Estudio en Argentina sobre el papel térmico

Recomiendan usar guantes si se trabaja con papel de tickets porque puede ser una fuente de contaminación

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Con un encendedor y el papel de un ticket en la mano, Javier Montserrat traspasa la puerta. Una vez más va a explicar cómo diferenciar un papel térmico del resto de los papeles. Es una demostración rápida. Prende el encendedor debajo del ticket de un cajero automático, a una distancia prudente para que la llama no lo toque. “El papel se pone negro, ves”, pregunta en busca de un sí.

Montserrat es químico. Desde hace más de 20 años integra el área de química ambiental del Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), área que hoy coordina. También dicta clases.

En los últimos dos años ha buscado responder una pregunta, ¿cuáles son las posibilidades de que el bisfenol A, más conocido como BPA, presente en el papel térmico sea una fuente de contaminación del suelo y agua?  Por supuesto, no lo hace solo. La investigación es codirigida por la química Silvana Basack y cuenta con un equipo de investigadoras integrado por Soledad Nasello, Érica Beiguel, Gretel Fitó-Friedrichs, Carmen Irala, Giselle Berenstein. Cada quién aporta la especificidad de sus conocimientos.

A diferencia de otros tipos de papeles, el papel térmico tiene en una de sus caras una capa de cera que contiene reactivos químicos, entre ellos bisfenol A, más conocido como BPA. Ante una fuente de calor, esa capa de cera se funde y se produce un cambio de color. Es decir, no se necesita tinta para su impresión, sólo una punta caliente que se desplaza sobre el papel y genera un trazo. Este papel es utilizado en general en tickets de supermercado, de cajeros automáticos, en los comprobantes de peaje, en turnos de farmacia, entre otros. Se guardan en carteras, bolsillos, billeteras, y en el mejor de los casos terminan en un tacho de basura. Otros directamente en las calles o en ríos y arroyos. 

¿Por qué les preocupa el papel térmico? Porque contiene bisfenol A, una sustancia capaz de  alterar el sistema hormonal del organismo y afectar la salud. “Muchos estudios realizados en animales de experimentación y en cultivos celulares han descripto al BPA como un disruptor endócrino, es decir, que puede interferir en la regulación hormonal. Este efecto podría potencialmente vincularse con una variedad de efectos nocivos en el sistema reproductivo, en el sistema inmunitario, en procesos metabólicos (obesidad y diabetes), en funciones cognitivas, en enfermedades cardiovasculares, en daño al material genético, en formación de tumores, entre otros”, explica Basack. Aclara que “a pesar de la riqueza de los estudios de investigación realizados hasta la fecha, los efectos tóxicos del BPA en humanos no han sido demostrados”.

El sospechoso

“No podemos asegurar que el papel térmico sea la única fuente que aporte el bisfenol A al ambiente, pero parece un sospechoso bastante razonable, ya que es una tecnología que está en todas partes”, enfatiza Montserrat, apoyado en el escritorio y con el ticket utilizado para la demostración en su mano izquierda. 

El químico precisa que “la cantidad de bisfenol A libre para migrar al ambiente -es decir, pasar del papel al suelo o al agua- que hay en el papel térmico es mucho mayor que la que puede estar en otras potenciales fuentes como el policarbonato”. Es que el BPA está presente en materiales y objetos que se utilizan a diario, por ejemplo, en el policarbonato con el que se fabrican botellas y recipientes plásticos y también en el PVC de cañerías o ventanas. 

El equipo comenzó a trabajar en esta línea de investigación luego de detectar una alta concentración de BPA en el Río Reconquista, cuya cuenca atraviesa 18 municipios del Área Metropolitana de Buenos Aires, y del arroyo Morón, que pertenece a la misma cuenca. “Nuestra hipótesis era que nos íbamos a encontrar con muchos contaminantes de origen domiciliario. Así fue que encontramos cafeína, DEET (una sustancia que tienen los repelentes de mosquitos), ácidos grasos, productos de degradación de detergentes, pero también nos encontramos con el BPA, que originalmente no estaba en la lista inicial de nuestros sospechosos. Eso nos llevó a pensar cuál podría ser la fuente que estuviera generando concentraciones significativas, en términos ambientales, de BPA en las aguas de la cuenca”, explica Montserrat. Las mediciones se realizaron en el marco de la tesis doctoral de la química Gretel Fitó, investigadora docente de la UNGS, sobre contaminantes orgánicos presentes en la cuenca del Reconquista. 

