La tierra es azul como una naranja es uno de los versos más famosos de la literatura occidental, aunque hoy ni la literatura ni occidente son tan famosos. Dadaísta, surrealista, comunista, de las vanguardias artísticas y de la militancia política el francés Paul Éluard (1895-1952) conoció clímax y triunfos: el azur del ideal, el sabor de la fruta mordida, la esférica plenitud sin la cual no hay felicidad.
La terre est bleue comme une orange, antes del herrumbre de Stalin y la URSS, la usura de la Revolución Cubana, el orín de las aguas del planeta sucio. Aunque menos celestial que el del astronauta Gagarin o el satélite Sputnik, a los ojos del pasajero astronauta Bezos el mundo aún se ve redondo y celeste marino. Xi Jinping gobierna sin la lisonja de odas elementales de franceses o chilenos, pero la bandera de la nación más insidiosa de la tierra es hoy roja con estrellas amarillas. Naranjas los rayos del archipiélago de Sol Naciente que mañana inaugura sus Juegos Olímpicos. Tan occidentales las barbadas efigies anglo-germanas de Marx y Engels estampadas en la memorabilia kitsch de la centuria del Partido Comunista Chino en Pekín como el irredentismo de antorchas griegas y minoritarios triatlones y pentatlones de Tokio.
Un mundo, siete días, diez vueltas, mil y una palabras: redonda, pulposa, olorosa, a veces perfumada, sigue siendo la tierra, azul, naranja, no siempre gratificante, no siempre decepcionante, la política.
Cada jueves, El mundo es azul como una naranja será el newsletter semanal de Política Internacional de elDiarioAR. Que hoy empieza.
- ¿Qué pasa en Cuba? Stalin murió en 1953, los poetas europeos que lo lloraron nunca lo vieron de cerca, ni entrevieron la Revolución Cubana de 1959. Al menos, por entonces comunismo designaba una doctrina. Ahora a quienes dicen representarla se les recusa la representación. Llano oficialismo, como en La Habana, antes que ideología oficial o política pública. Desde fuera de la isla, el alboroto y motín de quienes quieren pan y salud se transmuta en avatar de la historia como hazaña de la libertad para quienes embadurnan de sentimentalismo y moraleja las desdichas.
- El Castillo peruano. Si de quienes se llaman comunistas se duda que lo sean, quienes son llamados así repudian el ardid, como en Lima. Keiko Fujimori no le sacó suficiente rédito a la injuria ni a la impugnación, porque en el balotaje peruano la derrotó su adversario comunista, es decir indio, es decir senderista, es decir terrorista, es decir incompetente. El 28 de julio, en Fiestas Patrias, Pedro Castillo finalmente jurará como presidente del Perú, destino que su adversaria le reclamó como dinásticamente predestinado para ella. El ex dirigente gremial se sabe tenue instrumento de una Providencia que lo deja en brazos de un concierto colectivo que estará a punto de reventar día a día.
- La política exterior de Biden. Convertir una victoria electoral en mandato plenipotenciario gracias a que el voto eligió una causa justa a la cual la Providencia debe ahora seguir acompañando con una cadena de favores es una política cuyo absurdo sólo encuentra moderada intolerancia entre los políticos. Adulados por los medios como vencedores de un monstruo populista, Joe Biden y su equipo imaginaron plausibles cuatro años en la Casa Blanca en los que, como nada cambiaría en el mundo, era posible hurtarse de él sigilosamente. Poner fin a veinte años de presencia militar en Afganistán, en un mapa que en cuarenta años de guerra tuvo en su territorio siempre parcial o totalmente una guerrilla talibana que nunca habría llegado a tanto sin el apoyo inicial de Washington cuando era antisoviética y anticomunista; liberar en Guantánamo a los presos que se pueda; intervenir en Centroamérica sólo para evitarse migrantes en la Frontera Sur; inmovilismo en Medio Oriente (salvo para la paz con Irán), en Cuba (ni una palabra hasta las manifestaciones del domingo 11, como en Israel hasta consumada la ofensiva en Gaza.
