Seis de cada diez personas que hacen ciencia en la Argentina son mujeres. Sin embargo, solo el 22% de los cargos directivos en instituciones científicas está ocupado por ellas. Las causas de este fenómeno, conocido como techo de cristal, son múltiples: una mayor carga de tareas de cuidado, micromachismos cotidianos, acoso sexual y distintas formas de violencia de género son factores que se van superponiendo e impactando en el desarrollo profesional de las científicas hasta expulsarlas del sistema.
Como cada 11 de febrero, hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, una fecha que busca reconocer el trabajo de las científicas, inspirar vocaciones en las más pequeñas y visibilizar las barreras que enfrentan para crecer en sus carreras.
“En la actualidad, a pesar de los avances que hemos tenido, ser mujer y ser científica sigue siendo un gran desafío. A veces se siente como una doble jornada laboral. Si bien los índices demuestran que vamos ganando más lugares, el techo de cristal es una de las barreras que todavía tenemos que resolver. Las situaciones de acoso y violencia machista también nos siguen sucediendo”, dice a elDiarioAR la bióloga Antonella Carabajal, integrante de la colectiva Amautas Huarmis, de Santiago del Estero.
En los últimos años, surgieron numerosas agrupaciones de investigadoras que buscan combatir las desigualdades y violencias que sufren en el ámbito laboral. La pionera en el país fue la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT).
Ver para creer
“Con todos los problemas que tenemos, ¿vos venís a plantear esto? Esto no es un problema”, le decían a Ana Franchi, doctora en Ciencias Químicas y actual presidenta del CONICET, en la década del ’90.
“Esto” era lo que hoy se conoce como desigualdad de género y lo que ella pretendía de las autoridades de ciencia y tecnología de ese momento era que, aunque sea, reconozcan la existencia del problema. “La ausencia de mujeres en lugares de gestión era enorme. No había presidentas en institutos de investigación, ni rectoras en universidades, solo unas poquísimas decanas”, cuenta hoy. Pero no estaba sola. En 1994, junto con la filósofa Diana Maffía y la neurocientífica Silvia Kochen, decidieron dar batalla y crearon la RAGCyT.
Como buenas científicas, lo primero que hicieron fue generar evidencia. Relevaron cuánto le llevaba a una investigadora promover de jerarquía, cuánto le llevaba a un varón, cuántas llegaban a las categorías más altas, cuántas quedaban en el camino. “Ahí empezaron a creernos. Pero hacíamos charlas y seminarios e iba muy poca gente”, recuerda. También comenzaron a juntarse con colegas de otros países latinoamericanos y supieron que les pasaba lo mismo. “Creo que el principal logro de la RAGCyT fue visibilizar el problema. Después, gracias a la potencia del movimiento de mujeres, el reclamo fue ganando mayor impulso”, afirma Franchi.
Así, a paso lento pero firme, las trabajadoras del sistema científico comenzaron a obtener nuevos derechos. En 2010, la socióloga feminista Dora Barrancos asumió como miembro del directorio del CONICET (estuvo hasta 2019) y fue, como señala Franchi, una figura clave en la conquista de esos derechos. Las becarias, por ejemplo, obtuvieron algo que solo era privilegio de las investigadoras que ya estaban en carrera: la licencia por maternidad. También se tomaron medidas como prorrogar la entrega del informe anual por maternidad o restringir el financiamiento de reuniones científicas donde no hubiera paridad de género.
En diciembre de 2019, Ana Franchi se convirtió en la segunda mujer en ser presidenta del CONICET, un organismos creado en 1958. “Todavía nos faltan muchas mujeres y disidencias en los puestos de conducción y gerenciamiento”, advierte, a la vez que remarca algunos logros recientes: “Hicimos que el Observatorio de Violencia Laboral y de Género empezara a estar presente en casi todos los CCT (Centros Científicos Tecnológicos). Pusimos restricciones a la presentación como director o directora de beca a personas que tuvieran dos denuncias por violencia de género. Estamos trabajando en la construcción de nuevos jardines maternales y esta semana inauguramos un lactario en el CCT de Santa Fe”.
