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Culpa y deconstrucción, el camino de los varones que pierden a una mujer por violencia machista

24 de agosto de 2024 00:01 h

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Protegerlas, cuidarlas, que estén a salvo, que nadie les haga daño ni las lastime, poner el cuerpo -de ser posible- para evitarles algún sufrimiento son algunos de los mandatos que suelen tener incorporados la mayoría de los varones de las familias. 

Pero ¿qué pasa con ellos cuando alguna mujer de su familia sufre violencia machista extrema? ¿Cómo es para esos hombres que sus nietas, hijas, hermanas sean víctimas de femicidios? ¿Cómo transitan ellos ese dolor? 

Jorge Taddei es el papá de Wanda, un caso emblemático de violencia machista que tuvo una amplia cobertura mediática por un factor adicional: el agresor era Eduardo Vázquez, ex baterista de Callejeros. 

Wanda y Vázquez estaban en pareja, tuvieron una discusión y él la prendió fuego. Ella ingresó al Santojanni con el 60 por ciento de su cuerpo quemado, pasó 11 días en terapia intensiva. Murió el 21 de febrero de 2010. Tenía dos hijos de una pareja anterior. 

Jorge nunca tuvo dudas: no era un accidente. Lleva años tratando de comprender aquello que no pudo ver antes del ataque. Asegura que nunca había visto actitudes violentas en Vázquez, pero enseguida se corrige: “Una vez fui a almorzar con ellos. Mi nieto chiquito tenía 4 años, hacía lío. Vázquez sentado en la cabecera de la mesa lo fulminó con la mirada. A mí eso me dio una mala impresión, no me gustó. Pero nunca lo relacioné con que él era un violento. Es cierto tampoco yo conocía en profundidad cómo era todo esto”, recuerda ahora. 

Taddei creía que la violencia contra las mujeres eran algo más evidente. Algo que le pasaba a otros. 

Acercarse al dolor

En febrero de 2001 los Taddei veraneaban en Miramar. Nueve años después Wanda iba a ser atacada bestialmente. Jorge recuerda que encontraron la ciudad convulsionada. Había una chica desaparecida.

Wanda y su hermana fueron juntas a la primera movilización que se hizo por Natalia Melmann. Después se sabría que la adolescente de 16 años había sido asesinada, torturada y abusada sexualmente por policías de su ciudad. 

Casi no existen fotos del papá de Natalia sin carteles que reclaman justicia. Gustavo Melmann prefiere posar con la foto de Natalia sobre su pecho, el rostro sonriente cursaba en la Secundaria N1 Rodolfo Walsh. 

Gustavo había crecido como todo varón de su época: “De chico tenía naturalizado los malos tratos y eso que el varón era el proveedor de la casa, entonces era el que tenía la última palabra”. Eso de que “cuando llegue papá vas a ver” se aplicó también en su casa. “El gran cambio se me fue dando con el duro golpe que fue lo de Naty”, asegura. 

“Lo de Naty”

Lo que pasó con Natalia fue un crimen: policías bonaerenses la secuestraron, torturaron y abusaron. Pasaron más de 23 años, Gustavo y su familia aún caminan por los pasillos de tribunales, tienen que concurrir a audiencias. Recién el año pasado finalmente se condenó a prisión perpetua a Ricardo Panadero, indicado como el cuarto partícipe directo del asesinado de la adolescente de 15 años. Oscar Echenique y Ricardo Anselmini, otros dos policías que cumplen idéntica condena desde 2002, presionan para obtener el beneficio de la libertad anticipada. 

“Yo me siento más culpable que los propios responsables. Ellos lo volverían a hacer, no tienen remordimiento. A Naty la atraparon y estaban acostumbrados a hacerlo, eran como un escuadrón de ejecución de mujeres”, asegura. La culpa de no haber podido protegerla. “No haber estado esta noche ahí, cuidándola. Tengo momentos donde no me puedo mover de la cama con esta sensación de culpa. Pese a que tengo claro quiénes son los culpables”, explica Gustavo. 

