Es difícil ver Una casa hecha de astillas (A house made of splinters, en inglés) y no sentirse una niña otra vez. Esta película, filmada en un hogar transitorio de menores en el este de Ucrania y nominada en los últimos premios Oscar como mejor largometraje documental, es una oda a la niñez, una niñez muy diferente a la que muchos conocemos. La fortaleza de estos niños y niñas reinventa el sentido de las grandes palabras. Amistad, amor, sufrimiento, bronca, sueños, esperanza cobran un sentido nuevo y a la vez tan viejo como el viento. Es una sorpresa tras otra porque estos niños y niñas parecen de película pero son de la vida real.
Azad Safarov nació en Azerbaiyán y llegó a Ucrania en la década de 1990 junto a sus padres. Es periodista y documentalista y trabajó en la producción de esta película del director Simon Lereng Wilmont, a quien también asistió en la dirección. La historia, estrenada poco antes del inicio de la invasión rusa de febrero de 2022, se centra en la vida cotidiana en un refugio temporal para niños en la ciudad de Lysychansk, a 20 kilómetros de la frontera con Rusia, una región atravesada por el conflicto y la guerra desde 2014. Eva, Sascha, Polina y Kolya son los protagonistas principales.
La película aún no está disponible en las plataformas de streaming en Argentina pero llegará, aseguró Safarov, en una entrevista con elDiarioAR, organizada por Ucrania Resiliente, sitio web de noticias sin fines de lucro organizado por ucranianos en distintos idiomas.
“Cuando conocí a estos niños en el albergue -afirmó Safarov-, entendí el gran desafío que tienen en sus vidas: sus padres son drogadictos o alcohólicos y por eso perdieron la patria potestad. Pero estos niños no sólo tienen problemas dentro de sus familias, tienen problemas dentro de su país. Así que se quedaron atrapados entre dos guerras: la guerra dentro de sus casas y la guerra de Rusia a Ucrania”.
Las y los protagonistas de esta historia están en un hogar a la espera de una decisión judicial: si son regresados a sus familias, adoptados por terceros o enviados a un orfanato de manera definitiva. Podría ser contada en muchos otros países, incluida Argentina.
No es un documental sobre la guerra pero Safarov asegura que expone las consecuencias del conflicto armado que Ucrania enfrenta desde 2014, las mismas consecuencias que teme que la actual guerra en Ucrania profundice en su país.
“He estado trabajando en periodismo desde 2007 y he estado trabajando en la zona de guerra desde 2014. He estado bajo el fuego, en trincheras, pero filmar en el refugio fue lo más difícil para mí en términos emocionales porque cuando los niños llaman a sus padres y les preguntan si vendrán a visitarlos para sus cumpleaños y obtienen una respuesta que no esperaban porque los padres les dicen que no les importa, que se van a reunir con sus amigos, no puedes ser neutral, quieres tomar el teléfono y gritarle a los padres: ‘¿Estás loco? ¿Cómo puedes hacer esto?’”.
Durante el desarrollo de la película, Safarov conoció a Olena Rozvadovska, referente de derechos humanos en Ucrania, y juntos fundaron la ONG Children's Voices Foundation para prestar apoyo psicológico y psicosocial a los niños afectados por la guerra en su país. “Lo que enfrentan en sus familias muchas veces es también consecuencia de la guerra porque la situación en esta parte de Ucrania desde 2014 ha empeorado. La gente pierde su trabajo y no todos están luchando y cuidando a sus hijos. Algunos de ellos están comenzando a beber, a usar drogas. Estas consecuencias de la guerra están debajo de la superficie, pero las sentiremos en unos años”, aseguró el documentalista a este medio.
-¿Cómo fue trabajar en una película con niños que no son actores y que viven en una situación de vulnerabilidad permanente?