Así que luego de encontrar BPA entre los contaminantes de la cuenca del Río Reconquista, el y las investigadoras decidieron analizar tres cuestiones principales, cuál es la cantidad de BPA presente en el papel térmico que se utiliza en la Argentina, con qué velocidad el BPA de los tickets pasa desde el papel hacia el suelo y el agua, y también cuáles son las velocidades de degradación del bisfenol A en el agua y en el suelo. También estimaron cuál es el riesgo al que están expuestos los y las trabajadoras que están en contacto permanente con este papel y para la población en general.

Uno de los experimentos consistió en estudiar qué pasaba con el papel térmico cuando está enterrado. Así que enterraron el papel térmico y fueron midiendo, a medida que pasaba el tiempo, cuánto bisfenol A quedaba en el papel y cuánto había pasado al suelo. “Si haces el mismo experimento con agua, migra mucho más rápido. En prácticamente tres horas y media, todo el bisfenol A que hay en el papel pasa al agua”, comenta Montserrat. Luego de los ensayos, que se realizaron en el marco de la tesis doctoral de Soledad Nasello, pudieron determinar que el 60% del BPA que hay en el papel térmico puede migrar hacia el suelo en 72 horas y que casi la totalidad del BPA, el 99 %, puede migrar hacia el agua en 30 horas.

Estimación del riesgo

También estimaron cuál es el riesgo de los y las trabajadores que están en contacto permanente con este papel y el riesgo para la población en general. Para ello, tomaron como punto de partida una normativa del estado norteamericano de California, que establece que hay riesgos de exposición, a través del tacto, cuando una persona está en contacto con más de 3 miligramos (mg) al día. Como primer paso, realizaron una encuesta entre los y las trabajadoras del área de química ambiental para saber con qué cantidad de papel térmico estaban en contacto al día y por cuánto tiempo, es lo que se conoce como Consumo Diario Estimado, EDI, según sus siglas en inglés. “Es una aproximación, aquí hay que hacer un trabajo estadístico más exhaustivo”, aclaran Basack y Montserrat. Tomando como referencia los valores de la encuesta realizada, encontraron que “la población general tiene unos niveles de EDI de 1.6 mg/día, es decir la mitad del límite máximo, con lo cual no hay riesgo”.

Para el caso de los y las trabajadoras de supermercados, estaciones de servicios y bancos, entre otros, que manipulan tickets todo el día, el nivel de ingesta diaria estimada estuvo entre 52.3 y 109 mg/día. “El nivel de exposición es considerablemente superior al nivel de dosis máxima sugerida por el Código de Regulaciones de California que es de 3 mg/día”, enfatizan en el artículo publicado recientemente en Environmental Science and Pollution Research.

Química especializada en ecotoxicología, Basack aclara que es importante tener en claro que el riesgo asociado a una sustancia química es el resultado de dos factores: la toxicidad intrínseca de la sustancia y la exposición a la misma. “En general, controlando la exposición se puede controlar el riesgo, o sea, minimizando la exposición, el riesgo puede disminuirse”, indica.

Tanto Montserrat como Basack explican que para el caso del BPA, las exposiciones dérmicas podrían tener una mayor relevancia toxicológica que la exposición por vía oral, ya que actualmente existe control en la calidad de los materiales utilizados para contener alimentos, como es el caso de mamaderas sin BPA para infantes. Además remarcan que para evaluar la exposición en seres humanos, los estudios futuros deberán realizarse por medio de biomonitoreo, es decir, mediciones de BPA en la población. “Una vez evaluado y esclarecido el impacto en relación con el uso del papel térmico que contiene BPA, de ser necesario, se deberán generar políticas públicas para minimizar la exposición.

En cuanto a las tecnologías que podrían reemplazar el papel térmico utilizado actualmente en la Argentina, explican que en Europa se está utilizando un componente “primo hermano” del bisfenol A, aunque todavía no se conoce mucho sobre su toxicología, y proponen como idea, que el papel térmico sea tratado como una corriente de residuos diferente.

“Mientras no haya una definición al respecto, creemos que minimizar la exposición para los trabajadores que están más en contacto, mediante el uso de guantes podría ser una medida preventiva”, enfatizan Basack y Montserrat.

MB