Cinco científicas argentinas, sin repetir y sin soplar
El surgimiento de las redes de científicas suele tener orígenes similares: alguna charla, taller o espacio donde se encuentran colegas del mismo u otro instituto y descubren que las violencias se repiten de forma sistemática. “No te embaraces hasta que termines la tesis” fue una frase reiterada de director/a a becaria, según relevaron las Trabajadoras de Ciencia y Universidad (Buenos Aires, 2017). “Ahora no se les va a poder decir nada porque todo es acoso o maltrato”, escucharon las integrantes de Ciencia Sin Machismo (Puerto Madryn, 2018). “Las mujeres no paran de embarazarse”, fue una de las frases recibidas por las Mujeres Trabajadoras del Centro Atómico Bariloche y el Complejo Tecnológico Pilcaniyeu (Bariloche, 2019).
La colectiva Amautas Huarmis nació en 2017, a partir de una actividad similar. Relevaron comentarios machistas recibidos por jefes y compañeros y realizaron una pegatina con las frases en los institutos de investigación. Su nombre viene del quechua y significa “mujeres sabias”. “Nuestro objetivo es ayudar a derribar los estereotipos de género en ciencia porque determinan desde temprana edad el desarrollo profesional que las mujeres podemos tener. Un estudio publicado en la revista Science relevó que las niñas, ya a los 6 años, respaldan estereotipos que asocian ciertas capacidades intelectuales a los varones, desalentándolas a seguir disciplinas como física e ingeniería”, explica Carabajal.
Para derribar esos estereotipos, la colectiva llevó experimentos científicos a las aulas y organizó el concurso de cuentos “Cientichicas de mi país”, donde los y las niñas conversaban con investigadoras reconocidas y escribían sobre ellas. También hicieron actividades para los más grandes, como las charlas “Birreando mitos” y el concurso de microrrelatos “Grandes mujeres, en pocas palabras”. Ahora están trabajando en la publicación de los libros que compilarán esos relatos.
Quienes también trabajan sobre los estereotipos de género en ciencia son las “Científicas de Acá”. La bióloga Julieta Alcain, la tecnóloga Carolina Hadad y la comunicadora Julieta Elffman se conocieron en el año de la pandemia, mientras hacían un curso de comunicación de la ciencia. Un día, una preguntó: “Si tuvieran qué nombrar cinco científicas argentinas, ¿en quiénes piensan?”. Se quedaron en blanco. “Incluso siendo del ámbito de las ciencias, no se nos ocurría. Por eso, decidimos hacer un listado de científicas argentinas, del pasado y del presente, para empezar a conocer sus historias”, cuenta Alcain. Al poco tiempo, se sumó al proyecto la química y divulgadora científica Valeria Edelsztein.
Comenzaron contando esas historias a través de hilos de twitter y tuvieron tan buena repercusión que los hilos se convirtieron en libros. Uno es el que ellas llaman “el libro grande” y compila una treintena de relatos acompañados con hermosas ilustraciones. El otro, “Científicas de Acá para colorear”, se presenta hoy en Tecnópolis y es una especie de adaptación del primero. Para Alcain, el mayor logro de la iniciativa es el que se materializa en los mensajes que les llegan a diario. “Una amiga me contó que la hija, de 5 años, vio una imagen en Tecnópolis y dijo ‘a esta señora la conozco, está en mi libro de señoras importantes’. Eso para mí es de las cosas más lindas de este proyecto”, afirma.
Los libros se pueden conseguir en la web pero, además, todo el contenido está disponible online para que el factor económico no sea limitante del conocimiento. “También estamos trabajando para que, por cada libro infantil vendido, podamos donar otro a escuelas rurales, cárceles, hogares y merenderos -dice Alcain-. Eso nos entusiasma mucho porque es tender redes con otras aliadas estratégicas para que las científicas lleguen realmente a todos y todas”.
