Son dos caras, dañinas, de la misma moneda. La quema masiva de combustibles fósiles que emite los gases de efecto invernadero causantes del cambio climático expulsa, al mismo tiempo, millones de toneladas de partículas microscópicas llamadas PM 2,5 que acaban en los pulmones de quienes las respiran. Las personas las inhalan durante años provocando un daño a sus organismos que ahora se ha cuantificado: el 20% de las muertes prematuras en el mundo se deben a estas PM 2,5 generadas al quemar carbón, gasoil o gasolina. Son ocho millones de fallecimientos, según acaban de calcular las universidades de Harvard, London College y Birmingham.
Las regiones con más contaminación relacionada con los combustibles fósiles tienen mayores tasas de mortalidad. Así de simple. Europa occidental, el este de EEUU y el sureste de Asia son las zonas peor paradas, según el estudio. En España, se estima que las muertes atribuibles a las PM 2,5 llegan a las 44.600, algo más del 10% de los fallecimientos anuales de personas mayores de 14 años.
“La quema de combustibles fósiles, especialmente carbón, gasolina y gasoil, es una fuente principal de partículas suspendidas en el aire y una causa crucial de mortalidad y enfermedades”, explica este equipo en el Journal Environmental Research. Y, además, los autores reflexionan que, cuando se aborda la cuestión de la quema de combustibles fósiles, suele hacerse respecto al efecto invernadero y la crisis climática que conlleva, pero “se pasa por alto el impacto en la salud que tienen los tóxicos emitidos al mismo tiempo que estos gases”, recuerda Joel Schwartz, profesor de Epidemiología Ambiental en Harvard.
Los tóxicos que lleva la contaminación
Las emisiones de gases de efecto invernadero por combustibles fósiles no han parado de crecer durante el siglo XX y XXI. De hecho, dieron un salto del 62% entre 1990 y 2019, según las “evidencias científicas” recogidas por la ONU. Suponen, aproximadamente, las tres cuartas partes del CO2 liberado a la atmósfera. Y con ellos, una gran cantidad de partículas finas. Este trabajo muestra cómo ambos fenómenos están vinculados indisolublemente: la contaminación que crea la costra de gases que provoca el calentamiento global lleva encima otros tóxicos que agreden directamente la salud de quienes los inhalan.
Este estudio actualiza los anteriores hallazgos registrados. Y dobla la dimensión del problema. Hasta ahora se había podido calcular que hasta 4,2 millones de muertes anuales prematuras (medidas en 2015) estaban relacionadas con las PM. Pero los científicos tenían dificultades para depurar sus observaciones ya que las imágenes por satélite no permitían distinguir bien las partículas liberadas por los combustibles fósiles y las que venían de intrusiones de polvo desértico o incendios forestales. En esta ocasión utilizaron otra herramienta de modelización de la química atmosférica denominada GEOS-Chem.
Esta metodología permitió, indican, delimitar mejor los núcleos donde se concentra la polución provocada por quemar el carbón, la gasolina o el gasoil para obtener energía. “Más que confiar en promedios [de presencia de PM] aplicados a grandes regiones, queríamos localizar dónde está la contaminación y dónde vive la población para ser capaces de saber más exactamente qué están respirando las personas”, explica Karn Vohra doctor en la Universidad de Birmingham y autor principal del estudio. Una vez localizadas las concentraciones de partículas y su origen, los investigadores revisaron los datos epidemiológicos de las poblaciones. Y de ahí han surgido los resultados.
Habitualmente, trabajos de este tipo se fijaban en la relación con cinco principales causas de muerte: la enfermedad cardiaca isquémica, los ictus, la enfermedad pulmonar obstructiva, las infecciones respiratorias agudas y cáncer de pulmón. “En esta ocasión hemos analizado todas las causas”, avisan en el artículo.
Los niños, mucho más vulnerables
El estudio pudo revisar también el efecto en los niños menores de cinco años en algunas zonas como EEUU y Europa. Este grupo es especialmente vulnerable a estos tóxicos debido a tener un encéfalo en rápido desarrollo y unos sistemas respiratorio, inmune y de desintoxicación todavía inmaduros. “Los niños, además, respiran más aire por kilo de cuerpo que los adultos, por lo que están más expuestos a los contaminantes”, aclara la investigación que incide en que “esto subraya la necesidad de intervenir para reducir el riesgo de los niños”. En diciembre de 2020, se dio la primera sentencia que daba por judicialmente probado que la polución influyó en la muerte de una niña londinense. Ella Adoo-Kissi-Debrah falleció a los nueve años tras pasar tres de ellos sufriendo crisis respiratorias. Vivía en un área fuertemente contaminada por el tráfico de la capital británica. Un tráfico de automóviles que queman combustible fósil para moverse.
Las conclusiones de los científicos revelan que este problema es mayor de lo que se pensaba y una especie de bomba de relojería que explota con el paso de los años. En concreto explican que se da “una mayor tasa de mortalidad por la exposición a largo plazo de las emisiones de combustibles fósiles incluso a bajas concentraciones”. Esto significa que, aunque la cantidad de partículas que se miden sea relativamente baja, su efecto nocivo va acumulándose en el tiempo hasta deteriorar significativamente la salud.
Los investigadores rematan: “Enviamos un claro mensaje a los legisladores sobre los beneficios de una transición hacia fuentes de energía alternativas”.