A los nueve años, Nalleli Cobo empezó a tener hemorragias nasales tan graves que tenía que dormir sentada para no ahogarse con la sangre. Después vinieron los calambres estomacales, las náuseas, los dolores de cabeza y los espasmos corporales que le dificultaban caminar. Durante un tiempo llevó un monitor cardíaco mientras los médicos intentaban entender qué le pasaba.
Pero ella no era la única. La niña de nueve años crecía en University Park, un barrio de bajos ingresos y mayoría latina de Los Ángeles, la ciudad más contaminada de Estados Unidos, que ocupa el primer puesto en el ranking de muertes relacionadas con la contaminación del aire. Ella y sus tres hermanos mayores fueron criados por su madre, su abuela y sus dos bisabuelos, todos ellos mexicanos. Su padre fue deportado a Colombia cuando ella tenía tres años. Y de repente, casi toda su familia estaba enferma, incluida su madre, que desarrolló asma a los 40 años, al igual que su abuela a los 70.
La historia se repetía en todo el barrio: niños antes sanos faltaban de repente al colegio y pasaban horas en urgencias, pero nadie sabía por qué. Poco después, un olor fétido inundó la comunidad. Era como de huevos podridos, recuerda Cobo, y tan nauseabundo que tenían que mantener las ventanas cerradas en todo momento. A veces olía a guayaba o chocolate mezclado con huevos podridos.
La madre de Cobo trabaja en Esperanza Community Housing, una organización de servicios sociales y viviendas comunitarias a quienes pidió ayuda para investigar. Resultó que el hedor era causado por el pozo petrolífero situado a nueve metros de la casa familiar. La empresa petrolera AllenCo había intensificado las perforaciones. Los olores a guayaba y chocolate eran el intento de la empresa de aliviar el problema. A petición de Esperanza, el grupo activista Médicos por la Responsabilidad Social envió a un grupo de toxicólogos para que se reunieran con la comunidad y explicaran la amenaza para la salud que suponía el pozo petrolífero.
People not pozos
“Fue entonces cuando empezamos a atar cabos entre el pozo petrolífero, el olor y los niños enfermos”, dice Cobo. Ahora, con 20 años, habla por videollamada desde su habitación en Los Ángeles mientras abraza a su perrito blanco y peludo de cinco meses, Albóndiga. “Ahí empecé a aprender sobre el mundillo del activismo”.
Cobo y su madre empezaron a llamar a puertas y cofundaron People Not Pozos (Gente, No Pozos), un grupo comunitario de activismo que presentaba quejas a los organismos reguladores, compartía historias en reuniones municipales y testificaba en el Ayuntamiento y otras audiencias gubernamentales. Cobo era una narradora nata —honesta, apasionada y convincente—, pero recuerda que no siempre era fácil lograr que la escucharan. “A menudo me tachaban de niñita tonta, como si mi historia no importara porque no conocía toda la ciencia o todos los términos elegantes”, dice.
Inspirada por el activismo de su madre, se negó a rendirse. “Mi madre siempre me decía que tenía que ser un miembro importante de la comunidad. Si compartir mi historia iba a ayudar a crear un cambio, ¿por qué iba a quedarme callada?”.
La juventud y la persistencia de Cobo captaron la atención de los medios de comunicación locales, de los legisladores y de las más famosas celebridades. Se lanzó un aluvión de investigaciones a nivel local y federal.
Tras una breve estancia en el lugar, los trabajadores de protección medioambiental también enfermaron.
Entonces, una fría tarde de noviembre de 2013, cuando Cobo tenía 12 años, el teléfono sonó. La familia estaba cenando: sopa de patatas, recuerda. Para cuando su madre colgó el teléfono, Cobo estaba llorando ante la extraordinaria noticia: AllenCo suspendería sus operaciones en el pozo.
Cobo no cabía en sí de gozo. “Empecé a gritar: 'Lo hemos conseguido, lo hemos conseguido'. Corrí a la ventana y la abrí para que entrara un poco de aire fresco, algo tan básico que no habíamos podido hacer durante años”, dice.