Todavía no cumplió 70. Habla pausado y en tono reflexivo: “Lo que aprendí, en definitiva, es que la mujer no es una cosa. A Naty como a un montón de mujeres las toman como cosas, como objetos, las tiran como basura. Necesitamos construir una sociedad distinta”

“Ya sabe cómo son las chicas”

Faltaban 10 días para que termine el 2015, año de aquel histórico #NiUnaMenos, Basta de Femicidios, y en Junín a unos 250 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires Ludmila Bazán era asesinada. Tenía apenas 23 años, un leve retraso madurativo y era mamá de una niña de 7, Zaira Génesis.

Esa noche y ya con el calor del verano, Ludmila había ido a comprar unos dulces para su hija; pero no volvía a casa. El reloj marcaba 3 de la madrugada y su padre Osmar tenía una sensación: “Algo malo pasó”. 

Tenía razón.

Él y parte de su familia recorrieron hospitales y fueron a la comisaría. Recuerda que le dijeron: “Ya sabe cómo son las chicas de ahora, tal vez se quedó con algún muchachito”. Un prejuicio que se repite hasta el hastío.

El cadáver de Ludmila fue encontrado cerca de un basural, según la autopsia murió a raíz de una asfixia mecánica y de unas 20 lesiones cortantes en rostro y el cráneo. Soñaba con ser enfermera como uno de sus hermanos. 

“Cuando te pasa algo así se te viene el mundo abajo. Lo que yo vi de mi hija no se me borra nunca más. La tuvimos que velar a cajón cerrado” reflexiona hoy Osmar. Junto a su esposa, Silvia quedaron a cargo de la crianza de la hija de Ludmila. Osmar se emociona cuando habla de la nena a la que describe como “un calco” de la mamá: “Es el angelito más bueno que hay en el mundo. Es delicada, dulce, quiere estudiar. Sé que va tener una buena vida aunque le falta lo más grandioso que es su madre”.

Pasaron más de 9 años y no hay ni un solo detenido aunque al banquillo habían llegado cuatro acusados; dos de ellos conocían a la víctima, los otros se cree que fueron parte del ataque. 

En 2018 el Tribunal Oral Criminal 1 de Junín declaró la nulidad del alegato de la Fiscalía y aún no se encuentra firme porque fue recurrida por la defensa. También se ordenó se realice un nuevo juicio.

Desde esa fecha los 4 acusados esperan ese debate en libertad: Gustavo Silvestre Nuñez Ibarra imputado por del delito de por homicidio doblemente agravado por alevosía y femicidio, Luciano Gonzalez Leith, Patrocinio Perez Sanabria, Alberto Quiñones Chiñolis por encubrimiento de un delito especialmente grave.

Vivir con la culpa (ajena)

“Yo a veces siento que le fallé, que algo hice mal”, dice Osmar. Como papá, siente que falló en su “deber” de defenderla: “Siento que muchos hombres son cada día más cobardes. A ellos les pregunto por qué me la mataron así”. Cuenta que después del crimen se sentía bloqueado, inmóvil, que su vida también, de alguna forma, había terminado. “Yo hubiera dado mi propia vida por la de ella”, asegura. 

El derrotero para llegar al juicio oral fue desgastante. No tuvieron patrocinio jurídico gratuito y la familia Bazán quedó a merced de encerronas y abandonos del sistema. “Yo no voy a parar de luchar, pero no tengo a nadie que nos pueda dar una mano. Somos una familia de trabajo y la única manera que la justicia se mueva es tener un abogado particular y muy costoso”. Osmar asegura que los dejaron solos, que sintió que la Justicia se reía en sus caras. 

Mujeres asesinadas, infancias en riesgo

En el 2020, año marcado por la pandemia del COVID y su consecuente aislamiento social, el registro de Nacional de Femicidios de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia enumeró 287 femicidios. De ellas, 281 tenían a su cuidado niñas, niños o adolescentes.

