Sol Montero: “Lo que sucede a nivel discursivo no es sólo una cuestión de modos de decir; en la forma hay contenido”
Sol Montero es una intérprete lúcida de la política contemporánea. En su último libro, Avatares en el poder (UNSAM Edita) ofrece algunas claves para comprender el discurso político en las redes y sus diversas expresiones, desde la ola verde feminista hasta el fenómeno libertario.
Socióloga, doctora en Letras, docente universitaria e investigadora del Conicet, Montero se aleja del tono alarmista para analizar cómo se habla de política hoy, qué rol juegan las emociones y cómo en cada interacción digital se configuran nuevas subjetividades.
—Se observa en el libro una mirada que no se escandaliza frente a algunos desbordes discursivos de la política contemporánea. ¿Es una postura intencional?
—Cuando asumió Trump en 2016, la academia norteamericana pareció perder el juicio, todos los grandes sociólogos y politólogos estaban escandalizados. De Trump sólo podían decir que era un machista, un maleducado y un violento. Estaban tan horrorizados que no tenían categorías para abordar lo que estaban viviendo y lo miraban desde un lugar epistemológico que es muy peligroso: el de sentirse afuera. En el caso argentino, desde la campaña de 2023 y la llegada de Milei a la presidencia, creo que está pasando algo parecido. Como ciudadanos, estamos todos muy alarmados pero como académicos, hay que hacer el ejercicio de poner en suspenso el escándalo y tratar de comprender un fenómeno que es popular, que por lo menos en sus orígenes es democrático y que viene a hacernos preguntas sobre cosas que nos parecían evidentes. Milei nos llevó a hacernos preguntas teóricas y epistemológicas nuevas. Algunas están en este libro: ¿cómo impacta la puesta en escena de los discursos políticos en las redes en los modos de ejercer la política? Es decir, en las lógicas de la representación, en la construcción de liderazgos, de comunidades y de colectivos políticos. Sostengo que lo que sucede a nivel discursivo no es solo una cuestión de modos de decir, sino que en esa forma, hay algo del contenido mismo.
—En el contexto de este primer año de presidencia de Milei se ha dado en los medios un debate entre quienes sostienen que la dimensión discursiva es relevante —y preocupante— y quienes, del otro lado, argumentan que esas formas de hablar son pura distracción, y lo que importa es la economía real. ¿Cuál es tu postura?
—Es un debate que está en las ciencias humanas desde que existe la filosofía del lenguaje: lo real y la representación de lo real, el decir y el hacer, lo discursivo y lo extradiscursivo. A Foucault mismo le hacían estas preguntas: ¿qué pasa con la economía? En este libro planteo, por ejemplo, que los discursos constituyen puestas en escena y esa dimensión teatral implica un hacer. Las palabras, sabemos, tienen efectos empíricos: la palabra de un presidente puede hacer que suba o baje el riesgo país. Por eso, la postura que plantea que los discursos son meros relatos o meros ornamentos de la realidad tiende a anular su dimensión pragmática y denostar el carácter simbólico de la política.
—¿De qué manera este debate es puesto en tensión a partir del carácter tan heterodoxo en lo discursivo de Milei?
—Es imposible no ver el impacto que tiene lo que dice y cómo lo dice el Presidente. Y al mismo tiempo, pareciera que tenemos que encontrar vericuetos teóricos para sostener que esa dimensión discursiva importa. Sabemos que, en el contexto de las redes, todo mensaje violento se vuelve hiper tóxico y viral y se puede amplificar de una manera que no pasaba antes. Las palabras son capaces de construir adversarios, de trazar fronteras políticas, de dejar al otro afuera, de crear conflictos diplomáticos. Finalmente, como planteó Larreta hace unos días, las palabras importan, y esa distinción entre fondo y contenido o entre hechos y discursos es una distinción falaz.
—¿Cómo interpretás esa intervención de Horacio Rodríguez Larreta, cuando difundió un documento que analiza la violencia verbal en el presidente?
—Hay una continuidad. Cambiemos se la pasó marcando la cancha a Cristina Fernández de Kirchner sobre sus modos de hablar. Es decir, la reflexión por parte de Cambiemos sobre cómo se debe hablar en política no es nueva. Macri hizo campañas enteras desde la idea de “yo escucho, no hablo tanto, soy sencillo”. Larreta viene a hacer algo parecido con Milei, con la novedad de que toma prestado el lenguaje de las ciencias sociales y habla desde una mirada científica, con este enfoque (a veces un poco ingenuo) de contar frecuencia de palabras. Una pregunta más interesante para hacerse tal vez sea: ¿qué es lo nuevo de este gobierno en términos de violencia narrativa?¿Es una cuestión de cantidad, de grado o hay un cambio cualitativo en el lenguaje político? Una primera cosa que encontramos es la presencia permanente del insulto como palabra política oficial, que deja al otro completamente afuera, sin palabras. En segundo lugar, me parece importante subrayar que los sujetos agraviados por Milei muchas veces no son políticos, sino ciudadanos comunes, estudiantes, investigadores, periodistas, civiles….Eso instala un clima de violencia y opresión indudable. Después tenemos el elemento “redes”, “algoritmo”, “trolls” que hace que eso se viralice de una manera absolutamente desquiciada, que puede llegar a generar altos grados de sufrimiento o incluso de persecución.
