Joseba Lazkano le preguntó a su aita hace unos días si alguna vez había vivido un verano tan cálido en Getaria, España. “Su respuesta fue que no. Hemos estado casi dos meses enteros sin una gota de lluvia”, dice Lazkano. Esta familia de productores de txakoli —su bodega, Gaintza, fue creada hace casi cien años— tiene sus viñas a 200 o 300 metros del mar y este verano ha visto incluso amarillear una pradera cercana por la ausencia de agua.
Aunque el descenso de la humedad ha tenido su lado positivo para las viñas —apenas han presentado mildiu, una enfermedad de la vid—, se preparan ahora para un adelanto de la vendimia que supone “un poco de locura” para la logística de la bodega. Hace años vendimiaban casi a finales de septiembre y estos días se plantean recoger su Chardonnay a principios de mes y la Hondarrabi diez días más tarde. Las lluvias de los primeros días de septiembre, tanto en esta región como en Rías Baixas, servirán para que las plantas recuperen un poco de hidratación antes de la vendimia. “Y si no, habrá que cortar así”, apunta Rodrigo Méndez, propietario de Bodegas Forjas del Salnés, que reconoce que en esta zona no están acostumbrados a una sequía así.
Esta bodega adelantará también la recogida de la uva al día 10, o quizá antes en algunas parcelas. Las altas temperaturas, desde el final de la primavera, que han caracterizado los últimos meses han condicionado el ciclo de las viñas en el norte de la península. Uno de los proyectos del elaborador Goyo García Viadero está ubicado en el Valle de Liébana, en Cantabria, donde hace vino con uvas Mencía y Palomino, variedades que “lo han pasado mal” este año, con un invierno muy seco que no se corrigió con las lluvias de primavera. Él también adelantará la vendimia en esta zona.
Convivir con la inestabilidad
El cambio climático “ya no es un pronóstico, no es una ideología o una tendencia, ya es un realidad”, apunta Jaime Postigo, enólogo y director de Bosque de Matasnos, en la Ribera del Duero. Fincas como la suya, con 950 metros de altitud, cuentan con cierta ventaja, porque de noche las temperaturas pueden caer hasta los 12 grados, lo que permite a las plantas descansar en su ciclo. Pero Postigo apunta a “la cantidad y variabilidad de accidentes climáticos” como otra consecuencia de la situación actual, algo de lo que tampoco está exenta esta zona. Reconoce que las últimas tormentas y, sobre todo, el granizo, están siendo muy complicados de gestionar.
Ya les ocurrió el año pasado, con granizadas en abril y mayo que, unidas a temperaturas extremas al inicio de la primavera y al final del verano, ocasionaron una pérdida del 50% en la cosecha. “Los accidentes climáticos son cada vez más acentuados, creo que tendremos que aprender a vivir la inestabilidad”, añade. Toni Sarrión, enólogo y propietario de la bodega Mustiguillo (Valle de Requena-Utiel), relata también algún fenómeno meteorológico imprevisto: “No es normal que aquí tengamos temperaturas tan altas durante tantos meses. Recientemente tuvimos tormentas torrenciales, en un día cayeron 70 litros, una gota fría adelantada”.
Las uvas autóctonas resisten mejor que las extranjeras
Sarrión coincide con productores de otras zonas cuando señala las variedades autóctonas como las que han mostrado la mayor capacidad de adaptación a la nueva realidad climática. En su caso, uvas como la Bobal, la Malvasía, la Merseguera o la Macabeo, que “han sufrido menos que las variedades extranjeras”. La Tempranillo, que en esa zona mediterránea lo ha pasado mal, ha mostrado una mejor adaptación y resistencia en la Ribera del Duero, donde otras variedades han acusado mucho la falta de agua. Es el caso de la Malbec, originaria de la zona francesa de Cahors.
Tanto en Ribera como en Rioja, una de las soluciones buscadas por los productores es la altitud. “El clima no tiene que ver con lo que teníamos hace 20 años aquí, la Tempranillo está tradicionalmente mejor en zonas frescas y altas”, aporta David González, de las bodegas Gómez Cruzado, en Rioja Alta. Allí y en otros lugares como la Ribera del Duero, el viñedo viejo ha soportado mejor la falta de agua y las altas temperaturas. Y la viña plantada en vaso también lleva a cabo una mejor gestión hídrica. “Tiene que desarrollar menos esfuerzo, está más próxima al suelo, hay menos evaporación y el ciclo de maduración es incluso más corto”, explica Jaime Postigo.
Riego para sobrevivir
“Hay dificultad hídrica, pero nosotros tenemos instalación de riego. Para los puristas, era algo que desvirtuaba la forma de entender la naturaleza o la biología de la vid, pero a los hechos nos remitimos”, asegura el director de Bosque de Matasnos. No es el único que apunta el riego como una forma de mitigar los problemas que está provocando en la producción de vino el aumento de temperaturas y la falta de lluvias en muchas zonas.
En un lugar tan poco relacionado con la escasez de agua como Rías Baixas, este año los productores han comenzado a pensar que “igual hay que utilizar el riego, no para conseguir más producción sino para garantizar la supervivencia de las plantas”, explica Rodrigo Méndez. Miriam Marchena, responsable de viñedo de Bodegas Roda (con proyectos en Rioja Alta y Ribera del Duero), asegura que “el cambio climático, para quienes no lo quieran ver, está muy presente y te hace plantearte muchas cosas”. Reconoce que el riego ha sido “la mejor opción” para quienes disponen de él. “Han conseguido salvar la producción y conseguir calidad”, apunta.
Con previsiones que llegan hasta el 30% de merma de cosecha en algunas zonas y con la mirada puesta en el cielo, muchos productores abordarán antes de lo previsto la vendimia de un año vinícola difícil e irregular. “Encontrar el momento óptimo es bastante complicado. Hay que adaptarse”, resume Marchena.