El hombre que inventaba

Charles Mingus, el hombre que en su autobiografía dijo de todo menos la verdad, llegó a Buenos Aires en junio de 1977. Lo aquejaba una enfermedad degenerativa, aunque aún no lo sabía. Caminaba con dificultad. Estaba de mal humor. Dio una conferencia de prensa a la que no fue casi nadie. Los diarios principales no se enteraron –o no quisieron hacerlo– de que aquí estaba uno de los músicos más importantes de su época, el mismo que había tocado con Charlie Parker, el que con Ah Um había llegado a una de las posibles –no sería la última– cimas del jazz y al que apenas dos años después Joni Mitchell rendiría el más extraordinario de los homenajes.
Al frente de un quinteto fantástico, Mingus dio dos conciertos, el 2 en el Teatro Coliseo y el 3 en el SHA, el auditorio de la Sociedad Hebraica Argentina, donde, en esos años de dictadura, se refugiaban los ciclos de la Cinemateca Argentina y el Cine Club Núcleo. La grabación de lo que sucedió en esas dos noches porteñas acaba de publicarse en disco por primera vez. El sello Resonance, el mismo que editó los memorables registros de Bill Evans en esta ciudad, y gracias a la misma fuente –el acceso a las cintas guardadas por Carlos Melero, quien fue el sonidista de aquellas presentaciones, y las gestiones realizadas por el periodista Roque Di Pietro–, editó un lujoso álbum de tres LPs, Mingus in Argentina. The Buenos Aires Concerts, con una versión en 2 cds –que aquí pueden conseguirse en la disquería especializada Minton’s, en la Galería Apolo– , también obtenible, en su versión virtual y en alta resolución, en la plataforma Bandcamp –que incidentalmente también permite el streaming–: https://charlesmingusmusic.bandcamp.com/album/in-argentina-the-buenos-aires-concerts.
La grabación realizada por Melero recoge el sonido de la consola y, como era habitual para él, es de una ejemplar claridad de planos, timbres y matices. Y la restauración sonora y masterización del vinilo, realizada a partir de las cintas originales por Matthew Luthans, es excelente. La sección de vientos –el gran Ricky Ford en saxo tenor y uno de los mingusianos más fieles, el trompetista Jack Walrath– suena como la versión reconcentrada y esencial de una big band. El grupo se completaba con Robert Neloms en el piano, en batería Dannie Richmond (compañero de ruta de Mingus desde los fundantes The Clown y Mingus Three, ambos registrados veinte años antes) y, en contrabajo y dos improvisaciones al piano, a la estrella, el hombre que mentía y que inmortalizó al sombrero de Lester Young en la pieza que, el 2 de junio de 1977, abrió el primer concierto en Buenos Aires, “Goodbye Pork Pie Hat”.
En su autobiografía, Menos que un perro, publicada en castellano por Mondadori, Mingus dialoga, entre otros, con su psicoanalista –un invento– y le dice: “Yo soy tres. Un hombre que permanece siempre en medio, despreocupado, inmóvil, observando, esperando a que le sea permitido expresar lo que ve a los otros dos. El segundo hombre es como un animal asustado que ataca por miedo a ser atacado. Luego está la persona extremadamente cariñosa y amable que admite a la gente en el templo más sagrado de su ser y soporta los insultos y es confiado y firma los contratos sin leerlos”. Joni Mitchell, en su homenaje, llamado simplemente Mingus, cantaba, con la música de “Dios debe ser el hombre de la bolsa” y partiendo de esa frase: “¿Cuál va a ser, Mingus uno, dos o tres? ¿Cuál de ellos pensás que él querría que el mundo viera?”.
Pero si se busca una biografía confiable, el texto obligado es Mingus: A Critical Biography, escrito por el crítico inglés Brian Priestley, que es quien escribió las notas originales para la edición de Resonance, que se completa con un extracto de Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979), el libro de Claudio Parisi publicado por la editorial Gourmet Musical en 2019, y nuevas entrevistas a Ford y Walrath.
El repertorio incluyó clásicos como el del adiós al sombrero pastel de cerdo y “Fables of Fablus”, temas recientes como “Three or Four Shades of Blues”, dos declaraciones de fe ellingtoniana –“Duke Ellington’s Sound of Love” y “For Harry Carney”, dedicada al célebre saxo barítono de la orquesta de Duke Ellington, un homenaje a Charlie Parker con “Koko/ Cherokee), un largo fragmento (16 minutos”) de “Sue’s Changes”, dos breves improvisaciones y la notable pieza que el hombre con insomnio, el mismo que compuso un tema llamado “Extraña pesadilla”, ideó a partir de un sueño y de una película fallida: “Cumbia & Jazz Fusion”.
El film, que no llegó siquiera a rodarse, se trataría del tráfico de drogas entre Colombia y los Estados Unidos. El asesor musical latino fue Justo Almario, un saxofonista colombiano que había llegado a los Estados Unidos a los 16 años como parte de un proyecto fracasado, Cumbia Colombia, pergeñado por el empresario Chucho “el Conga” Fernández, que había sido becado en el célebre Berklee College de Boston y que dirigía musicalmente la banda del conguero cubano Mongo Santamaría. Hubo varios encuentros, en los que participaron tres percusionistas latinos, y donde se escuchó música: Los Gaiteros de San Jacinto, la orquesta de Lucho Bermúdez. Y, como resultado, hubo un disco, Cumbia & Jazz Fusion, grabado también en 1977.
Pero allí no hubo gaitas –el oboe indígena del Caribe colombiano que se convirtió en marca de fábrica de porros y cumbias– ni cañas de millo –otro instrumento folklórico con una caña vibratoria que ocasionalmente reemplaza a la gaita–. A cambio, se utilizaron oboe, corno inglés, clarinete bajo y fagotes y, en lugar de la percusión tradicional colombiana, congas centroamericanas. Y, pese al enojo de Mingus, tampoco estuvo Almario, que debió partir de gira con Santamaría. La versión del quinteto que llegó a Buenos Aires, tal vez el grupo de Mingus menos conocido, omite los rasgos más pintoresquistas de lo tímbrico y acentúa, en cambio, la aventura rítmica.
Hay, en este Mingus tardío, tres o cuatro sombras de blues. Seis meses después de su gira le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica y apenas un año más tarde, el 5 de enero de 1979, murió a los 56 años. En la música, no obstante, hay una vitalidad y una alegría asombrosas. No se trata solo de grandes intérpretes tocando a la perfección un material excepcional sino de algo que estuvo presente desde los tempranos workshops que Mingus dirigió (y que grabó en su propio sello, Debut) y que permaneció en su herencia, tanto en la Mingus Dinasty como en la Mingus Big Band y, por supuesto, en ese inigualable Mingus de Joni Mitchell donde el hombre que inventaba ya no toca pero inunda todo con su espíritu. Contrabajista, compositor y pianista genial y, probablemente, uno de los músicos más intelectuales y reflexivos del jazz, supo rescatar algo de las viejas raíces –y, claro, de Ellington–: la fiesta. Una clase de improvisación donde lo más intrincado de los ritmos o las armonías jamás se impone al mero placer. Al disfrute de tocar e improvisar en conjunto. Ese antiguo secreto.
DF/MF
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