Entrevista

Juan Sklar: “Están creciendo cada vez más los espacios donde la literatura es un hecho catártico”

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“Buscamos publicar literatura breve y potente directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Queremos encontrar textos cautivantes, de prosa suculenta, escritos con determinación y entrega puntillosa, de narradores que tengan algo para decir y que no podamos parar de leer”. Con esas palabras se anunció la llegada de Pulpa, el suplemento de ficción de elDiarioAR en alianza con la escuela de talleres literarios El Cuaderno Azul, que dirige el escritor Juan Sklar. Se trata de un espacio que invita, a quienes se animen, a participar desde cualquier parte del mundo con sus textos escritos en español de temática y género libre, con extensión de hasta 6.000 caracteres con espacios. Se elegirá uno por semana, que saldrá publicado en el diario.

–¿Cómo surgió la idea del suplemento Pulpa?

–En El Cuaderno Azul tenemos una política de acompañar el proceso creativo desde el primerísimo brote, impulso o boceto hasta la concreción del libro. Primero, intentamos descubrir cuál es el libro que alguien quiere escribir. Después, acompañarlo en la escritura de ese libro. Y por último acompañarlos también con la publicación de los textos. Hace años que tenemos una muestra online de textos de los alumnos, también los ayudamos a buscar concursos e inclusive generamos espacios de lectura en vivo. Principalmente porque nos interesa que la literatura no quede encerrada ni en la persona que lo escribe ni en el grupo de taller ni en el gueto literario. Entonces queremos encontrar lectores. Queremos que la literatura llegue. Queremos que la literatura conmueva. Cuando apareció la idea desde elDiarioAR de hacerlo dijimos sí, sin dudarlo porque nos encanta elDiarioAR, porque somos lectores, y porque nos pareció un espacio más que propicio para llevar este impulso de ayudar a los alumnos y a toda la comunidad. Recibimos textos de todo el mundo y tratamos de conectar escritores de todos lados con lectores. Es una vocación nativa, pensándolo como si fuera algo de tecnología. Es algo intuitivo dentro de El Cuaderno Azul.

–¿El nombre Pulpa nació de entrada? ¿Por qué lo eligieron?

–No, hubo muchos antes. Hasta que Pulpa nos gustó por varias razones. Creo que el sentido menos encontrado tiene que ver con el papel de pulpa, el papel de los diarios. También con cómo se hacían los libros que eran baratos, la pulp fiction. También tiene que ver con la frescura, con algo que no es del todo puro. Que es sabroso, que es nutritivo, pero que no es puro. A nosotros no nos gusta mucho la idea de pureza. Nos gusta lo que está vivo, lo que es fértil, lo que se reproduce, lo que conmueve, lo que convoca. Una fruta puede ser un jugo perfectamente destilado sin ningún tipo de textura o puede tener pulpa. Por último, también nos gusta el nombre Pulpa por cómo suena y cómo se ve. 

–¿Cómo es la dinámica de selección de textos?

– Sofía Badía, una de las docentes de El Cuaderno Azul, que además es la coordinadora pedagógica, lee los textos y los selecciona con su criterio personal. En ese sentido todo es completamente prístino: a nosotros también nos gusta blanquear que en el arte lo que se juega también es una valoración completamente subjetiva. También una valoración afectada por la situación espacio-temporal del que lee. En ese sentido, una metáfora que nos gusta tiene que ver con el encuentro amoroso. Uno se puede enamorar de una persona si se la encuentra también en ciertas circunstancias. En cierto tiempo y en cierto estado mental propio. A veces el encuentro con el texto no sucede no porque el texto falle sino porque el lector no está abierto a eso o no está buscando eso. En este sentido, estamos buscando textos que sean conmovedores, que sean interesantes, que sean impactantes, que inviten a la reflexión. Pero, más allá de los criterios que uno pudiera establecer previamente, en el fondo también lo que se juega son nuestros gustos personales. En este caso, el gusto de Sofía que es quien está seleccionando los textos. Yo confío en su gusto, confío en su criterio. También buscamos una literatura que sea entretenida. Nos gusta una literatura que llegue al lector, que lo arrebate de alguna manera. Desde la sutileza, quizás, desde la ternura, desde la sensibilidad. Algo puede ser arrebatador desde un estímulo más tenue, no tiene por qué ser brillante o invasivo. Aunque también nos gusta la literatura invasiva. Pero, en cualquier caso, tiene que ser absorbente. Y tiene que estar trabajado y se tiene que notar que es un texto que tiene una idea detrás. Que hay un laburo y que hay capas de sentido. Estamos buscando buena literatura que llegue a los lectores. Van a ser textos de 6.000 caracteres y vamos a publicar uno por semana. Si todo va bien, dentro de un año vamos a hacer la selección de los mejores textos para editar un libro en papel en una edición conjunta entre El Cuaderno Azul y elDiarioAR. Para que todo esto se materialice en el mundo tangible, para que pase de este lado de la pantalla, para que nos encontremos también, para hacer una presentación, una fiesta, un brindis, y podamos encontrarnos con lectores y escritores. 