Natalia Coronel fue una de las 18 mujeres asesinadas ese año en Tucumán. Tenía 36 años y dos hijos. Vivían en Lamadrid, una pequeña localidad de menos de 3 mil habitantes en el Departamento de Graneros.

Juan Carlos Salvatierra, su pareja y padre de su hijo más pequeño, llegó hasta el hospital Ramón Massa y pidió asistencia para Natalia. Dijo que había sufrido un golpe en su casa y necesitaba una ambulancia. “Y salió de ahí, caminando, tranquilo. Después supimos que el policía de consigna estaba durmiendo en el auto y ni lo vio pasar”, se queja Miguel, su hermano mayor. Los médicos llegaron al domicilio y pidieron la colaboración de la policía local. La vivienda estaba cerrada. En una habitación estaba durmiendo Eduardo Alexander de 4 años, el hijo de ambos. La que no estaba era Natalia. 

Su cuerpo fue encontrado en una especie de basural. Otra mujer “descartable”. A Salvatierra lo buscaron 15 horas y lo encontraron ahorcado en la rama de un árbol cerca de un colegio rural a 20 kilómetros de su casa. En el dorso de un almanaque viejo, el femicida había dejado un mensaje para su mamá: “Lo único que te pido es que me lo críes a Edu y no le hagas faltar nada. Me lo cuides como yo lo hice.”

El mismo nene le dijo a Miguel: “Ahora mamá va a descansar porque papá la maltrataba”. Describe a su cuñado como un hombre tosco, de pocas palabras, distante. “Como hermano mayor cuando me enteré lo que pasó, sentí culpa, que no pude hacer nada. Todavía hoy no puedo entender qué fue lo que pasó”, asegura. 

La muerte de su hermana le cambió la manera de ver el mundo. “Aquello de ‘no te metas’ o ‘son cuestiones de pareja’ no es tan así. Ahora estoy más atento, alerta, intento tener reacciones más rápidas hasta cuando estoy en la calle y veo situaciones que me parecen violentas. Pero hasta que a uno no le pasa una tragedia así no sabe cómo actuar” dice Miguel. Se preocupa por el cierre de programas y políticas de atención de la violencia de género. “A dónde pueden recurrir hoy las mujeres que sufren esto, a dónde van a denunciar, quiénes las ayudan”.

Hijos del femicidio

El niño que el femicida había encomendado a su madre vive hoy con la abuela materna que fue a la Justicia para evitar los intentos de apropiación. 

Por Ley a Eduardo le corresponde la reparación económica llamada RENNYA, Reparación Económica para Niñas, Niños y Adolescentes, es el equivalente a una jubilación mínima mensual y se otorga hasta que los beneficiarios cumplan 21 años o de por vida en el caso de que tengan alguna discapacidad. Desde diciembre del año pasado su expediente está pendiente de aprobación en la Subsecretaría de Políticas Familiares, ex Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, que depende del mega Ministerio de Capital Humano.

Pedro Ovejero tenía 21 años cuando asesinaron a su madre. Habla pausado, hace silencios prolongados antes de responder, se lo percibe reflexivo. Quizás sea el crimen lo que forjó su personalidad. “Me afectó tanto que todo me lo guardé para mí, soy muy cerrado” reconoce.

En febrero de 2023 el cadáver de su mamá, Andrea Bustamente fue hallado en la casa donde vivía en Ciudad Evita, en el populoso partido la Matanza. La autopsia determinó que había fallecido por asfixia por compresión mecánica. Es decir que la ahorcaron hasta matarla.

Dentro de la casa de la calle Los Claveles la Policía Bonaerense encontró un certificado de un expediente del Juzgado de Familia N 6 del año 2022: Andrea había denunciado situaciones de violencia, amenazas y hostigamiento. Como medida de protección le habían otorgado una restricción perimetral contra su ex pareja, Guillermo Diaz. También le habían consignado un botón antipánico; no llegó a retirarlo.

