“Empezó a aparecerse por mi escritorio y a ponerse atrás de mi silla para hacerme masajes. Una, dos, tres veces. A la cuarta me pidió que me acueste en una camilla. Reiteradas veces dije que no, trataba de escapar de esa situación diciendo que yo estaba bien, que no necesitaba masajes, entre otras excusas que no tuvo ganas de escuchar. Ante la insistencia, accedí. Después de eso comenzaba a moverme la ropa con la excusa de los masajes y llegó a sacarme la remera y el corpiño. Cada vez que me masajeaba, intentaba tocarme alguna parte íntima”.
En febrero de 2021, Antonela Comito empezó a trabajar como secretaria en el consultorio particular de Marcelo Azpeitia, odontólogo y docente de la Facultad de Odontología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). El hombre hizo un trabajo fino, fue corriendo los límites de manera gradual: primero le hacía comentarios sobre la intimidad entre Antonela y su novio, luego comenzó a tocarle el culo diciendo que era sin querer y pidiéndole que no le contara a nadie. Después vino la insistencia con los masajes. Antonela dice en la denuncia penal que le hizo a su jefe que a él “no le importaba si había pacientes esperando, hasta que tocaron timbre y dejó de hacerme masajes. Con vergüenza y ganas de llorar fui a cambiarme y ahí fue donde, agarra, me corre el corpiño y me toca una teta”.
En esa misma denuncia penal que radicó el 25 de mayo pasado, Antonela declara que en agosto tuvo un resfrío y su jefe le recomendó que comprase un corticoide para que él se lo aplicara. “Cuando me lo fue a aplicar, me hizo bajarme los pantalones hasta la rodilla, siendo que en otro lugar donde me lo he aplicado nunca tuve que bajarmelo”.
Después de haber transitado una depresión, de pasar noches enteras sin dormir y no poder levantarse de su cama, la preocupación de Antonela está en las mujeres que vendrán. Sabe que, siendo profesor de la Facultad de Odontología de la UNLP, Marcelo Azpeitia tiene contacto con otras jóvenes y puede hacerles lo mismo que le hizo a ella. No se equivoca.
A Valeria (su nombre real se omite para proteger su identidad) leer la denuncia pública de Antonela le hizo abrir los ojos. De manera instintiva se alejaba cada vez que su profesor se acercaba a corregirla en la materia de Cirugía cátedra “A”. Sus amigas hacían lo mismo. Y es que Marcelo es bastante “toquetón”, le gusta pasar distraído y tocarle la espalda baja a sus alumnas.
La noticia sobre la denuncia de Antonela salió en el diario El Día de la ciudad de La Plata. A pesar de tener el perfil público en redes sociales y que la comunidad estudiantil hablara del tema en los pasillos de la Facultad, ninguna autoridad de la institución se comunicó directamente con ella. Enviaron un email al diario El Día para mostrarse a disposición con la joven. Por su parte, luego de haber sido denunciado públicamente, Azpeitia fue a la facultad a dar su clase como cualquier otro día y a la semana siguiente se empezó a correr la noticia de que se había tomado licencia.
Si te quejás, no te recibís más
El abuso de poder que ejerció Marcelo Azpeitia no es algo extraño en la institución. Algunos docentes se dieron cuenta que estar detrás de un escritorio les daba poder sobre los alumnos. Tuvieron en sus manos los proyectos de vida de muchos jóvenes y les hicieron saber que si se quejaban, el sueño de ser odontólogos se iba a demorar más de la cuenta. O podía no llegar nunca.
Valeria pensó en denunciar cuando se enteró de la noticia del abuso a Antonela. Pensó en contarle al titular de la cátedra que Marcelo Azpeitia la tocaba a ella y sus amigas, pero tuvo miedo. También pensó en dirigirse a la Secretaría de Género de la Facultad para hablar con Paula Tomas, secretaria del área, pero tuvo miedo. Como muchas otras alumnas, postergó la denuncia hasta terminar la materia. Y es que existe una verdad instalada en la facultad: si te quejás, no te recibís más.