-Es difícil filmar adultos. Es más difícil filmar niños. Pero el mayor desafío era filmar a niños que perdieron su confianza en los adultos. Sus padre perdieron la patria potestad, les dijeron muchas veces que los iban a a ir a visitar, que los iban a ir a buscar para llevarlos de regreso a sus hogares. Y siempre les fallaban, los adultos no cumplían su palabra. Así que empezamos dejando a un lado la cámara para pasar tiempo con ellos y hablar. Tenés que jugar a las cartas, al fútbol, comer con ellos, tomar el té para entenderlos mejor. Les explicamos que teníamos un permiso de los adultos del albergue para estar ahí pero quiénes decidían estar o no en la película eran ellos, los niños. Les dijimos: “Si no quieres que te filmen, simplemente levanta la mano y no te filmaremos”. No recuerdo que nadie levantara la mano. La mayoría necesitaba atención. Pero también debíamos tener cuidado porque Olena nos explicó que los niños podían considerar a cada adulto como padre potencial, como una familia adoptiva potencial. Debíamos explicarles honestamente que sólo estábamos ahí para filmar sus vidas y que no podíamos adoptarlos. Pensamos que iban a reaccionar mal pero en cambio lo aceptaron. También les dijimos que no podíamos filmarlos a todos y a veces había celos entre los niños que querían ser filmados. Paso a paso, comenzamos a ganarnos su confianza.
-¿Cómo fue esa segunda etapa de trabajo?
-Después de algunas semanas, comenzaron a decirnos que generalmente por la noche jugaban a las cartas y a hacer predicciones, como si fueran videntes. Nos contaron muchos de sus rituales. Por ejemplo, cuando alguien se va del albergue, le da un regalo a cada persona del refugio. Nuestro mayor logro fue cuando algunos de ellos nos permitieron filmarlos fumando. Al principio se escondían y salían corriendo cada vez que los veíamos fumando. Sabemos que fumar es malo, pero no podíamos dejar de demostrar este hecho porque si no sería una película de ficción sobre ángeles, no sobre la realidad. Después de nueve meses de filmación, nos permitieron llegar a su “club de fumadores”, como llamaban al lugar donde iban a fumar, sólo para estar allí, y más tarde para filmarlos. A veces venían a preguntarnos si nosotros creíamos que debían irse con una familia adoptiva o esperar a que su familia biológica cambiara y viniera a buscarlos. Fue la pregunta más difícil, no sabía qué responder. Se que puede sonar a sólo palabras bonitas, pero en realidad los niños te pueden enseñar muchas cosas.
-¿Qué aprendió de ellos?
-Aprendí de ellos lo que significa la amistad. La verdadera amistad. El momento más trágico, para mí, fue cuando dos chicos se estaban despidiendo porque uno iba a un orfanato y el otro era enviado a un segundo orfanato porque no había familia de adopción para ellos y sus padres continuaban bebiendo alcohol, sin recuperar la patria potestad. Se estaban despidiendo y no dijeron nada, ni una palabra. Solo se abrazaron y se quedaron pegados el uno al otro por un par de minutos. Eran mejores amigos. Les gusta ayudarse mutuamente en todo, protegerse, darse seguridad el uno con el otro. No necesitaban hablarse en esa despedida. También me enseñaron que no importa quiénes sean sus padres, los niños siempre protegerán a los padres, siempre los amarán y lucharán por ellos. Y lo más sorprendente para mí fue cuando vi que con sólo tres años, Christina -una de las niñas, hermana de Kolya- se despertaba, armaba su cama, se ponía sola su vestido y se arreglaba el pelo antes de ir a desayunar, todo lo hacía por sí misma. Mis sobrinas, que tienen siete años, no hacen nada solas, mi hermano y su esposa las ayudan en todo. Pero estos niños en el refugio aprendieron que dependen de sí mismos. Son muy autosuficientes. Aun así, necesitan la atención y el amor de alguien, pero son muy independientes. A veces pensamos erróneamente que los niños no entienden nada, no pueden hacer nada. Esta película muestra que los niños no son débiles, son personas poderosas y fuertes. Es una película sobre cómo los niños luchan por su felicidad, luchan por su infancia, incluso en esta guerra.
-¿Cómo convencieron a las autoridades del refugio para que los dejaran filmar? ¿Cómo fue ese proceso?