“Hizo todo lo correcto, lo que se recomienda a las mujeres, pero no llegaron a tiempo” dice Pedro. Veinte días después del hallazgo del cuerpo de Andrea los investigadores lograron dar con Díaz, escondido en la casa de su madre. Fue condenado a prisión perpetua. Pedro lo vió por primera vez el día de la lectura del fallo. No lo había conocido antes y de hecho estaba distanciado de su mamá. El Estado demoró siete meses en notificarlo del asesinato. “No era tan difícil encontrarnos si hasta ella había dejado escritos”, lamenta. Se perdió el velatorio: “No pude siquiera darle una despedida. Hasta recorrí el cementerio de Villegas buscando donde estaba”.

Encontró una carta que había dejado su madre anticipando de quién sospechar si ella resultaba herida. No sirvió de nada.  “Mi mamá pidió ayuda y la dejaron sola y así fue como terminó todo”, marca Pedro. El femicidio de su madre y las violencias previas que vivió lo acercaron a esa realidad que padecen muchas mujeres.“Ahora lo veo más claro, estoy más atento y pendiente de cuidar por ejemplo a una de mis hermanas”, asegura. Un punto de inflexión. 

Pedro tiene mirada triste. Trabaja hasta entrada la tarde, cursó algunas materias de Ciencias Políticas. Es uno de los tantos chicos que también son víctimas de la violencia machista, los huérfanos por femicidio.

El futuro

Para muchos varones el asesinato de una mujer de su familia se convierte en un duro aprendizaje sobre violencia machista. Lo admite Taddei, el papá de Wanda: “No tenía registro de aquello de las violencias hacia las mujeres”. Tiene 82 años y se reconoce “tan machista como cualquier argentino criado en una sociedad machista”. 

El año posterior a su femicidio la familia se encargó del proceso judicial. Todas las fuerzas estuvieron en conseguir la condena para Vázquez. La reflexión, asegura Jorge, empezó luego. “Después del juicio y la posterior condena, con la repercusión mediática y el impacto social es que empecé a militar, a formarme”, recuerda. 

Jorge dice que lo que se abrió ante él fue “un mundo”. Jorge y Beatriz, la mamá de Wanda, recorren el país dando charlas, participando de marchas, de movilizaciones, de encuentros con adolescentes y jóvenes y él no duda: “Los patrones se repiten, hay constantes, un violento degrada a su mujer, la separa de sus afectos, de su familia y como eslabón más trágico te encontrás con un femicida”. 

A Jorge se lo nota preocupado por la actualidad y no le faltan las razones “Me vuelve loco el pensar esto que quieren limpiar todas las conquistas y que no son solo de las mujeres, es de la sociedad toda”. Define el momento como “complejo”: “Hoy los derechos que se han conquistado se ponen en tela de juicio. Desde la política no quieren invertir ni tiempo, ni dinero en resolver lo que, lamentablemente, sucede todos los días. Se han orientado a, por ejemplo, cerrar el Ministerio de la Mujer, achicar la línea 144, reprimir marchas donde participan mujeres y habla de una visión machista y misógina”, enumera. 

“Hoy en día estamos ante una marcada inequidad”, asegura Melmann, papá de Natalia. Lleva más años pidiendo justicia que los que pasó junto a su hija. Ha visto muchos de los avances de los últimos años ya siendo familiar de una víctima. Y tiene un dejo de optimismo: confía en que la sociedad podrá avanzar aunque desde el Estado haya retrocesos. “Esas luchas importan y son procesos muy finitos, que van a la esencia de la propia familia, de la educación, de nuestra construcción cultural”. Ahí, está seguro, van a seguir los cambios. 

MO/MA

Protegerlas, cuidarlas, que estén a salvo, que nadie les haga daño ni las lastime, poner el cuerpo -de ser posible- para evitarles algún sufrimiento son algunos de los mandatos que suelen tener incorporados la mayoría de los varones de las familias. 

Pero ¿qué pasa con ellos cuando alguna mujer de su familia sufre violencia machista extrema? ¿Cómo es para esos hombres que sus nietas, hijas, hermanas sean víctimas de femicidios? ¿Cómo transitan ellos ese dolor?