“Vine porque lo quiero”. Claudia apenas alcanza a pronunciar esas palabras y se pone a llorar en la esquina de Entre Ríos y Rivadavia: acaba de salir del Salón Azul del Congreso Nacional, donde desde el domingo es velado el expresidente Carlos Saúl Menem. “Empecé a militar para seguirlo a él, cuando yo estudiaba abogacía en Córdoba. Durante sus dos presidencias fui funcionaria del Ministerio de Justicia de la Nación. Todos dicen que era un hombre profundamente carismático, yo digo que sobre todo era un hombre cálido”, describe, y vuelve a llorar. Detrás de él, por Rivadavia, desde un Renault Clío bordó un hombre grita: “Hundiste al país, turco puto”.
La fila para entrar a despedirse de Menem este lunes es flaca: entran unas cuarenta personas por hora. De a ratos, la fila se desvanece hasta quedar vacía. Por momentos, la hilera aparece alimentada por camarógrafos, cronistas o productores de los móviles de televisión que rodean el Palacio Legislativo. Son más las personas abocadas a la cobertura del evento que las que se acercan sin que medie una obligación laboral. “No vendí nada todavía, pero cualquier cosa me voy a Plaza Serrano con la excusa de que fue el Día de los Enamorados”. Darío trajo una canasta llena de rosas, margaritas y gerberas: una rosa por 100 pesos, un ramo de las más baratas, 200. Espera clientes en la esquina de Combate de los Pozos y Rivadavia pero nadie se le acerca.
Sobre la explanada del Congreso hay pétalos que se desprenden de las coronas de flores que despiden a Menem. En la puerta del edificio, la de “Armando Cavalieri y señora” y la del Sindicato de Empleados de Comercio que el dirigente representa. En la antesala del Salón Azul, donde seis policías federales visten de gala y una de ellas duerme parada, las coronas de la Embajada de Qatar, del Estado de Kuwait, del diputado nacional por el PRO Cristian Ritondo, del intendente de Lanús también del PRO, Néstor Grindetti, y, con flores rojas y blancas, del Club Atlético River Plate. En el salón, al lado del ataúd, la corona enviada por el presidente Alberto Fernández y, cerca, una que dice “Pueblo y Gobierno de la Provincia de La Rioja”.
Algunos de los símbolos que identificaron a Menem se apilan sobre su féretro: la bandera argentina, la de la provincia en la que nació y gobernó, la camiseta de River. Muy cerca, otros dos símbolos que atravesaron su vida: el Jesús crucificado que representa al catolicismo, religión que el exmandatario adoptó para poder llegar a la Presidencia en tiempos en que la Constitución así lo exigía, y la luna creciente y la estrella que representan el islam, el credo de sus raíces y bajo el que será sepultado en el mismo cementerio que su hijo Carlos Saúl Facundo Menem, “Junior”. En la puerta trasera del Congreso, una camioneta del Grupo Jardín del Pilar espera para trasladar el cuerpo a San Justo a las 15 de este lunes.
“Antes de tener un cargo, fue el abogado de mi tía en Anillaco. Toda mi familia lo quiso. Por eso vine a despedir a un amigo y también a un estadista. Menem acercó a la Argentina al mundo, aunque también cometió errores, como haber cerrado trenes que cerraron pueblos”, dice Nicolás, un riojano de 59 años que se jubiló como empleado de la provincia de Buenos Aires. Ramón llega al Salón Azul con la camiseta de la Selección: “Fue uno de los mejores presidentes y lo vi cuando fue a hacer campaña a Santa Fe”, describe Ramón, de 50 años, empleado de un municipio santafesino.
Recuerdos y memoria
Antonio llora mientras se aleja del Congreso para volver a Morón: “Vengo a despedir a un amigo de muchísimos años, un compañero peronista y un expresidente. Lo conocí en el 83, porque pertenezco al gremio de la Sanidad y así lo vi por primera vez. Defendió al primer peronismo y los trabajadores”, dice. Consultado sobre los índices de desempleo y pobreza durante las presidencias de Menem, sostiene: “La primera presidencia fue muy buena. La segunda, bueno, se complicó”. Susana sale del Salón Azul con la escarapela puesta: “Gracias al presidente Menem pude concretar sueños y proyectos. Me compré la casa, estudié idiomas, viajé. Aunque no sé nada de política, para mí fue una década positiva. Tuvo errores pero eso siempre se puede esperar de un gobierno”, asegura.
Sabina es boliviana, vive en la villa 31 de Retiro y llegó a la Argentina en 1995. Se seca las lágrimas con un pañuelo de papel y dice: “El Presidente Menem nos ayudó mucho a los que llegábamos. Nos dio pensiones migratorias y documentos enseguida. Mis hijos pudieron estudiar acá y ya tengo nietos argentinos”, explica. “No me puedo jubilar porque todos los años que trabajé como empleada en casas de familia fueron en negro, así que mis hijos me ayudan”, suma.
En tres balcones de la calle Hipólito Yrigoyen, justo frente del Congreso, hay pañuelos blancos: dos dicen “Nunca más”, el otro, “Son 30.000”. Aluden al terrorismo de Estado de la última dictadura militar y rebotan contra el velatorio del Presidente que indultó por decreto a 220 ex comandantes que la integraron y 70 civiles que encabezaron organizaciones armadas durante los setenta. Un auto dobla por Callao y su conductor baja la ventanilla: “Nos hiciste mierda, hijo de puta”.
JR