“Ante el hecho de público conocimiento, desde el Centro de Estudiantes, repudiamos enérgicamente todo hecho o situación de abuso y/o violencia. Si estás viviendo situaciones de violencia acercate al Departamento de Género en la facultad o llamá al 144 o 147. Derecho a una vida sin violencia”, publicó el Movimiento Odontológico Independiente (MOI), el 5 de mayo, 5 días después de la denuncia pública que hizo Antonela en redes sociales. En la historia de Instagram no se aclaraba a qué situación se referían.
El Movimiento Odontológico Independiente (MOI) es una agrupación estudiantil que lleva más de tres décadas de elecciones ganadas ininterrumpidamente. En el 2022 ganó con el 86.7% de los votos, frente al 11.4% que sacó Franja Morada, la única alternativa que se presenta históricamente dentro de la facultad. La relación entre el centro de estudiantes y la gestión de la facultad es estrecha. Varios ex-militantes del MOI hoy son docentes y otros tienen cargos de autoridad dentro facultad.
A mí no me va a pasar
En tercer año de la carrera Agustina (su nombre real también se omite para proteger su identidad) creyó que si se anotaba con Sergio Seara en la materia práctica Odontología Preventiva y Social (OPS), iba a lograr lo que tanto había esperado: atender a un paciente por primera vez. Pensó que a ella no le iba a pasar eso que se decía como un secreto a voces: que Seara acosaba a sus alumnas. Pero le pasó.
Agustina dedicó muchas semanas llenando fichas de pacientes que atendían sus compañeros de cuarto y quinto año. En cada clase le preguntaba a su profesor cuándo la iba a dejar atender. Hasta se había comprado instrumental de años superiores para que no le faltara nada. Seara le respondía que tenía que esperar. Le preguntaba a su alumna qué notas tenía en el resto de las materias.
Una tarde, en una salita del barrio platense de Abasto, Agustina estaba llenando una ficha de un paciente sentada sobre un banquito de madera. Se puso las hojas sobre las rodillas. Sergio Seara se acercó por detrás. “De un momento para el otro siento que me agarra desde abajo de las tetas y me las toca y me endereza. Me dice: ”Así no vas a llegar a los cuarenta“, explicó Agustina y agregó: ”No hay un manual de cómo contestarle a un docente que me está tocando una teta. Hizo como si no hubiera pasado absolutamente nada. Después me dijo que tenía que trabajar la ergonomía porque estaba muy encorvada“.
Su compañero vio la situación, se quedaron todos en silencio. El profesor acostumbraba a llevar de vuelta a los alumnos en su auto. “Ese día, un compañero que se dio cuenta que yo me había sentido súper incómoda, me dijo: ”no, yo te llevo“. Iba para otro lado él, no tenía por qué hacerlo, pero no quería que me fuera con el profesor”, contó Agustina. “Tampoco hablamos del tema. ¿Viste esas cosas que quedan en ese silencio raro?”, apunta.
La relación con el profesor se empezó a poner más tensa. En el razonamiento de Agustina: “Si la estaba yendo a pasar como el orto por lo menos que pueda atender y aprender, que era lo que yo quería”. El profesor se ponía cada vez más rígido con impedírselo. Hubo una clase en la que faltaron sus compañeros de años superiores y Agustina vio la oportunidad de atender por primera vez.
–Bueno, Sergio, hoy es mi día ¿no? Hoy voy a poder trabajar.
–¿Querés trabajar? Bueno, armate el sillón que ahora vas a trabajar.
Seara hizo ingresar a la sala a un niño de 6 años con su madre, aunque recién en 5º año los alumnos aprenden a atender a niños, no solo por la dentadura, sino también por el trato que deben tener hacia los pequeños.
Agustina terminó de llenar la ficha con los dientes afectados de su paciente sabiendo que no tenía la experiencia para atenderlo: no sabía por dónde empezar. Entonces decidió llamar al profesor.
“Yo en la caja de tercero no tenía instrumental para niños. Él agarró un instrumental que nada tiene que ver con sacar caries y me dijo: 'bueno, vamos a usar esto porque no tenés nada'. Y, adelante de la mamá de mi paciente, me dijo: 'Bueno, empezá a raspar esto bien despacito como acariciás a tu novio a la noche, así, hasta que no quede nada', recuerda Agustina. Empezó a lagrimear. Como pudo, intentó arreglar el diente y volvió a llamar al profesor.
