En su primer libro de no ficción, Chicos de Varsovia, la escritora, poeta y editora Ana Wajszczuk indagaba en la historia de la familia de su abuelo polaco y su participación en el Levantamiento de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial, entretejiendo ese pasado con el presente en la relación de la autora y protagonista con su propio padre. En Fantasticland, también describe un espacio geográfico, pero este es uno inventado a partir de ese antes y después en su vida que fue la maternidad. El “antes” no es solamente ni especialmente su vida previa a la maternidad: es, más bien, un relato detallado y descarnado, ficcional y a la vez motivado por ideas y datos, sobre los diversos tratamientos de fertilidad que tuvo que realizar para lograr su ansiado embarazo. Una industria, la de la fertilidad, que mueve millones de dólares anuales pero que a la vez, más allá de las tendencias demográficas globales, depara historias mínimas, frustraciones y dolores cotidianos, y preguntas persistentes sobre el por qué y sobre qué es exactamente lo que se está buscando, preguntas que también son protagonistas de esa tierra fantástica, por momentos tan irreal y ajena como una película, por momentos de carne y hueso y llena de responsabilidades. En el relato, la protagonista realiza un último intento gracias a la tecnología médica, a la vez que la desafía con una propuesta que excede sus estándares: decide realizarse una transferencia gracias a una ovodonación de su propia hermana.
El resultado es una novela directa, sincera, que navega la maternidad en sus múltiples complejidades, incluyendo la fundacional –cómo venimos al mundo–, y preguntas incómodas alrededor de la maquinaria médica que fomenta múltiples intentos sin cuestionamientos. “Hay temas que a mí me interesan un montón: ¿Qué es un hijo? Como carecemos de paradigmas tan fuertes como antes, todo el tema de la voluntad procreacional te deja un poco en arena movediza. Antes había dos maneras de tener hijos: de manera natural o te adoptaban (o te afanaban). No había otra manera de ser hijo de alguien. Pero ahora es ‘bueno, yo tengo esta voluntad, agarro un embrión de acá, hago esto, lo otro'. Y el sistema, la industria de la fertilidad, no busca que vos te hagas todas esas preguntas: lo que quieren es que vos te des por vencido o que salgas con un bebé, a como dé lugar”.
–¿Cuándo supiste que de esta experiencia –sobre todo de los tratamientos para buscar un bebé– ibas a hacer un libro?
–Ahora lo puedo ver en retrospectiva. Me acuerdo de tener una reunión con mi editora para festejar Chicos de Varsovia y que se me cruzara, pero dije no. Ya estaba embarazada, con las hormonas muy revolucionadas. Había empezado otro libro, que fue el que le seguía a Chicos de Varsovia. Hice un par de entrevistas y me acuerdo que hablé con la editora y le dije “yo no puedo escribir esto”. No tengo la pasión para hacerlo. Si no es algo que a mí me toque… Justo había leído Camping Car, de Iván Jablonka, donde él hablaba un poco de eso, del camino con corazón de Don Juan. Este camino, el del libro nuevo que había empezado, no tenía corazón. Y ahí se me ocurrió. Mi hija ya tendría cerca de 2 años. Estaba saliendo del puerperio, y empezó la pandemia. Entonces empecé a escribir algo más ensayístico, más de no ficción, iba a haber una entrevista, quizás iba a haber poesía. Empecé y me di cuenta de que no, que por ahí la potencia iba por otro lado y en eso fue cuando me ayudó entrar al taller de Juan Forn. Ahí él me ayudó a decir “Bueno, usá tu experiencia, pero volvé loca a la protagonista, que putee. Extremala.” Fue un alivio sentir que podía no ser tan fiel a los hechos. Me sentía medio como en un abismo porque al venir de la no ficción siempre hay una entrevista, un documento, un libro, algo donde vos te apoyás para escribir y acá no había nada. Fui leyendo un montón de libros. Yo quería contar algo más allá de un ensayo sobre la maternidad. Quería contar lo que a mí me pasaba con la maternidad y ahí me di cuenta de que tenía antes lo que me había pasado con los tratamientos de fertilidad y que ahí había un núcleo dramático que estaba bueno para una novela.
