Samuel Moyn es experto en historia intelectual y Derecho y sus múltiples cruces, con foco en la historia y los usos de los derechos humanos y sus diversas consideraciones en tiempos de paz y de guerra. Basado en la Universidad de Yale, ha pasado más de veinte años investigando y enseñando en las universidades más prestigiosas del mundo e interviniendo con libros que resultaron decisivos, provocativos e iluminadores tanto del pasado como de un presente en el que los derechos humanos se han convertido en un consenso o la norma a la hora de mirar determinados conflictos. Después de publicar The Last Utopia: Human Rights in History, en donde deconstruye los ideales internacionales alrededor de la emergencia y prominencia de los derechos humanos, en 2018 escribió Not Enough: Human Rights in an Unequal World, en el que explora hasta qué punto la “era de los Derechos Humanos”, cuando afloró una sensibilidad inédita, desoyó o excluyó demandas de justicia social y económica. En Humane: How the United States Abandoned Peace and Reinvented War, publicado en 2021, Moyn se dedica a investigar los modos nuevos de hacer la guerra –más “humanos”, pero también interminables– indagando en más de un siglo de justificaciones y visiones en torno al uso de la fuerza.
En su último libro, Liberalism against Itself: Cold War Intellectuals and the Making of Our Times, Moyn profundiza en la historia y las distintas eras del liberalismo, especialmente su transformación influenciada por la Guerra Fría, y explora la oportunidad de que pueda retomar sus orígenes para conjugar la búsqueda de libertad e igualdad en lugar de interpretar la libertad como una netamente individual.
En un contexto de conflictos bélicos resonantes en Ucrania y Medio Oriente, términos técnicos como “crímenes de guerra”, “proporcionalidad” o instituciones como la Corte Internacional de Justicia o la Corte Penal Internacional y sus fallos aparecen una y otra vez en la conversación pública. Moyn, que en 2024 visitó la Universidad Torcuato Di Tella para brindar una conferencia en el marco de la jornada “Diálogos de Derecho Internacional 2024”, dialogó con elDiarioAR.
–¿Cómo evaluás esta era de conflictos internacionales, especialmente en Ucrania y el Medio Oriente, a la luz de lo que exploraste en Humane sobre los conflictos permanentes pero también burocratizados?
–Cuando publiqué Humane, que no fue hace mucho, fue antes de estas dos guerras. Y, en realidad, fue justo al inicio de la presidencia de Joe Biden, cuando se retiró de Afganistán y declaró el fin de la guerra contra el terrorismo. Ahora bien, eso fue una mentira en el sentido de que Estados Unidos sigue luchando en todo el mundo. Pero es interesante que hubo un momento de tendencia anti-guerra en la política de Estados Unidos. Porque Donald Trump era visto como alguien que denunciaba las guerras estadounidenses. Aunque eso también fue una mentira. Pero Joe Biden entendió que el pueblo estadounidense quería menos guerras. Creo que una de las razones por las que se volvió tan impopular —hubo muchas— es que terminó teniendo a mi país y a todos nuestros aliados enredados en dos grandes guerras hacia el final. Y creo que esas guerras encajan con lo que estaba diciendo porque ambas son ahora conflictos intratables y guerras interminables. Ambas se libran con el debate enfocado no en por qué hay una guerra o cómo terminarla, sino en la brutalidad y si es demasiada. En términos comparativos, no han muerto muchos civiles en Ucrania, principalmente porque pudieron huir. Hubo muchas bajas al principio y estuvieron las revelaciones de Bucha. Pero hasta cierto punto eso es algo esperable en una guerra convencional. Sucedieron cosas terribles, pero de manera muy diferente a la forma en que Vladimir Putin libró la guerra en Georgia o Chechenia. Entonces, mirás a Israel y, por supuesto, eso es brutal en ambos lados, pero principalmente del lado israelí, dado cuántos civiles han muerto. Pero es una guerra que Israel afirma que se lleva a cabo dentro de la ley, y donde los abogados tienen un papel en las Fuerzas de Defensa de Israel aprobando muchos de los actos. Y la oposición a la guerra, incluso cuando está realmente en contra de la guerra o a favor de la autodeterminación palestina, generalmente ha girado en torno a cómo Israel no está siendo lo suficientemente humana. Ese es el carácter del debate. Así que me siento vindicado en mi afirmación de que antes solíamos hablar sobre si deberíamos tener guerras y cómo podríamos terminarlas. Y ahora hablamos de si son lo suficientemente humanas.