Cuando la perforación se detuvo, el cambio fue casi instantáneo. “Fue como el día y la noche. Dejé de sangrar por la nariz, ya no tenía dolores de cabeza ni palpitaciones, no necesitaba mis inhaladores todos los días. Todos los niños empezaron a sentirse mejor. Nunca olvidaré ese momento”, dice Cobo.
La lucha sigue
Las victorias siguieron llegando para Cobo y su comunidad.
En septiembre, los supervisores del condado de Los Ángeles votaron por unanimidad la eliminación gradual de las perforaciones de petróleo y gas y la prohibición de nuevas perforaciones en las áreas que no estén constituidas en un pueblo o una ciudad. Es el condado más poblado de Estados Unidos. Más de 1.600 pozos de petróleo y gas, activos o inactivos, situados en su mayoría en comunidades de minorías, podrían cerrarse en los próximos años.
Pero, según Cobo, se espera que la industria se oponga a esta medida sin precedentes y la lucha está lejos de terminar. “Sueño con un mundo en el que todas las perforaciones petrolíferas urbanas queden relegadas a los libros de historia. Un mundo con un 100% de energía limpia y renovable, en el que la gente pueda respirar el aire exterior sin enfermar y abrir el grifo y beber el agua porque está limpia. Ese es el mundo por el que lucho, uno mejor y más seguro para todos nosotros”.
“Muchas veces, cuando estás en esta lucha, te hacen sentir que vas a perder. Hay momentos en los que rompo a llorar, pero soy una persona de fe, así que pienso en David y Goliat. Así es como terminará esta historia. Mi comunidad y yo somos David; la industria petrolera, el sistema regulador y los multimillonarios son todos Goliat, pero sus tácticas no impedirán que mi comunidad luche”.
Un análisis realizado en 2020 por la organización sin ánimo de lucro FracTracker Alliance reveló que alrededor de 2,2 millones de personas en California viven a menos de 800 metros de un pozo de petróleo o gas, mientras que otros cinco millones viven a menos de 1,6 kilómetros. Más del 60% de los 25.000 permisos de perforación emitidos por el estado entre 2015 y 2020 correspondían a pozos localizados en comunidades con una población predominantemente latina.
En 2015, la South Central Youth Leadership Coalition, de la que Cobo es cofundadora, se unió a otras organizaciones para demandar a la ciudad de Los Ángeles por haber aprobado proyectos petroleros en comunidades de color. Como resultado, la ciudad estableció nuevos requisitos para las solicitudes de perforación con el fin de garantizar el cumplimiento de las normas estatales de revisión ambiental y proteger a las comunidades vulnerables. El sector petrolero inició una demanda y perdió.
“Ganamos y fue diez veces más impresionante porque era la juventud la que estaba exigiendo nuestro derecho a un futuro vivible”, dice Cobo, que ha denunciado públicamente el racismo medioambiental, es decir, el vertido de industrias contaminantes y peligrosas —como plantas de químicos tóxicos—, la extracción de combustibles fósiles y el emplazamiento de carreteras en lugares donde personas de minorías viven, trabajan y juegan.
“Es desgarrador y exasperante cómo estas industrias y corporaciones multimillonarias se han salido con la suya al envenenarnos. La industria petrolera nos ve como una pequeña mancha, pero somos humanos”.
“Nos están envenenando”
Cobo sabe que las empresas de combustibles fósiles no son los únicos malos de la película. “Nuestros cargos públicos electos tienen mucho poder, pero han sido votados y su trabajo es representarnos. Una vez que acceden a esos puestos de poder, demasiados se olvidan de eso. Tenemos que trabajar duro por mantener sus pies sobre la tierra y recordárselo”.
En medio de la presión de la comunidad, así como de la creciente atención por parte de los medios de comunicación y las celebridades, la ciudad de Los Ángeles presentó múltiples demandas contra AllenCo. En 2020, los reguladores estatales del petróleo y el gas ordenaron el cierre permanente del emplazamiento. La empresa, que dice haber invertido mucho en seguridad medioambiental y que argumenta que debería permitírsele reiniciar sus operaciones, ha recurrido (ni la Fiscalía de Los Ángeles ni AllenCo han querido hacer declaraciones).