–¿Qué potencial dramático le viste a esa búsqueda de un bebé con tratamientos de fertilidad?
–Hay un conflicto ahí importante y que además plantea preguntas que me interesan. El tema de los límites que tenemos las personas en una sociedad con un desarrollo tecnológico cada vez más avanzado, de las preguntas éticas y filosóficas sobre lo que está pasando. El sistema te empuja a que no te las hagas y que solamente hagas ovodonación, subrogación, lo que sea sin parar un poco a pensar. Después me di cuenta de que para contar eso también estaba bueno plantear cuándo nace ese deseo. Fui de la maternidad para atrás.
–¿Ves una línea entre Fantasticland y Chicos de Varsovia?
–Una amiga me dijo: “Ah, escribiste sobre tus ancestros y ahora escribiste sobre tu descendencia”. A mí me gustan mucho las historias familiares. Siempre me interesaron un montón. Y tengo mucha necesidad de hablar de la familia, no sé por qué. Es una experiencia que de alguna manera me desborda y necesito ponerla por escrito, también para entender yo algunas cosas, que es lo que te pasa siempre cuando hablás de tu libro una vez que sale. Tenés que construir un pensamiento sobre por qué escribiste eso, o qué te llevó a hacerlo. Pero me parece que el tema es cierta fijación que tengo con la familia desde que leí Mujercitas a los 7 años.
–Escribir sobre algo que en su momento te hizo sufrir tanto –como la búsqueda de un embarazo que no llega– ¿te hizo cerrar esa etapa?
–Me hizo terminar de cerrarla un poco. Primero porque fue como una dulce venganza contra todos los médicos hijos de puta con los que me crucé, porque pude poner todo lo que pensaba y nunca se los había podido decir. Y al final les tuve que dar la razón. Pero sentí que pude poner todo lo que me había pasado: cómo el sistema médico te lleva puesta en tu deseo si vos no pones el límite, que es algo muy difícil. Porque yo decía que ese, el que finalmente resultó en un embarazo, iba a ser el último tratamiento que iba a hacer, pero en realidad no lo sé, y era muy desesperante no saber nunca cuál era mi límite. Hay minas que lo tienen claro. Y yo digo qué lindo, ¡porque yo no tenía límite! Y el desarrollo técnico del mundo no pone límites. Entonces ¿todo se tiene que hacer solo porque se puede hacer? Los médicos te lo ofrecen así: si esto no sale, hacé esto; si esto no sale, hacé esto; y así. Creo que terminé de cerrar este proceso mientras escribía, pero ya lo tenía bastante procesado como para poder escribirlo con cierta ecuanimidad. Tenía menos procesada la parte de ser madre, el después del nacimiento de mi hija.
–A la vez, es un libro que sale en un momento en el que distintas escritoras están abordando el tema de la maternidad. ¿Cómo dialoga con su época?
–Estaba tardando mucho en la escritura, porque lo empecé en 2020. Cuando murió Juan Forn, en 2021, me quedé ahí, estuve como seis meses sin hacer nada. Después dije tengo que terminar esto. Primero, porque ya fui muy lejos y yo no soy una escritora recontra prolífica. No es que podía descartarlo fácilmente y ponerme a escribir otra cosa. Por otro lado, porque veía que estaba en el aire el tema. Y está bueno que un libro salga dentro de un cierto clima de época. Ahora sí me doy cuenta que es un libro mucho más de su época que Chicos de Varsovia, que era más clásico, si quieres también en su estructura y en su tema. Leí muchos libros sobre maternidad y también libros de mujeres que abordan el tema de la fertilidad. Este es un libro de esta época y estaba bueno formar parte, ser influida también por otras voces. Yo necesitaba ver qué dicen otras personas sobre el mismo tema del que yo quería hablar.
