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Sexo virtual: una salida laboral informal en tiempos de pandemia

10 de julio de 2021 00:01 h

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En este momento, jueves por la noche, somos 2.269 usuarios mirando desde nuestras pantallas a Luna. La chica transmite en vivo desde su habitación: cama de una plaza, sábanas estampadas con ilustraciones infantiles. A la derecha de la ventana en la que Luna se muestra, hay un chat. Y en el chat, un menú de “tips”, propinas. “Muestrame tus piecitos”, pide un usuario que lleva de nombre apenas un arroba, unas letras y unos números, sin foto. Luna, que va respondiendo en el chat desde un teclado inalámbrico, sonríe pero ni atina a sacarse las medias. En este sitio de contenido para adultos la propina no es dinero físico sino “tokens”, una moneda virtual. 

Ahora somos más de 2.500 espiando a Luna, que tiene un vibrador en la vagina. Ese juguete está pensado específicamente para la interacción con los usuarios. Es decir: a las propinas que le den, a los tokens. Un usuario decide pagarle 300 tokens, lo que equivale, en el cuerpo de Luna, a 15 segundos de vibración alta del “teledildo”. La chica corcovea un poco en su ventanita. Agradece: “ténkiúúú…” y acompaña con una mueca clásica que indica... ¿un orgasmo? Llevamos más de una hora así: viendo como Luna se hace una ola con cada propina. Un token vale 0,05 centavos de dólar, pero algo va a perder entre los pasos para cobrar y las comisiones. Así que en su cuenta bancaria, la vibración hecha a discreción por aquel usuario, equivaldrá a, más o menos, 13 dólares. 

Luna es el nombre de fantasía de una joven colombiana de 19 años. Lo sabemos por su perfil. Hay más datos: le interesan los hombres, habla varios idiomas, tiene “el coño peludo” y el “culo grande”. Como ella, en Stripchat, hay miles de mujeres, varones, parejas y trans que desde cualquier lugar del mundo donde exista conexión ofrecen contenido triple X. Lo hacen en vivo, vía stream, en sitios específicos. Los muros de esas webs tienen la disposición de las venecitas en una pared. Son viñetas que van de lo sutil al vértice opuesto, es decir, primerísimos planos de anos o un erotismo que podría colgarse en el Museo de Bellas Artes. Algo los emparenta: lo trash, lo cotidiano y doméstico.

Además del servicio de sexcam, hay personas que venden packs de fotos o videos, caseros o producidos. O que se dedican a hacer videollamadas o sexting, o envían audios estilo dirty talk. Telegram, WhatsApp o los mensajes privados en redes sociales son otras vías de circulación de material. Ninguna de estas opciones implica contacto físico o presencialidad en otros lugares que no sea el ámbito de dominio de quien se exhibe. El distanciamiento social está garantizado y es, al mismo tiempo, los que los distingue. 

El ofrecimiento de sexo virtual se convirtió en una opción laboral en tiempos de Covid-19. Las plataformas explotaron en visitas durante la pandemia. OnlyFans, por ejemplo, sumó medio millón de usuarios por día y el año pasado facturó 2 mil millones de dólares. Quienes sostienen esa webs (y otras: Chaturbate, Cam4 y CelebTV) son personas que se definen como modelos o modelos alternativos, otros como trabajador sexual virtual con dedicación exclusiva. Algunos hacían encuentros presenciales, pero dadas las restricciones impuestas por el virus tuvieron que “reconvertirse”. Hay otros para los que significa un ingreso extra que los incomoda o todo lo contrario: opera a su favor en cuestiones de placer

Luna sigue en su ventanita juntando propinas. Salvo para participar del chat y adquirir monedas, el sitio no pide registro. Basta entrar y mirar. Fuimos más de 3 mil usuarios viendo a Luna ducharse. Después nos invitó a que eligiéramos su outfit. Ganó por mayoría una falda escocesa y un top que dejaba sus hombros al descubierto. Maquillada y peinada, se sentó en su sillón gamer para responder en el chat desde su celular. Somos voyeurs, anónimos totales que pagamos con plata de Internet para que Luna haga. Es que no se moverá de la pantalla hasta cumplir con la meta que se ha fijado: su día terminará cuando junte 1962 tokens.

Militantes del autoplacer o a gusto del cliente

Jade Queens es un sitio “curado”. Por ejemplo, impone límites estéticos: no permite la publicación de fotos en las que haya genitales en contacto o manos y genitales en contacto. La plataforma es argentina y surgió en 2017. Tuvo un envión en pandemia con un aumento de tráfico de un 20%. El staff también creció: 75 fotógrafos y 440 modelos venden su contenido a través de la plataforma. Un pack de 150 fotos, por ejemplo, sale en promedio 1200 pesos. La mitad es para la modelo, el 30% para el fotógrafo y el resto, para la web, que hace las transferencias a les modelos y fotógrafos a sus cuentas bancarias o fondea sus billeteras digitales.

