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De pie frente a un auditorio completo, vestido con uno de sus característicos sacos anchos de corderoy, Douglas Hofstadter recita un fragmento del e-mail que recibió de un ofendido Ray Kurzweil: “En tu artículo sugerís que todos son unos irracionales. Excepto vos”. La gente aplaude mientras Hofstadter se disculpa reiteradas veces por el malentendido. 

En la silla contigua, Kurzweil evita el contacto visual oyendo de costado, se muerde el labio inferior y espera agazapado. El público contesta con risas a cada remate del entrañable Hofstadter: matemático, lógico, filósofo, profesor de ciencia cognitiva, políglota, ganador de un Pulitzer en 1980, doctor en Física e hijo de un premio Nobel en esta misma ciencia. Un polímata de linaje. La forma en que desenvuelve su pensamiento en público cautiva tanto o más que con aquel mítico libro “Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle” por el que fue premiado. En su obra aborda temas como el emerger de la conciencia, los límites de la lógica, el surgimiento de la vida a partir de la materia inanimada y por supuesto, la inteligencia artificial, campo al que le dedicó intensos años de investigación.

¿Este tipo está diciendo que mis hijos, mis nietos dejarán de ser humanos en la forma tal y como concebimos a los humanos? ¿Serán cyborg potenciados por nanobots, con neo-cortezas expandidas, con docenas de conciencias simultáneas?

“A veces parece como si cada nuevo paso hacia la IA, en lugar de producir algo en lo que todo el mundo estaría de acuerdo en que es inteligencia real, tan solo revela lo que la inteligencia real no es.”. Ahora está aquí, en Stanford, frente a una muchedumbre de estudiantes y curiosos, presentando una conferencia con especialistas seleccionados por él entre los que se encuentra el inventor y futurólogo Ray Kurzweil. 

Seguramente a Kurzweil se le cruce por la cabeza que este panel organizado en la Cumbre de la Singularidad en Stanford sea una sofisticada trampa mortal para su reputación como hombre de la ciencia. Tendida por el agnóstico y brillante Hofstadter, las chances de salir ileso son pocas. En el aire ya distingue algunas adjetivaciones entre el murmullo silencioso del público: vendedor de libros, mediático, pesetero, hombre de fe. Consciente de que se enfrenta a un auditorio de escépticos, sabe que le toca responder por todas las predicciones que ha venido haciendo desde finales del siglo XX en relación a nuestro futuro como especie y en particular sobre el concepto de “singularidad tecnológica” que se encargó de popularizar. Dicho de otro modo, lo que ocurriría en caso de que la inteligencia artificial nos supere y empiece a mejorarse a sí misma exponencialmente produciendo lo que comúnmente se llama “explosión de inteligencia”. Una conquista que según algunos especialistas nos solucionaría la vida; según otros, nos pasaría por encima como especie. Kurzweil predijo en sus libros, como si se tratara de un anuario astrológico, qué ocurriría con el avance tecnológico década a década, año por año, campo por campo. La cantidad de aciertos que lo respaldan es inquietante: sin ser excesivamente rigurosos ni excesivamente laxos, podríamos decir que más del 85% de sus afirmaciones se cumplen en tiempo y forma. Ningún gurú de California puede disputarle el trono. 

Hofstadter expone, dinámico y estelar, intermitentemente muy agresivo con las teorías de Kurzweil aunque sepa que aún sus propios argumentos pueden estar contaminados de sesgo personal. Confiesa que se siente condicionado por las sensaciones que le produjo leer la última obra de Kurzweil, y para hacerlas aún más evidentes prosigue a enumerarlas: perplejidad, desorientación, miedo… miedo feroz. ¿Este tipo está diciendo que mis hijos, mis nietos dejarán de ser humanos en la forma tal y como concebimos a los humanos? ¿Serán cyborg potenciados por nanobots, con neo-cortezas expandidas, con docenas de conciencias simultáneas? ¿Individuos capaces de controlar varios cuerpos, vivir en múltiples mundos, de fusionarse con las máquinas y vivir en constante éxtasis con sus infinitas amantes? ¿Serán miles de millones de veces más inteligentes que nosotros, además de inmortales? Quizás en mil años, pero no ahora Ray, no ahora.

Raymond 

En 1965, con apenas 17 años, Raymond Kurzweil fue llevado al popular programa de TV de la CBS, “I've got a secret” a tocar en piano una canción compuesta por una computadora que él mismo había creado. Años después crearía la famosa empresa de tecnología musical que lleva su apellido. Fue amigo de Stevie Wonder, enemigo de Theodore Kaczynski (Unabomber) desde la cárcel, doctor honorario de una veintena de universidades, distinguido por tres presidentes americanos y recientemente director de ingeniería de Google. 

