Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.
En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo.
El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad.
Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.
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Folklore queer: “Nuestra batalla cultural es con mensajes de amor y respeto”
La Peña Arcoiris es un espacio disidente e inclusivo de baile, coplas y performances que amplía el paisaje tradicionalista. Fue creada por Ferni de Gyldenfeldt, la cantante que terminó con el binarismo en el festival de Cosquín.
24 de enero de 202523:59 h
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A Ferni de Gyldenfeldt todavía la rodea el humo que recortó su figura sobre el fondo negro del escenario, todo para ella. Camisa de blanco impoluto, corbata y corset negros, se acompañó con la caja ante unas 300 personas sumidas en silencio de misa para entonar palabras de Lorena Carpanchay, coplera trans salteña: “Ya vienen las maricas cantando la tonada/ ya vienen las mariposas derribando las miradas/ diaguita, también trava y no me van a derribar/ sus insultos, sus maltratos, me van a respetar”. Los aplausos son de familias, ajenas y propia, de niñas, niños, viejos, jóvenes, alguna referente política, desconocidos, artistas de renombre. Retumban en el corazón del barrio porteño del Abasto, en una de las fechas de la “Peña Arcoiris”, el proyecto que Ferni y un grupo de artistas llevan adelante para afirmar que también el mundo del folklore es disidente e inclusivo a la vez. La cascada de rulos atada en una colita, la barba impecable, ella sonríe; canta “mi oficio de cantora es tan poderoso que puedo hacer amar a los que odian”, acompañada con la guitarra de Nahuel Quipildor. Vuelve a acercarse al micrófono y agrega “ojalá”. Ahora, a los aplausos se suman algunas risas.
Es una fecha porteña, el piso es de cemento y las mesas -repletas- ocupan casi todo el espacio que no es escenario, algo que importará poco en unas dos horas, cuando la mayoría del público lo recorra bailando un carnavalito de la mano de LeGon Queen, casi dos metros de “gauche” drag ataviada como diabla de la puna. De ese momento, no se salvarán ni los técnicos de luz y sonido del lugar, ni el manager de Ferni, Jorge Nacer -histórico productor de folklore argentino-, que sucumbirán ante la bazooka de burbujas con la que LeGon se abrirá paso.
Pero todavía falta. La noche recién empieza, con los primeros acordes y una voz que también sonó (y sonará durante el verano) al aire libre, bajo cielos estrellados, en peñas y “patios”, esos espacios de encuentro y celebración colectiva propios del folklore fuera de las grandes ciudades.
Otros mundos
A los 14 años pisó Jujuy por primera vez, como parte del intercambio anual de su colegio secundario (“el Liceo 9, educación pública”, suelta cada vez que tiene ocasión, y sigue una pequeña catarata de fervor). Descubrir un mundo a cuatro mil metros de altura habitado por chicas y chicos de su edad, escuchar otros sonidos y ver otros colores soltó algo en Ferni, que encontró “la puna, el silencio, la montaña, la quebrada”. “Fue muy importante ver otra forma de vida”, tanto que, veinte años después, ella, nacida y criada en Villa Urquiza, recorre el país con un cancionero folklórico disidente y amoroso, en un show pensado para incluir. En realidad es “música popular argentina”, dice, un término más amplio, que habla “de realidades, de cómo viven las personas”, que designa un repertorio musical y de prácticas artísticas tan extenso como el deseo de quienes lo ponen en práctica. Por algo, en una de sus interpretaciones, la de “Cantora de oficio”, que puede escucharse en plataformas de música, se permitió una digresión: “Nadie debe creer que los, las y les artistas vivimos en un mundo donde todo es escenario y fantasía. Les artistas somos hombres y mujeres, también somos travestis, trans, no binaries, maricas, tortas, bisexuales, identidades sexogenéricas visibles que ya sin ocultarnos más trajinamos las calles y sus días”.
El comienzo fue tan sencillo -es sólo una manera de decir- como descubrir que su formación lírica y de conservatorio podía encontrar más de un lugar. Ferni todavía sigue despuntando el vicio de esa música con su hermana gemela -y trans y no binaria, como ella misma-, Luchi Gyldenfeldt, cantante de ópera barroca, en “Ópera queer”, un espectáculo lírico con perspectiva transfeminista. Pero la peña es otro territorio, uno propio y también -todavía- a conquistar. Dice “lo de Cosquín” como una clave, y cada tanto queda claro que fue un hito, que para ella hay un antes y después “de lo de Cosquín”, que empezó como un reclamo personal pero quedó como marca para quienes sigan ese camino. En diciembre de 2021, participó en la la audición del Pre-Cosquín, antesala del festival de folklore más tradicional y masivo de Argentina, en la categoría de “voz femenina”; el jurado la celebró pero también le dijo que, de acuerdo con la comisión organizadora, para subir al escenario de la plaza Próspero Molina debería identificarse como varón. Entonces se negó. Quería cantar pero no asumir una identidad que no la define. Fue al Inadi -el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofoina y el Raciosmo, creado en 1995 y disuelto, por decreto, en 2024-, planteó su caso, peleó la decisión de obligarla a elegir entre categorías binarias con las que no se reconoce. Y ganó. Resultó que el reglamento del evento no podía prevalecer por sobre una ley nacional vigente, la de Identidad de Género. Desde entonces, el festival de Cosquín abandonó las categorías “voz femenina” y “voz masculina” para establecer la de “solista vocal”.
