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D10S, el argentino absoluto
Murió Diego Armando Maradona. Se descompensó la mañana del 25 de noviembre de 2020 en la casa en la que se había instalado para recuperarse de una cirugía de urgencia por un hematoma subdural a la que se sometió a principios de noviembre. Las ambulancias llegaron a la quinta del barrio cerrado San Andrés, en el Tigre, al norte de Buenos Aires, pero los médicos no pudieron reanimarlo. La fiscalía de San Isidro actúa de oficio: sin denuncias, buscan establecer la causa de la muerte. Por lo pronto se sabe que sufrió un paro cardiorrespiratorio. Tenía 60 años, cumplidos el 30 de octubre.
Murió Pelusa, el chico que hacía jueguitos ante una cámara y que dijo “¿Mi sueño...? Mi sueño es jugar un Mundial y el segundo es salir campeón” cuando la televisión era todavía en blanco y negro. El quinto de ocho hermanos, nació en Villa Fiorito, un barrio humilde del sur de Buenos Aires. Su madre, Doña Tota, caminó hasta el hospital en pleno trabajo de parto. Alguna vez contó que en el recorrido vio una estrella y que eso era una señal del destino. Su padre, Don Diego, administraba “Las siete canchitas”, el potrero de la barriada. Faltaba plata en ese rancho. Los padres no cenaban para que sus hijos tuvieran qué comer.
Murió Diego, el futbolista, el delantero brutal, el mediocampista ofensivo. El hombre que se probó en Argentinos Juniors en 1969, a los 9 años. Con ese club debutó en primera división a los 16. Se quedó afuera del mundial de 1978 porque el técnico de entonces César Luis Menotti no lo convocó. Era demasiado joven y otros jugadores, más experimentados, ya ocupaban ese puesto. Tuvo su revancha al año siguiente, en el Mundial Juvenil de Japón. Lo eligieron mejor jugador. Ese fue el principio del envión: desechó la propuesta de River Plate porque quería jugar en Boca Juniors. Para 1982 era parte del Seleccionado Nacional de Fútbol. Argentina quedó eliminada, pero él consiguió un contrato en el Barcelona. Fue el desembarco en Europa y también en los excesos, la noche, las drogas.
Después llegó Nápoles y la devoción italiana y el contacto estrecho, aunque poco claro, con la camorra. Diego tuvo la primera Ferrari negra cuando todas las Ferrari del mundo eran rojas. Fue un obsequio del presidente del club de entonces, que quería retenerlo en el equipo. Aquella gestión estuvo mediada por Guillermo Coppola, el mánager al que eligió porque ya estaba cansado de la representación de Jorge Cysterpiller. “Exclusividad o nada”, le avisó Diego a Coppola cuando él le advirtió que debía conversarlo con los jugadores que ya representaba. El mánager, por supuesto, declinó el resto de sus contratos.
Diego y su mánager fueron muy amigos, aun cuando Coppola estuvo detenido en una cárcel común por un asunto de drogas. La noche de Año Nuevo del 31 de diciembre de 1996, Maradona fue al penal de Devoto, donde su representante estaba detenido, con un plan: agarrar a trompadas al director de la cárcel. De esa manera, Diego quedaría preso y podría recibir el año con su amigo. No lo logró, pero el director del penal accedió a que se encontraran unos minutos. La sociedad de amistad y negocios entre ambos se disolvió en 2006, cuando Diego se enteró de que su manager había jugado un partido con el ex presidente Mauricio Macri, el empresario hotelero Alan Faena y el conductor de tevé Marcelo Tinelli en Punta del Este. Diego estaba públicamente enfrentado con Macri, que entonces era presidente de Boca Juniors, y no soportó el encuentro. Era “exclusividad o nada”.
Diego nunca participó directamente de la política, pero hizo declaraciones fuertes, muchas veces contradiciendo, incluso, su propio discurso. Coleccionó fotos con casi todos los presidentes, incluso con Jorge Rafael Videla, el presidente de facto, que lo hizo rapar y lo mandó a hacer el servicio militar, que en ese entonces era obligatorio. En 1986, cuando Argentina salió campeón en México, le llevó la Copa a Raúl Alfonsín. Carlos Saúl Menem lo nombró embajador deportivo y en la ceremonia de “asunción” Maradona lo hizo esperar porque él estaba convencido de que el presidente operaba en contra de la Selección. Se retrató con Fernando de la Rúa, con Néstor Kirchner, con Cristina Fernández, con Alberto Fernández. Ninguna con Mauricio Macri mientras fue Presidente de la Nación.
Murió D1OS, el hombre que puso la mano para anotar el primer tanto a los ingleses en aquel partido inolvidable de México ’86, el mismo que metió el segundo gol en una coreografía individual y extraordinaria: esquivó a seis futbolistas ingleses en una jugada que arrancó en terreno argentino. El 22 de junio en el Estadio Azteca, Maradona firmó dos hitos en la historia del deporte: “La Mano de Dios” y “El Gol del Siglo”. El fue en vida ambos goles: la picardía y la ventaja, la destreza y la ingeniería física. Argentina se consagró campeón de ese Mundial. En el mejor momento de su carrera como futbolista empezó a construir su propio mito. Diego escribía su leyenda en tiempo real.