–Desde el inicio de la guerra en el Medio Oriente, se ha hablado de crímenes de guerra y otros términos e instituciones del derecho internacional. ¿Qué papel desempeñan el derecho internacional y sus instituciones en legitimar o deslegitimar estas guerras?
–Existen herramientas en el derecho internacional que se enfocan en si hay una guerra. Durante la guerra de Vietnam, los abogados aún pensaban que esa era la pregunta principal. Podías tener puntos de vista opuestos, pero la pregunta que respondías era si la guerra era legal. Mientras que ahora, el derecho internacional nunca ha sido más prominente, pero todo gira en torno a si la guerra es demasiado brutal. Las acusaciones de la Corte Penal Internacional son el ejemplo más claro porque es básicamente un tribunal para atrocidades, y creo que todo el debate en torno a Gaza ha sido, moralmente, sobre el destino de los civiles inocentes, incluso en el caso de la Corte Internacional de Justicia. Creo que todo esto es una forma indirecta de tratar de lograr un alto el fuego. Y aunque la acusación de genocidio podría ser sobre el objetivo de la guerra, también está muy cerca de ser sobre cuántas personas están muriendo, como si el problema no fuera la guerra en sí, sino la forma en que se lleva a cabo. Así que creo que el derecho internacional está haciendo cosas buenas, pero también nos está llevando a un mundo en el que no nos enfocamos en soluciones políticas para el fin de los conflictos. Como el cálculo de proporcionalidad, que es tan vago —y deliberadamente vago. Por eso Israel puede afirmar que está cumpliendo con la ley y todos los demás pueden decir que no lo está.
–¿El hecho de que estas dos guerras estén ocurriendo al mismo tiempo nos permite comparar dobles estándares o diferentes formas de justificar el uso de la fuerza?
–Por supuesto. La comparación revela algo que no encaja necesariamente con mis argumentos anteriores, y voy a explicar por qué. Justo al inicio, después del 7 de octubre, Biden dijo que había una analogía entre los dos conflictos, y lo que quiso decir es que Hamás era como Putin. Y que así como Ucrania tenía un derecho de autodefensa contra Putin, Israel tiene un derecho de autodefensa contra Hamás. Y luego, lo principal era mantener la guerra lo más limpia posible, pero era justificada. Y creo que muy pocas personas aceptaron esta analogía; se centraron más en las diferencias. Independientemente de lo que la gente decía sobre lo horrible que era la guerra en Ucrania, más personas se centraron en la brutalidad en Gaza. Hubo mucha más atención, en parte porque murieron más personas, en circunstancias de guerra urbana. Pero creo que la gran diferencia es que la gente no creía que Israel tuviera una especie de causa moralmente pura, del modo en que Ucrania parece tener para mucha gente. Entonces, la gente se identifica, si no con Hamás, con la idea de que el pueblo palestino está bajo una ocupación permanente de facto, incluso en Gaza. Hamás puede haber cometido sus propios crímenes, pero no hay una causa justa de autodefensa que Israel goce de la misma manera [que Ucrania]. Creo que eso llevó a más atención sobre los aciertos y equivocaciones del conflicto entre Israel y Palestina. Mi problema es que, si pensás que deberías enfocarte en las soluciones políticas a este conflicto, podés desviarte al enfocarte en cómo se conduce la guerra. Tiene sentido tratar de obtener apoyo para una solución diciendo cuán terrible es la guerra. Pero si tu política se centra únicamente en hablar de genocidio, entonces nunca nos enfocamos en cuál sería la salida disponible de la guerra, y por eso parece que es otra guerra interminable, incluso si el alto el fuego recientemente anunciado finalmente tiene lugar. Quiero decir, ya era una guerra interminable. Estamos en una nueva fase desde el 7 de octubre y no parece haber una señal de salida en parte porque hemos centrado el argumento en la brutalidad.
–¿La masificación de la conversación sobre el derecho internacional —con términos como crímenes de guerra o CIJ regularmente en los medios— desempeña un papel en lograr los objetivos del derecho internacional de “prevenir la muerte y apoyar la vida”?