Para entonces, Ferni ya era la profesora de música “del Liceo 9, educación pública”, el mismo secundario en el que había sido estudiante, y concurría su lugar de trabajo “siendo una disidente, la profesora trans que cantaba Ópera queer. Ya era visible”. También había conocido “Brotecitos”, el cancionero travesti trans no binario nacido de talleres de las artistas y activistas Susy Shock y Javiera.
Entonces, resume, “empecé a entender que también había lugar para la disidencia en el folklore, aunque todavía estaba fuerte el binarismo”. El mismo binarismo que su voz, su cuerpo y su terquedad pusieron en jaque en Cosquín.
Brillos y botas
El Patio del Indio Froilán late como un corazón en medio del monte, en el barrio Boca del Tigre, en Santiago del Estero. Es un espacio enorme de tierra, chañares, quebrachos y música que el luthier de bombos legüeros Froilán González abrió en 1997 y todavía convoca a cientos de personas cada semana. El lugar es sinónimo de fiesta, música, baile, y un escenario, el Carlos O. Saavedra, plantado sobre la propia tierra y al amparo de un árbol. Allí, una noche, después de bailar en un show en el que la Ferni cantó, a LeGon Queen se le acercó un señor. Ella llevaba botas corraleras, bombacha gaucha, brillos en la barba, maquillaje drag en el rostro, la cabeza refulgente y calva; el señor estaba algo achispado. “Me vino a increpar”, recuerda la bailarina. El diálogo empezó con “¿vos a quién representás?”.
—¿Cómo? -recuerda LeGon que respondió inicialmente, todavía sorprendida.
—¿A quién venís a representar vos? —insistió el hombre.
—A mí y a mis compañeras. A la gente del colectivo, de la diversidad.
—Mirá mi mano: estos callos son de trabajar. Vos tenés que ir a laburar, el país no se cambia haciendo estas boludeces.
“Me quedé, lo escuché”, recuerda LeGon, que agradeció el consejo y deseó buena suerte al espectador. Dice que el hombre se fue mascullando palabrotas, pero que el episodio no es excepcional, que la mayoría de esas situaciones ocurre en redes sociales o en la calle, como cuando va al festival de Cosquín y “se escucha el cuchicheo”. Y sin embargo con eso aprendió a lidiar. Básicamente, porque después transitar el camino que la llevó a hallar el personaje artístico que quería construir, y de mostrarse, por ejemplo, en prime time televisivo con su participación en el programa Got Talent Argentina (en el que llegó a cuartos de final), entiende que la visibilidad no es sólo recibir eso. Hay algo, mucho, más.
Nació y se crió en Esperanza, histórico pueblo santafesino de lo que se conoce como “pampa gringa”; hoy viven allí alrededor de cincuenta mil personas. Empezó a estudiar danza folklórica a los 10 años, después de deslumbrarse con un ballet y ver bajo el escenario, a su lado, a “la profesora de este ballet con su trenza negra azabache, larga hasta la cintura, que le colgaba por el costado del hombro, lentes negros, boca roja”. Estudió con ella, Ana María Anconetani (“una de esas personas que tienen un ángel, te contagian y acompañan en la vida”), desde entonces hasta los 25 años. Cursó profesorado de danzas, fue carpintero, llegó a Buenos Aires con 28 años. Siempre amó el folklore, y siempre supo que su identidad estaba en el territorio queer. “Hasta los 25 siempre fui un puto tapado. Soy uno de los casos de las maricas que no nos podemos encontrar en el pueblo y nos vamos a las ciudades grandes. Queda por ahí un resabio de eso, como que de esas cosas no se hablan, porque por ahí en el círculo social de allí no se encuentran amistades o personas afines para compartir o tener ideas” y entonces hay que migrar para encontrarse. En la ciudad todo era nuevo. Mientras cursaba danzas folklóricas en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), trabajó en un locutorio, en una librería con bar, en un café concert. Alguna vez participó en el ballet de uno de sus docentes de UNA, aunque “siempre respetando los patrones binarios de las estructuras folclóricas” y al mismo tiempo tenía “cierta incógnita”, porque “de chiquito sabía que era maricón, y siempre pensaba en cómo hacía un gaucho si era maricón como yo, qué pasaba”.