Murió El Diego, el padre de cinco hijos, dos de los cuales fueron reconocidos muchos años después de su nacimiento y en medio de escándalos que surcaron continentes y debates de sobremesa en la casa de cualquier argentino. En sus brazos llevaba tatuados los nombres de Dalma y Gianinna, las hijas que tuvo con Claudia Villafañe, la mujer con la que se casó en una fiesta fastuosa en el Luna Park. Diego Junior, el hijo extramatrimonial que tuvo con Cristiana Sinagra, se reencontró con su padre hace cuatro años, cuando el joven había cumplido los 30. “A partir de ahora sos otro hijo”, le dijo Maradona. Janna hizo silencio hasta que cumplió la mayoría de edad. Recién entonces, en 2014, buscó a su padre en un gimnasio y se presentó. Maradona también llevaba tatuado su nombre. Dieguito Fernando nació cuando su madre, Verónica Ojeda, y él estaban separados. El niño supo ser “un trofeo de guerra” entre la familia materna y paterna.
La última relación amorosa y estable del ex futbolista fue con Rocío Oliva, jugadora del club River Plate. Ella lo acompañó durante su estadía en Dubai cuando él dirigía el equipo Al Fujarah. Hace seis años alguien filtró un video casero en el que Maradona, visiblemente borracho, le arroja un objeto desde el sillón para luego acercarse y darle un golpe de puño. La discusión era porque él le pedía que dejara de chequear el teléfono celular. Fue entonces cuando Maradona también se coló en el debate de los feminismos, que en 2014 crecía con fuerza en la Argentina y gran parte de Latinoamérica. El nombre “Maradona” ya no era pronunciado sólo en asados de varones sino que se discutía públicamente entre mujeres y disidencias. La pregunta “¿sos feminista si avalás a Maradona?” es incómoda. La respuesta es imposible.
Murió Diego, el hombre que en febrero de 1994 salió a los tiros de una quinta que alquilaba, en las afueras de Buenos Aires, para espantar a los periodistas que hacían guardia en el ingreso. Murió el autor de frases célebres: “A mí me cortaron las piernas”, cuando el dopping le dio positivo en Estados Unidos ’94. “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”, frente a una multitud que lo despidió en la cancha de Boca cuando anunció su retiro, en 1997. “Lástima a nadie, maestro”, como respuesta al ex futbolista José Sanfilippo en un programa de televisión. Sus dichos quedaron inscriptos en el ADN nacional.
Murió el hombre que fue parte de la noche porteña. Look sudado, vincha, camisa abierta y lentes de contacto color verdes. Fiesta, cocaína y champagne. Aplausos y abrazos. Murió el hombre que entraba en El Cielo, la disco de moda de la década de los noventa en Buenos Aires, con un séquito de amigos. El que tomaba la cabina del DJ en Coyote, otro boliche que fue furor, y arengaba a la gente micrófono en mano. Como lo hacía desde el palco de Boca, que era suyo porque lo pagó USD 305 mil en 1998. Sin embargo, Diego no quiso costear el tratamiento para bajar de peso en 1999 porque consiguió un sponsor dispuesto a pagar el viaje, la estadía y la rehabilitación en Suiza. Duró poco y se fue con todos los kilos que había llevado.
Murió el hombre que en 2006 se internó en Cuba durante un periodo de rehabilitación de sustancias, el mismo que se colocó un bypass gástrico para bajar de peso porque había superado los cien kilos. Murió el barrilete cósmico remontado desde este planeta, un país que se llama Argentina. El que condujo su propio programa, La Noche del Diez, y se entrevistó a sí mismo en un mano a mano surrealista y necesario: el momento de la autoconfesión pública. Murió el director técnico de Gimnasia y Esgrima de La Plata y el ex entrenador de la Selección Nacional, el mismo que una tarde de tormenta se arrojó de panza al pasto para festejar un gol agónico con sus jugadores, que casi quedan afuera de Sudáfrica 2010. Murió el ídolo que fue retratado frente a un hachazo de luz mientras Lionel Messi festejaba el gol a Nigeria, en el Mundial Rusia 2018. Maradona iluminado por el rebote de un rayo de sol, los brazos abiertos, el cuerpo en ofrenda: una crucifixión.
Murió Diego Armando Maradona. Fue un centauro, la deidad y el humano. Murió D10S, el hombre total, el argentino absoluto.
VDM
*Este artículo fue publicado originalmente el 25 de noviembre de 2020 en el blog creado por elDiarioAR
Murió Diego Armando Maradona. Se descompensó la mañana del 25 de noviembre de 2020 en la casa en la que se había instalado para recuperarse de una cirugía de urgencia por un hematoma subdural a la que se sometió a principios de noviembre. Las ambulancias llegaron a la quinta del barrio cerrado San Andrés, en el Tigre, al norte de Buenos Aires, pero los médicos no pudieron reanimarlo. La fiscalía de San Isidro actúa de oficio: sin denuncias, buscan establecer la causa de la muerte. Por lo pronto se sabe que sufrió un paro cardiorrespiratorio. Tenía 60 años, cumplidos el 30 de octubre.
Murió Pelusa, el chico que hacía jueguitos ante una cámara y que dijo “¿Mi sueño...? Mi sueño es jugar un Mundial y el segundo es salir campeón” cuando la televisión era todavía en blanco y negro. El quinto de ocho hermanos, nació en Villa Fiorito, un barrio humilde del sur de Buenos Aires. Su madre, Doña Tota, caminó hasta el hospital en pleno trabajo de parto. Alguna vez contó que en el recorrido vio una estrella y que eso era una señal del destino. Su padre, Don Diego, administraba “Las siete canchitas”, el potrero de la barriada. Faltaba plata en ese rancho. Los padres no cenaban para que sus hijos tuvieran qué comer.