No se trata sólo de desnudarse, sino de que el desnudo sea erótico. Sabemos, igual, que no se trata de consumo de arte, sino de un consumo para el placer sexual individual”, avisa Molly, modelo en el sitio y, también, coordinadora. Ella empezó amateur, tomándose nudes. Ahora, además de Jade Queens, Molly hace videollamadas y chateo. Las videollamadas duran diez minutos y cuestan 1250 pesos. Las coordina una vez hecha la transferencia a su cuenta o a su billetera virtual. No trabaja por horas, sino que se pone una meta de plata por día. 

“Tengo armado un personaje, sí. Pero yo milito mi placer. No me interesa tanto estar al servicio del cliente, sino pasarla bien. ¿Cómo manejo los tiempos de la videollamada…? Y… tengo programado el orgasmo para terminar en diez minutos”, dice Molly. Tiene 27 años y este es su único ingreso. Dice que está conforme con su vida económica.

Molly se define como trabajadora sexual virtual y Jesy Fux también. En 2019 un video suyo se viralizó. Era una material pedagógico, digamos: explicaba un técnica “infalible” para felar a un varón. En pandemia, Jesy no paró: “OnlyFans, un boom. Entre la pandemia y la virtualidad llegué a un público que no tenía, que ni siquiera sabían qué es el trabajo sexual virtual. ¡Ahora me siguen un montón de viejitos que se hacen la paja! Tengo tanto trabajo que me armé un team: tres asistentes y un programador. Porque en esto hay que invertir tiempo y dinero; mover, no encanutar. Feng shui, así, energía. Y delegué, porque a mí lo que me gusta es filmarme. Fue una expansión. Esta es mi única fuente de ingresos y me encanta”, dice. Instagram, censurador de pezones, ya le bajó 26 cuentas. La última tenía 200 mil seguidores: los perdió a todos. Ayer, viernes, los 121.274 suscriptores a su canal de Telegram recibimos este audio:

(ATENCION ESTE AUDIO CONTIENE LENGUAJE SEXUAL EXPLÍCITO) Este audio ha sido enviado por Jesy💋

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Tatto Boy corta el día en cuatro: a la mañana y a la tarde atiende una verdulería. En el horario de la siesta y a la noche, genera contenido para algunas webs. Está en Córdoba, donde se mudó luego de que un sugar daddy le pidiera exclusividad primero y se borrara después. Su apuesta fuerte es a las videollamadas y a la venta de packs de fotos. Dice que usa los sitios para “darse publicidad y derivar tráfico” porque prefiere hacer un contacto más personal con sus clientes, la mayoría varones. “Y además los sitios te rankean por cantidad de ‘fans’ o de tokens que vayas ganando. Eso te obliga a una competencia que no me gusta. Y si pasás al chat privado, tenés que negociar con el usuario, que te regatea”, explica. 

Su fuerte es el juego de rol. Para “hacer de alumno” acomoda su habitación como el cuarto de un estudiante adolescente. Afeitado al ras, el pelo engominado y una camisa ajustada y abierta. Para hacer “chico que toma sol”, hace un cambio de luces, abre las ventanas, pone un salvavidas sobre la cama. Y frente a la cámara del celular se unta en aceite. Del otro lado piden, él cumple. Cada transmisión puede durar dos horas. Pero prefiere acordar las videollamadas como si fueran una cita. “Le dedico tiempo a los clientes, quiero que se queden conformes con el servicio que doy. Les pregunto por qué me eligieron, qué les gustaría que haga para ellos o qué les parece que debo corregir. La ducha se pide mucho: les gusta mirarme mientras me baño, cómo juego con el agua”, sigue Tatto. Tiene 24 años y no se define como trabajador sexual virtual. Sí como modelo erótico.

Valkyria es modelo alternativa. Está a punto de recibirse en la carrera de Psicología y tiene un proyecto comercial pensado a largo plazo. Forma parte de SuicideGirls.com, una plataforma de modelaje alternativo erótico, donde hay foros de discusión sobre todo tipo de tópicos, grupos cerrados y abiertos de lectura, de diversos sectores profesionales, de neurodiversidades, veganismo, comunidad LGTBQ+, artistas, emprendedores… Valkyria también “está” en OnlyFans. 

Y sobre su actividad en ese sitio dice: “Generar contenido para adultos no me enorgullece ni es algo que podría recomendar. Mantengo mi perfil en OnlyFans por necesidad económica. Estoy invirtiendo todos mis ingresos en abrir mi local de merch oficial de anime y manga, un sueño que tengo desde muy chiquita. Mi vida no gira en torno al contenido xxx. Si no tuviera necesidad económica posiblemente no lo haría. Creo que las problemáticas que nos atraviesan están íntimamente ligadas a la coyuntura. Con las crisis económicas crece la oferta de contenido para adultos y hoy en día es ‘plata fácil’ para muchos adolescentes que no tienen acceso a percibir ingresos en este contexto”.