Dictaba clases de malambo cuando una alumna le pidió ayuda: tenía que actuar en una fiesta y necesitaba reemplazar a un bailarín que a último momento había desertado. La misión era bailar una chacarera alrededor de una drag queen. LeGon dijo que sí, pero no reveló que ignoraba por completo qué quería decir “drag queen”. “Cuando llegó el día y vi eso, quedé enloquecida. Era una fecha de agosto, conmemoración en homenaje a San Martín. Estaban todas montadas como próceres pero a lo drag: estaba la San Martín, la Juana Azurduy, la Belgrano. Bailé, la pasé genial, y empecé a formar parte de estas fiestas y a hacer performances”, pero sin hacer todavía el click. La ocasión llegó meses después, aunque cuando apenas empezó a indagar en esa estética (“al principio, replicando estereotipos”) y ese arte llegó la pandemia de covid-19 y con ella, el aislamiento, que terminó siendo ocasión de aprender, tutoriales y videos de por medio, mientras la vida pública quedaba en suspenso. Al tiempo, otra vez una oportunidad en forma de invitación: ¿querría participar de un número musical en una fiesta? Podía ir como quisiera.
“Fue el detonante”, recuerda, y enumera qué eligió: “la bombacha con la que bailé toda la vida, corset, blusa de paisana, cinturón de gaucho pero le saqué la rastra para usarla de gargantilla; me fui pelada, solo con el sombrero y ninguna peluca”. Al verla llegar, con ese look y sus casi dos metros de altura, le propusieron bailar sola en medio de la gente, convertirse en referencia de la velada. Le gustó tanto que el resto es historia. O mejor dicho, indagación, investigación y aprendizaje.
Al salir de lo binario y entrar con esa propuesta a su territorio de toda la vida, el folklore, encontró el camino que buscaba. “Empecé a sentirme más auténtica como drag rompiendo este binarismo del gaucho, esta cuestión tan marcada de un gaucho que lo convertí en un gaucho marica”, algo que “algunas personas interpretan como una falta de respeto”, pero otras no. Hay un ejemplo reciente. Hace poco, dice LeGon, “me escribió por redes un chico de Tandil diciéndome que es peón de campo, y que la vida de una marica en el campo no es fácil, pero que al verme se animó a explorar y a poder sentirse más libre. Yo lo leía y no lo podía creer. Leía y me largaba a llorar. Le respondí ‘con esto me pagaste de por vida lo que estoy haciendo’. A veces, una tiene en su cabeza la idea de que quiere llegar a determinados lugares, pero no dimensionás lo que podés hacer por otras personas. Entonces le dije también: ‘soy yo la agradecida, me permitiste llegar a vos’”.
La disidencia amorosa
Un día, LeGon caminaba por la calle Riobamba, en la zona del Congreso, y vio a través de una vidriera a las hermanas Gyldenfeldt; hacían “Ópera queer”. Todavía no se conocían; LeGon recuerda que pensó “que copadas” y siguió su camino. Las tres ataron cabos y vidas tiempo después, porque hoy la drag y la cantante lírica volcada a la música popular son “amichas”.
La Peña Arcoiris, además de encontrarlas en la Ciudad de Buenos Aires, las lleva por distintos puntos del país, con invitadas e invitados locales y músicas y músicos de todos los repertorios posibles.
Sintieron la necesidad, explica Ferni. Era clave “mover estas propuestas de forma federal. Empezar a hacer patios arcoíris. Que no sólo sea como 'la propuesta de la Ferni’, sino de varias artistas, varios artistas, en patios de tierra y demás”, y allí están ahora: en Jujuy, Córdoba, para federalizar “propuestas de folklore disidente y amoroso”. También, en los planes inminentes figura una pequeña gira europea. Ferni agrega que es “necesario”.
—¿Por qué?
—Porque es necesario descentralizar, llevar estos discursos, estas formas distintas de pensar y vivir a lugares donde todavía falta la información, los recursos para pensarlo. Y es necesario pensarlo en nuestras tradiciones. Estamos viviendo un momento de retroceso de los derechos humanos, los discursos de odio pueden instalarse, hay clima de rispidez. Y todo esto, sobre todo, afecta a mujeres y disidencias. Nos afecta en carne propia. Nuestra batalla cultural es llevar un patio en forma artística, amorosa, no violenta, sino creativa. Nuestra batalla cultural es estética, con belleza, poesía, música, con mensajes de amor y respeto. Son peñas amorosas donde hay lugar para todo el mundo, porque finalmente es el camino que queremos: no un ghetto sino espacios de construcción amorosa que incluyan a todas las personas.
SV
Sobre este blog
Punto de Encuentro es un espacio de Amnistía Internacional para amplificar las voces y miradas de periodistas, comunicadoras y fotógrafas que trabajan en temas relacionados con mujeres y disidencias.
En un contexto de violencia creciente contra activistas de derechos humanos y ante la reducción de estas agendas en muchos medios masivos de comunicación, Amnistía Internacional y elDiarioAR se unen para dar un espacio destacado a contenido federal e inclusivo.
El rol de periodistas feministas ha sido clave en los avances de los últimos años y el ejercicio profesional riguroso y libre es clave para garantizar esas conquistas que son para toda la sociedad.
Punto de Encuentro pretende ser precisamente un espacio de coincidencia, pero también de debate constructivo. Porque no se puede ser feminista en soledad.
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