–Empezaste este libro con tu hija ya de dos años. ¿Qué te dio la distancia de los tratamientos y del inicio de la maternidad como para empezar a escribir? ¿Tomaste algunas notas en el momento o todo arrancó después?
–No, fue retrospectiva. Confío en mi memoria. Me digo: ¿a ver qué me queda de todo esto? Me parece que por eso me costó tanto terminarlo, porque la primera parte la que trabajé más con Juan y ya la tenía casi lista para 2021. Había pasado mucho tiempo desde los tratamientos. Ya tenía una distancia bien larga como para solamente extraer algunas cosas que me habían pasado y poder convertirlas en una ficción. Pero me costaba mucho la segunda parte, cuando ya nace la hija, porque yo estoy lidiando con eso todo el tiempo, con criar a un niño pequeño. Entonces esa parte me costó bastante más y me parecía que era donde más podía caer en lugares comunes y donde más podía caer en el dedito levantado.
–En Fantasticland vos trabajás la etapa de madre de un bebé. Ahora que tu hija está más grande, ¿la maternidad te sigue dando material de escritura en la etapa “niño”?
–Yo elegí terminarlo más o menos cuando el bebé tiene 2 años, porque siempre quería que fuese la mirada de la madre sobre lo que le pasa y también para preservar a la persona en quien me basaba. Viste que, si bien tienen un temperamento, más o menos a los 2 años les empieza a aparecer la personalidad, cosas muy individuales, y quería preservar eso. Reflejar esos dos primeros años que son bastante un caos. De hecho, al principio, el personaje del bebé no tenía nombre y Juan fue el que me dijo que tenía que tenerlo, que tenía que darle más carne a ese bebé. Pero quería terminar ahí cuando empieza a desarrollarse esa personalidad del bebé y quizás surfeaste un poco la parte más demandante físicamente. Además cambian tanto. Ya me olvidé de cómo era mi hija en ese momento. A mí los temas no me dejan nunca en paz, me vuelven siempre. Yo sé que esto va a volver en algún momento, no sé cuándo ni cómo, pero va a volver a tocarme la puerta. Quizás con la adolescencia, no sé, pero me va a volver a tocar porque no tengo muchos temas y todos me vuelven. Y porque además es increíble, estás con una persona diferente todo el tiempo; es ser espectador de alguien que va creciendo, es conocer a alguien desde que nace. Esa persona cambia un montón y tu relación con esa persona cambia y tus pensamientos: no pienso lo mismo sobre algunas cosas de la crianza respetuosa ahora que hace cinco años. Quizás yo pensaba, y eso se lo trasladé un poco a la protagonista, que aplicando ciertas cosas las cosas iban a salir bien, ciertos tips, y no pasa por ahí, pasa por tener una relación con ese hijo y aceptar esa relación con ese hijo como lo complicada y ambivalente que es. Yo todavía estoy como estupefacta, a veces la miro y digo ¿Quién es esta nena?¿Esta es mi vida?¿Cómo cambió mi vida así?
––¿El tema de cómo fue concebida tu hija atraviesa tu maternidad?