-Fue todo un desafío. Obtener permisos en los orfanatos a veces es como en el sistema penitenciario. Es un sistema muy cerrado y la idea de periodistas trabajando allí les suena a que va a terminar en un escándalo. Así que pasamos meses explicando que somos documentalistas y que íbamos sólo para mostrar la vida de los niños. Nos tomó unos cuatro meses y medio convencer al gobernador de la región de que nos diera acceso a este lugar. Y luego hablamos con el jefe del lugar y el jefe del servicio de niños para conseguir este acceso. También nos llevó mucho tiempo ganar su confianza y luego de ver la película terminaron de entender nuestro trabajo y nos felicitaron. Tengo un gran respeto por el periodismo, soy periodista, pero creo que a veces es muy difícil en la pequeña historia de televisión explicar lo que enfrentan los niños en la guerra. Tanto esta película de Simon (Loreng Wilmont, el director) como la anterior, El ladrido lejano de los perros (2017), explican al mundo la situación de los niños en Ucrania y cómo impactó la guerra de Rusia en nuestros niños.
-¿Qué cree que cambió en la vida de los niños a partir del documental?
-El mayor logro para nosotros no es haber sido nominados al Oscar. Uno de nuestros protagonistas, Kolya, es un niño que actúa como un tipo rudo, solíamos llamarlo “mitad diablo, mitad ángel”, es muy inteligente. Nadie creía que iba a ser adoptado porque tiene un temperamento difícil. Y él no es culpable de eso. Cuando estrenamos el documental, hicimos una proyección en Lysychansk para los locales por habernos ayudado en esta película, y uno de los funcionarios locales que vino a la proyección vio a Kolya y comenzó a hacer todo lo posible para adoptar a este niño. En noviembre, vino a nuestra oficina en Kiev y nos dijo muy emocionado: “Gracias a su película, encontré a mi segundo hijo”. Fue una gran sorpresa y una alegría muy grande. Estábamos preocupados por su futuro. No queríamos que se quedara en el orfanato. Sabemos que si se quedaba allí, su futuro no iba a ser bueno. Con él, nos reuniremos una vez al mes, por lo menos, viene a la oficina y nos ayuda, después va a jugar con la PlayStation. Realmente ha crecido.
-¿Sabe qué sucedió con los demás?
-Con los otros niños todavía nos mantenemos en contacto, ayudándolos, brindándoles ayuda psicológica y humanitaria. Además, cuando comenzó la guerra, hubo evacuaciones en la región. No podemos decir dónde están actualmente pero están seguros en Europa, en el extranjero. A Simon no le gusta contarlo públicamente, pero está recaudando dinero en sus proyecciones en festivales para los niños y está enviando donaciones para que la propia fundación les proporcione ayuda. También estamos reuniendo dinero específicamente para los protagonistas de la película porque todavía están en condiciones vulnerables, incluso en las familias de acogida. Necesitamos apoyarlos también para que obtengan una buena educación, para que tengan alguna posibilidad. Tanto Simon como Monica Hellström, la productora de la película, hacen mucho para ayudarlos. Así que creo que la película los cambió en el buen sentido, pero creo que esa película también nos cambió a nosotros, no sólo porque desencadenó la formación de la ONG sino porque cambió nuestra comprensión de los niños y su problemática.
-¿En qué sentido cambió su comprensión sobre los niños y niñas?
-Los niños entienden todo y sienten todo. En esta guerra, no es posible ocultarles algo a los niños. A veces, las madres nos llaman y nos dicen que sus maridos murieron hace medio año en el frente, pero no saben cómo explicarles a los niños. Yo creo que los niños ya lo saben, lo sienten y no puedes ocultarles la realidad. Saben quiénes son los enemigos. Saben que los rusos atacaron su tierra. Saben lo que significa el bombardeo. Saben ya muy bien lo que es estar desesperado y perdido. En la fundación tenemos una línea de ayuda a niños en el extranjero y recibimos llamados en los que los niños nos dicen que tienen depresión e ideas suicidas. Cuando estaba filmando la película, entendí que a veces los niños y los padres intercambian sus roles. Los niños eran en realidad quienes cuidaban a sus padres. Una de los niñas del orfanato estaba tan preocupada por sus padres, que habían quedado en el este de Ucrania, tras la evacuación, que empezó a cortarse la mano. Fue desgarrador ver esto. Sus padres, adictos al alcohol, no se preocupan por ella en absoluto, pero ella sentía que los había dejado atrás y sentía culpa, se lastimaba a sí misma. Sólo tiene 13 años.