Las violencias abiertas de América Latina
El continente latinoamericano comparte muchas desigualdades estructurales y la de género no es la excepción. Por eso, así cómo surgieron redes de científicas en Argentina, lo mismo fue sucediendo en otros países de la región. En Chile, la Red de Investigadoras (RedI) se constituyó como asociación en 2016 y hoy nuclea a más de 180 personas. Uno de sus logros más importantes es que el proyecto de ley que presentaron para prevenir y sancionar el acoso sexual, la discriminación y la violencia de género en instituciones de educación superior se convirtió en ley el año pasado (N° 21.369). Las instituciones que no cumplan con la normativa no podrán obtener acreditación nacional.
En este punto, las científicas chilenas se encontraron con un nuevo obstáculo. Luego de hacer las denuncias, se toparon con represalias. “Muchas compañeras hemos recibido denuncias en nuestra contra tras visibilizar casos de acoso sexual en la academia, interpuestas en los juzgados por los acosadores denunciados, ya sea como recursos de protección o querellas por injurias y calumnias. Por eso, es necesario proteger a quienes denuncian”, dice a elDiarioAR la bioquímica Adriana Bastías, presidenta de la RedI.
El año pasado, el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de Chile lanzó una política de género pero Bastías considera que “es binaria, de corte liberal” y que para que se materialice en acciones concretas debe ser más interseccional. Mientras tanto, las investigadoras siguen generando acciones para fomentar vocaciones científicas en las más chicas. Para este 11F, organizaron un concurso de dibujos infantil donde las niñas se dibujen a sí mismas haciendo ciencias.
En tanto, la Red Peruana de Ciencia, Tecnología y Género es una de las más recientes. La idea surgió de las sociólogas Estefanía Pomajambo y Alizon Rodríguez. “En 2019, vimos que había al menos diez redes latinoamericanas de ciencia y género. Estaba la mexicana, la argentina, la chilena, etc., pero faltaba Perú”, cuenta Pomajambo. La investigadora señala algunas especificidades del caso peruano, donde las violencias se multiplican: por ser mujer, por ser negra, por ser campesina. “Tenemos una herencia de violencias estructurales y un cruce de orígenes que acentúan la discriminación. Perú es un país muy conservador. Estamos lejos de lo que han podido transformar Argentina, Chile y Uruguay”, considera.
Otra desigualdad que señala la investigadora es en el acceso a una educación de calidad. “A las mujeres se nos fomenta poco a hacer investigación. A mí me costó identificarme como científica social y algo similar les pasa a mis compañeras. La mayoría trabaja para ONGs, estados, mineras, pero hacer investigación y publicar libros está más reservado para los hombres. Otra dificultad que identificamos al conversar con compañeras son las violaciones y manipulaciones emocionales por parte de compañeros a compañeras”, relata Pomajambo.
En el 2020, realizaron una serie de seminarios virtuales sobre ciencia y género en los que participaron referentes de distintas partes del mundo. También difundieron el trabajo de las científicas peruanas a través de las redes. Este 11F, la propuesta es que las investigadoras compartan fotos en sus lugares de trabajo con el hashtag #AsíSeVe (una ingeniera, una bióloga, una socióloga). “Buscamos deconstruir el estereotipo del científico blanco, calvo y con bata, y mostrar que hay científicas mujeres, con o sin bata, de diversas edades y ciencias”, explica la investigadora.
Un problema mundial
La desigualdad de género en el sistema científico es una problemática que existe en todo el planeta. Según un relevamiento realizado por UNESCO y ONU Mujeres, a nivel mundial, las científicas son solo el 30% del total de los investigadores. Por eso, este tópico tuvo un espacio relevante en la cumbre científica internacional Falling Walls 2021. Se trata de un congreso que se realiza todos los años en Berlín en el aniversario de la caída del muro (9 de noviembre) y al que elDiarioAR tuvo la posibilidad de asistir. Una de las mesas plenarias abordó la necesidad de promover una mayor equidad de género en ciencia e innovación.
