Sin oxígeno no hay vida y las aguas alrededor de las Islas Baleares y frente a la costa de Alicante, en España, presentan niveles preocupantemente bajos de este elemento. Las peores concentraciones de todo el mar Mediterráneo debido a los vertidos humanos y el cambio climático, según revela la Agencia Europea del Medio Ambiente.
La pérdida de oxígeno disuelto en el agua –que afecta gravemente a la vida marina y el funcionamiento de los ecosistemas– está incrementándose: el 25% de las áreas marinas europeas vigiladas tienen concentraciones bajas, de menos de 6 miligramos por litro, según los datos recogidos entre 2011 y 2022 lo que “cae por debajo del umbral mínimo para soportar vida con bajo estrés”, especifica la Agencia.
Los mares más afectados en Europa son los semicerrados especialmente el mar Negro (más del 70% con concentraciones bajas de oxígeno) y el Báltico (más del 50%) además de “algunas áreas del Mediterráneo”. Las áreas más perjudicadas son, sobre todo, las aguas españolas que, en ciertas zonas, llegan a niveles por debajo de los 2 mg/l. Un umbral ya considerado hipoxia, como detalla la Agencia Estadounidense de Protección Ambiental: “Pueden no ser capaces de sostener poblaciones de peces o corales”.
Este fenómeno, por el que los océanos ya han perdido el 2% del oxígeno desde 1950, tiene dos causas principales: el recalentamiento de las aguas marinas debido al cambio climático y los vertidos de nutrientes provenientes de la agricultura, la acuicultura o las aguas residuales.
“Las aguas más cálidas retienen menos oxígeno”, explican desde la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). Cuanto mayor es la temperatura, el oxígeno se vuelve menos soluble. “Eso lleva a que se reduzca el intercambio de aguas más oxigenadas de la superficie con las más profundas. Además, incrementan la demanda de oxígeno por parte de los organismos para poder vivir lo que, lógicamente, rebaja el volumen disponible en el agua”.
La relación entre el aumento de la temperatura marina y el calentamiento global viene dada porque el mar absorbe la mayoría del exceso de calor que atrapa la capa de gases de efecto invernadero de la atmósfera. Sus aguas se calientan más lentamente que el aire, pero también se refrescan más despacio. Este proceso ha hecho que el Atlántico norte encadenara más de 400 días consecutivos registrando récords diarios hasta finales de abril pasado. Asimismo, la temperatura media del agua del Mediterráneo en Baleares ha pasado de 17,4ºC en 1941 a 18,7ºC.
La segunda causa principal tiene un nombre: eutrofización. En realidad es la llegada masiva de nutrientes extra al agua, en especial, nitrógeno y fósforo. Las fuentes, señala la IUCN, son el arrastre de fertilizantes y los desechos ganaderos o de la acuicultura, que provocan “un crecimiento excesivo de plantas”. Es un proceso bien conocido en el colapso ecológico que afectó al Mar Menor: la sopa verde.
La entrada de estos nutrientes termina por causar proliferaciones dañinas de algas que, al morir y descomponerse consumen oxígeno. Estas explosiones de fitoplancton son cada vez más frecuentes, intensas y extendidas, como detalla esta investigación: “Son especialmente preocupantes en el Mediterráneo debido a sus características de mar semicerrado y enorme biodiversidad”.
La interacción de ambas realidades –subida de temperatura en aguas con exceso de nutrientes llegados en vertidos– exacerba la situación lo que provoca todavía más pérdida de oxígeno.
El trío mortal contra la biodiversidad del mar
Los daños que provoca la desoxigenación del mar abracan un rango muy amplio. Desde la reducción de hábitats para los seres vivos a la caída de la tasa de reproducción de algunas especies o el incremento de la vulnerabilidad ante enfermedades.
Al ampliarse la zona con poco oxígeno disuelto, se comprime la banda de agua en la que pueden vivir determinadas especies al tiempo que otras se expanden. Así la abundancia y diversidad de variedades está cambiando. La pérdida de oxígeno ya ha comenzado a alterar el equilibrio de la vida marina.
Ese equilibrio se está venciendo a favor de los organismos que toleran mejor la hipoxia como las medusas en detrimento de los que lo pasan peor en aguas poco oxigenadas como la mayoría de los peces. Entre esas especies sensibles están los atunes, los peces espada o los tiburones que se ven cada vez más restringidos a capas de mar más estrechas.
“Cada pequeño declive en la cantidad de oxígeno afecta a la biodiversidad”, subraya este informe sobre desoxigenación marina de la Universidad de California-San Diego. Y, como señala la Unión para la Conservación de la Naturaleza, “toda la alimentación que los ecosistemas oceánicos proveen a los humanos precisa de oxígeno” ya que este elemento es necesario para sostener la vida de todos los peces e invertebrados. “Su pérdida ya está causando declives en diversas especies”, o lo que es lo mismo, menos pesca para los humanos.
El Instituto Español de Oceanografía ha documentado recientemente cómo casi la mitad de las especies de interés pesquero del Mediterráneo –42 variedades de 102 estudiadas– han cambiado su distribución en los últimos 20 años como respuesta a la crisis climática que está modificando con rapidez los parámetros de sus hábitats como son la salinidad, la temperatura o el nivel de oxígeno disuelto en el agua.
En unas aguas con menos oxígeno y donde los organismos continúan consumiendo ese oxígeno para vivir, su respiración libera aún más CO2 al agua, lo que provoca que aparezca la acidificación del medio. Y cuanto más ácidas se tornan las aguas del mar, la vida se hace más difícil, como muestra la mortandad de los corales, también en el Mediterráneo.
Y es el cambio climático causado por los humanos lo que está interconectando la desaparición del oxígeno, la subida de la temperatura y la acidificación del agua, en lo que la Agencia Europea del Medio Ambiente denomina “el trío mortal” que amenaza la biodiversidad del mar.