otro. “Es un discurso sencillo, fácil y peligroso. Tienen un fundamento seudocientífico y vienen a cuestionar prácticas validadas por la ciencia para prevenir, por ejemplo, el virus. Y son esgrimidos por personas que dicen que lo importante es que te ames. Desconocen una realidad científica, pero también una realidad política porque esas narrativas provienen de ciertas corporalidades”, piensa Ramón.
Esas narrativas provienen de ciertas corporalidades.
¿Y cuáles son esas “ciertas corporalidades”? Las aprobadas por el ojo público, por el mercado laboral y del deseo, las que cumplen todos los requisitos que exige la validación social: juventud, cuerpo torneado, cara espectacular. Entonces la trampa no sólo reside en el qué, qué se dice, sino en quién lo dice. Así, la probación es doble porque corre para la práctica y para los practicantes.
¿Followers, peregrinos o clientes?
“Los influencers de Instagram son una prioridad de vacuna en la cautelosa Indonesia”, la noticia es de ayer y la publicó la agencia Reuters. El artículo cuenta que en Indonesia, el cuarto país más poblado del mundo, la campaña de vacunación contra el Coronavirus arrancó el miércoles y que uno de los primeros en recibir la dosis fue el influencer Raffi Ahmad. Es una celebridad en ese país, con casi 50 millones de seguidores en Instagram.
Incluirlo a Ahmad en la primera tanda de vacunas junto al personal de salud “fue una estrategia de comunicación deliberada del gobierno”, según el ministerio de Salud de ese país. “Alhamdulillah [Alabado sea Dios] una vacuna... No tengas miedo de las vacunas”, posteó el influencer, de 33 años, debajo del video del pinchazo: más de 3 millones de likes y un tendal de emojis amorosos.
“Ser influencer no es un hobbie sino una industria. Y ser influenciador no es lo mismo que ser influencer”, dice Ximena Díaz Alarcón, fundadora de Youniversal, una consultora especializada en investigación, mercado y detección de tendencias para Latinoamérica. Uno de sus puntos de interés es dar con el patrón social y cultural que afecten al consumo.
¿Por qué tiene más impacto el mensaje que ofrece un influencer en comparación con un comunicador tradicional? Díaz Alarcón es determinante: “Un científico puede ser un influenciador. Pero es mucho menos sexy que un influencer”.
La pandemia forzó y reforzó el retorno al espacio doméstico. Y eso implicó la reconversión del modelo de negocios. Los influencers “del bienestar” vieron que en esas realidad sucia de su intimidad también había un negocio y lo aprovecharon. En esa frontera difusa entre lo público y lo privado, veinte minutos de meditación es práctica íntima y posteo en simultáneo.
Un científico puede ser un influenciador. Pero es mucho menos sexy que un influencer.
Esas personas con mucha actividad en redes que promueven “el bienestar” encontraron del otro lado un gran segmento de identificación: chicos y chicas que aspiran a ese estilo de vida que promete felicidad. Aferrados al wellbeing, la tendencia que se instaló con el virus, los y las influencers comparten sus herramientas de “empoderamiento”.
Díaz Alarcón opina que cuando el discurso de estos referentes de redes va en contra de la salud pública es peligroso. Y habla de “ilusión de control”: “El ‘yo’ a cargo de las decisiones, el cuerpo como protagonista, sentirse y estar más fuerte, son compensaciones frente a lo que no podemos controlar. ¡Y quién pudo controlar algo en los últimos meses! Entonces las personas compran. Y compran la promesa o las sensaciones. Es una característica de los seres humanos frente al caos”. Ivana Nadal diría “cerrá lo ojos y deseá”.
VDM