“No bueno, correte, ¿ves? al final no podés hacer nada”, le dijo Sergio Seara frente al pequeño y su madre. Le terminó el arreglo mientras Agustina se quedó observando cómo lo hacía.
Después, Agustina le hizo completar los datos a la familia y cuando terminó, la mujer le dijo: “Yo escuché todo, quedate tranquila. Yo quiero que vos me atiendas”. Durante todo ese año, la mujer fue paciente de Agustina. “Una espera que la otra persona salga espantada, pero creo que se apiadó completamente. Durante un año hablamos de lo que había pasado y ella siempre me dijo que si necesitaba ayuda, contara con ella”, recordó la alumna.
Agustina quiso hablar con la gestión de la Facultad por el abuso que había sufrido. Pero cuando se acercó al profesor que ella creía que la podía ayudar, él le respondió: “Yo te dije que no te anotes en OPS (Odontología Preventiva y Social) con él”.
“Cuando termina la cursada, ya el clima era un horror porque después de eso no hay vuelta atrás. Yo no lo quería ni mirar a Sergio. Él como si nada, y yo ya le tenía asco directamente. Él sabía que lo estaba contando”. Decidió hablar con el Centro de Estudiantes y le dijeron que debía juntar cinco denuncias anónimas y que las iba a recibir Emilio Amaro, quien era Secretario de Asuntos Estudiantiles. “Yo en ese momento dije que no, porque nadie iba a querer denunciarlo”.
Al año siguiente, ella estaba tomando mates con quien era entonces presidente del Centro de Estudiantes y actual profesor, Lucas Murciano, cuando él llamó a otros dos profesores. “Lucas les dice a los profesores que yo tenía que hacer una denuncia, pero yo les respondí que no quería denunciar porque no me sentía cómoda. Y me empezaron a rosquear que si yo juntaba cinco denuncias anónimas, que esto se podía presentar a Gabriel Lazo, el decano”.
–Supongamos que yo hago esto, ¿cómo sigue? –preguntó la joven.
–Bueno, hay una parte de la denuncia donde estarías vos en una mesa con (el decano) Gabriel Lazo y Sergio Seara –le responde uno de los profesores.
–No voy a denunciar a Sergio.
“Me insistieron dos veces más y nunca más”, completa.
ElDiarioAR se comunicó con las autoridades de la facultad, el Decano Gabriel Lazo y la Secretaria de la Facultad de Odontología Género Paula Tomas. Ambos negaron estar al tanto de los casos, a excepción de la denuncia pública y penal que hizo Antonela Comito hacia el profesor Marcelo Azpeitia. El decano aseguró que Azpeitia no está dando clases en la facultad. “El problema es privado, se generó en el consultorio. Nosotros no tenemos injerencia en los consultorios privados”, afirmó.
Por su parte, Paula Tomas aseguró que desde que se abrió la Secretaría de Género de la facultad en 2019, “no hemos tenido hasta el momento casos puntuales en la facultad sobre profesores. Nada importante”.
Seis veces la misma materia
El caso de Julián es la profecía cumplida. Como en los otros casos, su apellido fue omitido para resguardar su identidad. Julián tuvo que rendir seis veces la misma materia. Creyó que no se iba a recibir nunca más, tuvo ataques de ansiedad y pasó noches sin dormir.
“Sé que en la página 524 del libro de Microbiología hablan de espiroquetas, me sabía el libro con las páginas, me sabía las diferencias entre las ediciones de los libros. Por ejemplo, de una edición a otra sabía qué información cambiaba, porque él por ahí te hacía una pregunta y vos le respondías tal cosa y él te respondía: ”No, porque eso es de la versión anterior“.
Durante el curso de ingreso tuvo de profesor a Leandro Tomas. Julián ya había escuchado que, como profesor de OPS, Leandro elegía a los alumnos de la comisión del ingreso que fueran rubios y de ojos claros para que cursaran con él en primer año. Julián cumplía con esas características y fue uno de los elegidos. “Ustedes tres van a ir a mi OPS, van a ser amigos míos”, les dijo el profesor a Julián y dos compañeros más.
La cursada con el profesor le gustaba mucho, incluso lo eligió en 2º año también. Lo que más le gustaba a Julián era que podían trabajar y realmente aprendía. Sin embargo, durante los tiempos libres, Leandro Tomas abría Facebook desde su celular y recorría los perfiles y las fotos de “los traidores”.