–Si tenés que explicar qué es El Cuaderno Azul para quien no lo conoce, ¿por dónde arrancás

–El Cuaderno Azul es una escuela de escritura creativa que nació en el living de mi casa en el año 2013. Es un taller literario que se enfoca no solamente en el objeto artístico, es decir en las correcciones, sino también en el proceso artístico. Entonces está lleno de juegos y dinámicas. Hay escritura en vivo. Hay escritura con música, con imágenes, con modelo vivo, con música en vivo. Con salidas a cementerios, a bares. Utilizamos el espacio físico para escribir. Muchos pequeños juegos, con dinámicas y consignas que son divertidas. Pensamos en la literatura o la escritura como un hecho físico. Como un hecho lúdico. Y nos tomamos los juegos muy en serio porque creemos que los juegos pueden llevar a grandes resultados artísticos. Si el juego es cultivado, si el juego es practicado de modo asiduo puede devenir en un hecho literario que le interese no solo al que escribe sino también al otro, al que lee. Somos una escuela de escritura creativa que está en Rosario, La Plata, Montevideo, Buenos Aires y también tenemos talleres en Barcelona y Madrid una o dos veces al año. Este año por primera vez el taller va a suceder en Londres. Hay una cátedra, hay un grupo de quince docentes. Tenemos reuniones periódicas de formación y actualización docente. Investigamos también. Vamos a sacar nuestro libro con el método de El Cuaderno Azul hablando un poco de cómo tomamos la escritura como un hecho físico y lúdico como decía, para pensar cómo entrenar ese disfrute y que devenga en un hecho literario. 

–Pareciera que los espacios de talleres de escritura viven en el país un momento de efervescencia, incluso en estos tiempos de crisis y vacas flacas. ¿Lo notás también? ¿A qué atribuís esta ebullición?

–Creo que hay un vínculo con la crisis. Primero porque el arte tiene un vínculo con la catarsis. No estoy diciendo nada nuevo, lo dijo Aristóteles en la Poética, el arte tiene una función. El arte tiene una posibilidad catártica, tiene una posibilidad expresiva. Después hay otra cosa: pensar que solo se escribe para publicar es un error. La gente va a bailar, pinta, la gente canta o toca un instrumento no solamente porque quiere sacar un disco, tener una banda, ser famoso y estar en el pináculo de su expresión artística. Lo hace también porque lo disfruta, como jugar al fútbol. ¿Por qué jugamos al fútbol? Porque lo disfrutamos. La literatura de alguna manera es el arte que menos contacto tiene o tenía al menos con ese espacio puramente catártico y puramente de disfrute. Sobre todo la literatura como yo la percibía, por lo menos hace 20 años, en Buenos Aires estaba muy atravesada por una visión más apolínea donde se escribía solamente para ser leído. Que yo no desprecio para nada la búsqueda de ser leído y la búsqueda de publicar y la búsqueda de calidad artística, pero también se puede escribir por el placer de escribir, por el disfrute mismo. Siento que están creciendo cada vez más los espacios donde la literatura es un hecho catártico y un hecho expresivo y también un hecho de conexión con tus pares. Que es algo obvio, me parece, en una clase de teatro: vas a una clase de teatro y hay algo catártico, algo expresivo y algo que te conecta con el grupo. Después quizás te transformás en actor o no, eso no es el único fin del proceso de ir a una clase de teatro. Lo que está pasando con la escritura ahora un poco siento que es eso: la pata catártica expresiva y social explotaron. Y en las crisis en Argentina, que yo ya viví un par, los talleres crecen porque son espacios que dan respuesta a angustias o preocupaciones muy profundas y son en general lugares baratos. Incluso los talleres más caros son más baratos que la nafta, hacer un viaje o salir a tomar cerveza. Entonces, frente a la incertidumbre y al caos, el arte y la escritura funcionan también como un espacio de conexión social, como espacios de cohesión, de descubrimiento personal y de conexión con otras personas. En ese sentido, en el momento en que la literatura sale del lugar más monacal de escritura solitaria pensado sólo para la publicación, se vuelve un hecho dionisiaco y una fiesta. 

