Uno. Lo primero que se escucha es un tic tac que retumba sobre el fondo negro. Enseguida aparecen en el plano algunos relojes con sus agujas un poco tétricas hasta que toman protagonismo las campanadas de una iglesia que llegan para marcar alguna hora. Lo que viene después pareciera estar a un costado: alguien, a quien todavía no le vemos la cara, se pone tranquilamente un par de zapatos. Como si no escuchara o si decidiera omitir todas esas marcas sonoras y temporales, como si fuera posible moverse por fuera de ese nervio. En las escenas que siguen se completará la foto: el hombre de los zapatos, ahora un cuerpo entero, desliza un cadáver por las escaleras de una construcción antigua. El único testigo aparentemente es un gato. Volví a ver el comienzo de Ripley, la nueva versión audiovisual del memorable personaje de las novelas de Patricia Highsmith, para pensar por qué me tiene enganchada la serie. Sí, se trata de un clásico. Sí, hay un impostor y eso siempre va a ser un condimento atractivo para mí. Sí, el actor que interpreta a Ripley es Andrew Scott (sí dos veces: el cura sexy de Fleabag). Sí, hay paisajes divinos de la costa amalfitana, objetos como lapiceras, escritorios o prendas a los que el blanco y negro los hace hipnóticos. Pero volviendo a las escenas iniciales, me gusta pensar que lo que más me atrae es la relación que el relato establece con el tiempo: la ilusión de que por un rato se puede poner en suspenso.
Dos. En la tele hablan de “romper la inercia”, de un “cambio de ritmo” y de que el equipo debería generar más “situaciones” para ver si consigue llegar al arco “desde la pelota parada”. No soy especialmente futbolera y mi conocimiento en ese rubro es magro aunque entusiasta. Sin embargo, desde hace un tiempo que no puedo determinar (¿habrá sido después del último Mundial? ¿me habré dejado yo misma llevar por algún tipo de inercia? ¿habré cambiado definitivamente el tenis televisado que me apasiona por esta nueva costumbre de fin de semana? ¿se puede hablar de algún tipo de adicción para estos casos?), en casa nos dedicamos a mirar partidos de fútbol de la Premier League. Cierto desapego (no tener un vínculo emocional directo con ningún equipo ni jugador en particular), la lejanía (no sentir una indignación especial porque tal o cual millonario haga negocios opacos en esta liga) y más que nada la elegancia con la que se despliegan los partidos hacen lo suyo y también convierten esta costumbre hogareña en un reparo, en algo que pasa al costado de. Me maravilla la plasticidad que tienen los jugadores para adivinar, para anticiparse a varios escenarios, para ir y volver al futuro en apenas segundos. Una inteligencia para generar el vértigo, pero también la pausa. ¿Pero será eso exactamente lo que me atrae? Vuelvo a las palabras del relator –las situaciones, la inercia que se rompe, las pelotas paradas– y me agarro de esa posibilidad, como si fuera la sortija de una calesita: una forma de la suspensión que, lejos de un freno, habilita un avance.
Tres. Como me pasó con Ripley en Netflix (“aunque no parece de Netflix”, subrayó un amigo), caí rendida también con Sugar, la nueva serie de Apple TV+. Sí, está el imbatible Colin Farrell (suspiremos). Sí, incluso lo hacen nadar, así que sale en más de una ocasión en cuero (otra vez). Sí, el personaje tiene un pasado que lo perturba y eso lo vuelve encantador y misterioso (de nuevo). Sí, es un homenaje al noir, a Los Ángeles, al cine. Pero otra vez, hay algo con el tiempo de la serie que la hace especial o más interesante que la historia en sí. Es que John Sugar es un investigador privado al que un millonario le paga para que encuentre a su nieta díscola que está desaparecida, una historia contada mil veces. Pero hay una particularidad: como el protagonista es cinéfilo, en las escenas de la serie se van intercalando imágenes de clásicos del cine policial, un homenaje directo y hermoso que logra colarse en medio de la acción. La intriga, el caso, la posible resolución vendrán, sí. Pero antes, bienvenidos esos paréntesis.
Cuatro. Todo eso que me parecía nítido hasta hace un rato se desvanece –escribir es siempre asistir a algún tipo de derrumbe–. Y entonces sólo me queda otra pelota parada: la de la lectura. Tengo entre mis manos el bellísimo libro Querida amiga, desde mi vida te escribo a tu vida, de la escritora Yiyun Li, publicado por Chai Editora con traducción de Virginia Higa, que por su cadencia se asemeja también a algún tipo de reposo. A poco de empezar, me dejo llevar por un párrafo que subrayo completo. Lo transcribo.
“‘El tren se detuvo. Cuando un tren se detiene en medio del campo entre dos estaciones, es imposible no sacar la cabeza por la ventanilla para ver qué pasa’, escribió Mansfield al final de su vida. Eso es la inevitabilidad de la vida. El tren, por razones que nos resultan desconocidas, siempre se detiene entre un pasado y un futuro, y los dos hacen que este ahora parezca estar en algún lugar. Pero es esa cualidad de no estar en ningún lugar lo que hay que aprovechar. Miramos por la ventanilla: los arrozales y los campos de alfalfa son cosa del pasado, han sido reemplazados por viñedos y almendros. Hemos llegado hasta aquí; quizá sea razón suficiente para continuar el viaje”.
Mil lianas es una guía deforme de pelotas paradas esta vez, de frenos ilusorios, de situaciones imprecisas para hacerle frente a la inercia. Hemos llegado hasta acá, que es bastante.
