Somos una sociedad alcoholocéntrica y los abstemios lo sufren: “No les entra en la cabeza que no tomes”

Marta Borraz

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¿Y cómo puedes aguantar toda la noche? De la gente que no bebe no hay que fiarse. A mí al principio tampoco me gustaba, es acostumbrarse. ¿Por qué no bebes? ¿Y te lo pasas bien? Venga, un mojito, que no es lo mismo. ¿Y no te cuesta más ligar? Este poquito, aunque sea para brindar. ¿Pero lo has probado alguna vez? Anda, vamos, que hoy es un día especial.

Es difícil encontrar a personas que no beban alcohol y no hayan tenido que poner a prueba su paciencia ante la cascada de preguntas y comentarios que quienes están a su alrededor hacen con más o menos frecuencia cuando se enteran. Son abstemios en un mundo en el que el alcohol ocupa un lugar central y a veces, muchas veces, son vistos como especies extrañas a las que convencer con insistencia de que se unan al ritual de la desinhibición. La escena es común en la barra del bar, en casi cualquier evento social, en las 'cañas' de después del trabajo o en una cena en un restaurante.

“Hay un cierto tipo de presión para que bebas... La pregunta te la hacen siempre y, cuando dices que no, debes dar muchos detalles y explicaciones. Te miran como si fueras un alien, es como si la gente no se lo imaginara. Cientos de veces me han dicho 'mira, prueba esto, que sé que te no te gusta pero es que no sabe a alcohol'”, cuenta Ángel Andrés, madrileño de 30 años. Ana Burgos dejó de beber hace once, tiene 41. “Se asocia a la alegría, a la diversión, al descanso o como premio, a muchas cosas positivas. Parece que es algo que debes al otro y ahí se dan insistencias muy fuertes a veces. A mí me han llegado a traer una copa o una cerveza sin yo quererlo”, recuerda.

Hay quienes no beben ni una gota bajo ninguna circunstancia y quienes lo hacen de forma muy puntual o esporádica. Algunos renunciaron en su día a las borracheras adolescentes, otros dejaron de hacerlo más adelante, pero casi todos comparten experiencias: la gente más cercana ya lo sabe, pero en ocasiones a su alrededor emerge la incredulidad cuando responden que no beben y tras el 'no' suelen comenzar los interrogantes. “Hay algo que cuando me preguntan, se activa y es como si ya tuviera preparadas las respuestas a lo que suelen venir. ¿Alguna vez te emborrachaste? ¿Nunca lo has probado? Pero, por ejemplo, ¿has probado no sé qué (algo que consideran más suave)?”, relata Icíar Gutiérrez.

Hay presión para que bebas... La pregunta te la hacen siempre y, cuando dices que no, debes dar muchos detalles y explicaciones

Las personas abstemias, lejos de lo que pueda parecer, no son la mayoría, pero tampoco parecen ser pocos. No hay datos como tal del número de personas que se englobaría en esa categoría, pero según la última encuesta de consumo de drogas del Ministerio de Sanidad, de 2020, el 22,8% de los españoles no ha bebido alcohol en los últimos 12 meses. Eso sí, casi todo el mundo, el 93%, lo ha probado y ha bebido al menos una vez en su vida.

“Te animan y empujan a beber”

Si hay un elemento estrella que sobrevuela a las presiones que sufren los abstemios es el de la diversión. Y una premisa: no se divierten tanto. Es el prejuicio que a todas les ha tocado en algún momento combatir. “Que cómo puedes salir y pasártelo bien sin beber alcohol o divertirte y estar hasta las tantas en una discoteca son comentarios comunes. Pero yo es algo que he hecho toda mi vida, no necesito beber para divertirme, a mí lo que me da que pensar es que la gente necesite alcohol para pasárselo bien”, cuenta Icíar, que añade a la lista “otro clásico”, la típica broma de que 'no hay que fiarse de la gente que no bebe alcohol'.

El resultado, frente a la mesa, es la insistencia. “Te animan y empujan a beber. Es desde la buena intención, la mayoría de mis amigos beben alcohol, por eso creo que no tiene que ver con la gente en sí misma, sino con lo normalizado que está su consumo en esta sociedad. Si alguna vez me he pedido algo como excepción para entrar en ese momento en el ambiente general de todo el mundo, lo celebran. Es como el cometa Halley, todos quieren verte haciéndolo, es indudable que hay una presión social”, explica esta joven, que no bebe porque nunca le ha gustado y ya con el tiempo también “por una cuestión de salud”.