–Cero. Me di cuenta enseguida. En algún momento a la protagonista le quise trasladar eso cuando dice que bueno, la verdad es que si hubiese sido un óvulo donado era lo mismo, porque yo me olvidé en el minuto cero. De hecho, mi hija ya lo sabe. Siempre lo hablamos porque nunca pensé en ocultárselo, por supuesto. Se lo volví a contar cuando salió el libro. Entonces le dije que mis semillitas no funcionaban y la tía me dio una para que yo pudiera tenerla. Y ella me dijo: “¿por qué no le pediste dos que yo quería tener un hermano?” Para mi es un tema recontra mil cerrado. Pero me están escribiendo un montón de mujeres que están atravesando estas situaciones, con preguntas, dudas, sobre la ovodonación. Las re entiendo, yo estaba igual. Nadie te explica mucho cómo es, la información está muy fragmentada. Te sentís tan fallada cuando algo que se supone que es lo más natural del mundo no te sucede que no es un tema muy fácil de hablar. Primero con tus amigas y amigos, para que no estén todo el tiempo preguntándote o a la expectativa. A mi familia recién se lo conté cuando ya habíamos visto los latidos en la ecografía. Es un tema en el que te sentís sola. Entonces cuando me escriben mujeres que me dicen que el libro las acompañó digo qué bueno, porque yo no tenía mucho material que me acompañara ni amigas que hubieran pasado por lo mismo. Creo que ahora se está hablando un poco más pero hace cinco o seis años no se hablaba casi. Hace siete ocho años tampoco se hablaba de congelar óvulos. El otro día vi un capítulo viejo de Sex and The City donde Miranda dice que va a congelar óvulos, en el año 99. Me sorprendió. Pero acá en Argentina no era un tema del que se hablara, recién ahora se está hablando más sobre que la fertilidad tiene un límite. Pero también, por otro lado, salen mujeres de 50 que fueron madres y en ningún lado dicen que hubo una ovodonación, entonces alimentan otro mito. Todo el mundo me decía cuando quedé embarazada: “¡viste que ibas a poder!” No, flaco, ¡no podía! O cuando ya tuve a mi hija: “Quizás ahora que te relajaste quedás de nuevo”. No, tengo 48 años, no voy a quedar embarazada. Puede pasar un caso cada miles. Pero ahora es como un nuevo mandato: ser fértil toda la vida.
NS
En su primer libro de no ficción, Chicos de Varsovia, la escritora, poeta y editora Ana Wajszczuk indagaba en la historia de la familia de su abuelo polaco y su participación en el Levantamiento de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial, entretejiendo ese pasado con el presente en la relación de la autora y protagonista con su propio padre. En Fantasticland, también describe un espacio geográfico, pero este es uno inventado a partir de ese antes y después en su vida que fue la maternidad. El “antes” no es solamente ni especialmente su vida previa a la maternidad: es, más bien, un relato detallado y descarnado, ficcional y a la vez motivado por ideas y datos, sobre los diversos tratamientos de fertilidad que tuvo que realizar para lograr su ansiado embarazo. Una industria, la de la fertilidad, que mueve millones de dólares anuales pero que a la vez, más allá de las tendencias demográficas globales, depara historias mínimas, frustraciones y dolores cotidianos, y preguntas persistentes sobre el por qué y sobre qué es exactamente lo que se está buscando, preguntas que también son protagonistas de esa tierra fantástica, por momentos tan irreal y ajena como una película, por momentos de carne y hueso y llena de responsabilidades. En el relato, la protagonista realiza un último intento gracias a la tecnología médica, a la vez que la desafía con una propuesta que excede sus estándares: decide realizarse una transferencia gracias a una ovodonación de su propia hermana.
El resultado es una novela directa, sincera, que navega la maternidad en sus múltiples complejidades, incluyendo la fundacional –cómo venimos al mundo–, y preguntas incómodas alrededor de la maquinaria médica que fomenta múltiples intentos sin cuestionamientos. “Hay temas que a mí me interesan un montón: ¿Qué es un hijo? Como carecemos de paradigmas tan fuertes como antes, todo el tema de la voluntad procreacional te deja un poco en arena movediza. Antes había dos maneras de tener hijos: de manera natural o te adoptaban (o te afanaban). No había otra manera de ser hijo de alguien. Pero ahora es ‘bueno, yo tengo esta voluntad, agarro un embrión de acá, hago esto, lo otro'. Y el sistema, la industria de la fertilidad, no busca que vos te hagas todas esas preguntas: lo que quieren es que vos te des por vencido o que salgas con un bebé, a como dé lugar”.