El arte tiene una posibilidad catártica, tiene una posibilidad expresiva. Después hay otra cosa: pensar que solo se escribe para publicar es un error.

–¿Hay más gente escribiendo?

–Creo que sí. Y, como hay más gente escribiendo, no todos, pero hay muchos más sacando libros. No todos esos libros serán geniales, pero más gente escribe y más gente publica. Y también, cuanto más gente escribe, más gente lee. Porque los que empiezan a escribir empiezan a tener un vínculo con la palabra escrita diferente y empiezan a leer más. Entonces siento que todo el campo literario crece con el crecimiento exponencial de la escritura, los talleres y los espacios de escritura.  

–Está siempre el debate alrededor de si se puede enseñar a escribir o en qué términos esto es posible. ¿Cómo lo pensás vos? 

–Por supuesto que se puede enseñar a escribir de la misma manera que se puede enseñar a bailar, a actuar o a jugar al fútbol. Pero esas enseñanzas tienen un límite siempre. No quiere decir que haya una manera o un método, un camino, para formar un escritor. Formar un escritor es siempre caótico y completamente azaroso porque depende de mil variables. Pero bueno, una cosa es formar a un escritor y otra cosa es enseñar a escribir, que en el fondo es dar herramientas para la conexión con la palabra escrita. Para disfrutar de la escritura. Y para mejorar esos textos. Eso siempre llega hasta cierto punto. Después depende de las condiciones de la persona que está escribiendo. De la voluntad y del rayo por decirlo así: sucede o no sucede. 

–¿Sigue persistiendo esa imagen de escritor más solemne que describías antes o que eso se rompió? ¿Cómo lo pensás?

–Yo creo que hay un ambiente literario y, como todos los ambientes, tiene su uniforme. Aunque, por supuesto, no todo el mundo obedece a esas pautas de estilo o de moda. Pero a veces, si caminás el ambiente literario, hay ciertos estereotipos. Incluso el que quiere romper con eso y se viste o se muestra de una manera como queriendo romper con el estereotipo de escritor. Pero yo lo que siento en El Cuaderno Azul es que no está esa mirada tan preocupada por si me estoy mostrando como un escritor. Si estoy siendo percibido como un artista. Se escribe y el arte dirá lo que tenga que decir y si no no dirá nada. Pero no tenemos esos vicios, creo yo, de los que se quieren mostrar como escritores. Que no siempre leen bien ni escriben bien, simplemente se están disfrazando de escritores.

Se puede enseñar a escribir de la misma manera que se puede enseñar a bailar, a actuar o a jugar al fútbol.

–En tu caso puntual, ¿querías ser escritor, llegaste a ser escritor? ¿Tenías un vínculo con la escritura? ¿Lo fuiste adquiriendo? ¿Cómo fue eso?

– Sí, leía mucho de chiquito. Todo empezó también en una clase de Lengua en el secundario, yo era muy vago y hacía lo mínimo e indispensable para aprobar e irme a mi casa. Hasta que un día una profesora de Literatura me dijo: “la inteligencia es una responsabilidad”. No sé por qué me hice cargo del mote de inteligente, pero volví a mi casa como medio compungido y a la noche me puse a escribir unos cuentos que eran una imitación bastante berreta de ciertos procedimientos borgeanos que era lo que veíamos en el colegio. Pero, bueno, la escritura siempre estuvo ahí y siempre. Cada tanto se va, también. Cada tanto vuelve. Intenté por todos los medios no ser escritor. Quise tener trabajos. Intenté estudiar Derecho y fracasé. Intenté estudiar Filosofía y me fue mejor que con Derecho, pero tampoco terminé la carrera. Intenté trabajar en una oficina. Intenté ser una persona normal y no pude. La verdad es esa. De alguna manera la literatura me tomó. Como si dijera “bueno, esto es lo único que podés hacer sin destruirte”. Tenía el sueño de ser escritor y de ser artista y trabajé un montón por eso, pero hubo ciertos momentos clave de mi vida donde intenté ir hacia otro lado y la literatura me arrastró. 

