Aunque pensar con una “voz interior” se considera universal, se trata de uno de los fenómenos cognitivos más escurridizos y difíciles de documentar. Tanto, que el primer científico en estudiar a fondo este diálogo interno, Lev Vygotsky, dijo que era tan misterioso como “la cara oculta de la luna”. Este psicólogo ruso se interesó por el tema a principios del siglo XX mientras estudiaba la forma en que los niños aprendían a hablar y elaboró la siguiente hipótesis: los bebés primero escuchan las instrucciones de sus padres, más tarde las repiten en voz alta y finalmente interiorizan ese discurso, que se fusiona en su mente en forma de pensamiento verbal y los acompañará el resto de sus vidas.
Pero, si ese tipo de voz interior es tan importante para pensar, ¿por qué algunas personas dicen carecer de ella? Esta es, en parte, la pregunta que se hicieron el investigador de la Universidad de Wisconsin-Madison Gary Lupyan y su equipo al diseñar una serie de experimentos recientemente publicados con individuos que dicen no tener voz interna. “La gente lo define a veces como una vocecita en tu cabeza, que aparece en tu mente cuando pensás o cuando leés, pero a nosotros nos interesaba porque es algo que la gente asume como universal, pero no todos experimentan”, explica el investigador.
A la caza de la voz interna
Para abordar este misterio, los autores diseñaron una serie de ingeniosas estrategias a través de cuestionarios online. Una de las pruebas, por ejemplo, consistía en ponerles dos imágenes y pedirles que indicaran si los nombres de los objetos representados rimaban (lo que fuerza a pensar en cómo suenan las palabras). En otra, les ponían series de palabras o números que luego debían decir al revés (para lo que repasar mentalmente las palabras sería una aparente ventaja).
El resultado fue que los sujetos que decían no tener voz interna –lo que bautizaron como “anendofasia”, por la ausencia de “endofasia” o monólogo interior– tardaban un poco más que el resto en culminar estas pruebas, pero su tasa de éxito era solo un poco peor que la de los demás. “Esto lo que nos dice es que hay muchas estrategias para completar ciertas tareas”, explica Lupyan. “Pensamos que recordar requiere recrear los sonidos en tu cabeza, por ejemplo, pero hay otras formas de hacerlo. Y nos da también una imagen de la variabilidad que hay a la hora de pensar y de la flexibilidad de la cognición humana”.
El resultado nos habla de la variabilidad que hay a la hora de pensar y de la flexibilidad de la cognición humana
A juicio de los autores, el resultado confirma que para pensar en conceptos verbales no hace falta recurrir a una vocecita interior. También encuentran una correlación entre la falta de voz interna y la falta de capacidad de generar imágenes, condición conocida como afantasía. “Contrariamente a la creencia popular de que uno es un pensador verbal o visual, las imágenes verbales y las imágenes visuales están de hecho correlacionadas positivamente”, escriben. “Otra de las cosas que vimos es que se trata de un continuum en el que la distribución es muy similar a la que encontramos en la imaginación visual”, añade Lupyan. “En una escala del 1 al 5, la mayoría de la gente se sitúa en el 4. No tenés una distribución normal alrededor del medio, sino escorada a la derecha”. Y nadie usa esa voz interior todo el tiempo para pensar: “Hay mucha variabilidad en la misma persona, depende de lo que estés haciendo en cada momento”.
Pensamientos borrosos
Para Agustín Vicente, profesor de lingüística de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) que lleva años estudiando la voz interior, este último aspecto cuadra con los que se documentaron en otros experimentos, como los del investigador estadounidense Russ Hurlburt. Este científico trató de “atrapar” la voz interna a través de una aplicación de móvil (Ipromptu) que avisa al sujeto de forma aleatoria varias veces al día y lo fuerza a anotar qué está pensando en ese momento. Como una emboscada para sorprender a la vocecita en acción. “Pero, si comparas lo que la gente pone en los cuestionarios y lo que anotan con esta app, hay enormes discrepancias”, advierte Vicente. “Hay personas que dicen que tienen la voz todo el tiempo y la app les muestra que no, y al contrario”.
Las conclusiones del propio Hurlburt sobre la naturaleza del pensamiento van en ese sentido: es mucho más enrevesado y complejo de lo que podría parecer, porque en nuestra mente suceden muchas cosas a la vez. “Este estudio también demuestra que no tener voz interior, aparentemente, no constituye ninguna desventaja”, opina Vicente, quien estudió el fenómeno en personas con afasia y autismo. “Los sujetos pueden hacer este tipo de tareas sin necesidad de que medie el lenguaje, aunque cómo lo hacen todavía está por ver”.
Una forma de “afantasía”
Helene Loevenbruk, líder del laboratorio de Psicología y Neurocognición del CNRS y una de las mayores expertas mundiales en la voz interior, considera que las pruebas con las rimas y la memoria de este trabajo son interesantes, pero el hecho de que el estudio fuera online no permitía comprobar si los participantes hablaron en voz alta para hacer las pruebas. “La conclusión tiene que ser replicada en el laboratorio, para asegurarse de que todo se hace en silencio”, observa. En todo caso, opina, “demuestra que podés tener memoria verbal incluso si no tenés voz interior; los sujetos pueden pensar, solo que no piensan con un componente auditivo”.