-El cine ha demostrado que puede cambiar realidades. ¿Por qué le pareció insuficiente y sintió la necesidad de crear una ONG?
-Cuando filmamos esta película, no teníamos ninguna intención de crear una ONG. Luego de un par de meses, entendimos que podemos ir a los festivales de cine, podemos ir a los festivales de derechos humanos, o podemos mostrar esta película al defensor del pueblo, pero entendimos que también necesitamos actuar y mostrar un ejemplo de cómo puedes ayudar a estos niños. No puedo simplemente confiar en las acciones de alguien después de que haya visto mi película. Entendí que necesito actuar también ahora. También me estoy rindiendo homenaje al niño que fui. No quiero que Rusia tenga ninguna posibilidad de destruir mi país o de perturbar la vida de nuestros hijos. No quiero que Rusia secuestre nuestra historia y pretenda que les pertenece. No puedo cerrar los ojos, hacer otra película y olvidarme de los niños. El plan de Rusia y Putin es destruir nuestro futuro y tenemos que actuar ahora. No podemos decir “ganaremos la guerra y luego volveremos al tema”. Necesitamos ayudar a estos niños ahora a sobrevivir porque quedaron atrapados entre dos guerras.
-¿Cómo fueron los primeros pasos de esta ONG?
-Cuatro meses después de que empezáramos a filmar, nos reunimos con la voluntaria y también defensora de los derechos de los niños, Olena Rozvadovska, y dijimos: tenemos que hacer algo, necesitamos ayudar a estos niños porque en diez años definitivamente repetirán el comportamiento de sus padres y sus hijos también llegarán a este refugio, como atestiguan las trabajadoras del refugio, que han visto a niños y niñas del albergue crecer y regresar como padres que pierden la patria potestad. La psicóloga de la ONG empezó a visitar el albergue y se ocupó de los niños y también de las trabajadoras que llevan más de 20 años trabajando allí y nunca tuvieron un psicólogo para ellas. Hay cierto estigma en Ucrania y en todos los países post soviéticos sobre la ayuda psicológica porque la gente piensa que los demás dirán que es un “psicópata” por ver a un psicólogo. La mayoría de los trabajadores del refugio son mujeres fuertes, pero después de la primera sesión lloraban.
-Las autoridades de Ucrania informaron que al 3 de junio han detectado 19.505 niños ucranianos deportados por Rusia de su país. Además, el 17 de marzo último la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra el presidente ruso, Vladimir Putin, por las deportaciones de los menores ucranianos, consideradas crímenes de guerra. ¿Se ha topado con estos casos?
-Como periodista, me reuní con algunos orfanatos en la región de Jersón y en Jersón mismo (en el sur de Ucrania) y las autoridades me contaban las historias de cómo los soldados rusos llegaban a los albergues con las ametralladoras y se llevaban a los niños de allí. En un pequeño pueblo, el alcalde me contó que había 55 niños en un pequeño refugio, cuyos padres, en la mayoría de los casos, perdieron la patria potestad. En marzo, cuando la gente del pueblo supo que los rusos vendrían, se reunieron con los trabajadores de este orfanato y decidieron dividir a los niños y esconderlos en las casas fingiendo que eran sus sobrinas, sus parientes, o simplemente los acogieron porque sabían que en la región los rusos se estaban llevando a los niños de los orfanatos. En junio, soldados llegaron a punta de pistola al refugio y comenzaron a interrogar a los trabajadores sobre dónde estaban los niños. Lograron salvar a estos 55 niños, pero no lograron salvar a otros 15, que los rusos tomaron en otra aldea y los trajeron al refugio. Días después, volvieron para llevarlos. El jefe del lugar me dijo que fue el momento más difícil de su vida porque los niños estaban llorando y no querían ir, entendieron que los iban a llevar a Rusia. Nuestra ONG está recopilando todos estos hechos y haciendo informes todos los meses sobre estos crímenes rusos, que ya presentamos en Viena ante la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa). Oficialmente son 19.505 los niños secuestrados por rusos en Ucrania, pero créanme, hay unos 100.000 secuestrados. No sólo se llevaron niños, sino familias. Todos deben ser regresados a sus hogares ahora.
ED