1. Nada es verdad, de Veronica Raimo. “Nunca supe si mi padre se enteró o no de mi fuga de amor a Ascoli. Nadie mencionó el asunto y poco a poco lo no dicho se convirtió en algo distinto, una complicidad que nos negábamos a admitir y que por tanto nos volvía más cercanos y desconfiados”. La narradora de Nada es verdad (Libros del Asteroide, 2024), de Veronica Raimo, oscila entre esa cercanía y esa desconfianza en las páginas de este libro tan gracioso como punzante. Se trata de un relato que, a modo de memoir familiar, recupera momentos de la infancia y la adolescencia de la narradora, que creció en un barrio de Roma con una madre omnipresente e intensa, un padre indescifrable y un hermano visto por todos como un ser intachable.
Llena de inquietudes y con mucho humor, desde su presente como escritora esta joven reconstruye, a partir de capítulos breves y feroces como ramalazos, escenas donde se ponen de relieve las expectativas, los secretos y los mandatos ocultos en ese hilo siempre tirante que anuda cualquier vínculo familiar. Convertida en un pequeño éxito editorial en su país, la novela ahora llega al país con traducción de Carlos Gumpert.
De visita por estos días en la Argentina, Veronica Raimo nació en Roma, en 1978. Es escritora, guionista y traductora. Ha publicado las novelas Il dolore secondo Matteo (2007), Tutte le feste di domani (2013), Miden (2018) y Nada es verdad, ganadora del Premio Strega Giovani y el Premio Literario Viareggio-Rèpaci. Ha publicado el poemario Le bambinacce (2019) y en 2012 escribió el guión de la película Bella addormentata, dirigida por Marco Bellocchio. Ha traducido del inglés a autores como F. Scott Fitzgerald, Ray Bradbury y Octavia E. Butler, y colabora en diversos medios gráficos.
La novela Nada es verdad, de Veronica Raimo, salió por Libros del Asteroide.
2. Los libros del mes. Con la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires cada vez más cerca (el 23 de abril comienzan las jornadas profesionales y el 25 es la apertura para el público general, como contamos acá), las editoriales con sede en Argentina se preparan este mes con una notable cantidad de lanzamientos. Pese a la crisis que atraviesa el sector, en abril llegan a las librerías –y, espero que pronto, también a las bibliotecas públicas– libros de Liliana Heker, Paul Auster, María Moreno, Susan Sontag y Alejandra Kamiya entre muchísimos otros y otras.
En este enlace pueden encontrarse con una breve guía que armé. Y en las próximas ediciones de Mil lianas seguramente les cuente más sobre algunos de ellos.
La guía con algunos de los libros destacados de abril se puede leer por acá.
3. Series. Hablábamos arriba de Ripley y de Sugar, en mi visión dos de las mejores series que se pueden encontrar por estos días en las plataformas más populares (recordatorio: en este enlace pueden leer un resumen con los lanzamientos del streaming más destacados de abril).
En el caso de la miniserie de Netflix (otra vez: una que no parece de Netflix), el protagonista es interpretado por el actor irlandés Andrew Scott en la piel del célebre estafador creado por Patricia Highsmith. La serie, que como decíamos antes le huye al vértigo, se despliega a lo largo de ocho episodios.
Sugar, por su parte, es una producción disponible en Apple TV+, con Colin Farrell como John Sugar, un detective privado cinéfilo que recorre en un descapotable la ciudad de Los Ángeles para intentar encontrar a una joven que desapareció repentinamente. También se trata de una miniserie de ocho episodios, que se van estrenando todos los viernes (con el de hoy, ya hay tres capítulos disponibles para ver).
Los ocho capítulos de Ripley están disponibles en Netflix, mientras que los de Sugar se estrenan los viernes en Apple TV+.
Banda sonora. Dos noticias alentadoras me sirven como excusa para seguir engordando nuestra lista de canciones compartidas (sí, esa que siempre encuentran en este enlace). Por estas horas Disney+ presentó el tráiler del documental The Beach Boys, que estará disponible en esa plataforma a partir del 24 de mayo. El legendario grupo pop liderado por Brian Wilson se merecía este homenaje, que, según prometen sus productores “muestra la historia desde sus orígenes humildes y presenta imágenes inéditas y entrevistas nuevas con los integrantes de la banda Brian Wilson, Mike Love, Al Jardine, David Marks y Bruce Johnston, además de otras celebridades de la industria de la música”.
La segunda: en la muy próxima edición del Bafici 2024 –arranca el 17 de abril, las entradas ya están a la venta y por acá pueden leer una selección de películas que hizo Diego Batlle– se podrá ver la película Segundo premio, un largometraje de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez que ya desde su afiche promete cierta intriga. “Este (no) es un film sobre Los Planetas”, señala, en referencia a la increíble banda española indie que surgió en los ‘90 (sí, también una de mis favoritas).
Segundo premio es la primera canción del tercer disco de Los Planetas, Una semana en el motor de un autobús (1998), un material que, según los expertos, cambió para siempre el sonido del rock alternativo en español y marcó a una generación de músicos y fans. Según pude leer por acá –ya tengo mis entradas así que más adelante les contaré–, el largometraje reconstruye con un tono muy particular los días de gestación de las doce canciones que integran el disco, entre disputas, corazones rotos y un pulso vital que, como suele ocurrir con los asuntos verdaderamente importantes, invita a los músicos a seguir sin radar y también sin pausa.
¡Hasta la próxima!
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