En los Oscar de este año se jugaba mucho más que la estatuilla a la Mejor película. Se jugaba, quizás, el futuro de la industria, que en dos años y azuzada por la pandemia ha visto cómo sus bases se tambaleaban. Las salas de cine han quedado para los blockbusters como Spider-Man o The Batman, mientras que el cine adulto no funciona en pantalla grande y parece condenado a las plataformas. En ese nuevo marco, en la incertidumbre de qué pasará en el futuro, el galardón a la Mejor película significa mucho más que un simple premio, sino una declaración de intenciones.
Por eso la victoria de Coda tiene muchas más lecturas. Vuelve a demostrar cómo el voto favorece a las opciones de consenso en detrimento de las más autorales. Coda es un filme alegre y luminoso en tiempos oscuros. Es un filme que habla de diversidad e inclusión. Mensajes optimistas que el cine quiere mandar a la gente. La Academia manda también un mensaje. En la guerra de las plataformas, la que definirá el futuro del entretenimiento y el cine, prefieren a Apple que a Netflix. Apple ha logrado el Oscar a la Mejor película en su primera intentona. Ni siquiera ha sido con su apuesta auroral, el Macbeth de los Coen, sino por una adquisición del festival de Sundance realizada en enero de 2021, eso sí, la más cara de la historia de cine. Un remake de una película francesa con la que han vencido a Steven Spielberg, a Paul Thomas Anderson y, lo más importante, a Netflix.
Apple ha sabido leer mejor que su competidora el momento y ha apostado por su película más popular. La campaña de la compañía se ha destinado únicamente al film de Sian Heder. Cuando uno entraba en una tienda de Apple en EEUU, en todos los dispositivos aparecían los actores de la película. No le ha hecho falta ir a un festival de clase A. No le ha hecho falta ganar decenas de premios de la crítica. Solo ha tocado las teclas necesarias.
La llegada a la industria de Apple se ha visto con mejores ojos que la que hizo Netflix, que entró como un elefante en un bazar. La plataforma de Ted Sarandos se enfrentó a las salas desde el Festival de Cannes de 2017, cuando presentó Okja y The Meyerowitz stories en sección oficial y provocó un boicot de las salas francesas. Los exhibidores consiguieron que Cannes cambiara sus normas. Si querían ganar la Palma de Oro, debían comprometerse a estrenar en salas francesas. Netflix no aceptó, y desde entonces su posición en la industria se ha vivido como una amenaza. No se ha vivido así la de Apple, que desde el primer momento dijo que algunos de sus estrenos serían para salas, como parece que será lo nuevo de Martin Scorsese.
En las oficinas de Netflix se habrán hecho durante la gala de los Oscar la misma pregunta que en los últimos años, “¿qué narices tenemos que hacer para ganar el premio a la Mejor película?”. No es solo una cuestión de ego, es también una cuestión comercial para convencer de que no sólo producen contenido como churros que se olvidan rápido, sino también obras maestras para que los cinéfilos paguen la cuota todos los meses y no se vayan. Para la gente esa certificación la da el Oscar a la Mejor película, no el León de Oro de Venecia.
Su estrategia para lograr el premio era clara, grandes autores con filmes arriesgados. Empezó con Roma, de Alfonso Cuarón, que a pesar de ser la mejor película del año con mucha diferencia perdió frente a un filme menor como Green Book. No era casualidad. La plataforma vivió una negociación con los cines, que se negaron a exhibirla ya que pedían más tiempo de exclusividad en salas. Solo unas cuantas aceptaron y la industria se posicionó. El mismo Steven Spielberg dijo que una película de Netflix no podía ganar el Oscar sin pasar por las salas. Si Spielberg habla, Hollywood escucha, y Netflix se quedó sin premio.
La apuesta grande sería el año siguiente. Scorsese realizaba una obra maestra que resumía todo su cine. El irlandés es la típica película con todo a favor para ganar en los Oscar. Un gran director, una historia épica sobre la mafia y un reparto de leyendas. Ese año se cruzó en su camino un fenómeno como Parásitos, con el que la Academia mandaba otro mensaje, el de una institución abierta e internacional que por primera vez premiaba un filme no hablado en inglés.
Ni siquiera la pandemia cambió el odio de los Oscar a Netflix. En los Oscar de 2021 se premiaban las películas del año de la Covid, en el que ninguna o casi ninguna se había estrenado en salas. Fue el año en el que las plataformas salvaron a las producciones y a la gente al ofrecer cultura y entretenimiento. Ni siquiera así Netflix logró el Oscar con dos obras de dos directores consagrados como David Fincher y Aaron Sorkin. Ganaba Chloé Zhao con Nomadland, una película independiente, pequeña y arriesgada que hablaba de la sociedad del momento.
Este año toda la carrera de El poder del perro ha sido perfecta. Premio en Venecia, triunfo en todos los premios de la crítica, en los BAFTA y en los Critics Choice. También habían construido el relato perfecto, el del regreso de Jane Campion tras más de diez años sin dirigir. Por si fuera poco, tenían de nuevo la mejor película del año. Sus rivales que habían estrenado en salas, West Side Story y Belfast, se quedaban por el camino. Parecía que los planetas se alineaban. El último escollo en la obsesión de Netflix por el Oscar nadie lo vio venir y ha sido Apple. La victoria de Coda es la enésima zancadilla de la Academia a la plataforma. Habrá que ver si cambian su línea editorial de cara a ganar el premio o si aceptan que, de momento, la industria sonría para trabajar con ellos pero luego nunca les vota en sus papeletas de los Oscar.
Cada año que pase la lucha será más encarnizada. El año que viene será Apple quien lleve a Scorsese, mientras que Netflix repetirá con Fincher y Noah Baumbach. Las salas intentarán resucitar y evitar que el Oscar se vaya, por segundo año, a una plataforma. El futuro del cine también se juega en los premios.
JZ