De los propietarios de los clubes de Berlín no se podrá decir que no avisaron. Poco menos que una década llevan ya alertando de que hay en marcha una extinción en el reino discotequero. Lo llaman Clubsterben o “extinción de los clubes”. La expresión siempre aparece cuando se conoce que un mítico lugar de la noche berlinesa –o alemana– desaparece o anuncia que echa el cierre.
El fenómeno lo conoce bien Felix Denk, autor del libro Der Klang der Familie: Berlin, el techno y la caída del muro (Alpha Decay, 2015). Este buen conocedor de la escena berlinesa vio cómo, desde los años noventa, desaparecieron grandes nombres de la fiesta de la capital alemana. “En 1997 cerró el E-Werk, que fue transformado en un espacio para eventos. Luego cerraría, en 2005, Tresor, que estaba situado en las instalaciones de lo que fue un banco, un lugar con mucho hormigón y barras de metal, todo un poco claustrofóbico, pero increíble”, explica Denk.
Tampoco olvida el cierre, en 2020, de Griessmühle, otro mítico nombre que relanzó el debate sobre el Clubsterben, aunque lo cierto es que todos los últimos años se suma al menos un nuevo nombre a la lista de negocios que cierran. En ocasiones, como pasó con los responsables de Griessmühle, estos lanzan otro club, pero ya en otro lugar, “lejos de la zona donde vive la gente, en las afueras de la ciudad”, subraya Denk.
Con todo, la capital germana cuenta con una fama a nivel mundial por las posibilidades que ofrece su aún reputada calidad y cantidad de clubes. Sin duda, su bastión es el Berghain, mítica discoteca abierta a principios de este siglo y a la que sus visitantes siguen entrando en función también de los conocidos caprichos de los porteros. En los últimos días, la polémica rodeó al club al ser acusado por el dj franco-libanés Arabian Panther de cancelar su actuación por su defensa pública del pueblo palestino. Desde el pasado 5 de enero hay nuevas reglas para el apoyo a instituciones culturales como los clubes; quienes reciben ayudas del Estado deben respetar la lucha contra el antisemitismo según definición de antisemitismo de la Alianza para la Memoria Internacional del Holocausto.
Pero Berlín la pueblan muchos más clubes, además del Berghain. Hasta medio centenar de estos establecimientos están asociados en la así llamada Clubcommission. Precisamente esa organización es la que, de un tiempo a esta parte, viene haciendo sonar las alarmas sobre la situación de muerte lenta que viven los clubes berlineses. Basta observar con qué constatación se manifestaba el pasado mes de septiembre en esa organización: “La cultura de los clubes de Berlín, conocida en el mundo entero por su carácter único, su diversidad y su progresismo, está actualmente ante una amenaza existencial debido a la situación económica”.
2023 fue un mal año económico para Alemania. También lo fue para los clubes. La economía se contrajo un 0,3%, según los datos recientes de la Oficina Federal de Estadística. Los males de la economía teutona son de muy diverso orden, pero muchos de ellos parten de la situación que dejó la crisis energética desatada por la guerra de Rusia contra Ucrania.
En los clubes alemanes, la crisis energética, que disparó los precios con una aún notoria inflación (3,7% en diciembre de 2023), también se nota por la noche, cuando llega la hora de pagar la entrada para acceder a las pistas de baile. Debido a la invasión rusa de Ucrania, Alemania dejó de comprar el barato gas natural de Rusia, teniendo que apostar por otros proveedores más caros.
Cuentas de finales de 2023 recogidas por el diario berlinés Der Tagesspiegel ofrecen una imagen en la que resulta obvio el impacto de la inflación sobre la economía nocturna de Berlín. Los precios de los conciertos y eventos subieron un 15% respecto a tiempos de la pandémica COVID-19. Hoy día una entrada para el Berghain –si el portero da el visto bueno para entrar– cuesta 30 euros. Muchos recuerdan como no hace tanto la entrada era la mitad.
La pandemia de 2020 no trajo consigo el temido Clubsterben. Pero sí puso algunas de las bases para mucha de la preocupación que existe en un sector que da trabajo a 9.000 personas y que mueve un volumen de negocio de 1.500 millones de euros anuales, según Der Tagesspiegel. Con los cierres de lugares de ocio nocturno en tiempos de restricciones pandémicas, muchos trabajadores del sector cambiaron de empleo. Muchos no volvieron. Los que lo hicieron, como ocurre con los técnicos de sonido, los hay que pasaron de cobrar 180 euros por un día de trabajo a una suma que oscila entre los 300 y 350 euros por jornada.
“Desde la pandemia es más difícil encontrar gente para los trabajos de la escena de los clubs, algo que pasa también en el sector de la gastronomía. Por ejemplo, cada vez cuesta más encontrar gente que quiera trabajar en la barra del bar”, constata Denk.
Drásticas subidas de precios
Posterior a la pandemia fue el alza del salario mínimo a 12 euros por hora que llevó a cabo el Gobierno del canciller Olaf Scholz en 2021, al poco de llegar al poder. Esa era una promesa electoral del canciller socialdemócrata. La subida a 12 euros no era lo estipulado en las reglas de las subidas del salario mínimo, que cuando Scholz entró en la Cancillería Federal estaba en 9,60 euros por hora.