Entre las oradoras, estaba la historiadora estadounidense Londa Schiebinger, una reconocida referente en los estudios de género en ciencia. “Me gusta pensar en esto como tres ‘arreglos’. Primero, necesitamos corregir los números: traer más mujeres y más minorías étnicas. En segundo lugar, necesitamos arreglar las instituciones, cambiar las estructuras de manera que cada carrera pueda florecer. Y en tercer lugar, que es la parte a la que he dedicado mi trabajo, tenemos que arreglar el conocimiento. ¿Cómo hacemos para integrar un análisis interseccional, de sexo y género en todas nuestras ciencias e ingenierías? Hoy tenemos áreas muy importantes como la inteligencia artificial y la robótica, y necesitamos asegurarnos de que los nuevos productos van a funcionar para toda la sociedad y no solo para unos pocos privilegiados”, expresó Schiebinger.
Otra de las disertantes fue Kumsal Bayazit, directora ejecutiva de Elsevier, la mayor editorial de libros y revistas científicas del mundo en el campo de la medicina. Para ella, el problema de desigualdad de género en ciencia tiene sus raíces mucho antes de llegar a la universidad y puso de ejemplo la forma en que se enseña anatomía en las escuelas. “La anatomía suele ser enseñada sobre la figura de un cuerpo masculino del norte europeo y esa ha sido la tradición por cientos de años. Con uno de nuestros equipos, estamos trabajando para lanzar un modelo 3D para anatomía femenina y otros de anatomía para diferentes razas. Esto es importante para que las próximas generaciones de estudiantes de medicina puedan ver la anatomía desde distintas perspectivas y no solo desde la masculina”, señaló.
Por su parte, la alemana Tatjana König, especialista en derecho internacional y ex directora general de la Fundación Falling Walls, dejó en claro que el techo de cristal es un fenómeno de alcance mundial. “Si miramos diversas organizaciones en Alemania, podemos ver que la mayoría de las empleadas son mujeres pero los puestos de liderazgo son masculinos. Lo mismo pasa en las universidades. La mayoría de los graduados con doctorados son mujeres pero cuando observamos cuántos terminan ejerciendo cargos como profesores, la ecuación es inversa. Creo que es importante que tomemos decisiones conscientes al reclutar profesionales para empezar a revertir esto”, indicó.
La lucha continúa
Los problemas que enfrentan las mujeres y diversidades para hacer ciencia son muchos y diversos. Algunos son similares para todas y otros son específicos de cada país. Pero si hay algo que comparten todas las investigadoras, sin distinción de país, disciplina o edad, es que la lucha por la equidad de género continúa. “Las mujeres hemos ganado lugares gracias a la lucha pero aún quedan problemas muy enquistados por resolver, como el reparto desigual de tareas de cuidado, que impacta en una menor productividad, o tratos diferenciales más velados que terminan generando incomodidades”, indica Alcain.
Y si para las mujeres todavía hay grandes barreras, para las disidencias sexogenéricas la cosa es más complicada aún. Es como si estuvieran varios peldaños más atrás, ya que si bien hay numerosas estadísticas sobre la desigualdad de género entre varones y mujeres, la información sobre lo que sucede con las personas LGBTI+ en el sistema científico es mucho más escueta. “Es cierto que faltan datos”, reconoce Franchi. “Por eso, el año pasado creamos la Red Federal de Género y Diversidades del CONICET, para poder conocer mejor qué pasa dentro de los institutos”.
Por último, las investigadoras dedicaron algunas palabras a motivar a las niñas y jóvenes a elegir carreras científicas. “Les diría que miren cuáles fueron los grandes desarrollos científicos de la pandemia y van a ver que muchos de esos grupos están dirigidos por mujeres”, apuntó Franchi. “Probablemente su camino no esté exento de dificultades, pero somos muchas las mujeres que estamos luchando en toda Latinoamérica para que no se sientan extrañas en ningún área del conocimiento”, aportó Bastías.
En tanto, Pomajambo señaló: “Es posible que a muchas niñas les hayan enseñado que una carrera científica no es para ellas, que hayan tenido discriminaciones y una educación doméstica sexista. Yo les digo que son capaces de ser lo que deseen. Solo deben aprender a trabajar en colectividad, a apoyar el trabajo de otras mujeres, a unirse. En fin, todo eso que nosotras conocemos como sororidad”.