- Los últimos y los primeros en Haití. En Haití, la política de Biden de favorecer la convocatoria de elecciones -que en la práctica significa acordar legitimidad al más fuerte entre bandas y facciones y desplazar el reconocimiento del interlocutor según cambie de mano el poder- continúa la de sus predecesores, también adunados por la repugnancia a una ola migratoria caribeña, en una prosapia bicentenaria. En el Centro Pompidou, hasta julio la muestra Sismografía de las luchas expuso mil periódicos de los siglos XIX y XX hasta 1989, conexos por sus resistencias a la opresión y al colonialismo. El más antiguo de estos periodismos data de 1817 y esa publicación pionera es La abeja haitiana.
- Un imperialista espiado por una ex colonia. En el flamante blog de la New Left Review, Emilie Bickerton visitó el Pompidou y no se sorprendió de cuán exiguo espacio, in situ, dedicaba el museo parisino setentista a los sismos de súbditos sin mordaza: signo de la incomodidad de Francia con su historia imperial. Aunque jamás toleraría estos términos, en un par de meses el palacio del Eliseo osciló entre el negacionismo y la nostalgia esclavista. Lo primera vez fue plácida, cuando la conmemoración del bicentenario de Napoleón. La segunda, estridente, y no sin aristas cortantes, cuando la noticia de las verosímiles escuchas del celular del presidente Emmanuel Macron con un set de tecnología portátil comprado en Israel fue interpretada como signo de decadencia metropolitana y osadía subalterna. La República Francesa fue espiada por el Reino de Marruecos, un antiguo protectorado maghrebino, el mayor escándalo de vigilancia de una ex potencia colonial por una ex colonia aliada. Un episodio en el mucho más amplia órbita de fáciles éxitos del software PEGASUS -otro nombre griego fuera de la Hélade- y su mucho más vasta y desigual red de humillaciones metropolitanas por gobiernos marginales a los que desprecian.
- Tras la pandemia de los viejos, la epidemia de los jóvenes: récord de muertes por opiáceos. Fundada un año después de la Revolución Cubana, la NLR estrenó blog hace muy poco. Sidecar es noticioso por sobre todo, cualidad que los blogs desdeñan a menudo. Nació crítico, y trazó un somero, incisivo catálogo de blogs de revistas de izquierda angloamericanas. De Jacobin juzga que su sitio online es una lujosa cornucopia de preciosismo gráfico. En mayo, esta trimestral de EEUU anticipaba números que en julio le agriaron a Biden su fin de semestre. En 2020, hubo 93 mil muertes por sobredosis, número récord, 30% más que un año antes. La mayor cantidad de muertes, jóvenes; la mayor cantidad, por opiáceos; la mayor cantidad, por un opiáceo sintético. En el nuevo escenario geopolítico de la droga, que la cultura pop dio por sentado antes que varios gobernantes, la cocaína perdió la carrera ante el fentanilo.
- La inseguridad gana elecciones en EEUU. El Covid-19 causó 375 mil muertes en 2020 en EEUU. Biden había calculado (ambiciosamente) que el 4 de julio la población estaría vacunada con dos dosis. Ni hay campaña contra la epidemia de opiáceos, ni entra en la constelación de costosas reformas que emprendió un presidente decidido a ser un Lyndon B. Johnson sin guerra de Vietnam. La expectativa de vida bajó 1,5 años en EEUU en 2020, y tres años para la población hispana y 2,9 para la afroamericana. En esta baja de las expectativas, no es la de la atención médica la única guadaña que siega. Las muertes violentas aumentaron un 30% desde el último julio y fue el año con más homicidios en dos décadas. La inseguridad es prioridad del electorado: teme un ‘verano sangriento’ y ya premió a un ex policía en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York. Compran armas de fuego quienes nunca antes las compraron y que antes exigían prohibir la venta. El interés de Biden y de los progresistas por supervisar el presupuesto de la policía, después de la muerte de George Floyd y de BLM, va a contracorriente; la Policía incrimina al sistema de la ‘puerta giratoria’. Causas urgentes, más extendidas, de la misma reacción conservadora que ataca los derechos sexuales y reproductivos y las extensiones del derecho al voto.