Esa subida también incide en los negocios nocturnos, que también tienen que asumir unos costos al alza en materia de alquileres y remuneraciones para los pinchadiscos. Desde la Clubcommission ya señalaban el pasado verano que el 89% de los clubes se sentía “bajo presión económica” porque los costos de actividad no paran de subir.
“Tuvimos que hacer frente a drásticas subidas de precios. Esto significa también que los precios de admisión de los clubes están subiendo drásticamente porque los clubes tienen que cubrir muchos costos adicionales. Esto excluye a personas que podrían permitirse ir a un club”, explicó Katharin Ahrend, representante de la Clubcommission, en una reciente entrevista con la radiotelevisión pública berlinesa RBB.
A su entender, en el sector deben buscar “nuevas estrategias” para seguir existiendo si es que quiere sobrevivir. Eso puede querer decir dar otros usos suplementarios a los espacios que antes solo servían para la fiesta. Para esto, el Berghain puede ya dar cuenta de ser ejemplo con aquellos días de finales de 2020 en los que sirvió de centro de exposiciones cuando hubo cierres de clubes por las restricciones debidas a la pandemia.
Sin embargo, para otros clubes berlineses, no hay estrategia que valga. Cinco de ellos situados en el Este, de hecho, tienen ya fecha de deceso. La ampliación de las obras de la A-100, una autopista que pasa por la ciudad, pone a ese grupo de discotecas una espada de Damocles contra la que poco se puede hacer. Else, ://about blank y Wilde Renate son los tres grandes nombres de la noche berlinesa afectados por el trazado de esa vía, entre el Parque de Treptow y la Storkower Strasse.
“La construcción de esta carretera es un gran problema para la escena de los clubes en Berlín. Es una situación muy particular. Sobre todo porque en la zona céntrica de la ciudad ya no quedan lugares para estos locales, y tienen que irse fuera”, sostiene Denk. “Hay que recordar que, en los noventa, los grandes clubes como el E-Werk estaban en el centro, en ese caso frente al Ministerio de Hacienda, incluso”, añade Denk.
Ahora sí hay quejas por el ruido
Algunas voces de la política local se alzaron contra esas obras, aunque cabe esperar, en el mejor de los casos, que esos clubes encuentren otros lugares en los que instalarse. Según explican en la Clubcommission, recolocar a estos clubes en otro sitio es un desafío enorme, entre otras cosas, porque no es fácil encontrar espacio sin que haya problemas.
Un problema recurrente, y al parecer impensable hasta hace poco en una ciudad que desde los años noventa del siglo pasado se forjó fama de capital fiestera del 'viejo continente', es el de las quejas por el ruido. Los nuevos vecinos que ganó la ciudad en los últimos años no tienen que ver con los de los inicios de este siglo. Según la Clubcommission, desde la pandemia, las quejas por ruido crecieron en un 37% para los clubes que representa dicha asociación.
“Vemos la evolución actual con mucha preocupación. Necesitamos protección y apoyo, preferiblemente hoy y no mañana”, decía ya a finales del pasado verano Marcel Weber, presidente de la Clubcomission. A este tipo de declaraciones, las autoridades de la capital venían siendo sensibles. Pero no es menos cierto que desde hace un año escaso, Berlín cambió su alcaldía. Pasó de estar gobernada por una coalición de izquierdas compuesta por socialdemócratas, ecologistas e izquierdistas de Die Linke, a estar bajo control de una gran coalición con un conservador al frente, el ahora alcalde Kai Wegner.
Él pasa por ser uno de los cristianodemócratas más progresistas, pero fuentes del sector revelan que hay desconfianza con el nuevo regidor. Los hay que no esperan de él las ayudas públicas que podrían dar un respiro al sector nocturno.
Clubes con planes de negocio
A nivel federal, poco se espera de un impopular canciller Olaf Scholz que parece tener mayores prioridades que lidiar con la realidad de los clubes de la capital alemana, e incluso del resto de Alemania. “El Clubsterben continúa porque el Gobierno no reacciona”, reprocharon a Scholz y compañía desde Die Linke, el único partido de izquierda que hay en la oposición en el Bundestag, según recogía hace unos días el diario Süddeutsche Zeitung.
Para Denk, aunque él está especialmente preocupado por la situación que plantea la A-100 en Berlín, “la escena de los clubes es hoy por hoy más institucional y algo más sólido que lo que fue”. “Antes un club duraba dos o tres años y tenía que cerrar, porque la gente dejaba de ir o porque el espacio en el que estaba iba a servir a un proyecto inmobiliario. Era una escena muy viva y dinámica. Ahora los clubes ya no son aventuras espontáneas, vienen con serios proyectos económicos, con planes de negocio y demás”, señala el autor de Der Klang der Familie: Berlin, el Techno y la Caída del Muro.
Además, “en Berlín, oficialmente, los clubes son reconocidos como lugares de cultura y no solo de ocio, pero eso no quita el problema de fondo que hay en todo esto y es que falta espacio; los clubes necesitan, sobre todo, espacio para existir, y esto es cada vez más complicado de resolver, porque hay muchos otros intereses en juego”. “Para la ciudad, dado que los clubes son reconocidos como factor económico y cultural, sería una catástrofe que la A-100 se construya tal y como está previsto”, concluye.
AM