Los traidores eran alumnos que habían cursado con él y que, no estaba muy claro por qué y tampoco le preguntaban, estaban en una especie de lista negra. “A este lo desaprobé por traidor”, solía decir el profesor.
Julián intentaba pensar que esos alumnos habían hecho algo para entrar en la lista negra de Leandro Tomas. Hasta que le tocó ser uno más de ellos. El 25 de octubre de 2012 Julián estaba en su casa estudiando en su computadora de escritorio cuando recibió este email:
Asunto: “LEER. MUY IMPORTANTE Y RESPONDER”.
Tené mucho ojo con lo que hablás de mí. Ya me vinieron a contar lo que dijiste de mi (tengo testigos a disponibilidad), es información falsa muy grave! y “DELITO”!!!
Ya avisé que te sigan grabando y/o filmando, ni bien tenga pruebas hablo con las autoridades de la Facultad y te hago expulsar por Facultad y Universidad! (no se le puede dar el título a alguien con la mente tan enferma!!) y además te inicio acciones legales , vas a recibir una carta documento de la Dra. Ana Rosenfeld que es la Abogada de mi Familia, porque lo que dijiste a varios alumnos sobre mi persona es delito de Injurias y calumnias (art. 110 C.P), ya estoy asesorado. Yo soy una persona de bien y lo que vos dijiste denota en forma desmedida el ánimo de dañar mi reputación, acusándome de manera falsa de hechos aberrantes y ficticios. Lo que dijiste afecta mi honorabilidad y dignidad dañando mi buen nombre y honor ante el resto, soy una persona honesta y “limpia” (15 años de docente avalan mi trayectoria intachable tanto en La Plata como en Buenos Aires). De lo que me acusas nunca vas a tener pruebas porque lo que dijiste solo está en tu mente perversa y sucia “no en la mía”, eso nunca se me cruzó ni cruza por la cabeza ni por un segundo (es una aberración no hay manera de concebirlo y es IMPERDONABLE!) no necesitamos reproducir lo que salió de tu boca.
Me defraudaste como alumno y especialmente como persona, sos un mediocre y un pésimo alumno, que Dios te ayude! Te recomiendo un muy buen psiquiatra y espero que te retractes de tales dichos. Por el momento queda todo en suspenso, pero voy a estar esperando que te disculpes para no tener que llevar el asunto a mayores.
Leandro Tomas“.
Entró en pánico, lo releyó mil veces para entender qué era eso que tanto le había molestado a Leandro y que no especificaba en el email. Durante esa noche pensó en cuál podría haber sido el desencadenante de tanto enojo. Intentó recordar cada encuentro con él durante las clases. No le encontró sentido.
Al día siguiente, se acercó a la Facultad y lo buscó. Estaba en un pasillo hablando con otra profesora.
–Leandro, vengo a hablar porque me mandaste un mail. Quiero saber qué fue lo que te dijeron, porque te aviso que yo no dije nada. No tengo nada en contra tuyo.
Leandro le dio la espalda.
–Vos sabrás, vos sabrás, ya está.
A partir de ese momento, Leandro Tomas dejó de dirigirle la palabra. Pero lo peor que le pasó a Julián, fue tener que rendir esas seis veces Microbiología, materia de la que Leandro era su profesor. Cada bochazo le hacía más real la idea que circulaba por los pasillos desde el ingreso: si un profesor te toma de punto, no te recibís más.
Julián tuvo que pedirle a su madre que viajara a La Plata para hablar con la Facultad. Recién en ese momento, le permitieron rendir con otra profesora y aprobar en el sexto intento.
Algo tienen en común estos relatos: están unidos por el miedo y la resignación de saber que denunciar es comprarse un problema. Se encontraron con personas con poder que les hicieron creer que mejor es no decir nada.
Julián lo resume: “Por ahí te plantás un poco y ya metés presión. Ahí nadie podía meter presión de nada. Eras un número y lo que dijeras, quedaba ahí y te cagaban. Te convenía quedarte calladito y seguir de largo”.
Si tenés querés acercar información sobre abusos en la facultad de odontología de la UNLP podés hacerlo a laragperiodismo@gmail.com
LG/MG