- Juegos supercontrolados. Esta semana staff del Ejecutivo y del Legislativo de EEUU, se contagiaron el coronavirus. Y habían recibido doble inmunización de calidad. El mismo síndrome de ultravigilancia ante los controles que fallan para controlar a los ya controlados empezó en Tokio antes de que los Juegos Olímpicos se inauguraran el viernes 23 en escenarios gigantescos y vacíos, como el centro de prensa para 60 mil periodistas que no recibirá más que a 15 mil. El primer positivo fue Jamie Kermond, del equipo australiano de equitación- positivo por cocaína.
- Muy politizados. Pretérita la época deportiva de positividad asociada al doping. Evocará ese otro apogeo del control, en una nítida, y aun cínica, señal de la politización de los Juegos, el desfile de atletas de Rusia. En la misma ceremonia inaugural, donde por lo demás el emperador Naruhito evitará las palabras celebrar y festejar. Rusia marchará sin camiseta nacional, sin bandera patria, sin himno, pero no sin música, porque a su paso sonará un pasaje del Primer concierto para piano de Tchaikovsky. Cinco años atrás, este castigo simbólico a la autocracia de Putin por el crimen de organizar un plan estatal para mejorar el rendimiento atlético por la vía de la bioquímica aplicada fue considerado muy blando; hoy de esa misma industria se recuerda antes a la Sputnik V.
- Y muy acalorados. Estas Olimpíadas atípicas preanuncian que todo lo que pueda salir mal, posiblemente salga peor. El equipo holandés de Beach Vóley se quejó de las quemaduras en la planta de los pies porque en el parque de Shiokaze las arenas hervían. Hace mucho calor, en el julio japonés. Ya no era verano la primera vez que una capital asiática fue sede de los Juegos. Pospusieron la estación; era 1964, año de un golpe de Estado en Brasil y un otoño en Tokyo. Esta semana pospusieron unos días la inauguración, porque en la víspera el Comité Olímpico se enteró de que el maestro de ceremonias que había elegido, el comediante Kentaro Kobayashi, hacía chistes sobre el Holocausto. Ya a la muerte del poético Éluard los hornos de Auschwitz y el hongo de Hiroshima habían ensuciado el azul del cielo que había que tomar por asalto.
La tierra es azul como una naranja es uno de los versos más famosos de la literatura occidental, aunque hoy ni la literatura ni occidente son tan famosos. Dadaísta, surrealista, comunista, de las vanguardias artísticas y de la militancia política el francés Paul Éluard (1895-1952) conoció clímax y triunfos: el azur del ideal, el sabor de la fruta mordida, la esférica plenitud sin la cual no hay felicidad.
La terre est bleue comme une orange, antes del herrumbre de Stalin y la URSS, la usura de la Revolución Cubana, el orín de las aguas del planeta sucio. Aunque menos celestial que el del astronauta Gagarin o el satélite Sputnik, a los ojos del pasajero astronauta Bezos el mundo aún se ve redondo y celeste marino. Xi Jinping gobierna sin la lisonja de odas elementales de franceses o chilenos, pero la bandera de la nación más insidiosa de la tierra es hoy roja con estrellas amarillas. Naranjas los rayos del archipiélago de Sol Naciente que mañana inaugura sus Juegos Olímpicos. Tan occidentales las barbadas efigies anglo-germanas de Marx y Engels estampadas en la memorabilia kitsch de la centuria del Partido Comunista Chino en Pekín como el irredentismo de antorchas griegas y minoritarios triatlones y pentatlones de Tokio.