–¿Cómo ves esta idea un poco en boga ahora de cierta literatura muy pegada a la vivencia, esto de narrar algo que te pasó y que eso de inmediato salga publicado? ¿Te interesa? ¿Lo leés? ¿Cómo lo pensás? 

–La literatura siempre estuvo pegada a la vivencia. El tema es cuando no hay trabajo, cuando no está el tamiz literario, por decirlo de alguna manera, o el tamiz narrativo. Encontrar una experiencia personal que de por sí es interesante es raro. En general o tiene que haber una mirada o tiene que haber una ficcionalización de los hechos o tiene que haber un trabajo con la forma o tiene que haber algún tipo de artefacto. Yo puedo encontrar en un montón de cuentos de Borges los elementos biográficos que los inspiraron y nadie diría que Borges hace literatura del yo. Bueno, es es porque esos elementos biográficos están no solo escondidos en un artefacto literario más o menos complejo como el cuento, sino que están trabajados y alterados. Y digo Borges para hablar de un autor que nadie diría que es “literatura del yo”. En la poesía todavía el vínculo es más prístino con la experiencia, pero está el trabajo con la palabra. Está el trabajo con la forma sensible. A mí me interesa mucho la experiencia personal en las historias pero siempre que sean buenas historias, que estén bien escritas. Quizás el auge no es de un género literario sino de una explosión en cantidad de libros que no siempre nos gustan o no tienen la calidad que esperamos. Otra lectura, me parece, es que la realidad misma está entrando en un campo casi ficcional: cambio climático, inteligencia artificial, virus que circulan. Entonces, el arte se vuelve un refugio para conectar con lo tangible y lo real y lo existente. Pero, más allá de este firulete filosófico que no sé cuánto asidero tiene, creo que tiene que ver con la angustia generalizada, con la necesidad de asir la propia vida. De decir “bueno, ¿en qué relato me enmarco?”. Si el relato cristiano, el relato político, el relato revolucionario o conservador, el relato del progreso material están quebrados, ¿en qué historia me inscribo? Porque no se sabe a dónde vamos en términos del progreso material, no sabemos si el progreso material nos va a llevar a algún lado o incluso si el progreso material no nos va a destruir. En ese sentido yo creo que la literatura de corte autobiográfico, la buena y la mala, no importa, vienen a responder a una necesidad de inscribir la vida propia en algún tipo de relato porque si no la angustia nos come a todos.  

–A propósito del nuevo suplemento de elDiarioAR. Si tuvieras que decirle a alguien por qué para vos es importante la ficción, ¿qué respuesta ensayarías?

–(Alberto) Laiseca decía que la ficción sirve para que funcionen el resto de las cosas. ¿Para qué? Bueno, la posibilidad de encontrarse a uno mismo en un relato puede venir de la posibilidad de escribir o de la posibilidad de leer. De encontrarse en relatos ajenos. Relatos que pueden ser completamente de ficción y completamente alejados de la realidad próxima. Escribir un relato propio o encontrarse en un relato es una manera de anclar la vida en algún lado y permitirte seguir viviendo. Por eso, entre otras cosas, aparece el deseo de hacer un suplemento que conecte con lectores. Porque si la literatura sirve para algo, y creo que sirve para muchas cosas, ese algo es encontrar la historia propia. No todo el mundo va a escribir un libro. Algunos van a leer libros. Entonces también hay que proveerles historias donde los demás se encuentren. Ese vínculo o ese encuentro entre escritores y lectores es la manera de que la sociedad encuentre una narración colectiva o personal que la ancle en medio del torbellino del sinsentido y la desesperanza. 

MA/DTC

Sobre el autor

Juan Sklar nació en Buenos Aires, en 1983. Es escritor, docente, guionista y columnista de radio. En radio condujo las columnas Cartas al hijo (Vorterix) e Ideologías animadas (Metro). Ambos segmentos radiales se transformaron luego en libros de ensayos. Desde 2013, dirige la escuela de escritura creativa El Cuaderno Azul.

Es autor de las novelas Los catorce cuadernos (2014) y Nunca llegamos a la India (2018).