La especialista tiene una visión diferente de la que tiene el equipo de Lupyan sobre este fenómeno y considera que se trata de una manifestación de la “afantasía”, pero en el plano auditivo. “Se discutió sobre la voz interior desde hace siglos, pero el interés se recobró recientemente a raíz del descubrimiento de pacientes sin imaginación visual por investigadores británicos”, argumenta. En 2015, tras la descripción del equipo de Adam Zeman del fenómeno de la afantasía, decenas de personas empezaron a contactar con los investigadores relatando no solo la ausencia de imaginación visual, sino la imposibilidad de recrear sonidos, olores o la sensación del tacto.
Nosotros decimos que la gente que no tiene esa voz interior cuando hablan consigo mismos tiene una afantasía auditiva/verbal
“Nosotros decimos que la gente que no tiene esa voz interior cuando hablan consigo mismos tiene una afantasía auditiva/verbal”, asegura Loevenbruk. La investigadora está convencida de que estas personas hablan consigo mismas, pero la diferencia es que lo hacen sin sonidos. Para demostrarlo ella y su equipo trabajan en el diseño de pruebas de neuroimagen que muestran la ausencia de actividad en la corteza auditiva en las personas sin voz interna. “Por eso creo que el término elegido por los autores de este trabajo es confuso, porque anendofasia sería absoluta ausencia de ‘voz interior’, pero incluso los que dicen que no tienen ‘voz interior’ hablan consigo mismos con conceptos, aunque no oyen voces”, sentencia.
A pesar de estas diversas aproximaciones, esta ‘voz fantasma’ sigue siendo un misterio para la ciencia. La forma más directa de materializarla en la mente es leer un texto en silencio, cuando se produce la llamada “subvocalización”, que es el nombre que recibe la producción de esa voz imaginaria, la nuestra o la de otras personas, cuando leemos. Otro ejemplo para entenderla lo aporta el neurocientífico y escritor Oliver Sacks en su libro Veo una voz (Anagrama, 2003), en el que contaba el caso de un niño que perdió paulatinamente la audición y que a los 7 años descubre que deja de oír esa ‘voz fantasma’ de las personas si se cubren la boca. En realidad no las oye, porque ya se quedó sordo, pero lo que él espera oír al leer sus labios se reproduce en su cabeza.
En la cabeza de un ‘anendofásico’
Aunque se estima que esta ausencia de voz interna afecta a solo alrededor del 2% de la población, Loevenbruk cree que el estudio del fenómeno puede ser muy revelador para conocer cómo pensamos. “Creemos que las personas con esta condición no pueden probar cómo suena lo que van a decir antes de hablar, lo que puede condicionar cómo se expresan”, explica. “Algunas personas que entrevistamos decían haber tenido dificultades para aprender a leer, sobre todo cuando no los dejaban hacerlo en voz alta. Así que algo bueno que hacer con una persona con afantasía es dejarlo leer en voz alta cuando aprende, y así gradualmente asociará el texto escrito al significado”.
“Yo, si leyese reproduciendo mentalmente lo que leo, tardaría eones en acabar los libros”, asegura Juan, de 63 años, quien se considera una persona con nula o escasa voz interior. En su caso no recuerda haber tenido problemas para empezar a leer, pero sí hace una lectura muy rápida sin experimentar discurso interno. El equipo de Loevenbruk observó que las personas sin voz interior suelen leer más rápido, pero se traban con los textos que tienen términos complejos o en otro idioma, como las novelas negras de autores nórdicos. “Ese es uno de los puntos en los que podría ser una ventaja y una desventaja: estas personas leen más rápido, pero cuando es un texto complicado tienen que leerlo en voz alta para entenderlo”, asegura la experta.
Lo cuento todo muy breve y sin detalles. Mi capacidad para recordar las conversaciones o lo que había en la habitación es mínima
Asimismo, hay pruebas que apuntan a que la memoria autobiográfica puede ser diferente, y estas personas sin voz interna recuerdan los hechos, pero no los detalles sensoriales, visuales o auditivos. “Esto puede ser una ventaja, porque tienen menos malos recuerdos, hay pruebas de que les afecta menos el estrés postraumático y tienen menos flashbacks”, asegura. Este es el caso de Miguel, de 42 años, quien tiene un cuadro compatible con afantasía y anendofasia, y se considera un pésimo contador de anécdotas personales. “Lo cuento todo muy breve y sin detalles”, explica. “Mi capacidad para recordar las conversaciones o lo que había en la habitación es mínima”.
Para Loevenbruk, un aspecto muy interesante es que uno puede tener esta condición, de afantasía puramente visual o de ausencia de voz interna, y no haberlo advertido hasta que alguien les comentó la existencia de esta rareza. “Este hecho sugiere que pueden funcionar bien incluso sin esta ‘voz interna’, tal y como sugiere este estudio. Es realmente impactante”, concluye Loevenbruk. Es el caso de las dos personas sin voz interna consultadas para este reportaje, Juan y Miguel, quienes no fueron conscientes de su diferencia hasta hace muy poco.
“Pienso en modo abstracto las más de las veces”, dice Juan. “Al escribir traduzco y a veces no encuentro las palabras”. “En mi cabeza no hablo, hay como conceptos abstractos que se suceden sin más”, añade Miguel. “Y al leer me sucede igual, no me hace falta una voz, leo y ya está, me pasa como con las imágenes”. Respecto a cómo puede afectarles a la hora de expresarse, Juan reconoce que tiene que hacer pausas para tratar de convertir lo abstracto en palabras. Y lo mismo Miguel. “Si no lo he estructurado de antemano, las ideas salen inconexas, y me cuesta mucho transmitir lo que tengo en la cabeza”, reconoce. “Es como si las ideas se perdieran por el camino porque no son verbalizables”.
AMR/CRM