Como católica practicante, a Cabo le molesta que la archidiócesis católica, propietaria de los terrenos, los haya arrendado a AllenCo. “Nos enseñan que debemos proteger la creación de Dios, que tenemos que defender a los demás y hacer lo que haría Jesús, así que ¿por qué están siendo hipócritas? A fin de cuentas, la archidiócesis está eligiendo su propio beneficio por encima de la salud de las personas; eso no es lo que haría Jesús, lisa y llanamente”. La archidiócesis no ha querido hacer declaraciones.
Normas y leyes más estrictas en relación con las prácticas de perforación han entrado en vigor en todos los niveles de Gobierno en California —ciudad, condado y estado— tras años de aprobar permisos sin ninguna evaluación del impacto ambiental. Sin embargo, se siguen concediendo autorizaciones para extraer combustibles fósiles y el problema se extiende a mucho más que un solo estado.
El mes pasado, cuando parecía que la mitad de Estados Unidos estaba en llamas o inundada, el Gobierno de Biden anunció que, para cumplir con una sentencia judicial, abriría centenares de miles de hectáreas para la exploración de petróleo y gas en el Golfo de México. Afirmó que el reciente informe de la ONU que advertía de que la crisis climática estaba fuera de control no era “causa suficiente” para revisar el análisis de impacto ambiental realizado por el Gobierno de Trump.
“Es tan frustrante...”, dice Cobo. “La información científica está ahí, nos están envenenando, nos están acortando la vida, estamos enfermos, ¿cuándo será suficiente para ellos?”.
Cobo ha conocido a una larga lista de personajes públicos famosos, pero su favorita es Jane Fonda. “Siempre está en ello, buscando hacer más. Es una mujer tremenda. Jane realmente quiere provocar un cambio; no aparece solo para hacerse un selfie”.
En un evento junto al actor Joaquin Phoenix el año pasado, Cobo fue aclamada tras anunciar su candidatura a la Casa Blanca... para 2036. No estaba bromeando. “Siempre he querido ser presidenta, desde que mi madre compró el libro de Elmo sobre la primera mujer presidenta. Creo que la política es una cosa hermosa, si se hace bien”.
La enfermedad
Inevitablemente, Cobo ha sido comparada con la activista climática sueca Greta Thunberg, a quien conoció en 2019 en la marcha climática de Los Ángeles. Por aquel entonces, parecía que Cobo también estaba a punto de convertirse en un nombre muy conocido, con su rostro en los carteles de la huelga climática mundial de los jóvenes. Pero entonces se puso enferma.
A principios de 2020, a sus 19 años, le diagnosticaron un tipo de cáncer poco común, tan avanzado y agresivo que los cirujanos le extirparon todo el aparato reproductor —seis órganos y 22 ganglios linfáticos—, a lo que siguieron agotadoras sesiones de quimioterapia y radioterapia. Ha sido enormemente traumático.
“La única cosa de la que he estado absolutamente segura en mi vida es de querer ser madre, así que congelé mis óvulos antes de someterme a la histerectomía radical”, dice. Pero únicamente recibió su diagnóstico cinco años después de luchar para que los médicos se tomaran en serio sus problemas menstruales, que iban empeorando. Cobo se pregunta por el papel que desempeñaron las desigualdades sistémicas en su enfermedad y en el retraso en el acceso a un tratamiento.
Lleva seis meses libre del cáncer, pero sufre episodios de dolor y fatiga intensos que algunos días le dificultan levantarse de la cama. Sin embargo, dice que no renunciará a su lucha.
Cumplirá 21 años en diciembre y planea retomar la universidad en enero, tras haber perdido dos años, aunque la preocupación por el impacto del estrés en su salud a largo plazo la está obligando a replantearse la ambición de toda la vida de convertirse en abogada de derechos civiles. En su lugar, está considerando la posibilidad de hacer una carrera como ecografista médica. “Aunque no me pueda quedar embarazada, podría ayudar a que las mujeres tengan un embarazo lo más seguro y saludable posible”, dice. Independientemente de lo que acabe haciendo, servir a su comunidad sigue siendo el objetivo.
Traducción de Julián Cnochaert.