El material que produce solo interfiere en su intimidad si está cansada, con exámenes o con mucho trabajo con su emprendimiento. Dice que es muy concreta y pragmática a la hora de producir contenido erótico. En OnlyFans ella establece sus normas. Quienes pagan la suscripción saben que su perfil es dom, es decir, dominante.

Spoiler: “es más complejo”

¿Es un trabajo, aunque no tradicional? ¿Es un oficio, una artesanía? ¿Es un “extra”, un “rebusque”? ¿Es sólo una opción surgida en la crisis económica disparada por la pandemia? ¿Será una demanda de esta nueva vida digital que busca estímulos indoor porque “el afuera” está vedado? ¿Es una forma de empoderamiento? ¿Es otro empleo precarizado? ¿Son emprendedores?

Hay muchas preguntas porque los servicios sexuales no forzados están en discusión. Basta nombrarlo y dudar: ¿es “trabajo sexual” o es “prostitución”? Una buena cantidad de trabajadoras y trabajadores sexuales reclaman regulación y derechos básicos en la Argentina: aportes, obra social, acceso a créditos de vivienda. Del otro lado, una buena cantidad de activistas, académicos y sobrevivientes no está de acuerdo con la regulación. Sobran papers, conversatorios entre referentes que piensan parecido y municiones gruesas en redes sociales. Faltan grises, territorio y reflexión sobre las trayectorias de los sectores sociales e, incluso, individuales.

Quienes autogestionan contenido para adultos no están expuestos a la inseguridad que podría implicar un encuentro presencial, pero sí a otras inseguridades sociales. La ocupación existe, pero son trabajadores informales o no están registrados de acuerdo a la actividad a la que se dedican. Están expuestos a estafas, como cuando un cliente desconoce una transferencia en el banco o cuando les envían un comprobante de pago falso. Algunas de las personas consultadas para esta nota fueron víctimas de violencia discursiva: hay usuarios que las insultan, por ejemplo, aunque eso esté fuera del acuerdo. La virtualidad, por otro lado, no resta esfuerzo físico. A veces, incluso, pide inversión en ropa, accesorios, escenografías, sex toys, maquillajes.

La ocupación existe, pero son trabajadores informales o no están registrados de acuerdo a la actividad que realizan. Están expuestos a estafas y a violencia discursiva. La virtualidad, por otro lado, no resta esfuerzo físico.

Cobrar en dólares la moneda electrónica no es fácil en la Argentina. Hay que recurrir a intermediarios, plataformas como Skrill o Airtm, que operan como billeteras virtuales y piden datos personales. Son, además, sitios poco intuitivos y parte de la ganancia se pierde en comisiones

Hace unas semanas se presentó el libro Trabajo sexual/Prostitución. Las protagonistas hablan, una compilación de entrevistas realizada por Diana Maffia y Claudia Korol. En el lanzamiento, que se hizo vía YouTube, hubo varias expositoras. Una de ellas fue la activista travesti Florencia Guimaraes, sobreviviente del sistema prostituyente. Su exposición apuntó a estas nuevas formas, virtuales: “La prostitución remota que se cobra por links de pago”, dijo.

Hay cada vez más mujeres, travestis y trans en el mercado sexual. Con la pandemia, muchas volvieron a la esquina porque las políticas públicas son insuficientes. Pero en este tipo de prostitución remota se juega, además, la cuestión de clase.

“Esta es otra modalidad de prostitución -dice ahora Guimaraes a elDiarioAR-, a la que se accede mediante el click y que se profundizó en pandemia. Hay cada vez más mujeres, travestis y trans en el mercado sexual. Con la pandemia, muchas volvieron a la esquina porque las políticas públicas son insuficientes. Pero en este tipo de prostitución remota se juega, además, la cuestión de clase, porque tenés que tener recursos. Desde una habitación en condiciones hasta manejo de redes. Y no sólo eso, tenés que tener Internet y estar bancarizado. Un varón prostituyente, no importa en qué lugar del mundo esté, mercantiliza y objetiviza un cuerpo. Te reducen a un agujero, monetizan tu sexualidad, te cosifican”.

Del Rubro 59, unas páginas de diario que ni siquiera incluían fotos, a los sitios de escorts. De las webs de pornografía gratuita a los foros que validan con estrellitas y eufemismos (“globito”, “regalito”) la performance de la persona que se ofrece. De las reglas impuestas por los y las modelos de sexcam al erotismo a la carta según las propinas que paguen en moneda digital. Si el sexo en línea es una industria capaz de facturar millones, ¿quién tiene el poder?

VDM/SH