–Creo que refleja una moralidad popular que va más allá de los abogados internacionales, quienes naturalmente quieren que su tema sea discutido. Claramente, millones de personas quieren pensar en las guerras en términos de su brutalidad. Si querés, creen en la biopolítica, en si las personas viven o mueren, si están heridas o a salvo. Pero solo enfatizaría que esto no es algo natural. Surgió históricamente porque nuestra moralidad cambió, de modo que ahora nos enfocamos en los inocentes y en cómo son victimizados por los Estados. Argentina forma parte de la historia de cómo sucedió eso. Creo que las preguntas más profundas sobre justicia y paz y cómo se verían —que son preguntas políticas, no legales— se han perdido porque es más simple decir que este país se está comportando de manera ilegal. Por eso preferiría ver menos enfoque en el derecho internacional en el debate público. No estoy diciendo que sea inútil o poco importante; pero sería bueno ser más honestos acerca de que hay preguntas más profundas de lo que el derecho internacional puede abordar. Siempre cito a un abogado llamado Richard Falk que, en la era de la Guerra de Vietnam, abrazó la causa de elevar el perfil del derecho internacional. Y luego, al final, dijo: “Nadie está prestando atención, fracasé”. Hoy nunca podrías decir eso. Es casi lo contrario. Solo existe el derecho internacional como el marco del debate público, y creo que eso es una transformación extraordinaria pero también debatible. Tal vez no sea algo bueno.
–Estamos en un momento en el que cualquier decisión de los organismos internacionales será vista como polarizada o sesgada, celebrada o criticada. ¿Cómo creés que estas pasiones influyen en estas instituciones?
–Bueno, creo que está claro que los jurados, fiscales y jueces también son personas. Por lo tanto, tienen su propia política. Y es muy notable que la ley esté siendo movilizada por los jurados de una manera nueva, con fines políticos propios. El mejor contraste sería con la Corte Internacional de Justicia. Probablemente no sea muy conocido, pero en la década de 1960, el caso más famoso que decidió la CIJ se llamó el “caso de África del Sudoeste”. Fue un momento en el que los estados poscoloniales, que eran nuevos, querían que la Corte Internacional de Justicia declarara ilegal el régimen sudafricano en Namibia. Y la CIJ tomó una postura conservadora, lo que provocó decepción e ira, ya que el derecho internacional y la CIJ habían sido elevados a un pedestal. Cayeron porque se los consideró agentes desfavorables de la política emancipadora. Sorprendentemente, varias generaciones después, es la Sudáfrica posapartheid la que está llevando un caso a la CIJ en nombre del pueblo palestino. Y el entusiasmo en respuesta a esa primera decisión de medidas provisionales —que no dice mucho, es provisional— es casi lo opuesto a lo que ocurrió en 1966. Así que es como que los juristas estuvieran del lado de los progresistas o radicales, no completamente, pero se los ve como aliados. Creo que hay un límite sobre hasta qué punto estos jurados, fiscales y jueces pueden realmente servir a los fines progresistas. Por eso es muy arriesgado idealizar a estas Cortes.
–La centralidad de los derechos humanos en los años 70 en Argentina sigue siendo constitutiva del debate político y es común escuchar que esta agenda fue apropiada por ciertos partidos políticos y que esto colisionó contra las mismas demandas. En tu opinión, ¿hasta qué punto es posible que los derechos humanos eviten ser vistos como partidarios?
–Es una pregunta compleja. Creo que realmente depende de dónde miremos porque, durante mucho tiempo, ha habido en todo el mundo movimientos políticos y partidos políticos que afirmaban ser los verdaderos defensores de los derechos humanos. Y simplemente creo que es muy comprensible que todos reclamen los derechos humanos. Es algo exitoso para algunos partidos durante algún tiempo. Pero luego, especialmente cuando tienen éxito, sus rivales intentan hacer lo que ya hicieron sus enemigos, que es decir que están malinterpretando los derechos humanos. Te voy a dar un ejemplo de mi país, que es que el Partido Demócrata se asoció mucho con los derechos humanos (no con los Derechos Humanos Internacionales porque todavía no reconocemos esos en Estados Unidos, pero sí con los valores de los derechos humanos, como oponerse a la tortura en la guerra contra el terrorismo, o los derechos LGBTQ+ o el derecho al aborto). Cuando Donald Trump asumió el cargo, hizo algo bastante sorprendente, que fue nombrar una comisión para recuperar los derechos humanos. Se llamó la Comisión sobre Derechos Inalienables. Hay un académico francocanadiense muy interesante llamado Frédéric Mégret que está escribiendo sobre cómo existe un populismo de los derechos humanos en todo el mundo. Los populistas no rechazan los derechos humanos; están tratando de reclamarlos. Y esta Comisión en Estados Unidos dijo que los derechos humanos son de derecha, no progresistas. Entonces, para responder a tu pregunta de manera más abstracta: si intentás avanzar en tu causa a través de los derechos humanos, una posible respuesta podría ser que la otra parte los rechace de plano, pero ahora eso es muy poco común. Hoy creo que la otra parte intenta decir que es el verdadero representante de los derechos humanos.
NS/MG