"Vivimos en una sociedad obsesionada con el alcohol. Se le ha conferido un poder organizativo de la vida en sociedad"

No son solo comentarios. Ana Burgos, que es investigadora en Noctámbulas, un observatorio que estudia la violencia sexual en entornos de ocio nocturno y consumo de drogas, apunta también a algunos hechos que a veces se acumulan. “Por ejemplo, el tener que compartir gastos en comidas o cenas en las que no se tiene en cuenta el nivel de consumo. No es el dinero, es la normalización, con otro tipo de droga no pasaría. Y en estos casos parece que eres la aguafiestas, que es otro estigma que sufrimos”. Icíar añade el dar por hecho que quien no bebe, conduce o que si acude a una fiesta o evento “tu bebida te la tengas que llevar tú” porque “todo lo que hay es con alcohol”.

La normalización del alcohol

“A la gente no le cabe en la cabeza que no bebas. El patrón es beber y si no lo haces, tienes que explicar por qué”, asegura. Es lo que Jacarandá Serrano, fundadora del proyecto de “activismo abstemio” No me des la lata llama “presunción de alcoholismo”, a través de la cual “se asume que todo el mundo” lo consume. “Vivimos en una sociedad obsesionada con el alcohol, ocupa un lugar central y estructural. Se le ha conferido un poder organizativo de la vida en sociedad”, añade la activista, que pone el foco en que “está presente en todas las esferas de la vida mediante mecanismos que naturalizan su consumo y abuso”.

No consumir bebidas espirituosas es, por ello, ir a contracorriente. “La socialización se hace a través del alcohol y casi es indisociable al ocio. En el aperitivo, la comida, a media tarde, saliendo de fiesta...”, ejemplifica Ángel, que cree que responde a una “inercia cultural”. Ana la define como una “sociedad superalcohólica que casi no deja espacio a otras formas de disfrutar, celebrar o encontrarnos” y lamenta “la falta de alternativas”, copadas por refrescos azucarados, “que tenemos en bares o restaurantes” las personas abstemias.

Tanta es su naturalización que hasta la Sociedad Española de Epidemiología puso en marcha una campaña para “desnormalizar” su consumo y “que deje de ser visto como una práctica habitual y positiva” frente a sus efectos perjudiciales. “No ocurre con otras drogas. El alcohol al ser legal es vista como una droga inocua o blanda, con lo cual esta presión que sufrimos quienes no lo bebemos es mucho más transversal y generalizada, atraviesa a todas las clases, edades y espacios”, explica Ana. Icíar pone otro ejemplo: “No fumar es un comportamiento social bien recibido, pero no lo es no beber alcohol aunque también es una cuestión de salud pública”.

Una mirada de género

Así, el alcohol “acaba convirtiéndose en norma social y práctica legitimada” y quienes no responden a ello, es decir, las personas abstemias, “son discriminados”, asegura Serrano, que incluso habla de “abstemiofobia”. “Hay una consideración negativa, se piensa que somos frikis, que no somos de fiar, aguafiestas, unas fueras de juego, cortarrollos, moralistas, aburridas o que damos mal agüero por brindar con agua”, ejemplifica.

"El consumo de sustancias en general está más asociado a las expectativas de la masculinidad y se aleja de lo que se espera de las mujeres"

No todas las voces consultadas comparten al 100% el uso de ese término. Ana, por ejemplo, cree lo que ocurre con el alcohol “no es comparable a otros sistemas de poder y opresión” como el machismo, la homofobia, la transfobia o el racismo. “Hay mucha presión y coincido en la crítica, pero no siento que me limite cada día y me condicione el acceso a recursos, al trabajo, a los afectos... Creo que no lo pondría en el mismo lugar”, añade.

Lo que sí comparten ambas sin ambages es que en el consumo de alcohol también hay una mirada de género. “El consumo de sustancias en general está más asociado a las expectativas de la masculinidad y se aleja de lo que se espera de las mujeres”, resume Ana Burgos, que recuerda cómo tradicionalmente la publicidad “siempre ha estado dirigida a ellos”, como un símbolo de “virilidad”. Esto hace que cuando se da un consumo problemático en mujeres, “haya prejuicios específicos” como “mala madre si tiene criaturas, fracasada, patética... No pensamos lo mismo si vemos a una mujer sola bebiendo un carajillo por la mañana en un bar que a un hombre”.

Jacarandá Serrano emplea algún otro ejemplo para mostrar esta diferencia de género. “Cuando a ella en un bar le sirven el refresco y a él la bebida alcohólica automáticamente aunque lo hayan pedido al revés” o en casos de violencia sexual, en los que el alcohol funciona socialmente “como un atenuante”, mientras que para las mujeres que hayan sufrido alguna situación de violencia sexual, tiene que ver “con la culpabilización”.