—En el libro comparás a Milei con Trump, ¿qué encontrás en ese análisis?
—En relación a Trump y Milei, yo me hago la pregunta acerca de la cuestión de la verdad y la post verdad. ¿Qué pasa con el discurso de este gobierno al que no parece interesarle parecer verdadero, ni siquiera verosímil? Milei puede tranquilamente plagiar o imitar abiertamente el logo o una práctica o el modo de vestirse de Trump, y no pasa nada. Eso puede ser leído de muchas maneras: imitación, homenaje, simple plagio o cita desviada, como sucede con los memes. Internet nos pone frente a esa pregunta sobre lo falso en un momento en que todo parece ser finalmente un artificio. Desde el mismo cosplay o el disfraz, se instala la idea de que la política es un artificio, no es auténtica y por lo tanto no tiene una trascendencia.
—Desde tu mirada, ¿cómo empezó esta violencia discursiva en las redes? Por ejemplo, estudios como Muteadas, de Amnistía Internacional, señalaron que está especialmente dirigida hacia las mujeres.
—Uno podría pensar que el feminismo y la llamada ola verde fueron un parteaguas en el uso de las redes desde su lado más participativo, más creativo, en su capacidad de instaurar identidades. Y evidentemente, generó un contramovimiento y las mujeres se volvieron foco de una enorme violencia. Por otro lado, los estudios de Natalia Aruguete y Ernesto Calvo muestran que determinados temas funcionaron como polarizantes: Nisman, la destitución de Dilma Rousseff en Brasil. Las redes contribuyeron a consolidar esa polarización que seguramente ya estaba en la sociedad. A su vez, creo que podemos explicar esa banalización de la violencia discursiva por el fenómeno de la polarización afectiva, un rechazo fundado en emociones negativas.
—¿Por qué en los entornos digitales parecen rendir más las emociones negativas?
—Eso es interesante, porque esas emociones muestran un lado oscuro de la sociedad y de la política en el que todos nos podemos sentir identificados. En una conversación con colegas, pensábamos: no hay que regalarles las emociones a las derechas. Los sectores progresistas también nos tenemos que apropiar de las emociones, las negativas y las positivas. Los sectores populares, los feminismos muchas veces hablamos desde el resentimiento, pero también es fundamental apelar a emociones positivas que tengan que ver con lo comunitario. Si te enterás de que hay 1 millón de niños que se van a la cama sin comer, desde el sector progresista, ¿cómo no vas a poner en juego la compasión?
—Como usuaria de redes, ¿cómo las habitaste este 2024 tan intenso?
—En Twitter elijo no polemizar, no hablar de otros, evitar la tercera persona y el tiro por elevación tipo “los que…”, una forma que me parece tremenda porque justamente bloquea absolutamente la conversación. Puedo tener momentos críticos del gobierno, como los he tenido también de los anteriores. Lo novedoso que me pasó este año, pero por suerte en algunas pocas ocasiones, es que se armaron situaciones, que no sé si llamarlas “ataque”, en las que una especie de horda de trolls vinieron masivamente a dos o tres tweets. Hay algo del orden de la viralización que los libertarios manejan muy bien, no sé si son usuarios reales, pero sí logran tomar de punto un tweet, una idea, una cuenta. Como medidas preventivas, algunas veces tuve que ponerme el candado un par de días y evito poner todo tipo de referencia personal o laboral. Últimamente, expertos en estos temas están recomendando fervientemente dejar Twitter, y posiblemente todo tienda a eso.
—Me llamó la atención la cita al comienzo del libro. “Sé amable con nuestro lenguaje. Evita pronunciar las frases que todo el mundo usa. Piensa en tu forma de hablar, aunque sólo sea para transmitir eso que crees que dice todo el mundo. Haz un esfuerzo por alejarte de internet. Lee libros”. ¿Por qué la elegiste?
—Es del historiador Timothy Snyder en un libro hermoso que se llama “Sobre la tiranía, 20 consejos para el siglo XX”. Snyder en ese libro aconseja, por ejemplo, ser amables con el lenguaje, ser amenos, leer más libros, estar menos en internet, cultivar conversaciones casuales con los vecinos. Hubiéramos querido que las redes permitieran eso, pero sabemos que no pasó. La especialista en medios José Van Dijck hablaba al principio de Twitter justamente como una conversación casual entre vecinos, y todavía hoy tiene ese tono conversacional que es muy rico. Pero ha sido colonizado por la lógica algorítmica. Pero yo creo que hay que seguir reivindicando la conversación, el cara a cara, la práctica un poco old school de la argumentación, con su potencia democrática.
MNA/DTC
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