Repite y repite, como un mantra, lo mismo que en cada simposio del que participa. Singularidad, transhumanismo, nanobots; la historia de la ciencia es clara, se vienen tiempos fantásticos; estamos por cruzar el más grande de los portales

Criado en Queens, de padres judíos refugiados, artistas ambos, Kurzweil cultivó dos intereses por encima de todos los demás: los inventos y la música. Fred Kurzweil era un reconocido director de orquesta, además de un hombre extremadamente disciplinado y ordenado. Tras su temprana muerte, a su hijo Ray no le costó conservar y archivar multitud de diarios, bitácoras, grabaciones de video, de audio, correspondencia, libros que había leído, discos que había escuchado. Ray amaba profundamente a su padre y no podía concebir que esas interminables e interesantísimas charlas en la cocina de su casa en Queens queden atrapadas en un irrecuperable pasado. Ray se sentaba a escuchar esas cintas, esas antiguas conversaciones pensando en cómo hacerlas volver. Para cada problema Ray tenía una solución, un invento, pero la muerte… la muerte… o quizás… quizás…

Stanford

Volvamos al año 2012, Stanford. Hofstadter continúa con la exposición proyectando caricaturas absurdas garabateadas por él mismo y cortando las raíces de los supuestos de Kurzweil con su navaja de Ockham. Entre otras cosas, acusa a Kurzweil de no tener en cuenta los límites de la computación y de basarse en la Ley de Moore para pronosticar que la capacidad de transistores en un microprocesador se duplican cada 2 años cuando la Ley de Moore ni siquiera es una ley natural sino una consecuencia del mercado que hallará su límite en la física newtoniana. Antes de cederle la palabra a Kurzweil, invita al resto del panel a reflexionar y tomarse en serio el futuro. Si proponemos que cambios tan abruptos van a ocurrir en los próximos años, tenemos que esforzarnos más en fortalecer fundamentos y argumentaciones. El individuo objetivo de sus palabras está más que claro.

Kurzweil sube a la tarima. Ha tomado nota de cada palabra dicha por su desafiante. Pareciera que está por responder disparo por disparo, pero no. Repite y repite, como un mantra. Lo mismo que en cada simposio del que participa. Singularidad, transhumanismo, nanobots; la historia de la ciencia es clara, se vienen tiempos fantásticos… estamos por cruzar el más grande de los portales. No duda, no tiembla, no se muerde más el labio. Sabe que todo eso va a pasar. Seguramente va a pasar. Tiene que pasar. Le alcanza con estirar su vida unos años más para alcanzar la meta de vivir por toda la eternidad. Vislumbra su otra meta, quizás la que más anhela desde el día en que su padre, Fred Kurzweil, dejó este mundo. Lo imagina de regreso en la cocina de su antigua casa en Queens, hablando de música con sus nietos, bisnietos, choznos e inagotable descendencia, disfrutándolo tanto como él lo pudo disfrutar mientras duró. Hasta se encargó de guardar sus genes con la esperanza o convicción de replicarlo biológicamente en el futuro. Hofstadter conocía bien esta historia y probablemente hallaba en ella la respuesta al convencimiento profético de Kurzweil. ¿Cómo juzgar a la locura por amor? No importa cuán brillante sea una mente, su razonamiento siempre va a estar ensombrecido por el amor: por su abundancia, por su falta.

Ahora

Volvamos al presente. “Todo lo que solía creer, se ha puesto de cabeza”. Hace menos de una semana, Hofstadter reapareció para brindar una nota para Game Thinking TV. “Nunca imaginé que las computadoras rivalizarían o superarían la inteligencia humana […] o por lo menos sería una meta que estaba tan lejos que no me preocupaba. [...] estas entidades producen respuestas inteligibles a preguntas difíciles en lenguaje natural e incluso escriben poesía. [...] no solo sentí como mis sistemas de creencias estuvieran colapsando, sino como que toda la raza humana fuera a ser eclipsada y dejada en el polvo. [...] hace que la humanidad sea un fenómeno muy pequeño en comparación con otra cosa mucho más inteligente y que pronto se volverá incomprensible para nosotros, tanto como somos nosotros para las cucarachas. [...] me abruma y deprime de una forma en la que no lo estuve en un larguísimo tiempo”.

Según Kurzweil, la inmortalidad no va a tardar más de ocho años en llegar. Hace ejercicio todos los días y realiza una dieta estricta. Consume cien píldoras diarias que le cuestan un millón de dólares al año. Dice que va a llegar. Cree que va a llegar. “Podés argumentar que filosóficamente eso no es tu padre” dice Kurzweil. “Que eso es una réplica. Pero puedo presentar un caso sólido de que sería más parecido a mi padre que mi propio padre. Si estuviera vivo”.

LB/PI