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Violencia de género y discapacidad: “El deporte me salvó”

Agustina Ciancio

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Algunas de las historias más impactantes son las que evidencian que detrás de algunas discapacidades se esconden vestigios de las formas de violencia de género más extremas: intentos de feminicidio. 

Tracy Otto, atleta estadounidense de tiro con arco, fue atacada en 2019 por su ex pareja. Como resultado de ese ataque, Tracy tiene la mitad de su cuerpo paralizado, pudiendo mover solo sus brazos y manos. También perdió su ojo izquierdo y la posibilidad de regular su temperatura corporal de forma apropiada.

Coraline Bergeron, quien representó a Francia en Badminton, fue amputada de su pierna derecha, afectada por la gangrena que se le había generado la agresión física de su pareja, la que también le había dejado nueve días internada en coma.

Tanto ellas como otras atletas que han sufrido situaciones similares coinciden en que “el deporte las salvó”. Pero no todas tuvieron la oportunidad de lograrlo: la maratonista ugandesa Rebecca Cheptegei quien falleció luego de haber sido prendida fuego por su pareja, o la de la ciclista australiana de pista olímpica y ex campeona mundial Melissa Hoskins, quien murió después de ser atropellada por un automóvil conducido por quien sería el padre de sus dos hijos.

Conocer las historias a través de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos también nos muestra  algo más: la violencia de género es una problemática global y afecta a las mujeres, niñas y disidencias de todo el mundo.

Las violencias basadas en el género pueden ser causa directa de discapacidad

El Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, publicó en su último pronunciamiento que muchas mujeres adquieren una condición equiparable a una discapacidad temporal o permanente al ser víctimas de violencia sexual o de otras formas de violencia contra la mujer –incluyendo prácticas culturales o tradicionales, como la mutilación genital-.

A comienzos de la década pasada se estimó que entre 15 y 50 millones de mujeres habían contraído la condición de discapacidad grave durante el parto. El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de la Organización de las Naciones Unidas expresó que muchas mujeres corren peligro de muerte o pueden adquirir alguna discapacidad por circunstancias relacionadas con el embarazo cuando carecen de recursos económicos para disfrutar de servicios que resultan necesarios o acceder a ellos.

En Argentina, informes del Observatorio Nacional de Violencia contra las Mujeres derivados de las llamadas ingresantes a la Línea 144, dieron cuenta de que la exposición prolongada a situaciones de violencia puede traer como consecuencia la adquisición de discapacidades, como por ejemplo, deficiencias corporales en órganos vitales (riñones,hígado), o lesiones auditivas.

Pero esta relación entre violencia por motivos de género y discapacidad no es la única que debiera preocuparnos. 

Según los -escasos- datos que existen a nivel global, el 80% de niñas y mujeres con discapacidad experimentan algún tipo de violencia por motivos de género a lo largo de su vida, teniendo cuatro veces más probabilidades de ser expuestas a violencia sexual que quienes no tienen discapacidad.  Siendo mucho más frecuente la violencia ejercida por quienes pertenecen al entorno familiar, doméstico o de cuidado. 

Esta situación se agrava en edades mas tempranas, ya que la probabilidad de sufrir violencias es cuatro veces mas alta para las niñas con discapacidad que para las niñas sin discapacidad.

Mejor hablar de ciertas cosas

Este problema suele permanecer invisible debido a la falta de conciencia sobre cómo la discapacidad se entrelaza con la violencia de género. 

Las causas que propician estas violencias son muchas y de las más diversas. Por ejemplo, los estereotipos vinculados a la discapacidad ubican a las mujeres y niñas con discapacidad como “asexuadas”, lo que conlleva a la falta de una educación sexual adecuada que tenga a ellas como destinatarias, propiciando un escenario que puede facilitar que sean victimas de violencia sexual, ante la dificultad de poder identificar comportamientos inapropiados o abusivos. A su vez, estos mismos prejuicios conllevan a la falta de credibilidad al momento de denunciar abusos.

Por otro lado, en comparación con los varones con discapacidad, las mujeres con discapacidad son más propensas a vivir en la pobreza y en el aislamiento, y tienden a percibir salarios inferiores y a estar menos representadas en la fuerza de trabajo. En consecuencia, también son más proclives a ser víctimas de violencias y a tener mayores dificultades para salir del ciclo de violencia. 

Factores como la dependencia de cuidadores, o la institucionalización, el estigma social y el limitado acceso a servicios de apoyo complican aún más su situación. Muchas veces, no se les reconoce su capacidad jurídica y se les limita su autonomía exponiéndolas a situaciones de explotación y abusos, por no poder  tomar decisiones por sí mismas. 

A contramano de los discursos oficiales que niegan la existencia de la violencia de género, los argumentos sobran para comprender que la violencia de género existe y representa una de las violaciones a los derechos humanos más graves y sistemáticas, aquí y en el resto del mundo. En Argentina se registran casi a diario nuevos hechos de femicidios: en los primeros 6 meses del 2024 hubo 151 femicidios

Las historias de superación no pueden ser el consuelo ante el horror de las violencias. La deshumanización de las mujeres y niñas con discapacidad crea un escenario que propicia la reproducción de las violencias, dejándolas en una situación de extrema vulnerabilidad.

Se necesitan políticas inclusivas que prevengan y erradiquen las violencias, y junto a estas, necesitamos también que estas voces puedan ser escuchadas y estas vidas puedan ser vistas, para que puedan ser vividas libremente por sus protagonistas.

La autora es integrante del Área Jurídica de ELA

Algunas de las historias más impactantes son las que evidencian que detrás de algunas discapacidades se esconden vestigios de las formas de violencia de género más extremas: intentos de feminicidio. 

Tracy Otto, atleta estadounidense de tiro con arco, fue atacada en 2019 por su ex pareja. Como resultado de ese ataque, Tracy tiene la mitad de su cuerpo paralizado, pudiendo mover solo sus brazos y manos. También perdió su ojo izquierdo y la posibilidad de regular su temperatura corporal de forma apropiada.