Virginia del Río (Cádiz, 1977) es periodista, divulgadora y escritora. También es madre de Uriel del Río García, un bebé que murió a las 39 semanas de gestación y, como ella misma explica, “nació al día siguiente”. Cuando todo eso pasó, en 2018, Virginia creyó que era la única mujer en el mundo a la que se le moría un bebé dentro del útero. Esa sensación de soledad y de falta de información la llevó a compartir su experiencia con el duelo perinatal. Primero se abrió un blog, “Tengo una estrella” y empezó a divulgar en redes sociales. Ahora publica La habitación de Uriel (Carambuco, 2024), un libro escrito en primera persona en el que explica cómo es la vida después de perder un hijo.
El libro parte de una sensación de desamparo, de creer ser la única mujer en el mundo a la que se le murió un bebé poco antes de nacer. ¿Por qué es importante compartir relatos sobre situaciones tan trágicas como la muerte perinatal?
Desde el mismo instante en que me dijeron las palabras “no hay latido”, yo creí que era la única mujer a la que le pasaba eso, no conocía a nadie que lo hubiera atravesado. Soy periodista, hablo habitualmente con mucha gente y estoy informada, así que si no conocía a nadie a quien le hubiese ocurrido creía que era porque no pasaba. Que los bebés no se morían. Esa idea fue el germen de todo lo que vino después, tanto el blog como el libro que ahora se publica.
¿Sigue siendo un tabú la muerte perinatal?
Sin duda sigue siendo tabú. Existe un silencio en torno a la muerte de los bebés, más aún si mueren dentro del vientre de sus madres. Pero es necesario romperlo, porque de lo que no se habla, no existe. Las teorías del duelo aseguran que perder un hijo es un hecho tan traumático e inconcebible, que genera tanto dolor, que tiende a ocultarse. Pero cuando lo silenciamos contribuimos a que siga siendo un tabú. Así que yo decidí que tenía que hablar de mi experiencia, de nuestra experiencia, sobre todo en la medida en que puede acompañar a otras personas que estén pasando por una situación así.
Es necesario romper el tabú en torno a la muerte de los bebés porque de lo que no se habla, no existe. Perder un hijo es un hecho que genera tanto dolor que tiende a ocultarse, pero así contribuimos a que siga siendo tabú
¿Cómo fue el proceso de escritura de este libro? ¿Fue sanador compartir la experiencia?
Desde que Uriel murió y yo empecé a hablar públicamente del tema, muchas personas me preguntaban por qué no escribía un libro. En mis intenciones no estaba hacerlo, creo que porque no era el momento, porque yo no estaba preparada aún para dar esperanza a nadie. Coincidiendo con el final del duelo, al llegar a la sanación, empecé a valorarlo, porque siempre me ha gustado escribir y tengo facilidad para ello. Así que decidí utilizarlo como una herramienta para que las personas que atraviesan el duelo perinatal se sientan un poco más acompañadas. Es mi libro más importante, porque cuenta mi gran historia de amor, de dolor, de supervivencia y de sanación.
Compartir ese dolor, hacerlo público, ¿puede ayudar a otras personas a atravesar el duelo, y a de alguna manera ponerlo en común, sacarlo de la esfera privada?
Yo he escrito este libro en homenaje a mi hijo y todos los bebés y niños que mueren. Revivir algunas escenas todavía me produce mucho dolor, pero adquirí voluntariamente ese compromiso. Soy consciente de que tengo la posibilidad de darle más visibilidad a la muerte perinatal, por mi condición de periodista, así que quiero hacerlo por todos, no solo por mí. He colaborado activamente en darle visibilidad al duelo perinatal. Mis compañeros y compañeras periodistas, y los medios de comunicación, también me han ayudado tratándome con muchísimo respeto.
El título del libro hace referencia a la habitación de Uriel. ¿Es importante darles a los bebés que fallecen su lugar en el mundo?
Lo primero para reconocer que algo existe es darle un nombre. Hablar de lo que ha sucedido, no intentar obviarlo ni olvidarlo. Esto para mí fue un aprendizaje, cuando pasó no lo veía así. Por ejemplo, al principio yo no era capaz de decir que había muerto, decía que había nacido sin vida, que no deja de ser un eufemismo. Parte de mi camino de duelo fue aprender a ponerle nombre a las cosas. Porque si no lo nombramos, si no lo contamos, parece que no ha existido y se olvida. Esto no quiere decir que necesite hablar de él todo el rato; que yo lo tenga presente no quiere decir que le ponga un plato de comida todos los días. Pero Uriel está presente en mi familia, en mis sobrinos, en la foto que tengo en su habitación o que sus abuelos tienen junto a las del resto de sus nietos. La única manera que tenemos de mantenerlos vivos es en el recuerdo y en el amor.
Muchas familias que han sufrido la muerte de un bebé reclaman poder inscribirlos en el Registro Civil o en el Libro de Familia. Ha habido cambios importantes en este sentido, pero ¿queda todavía trabajo por hacer?
Nuestro Código Civil es del año 1889. Ha tenido modificaciones pero está obsoleto, obviamente. En esos años, la mortalidad infantil era altísima, y entonces todos los niños que nacían muertos iban al mismo saco, un registro de “legajos de aborto”. Es un nombre muy feo que añade mucho dolor a las familias. Quienes hemos pasado por esto hemos empezado a movernos, y hemos conseguido por ejemplo darle a ese archivo un nombre más amable: ahora es el “Archivo de nacidos sin vida”. Yo fui la semana pasada a hacer el trámite, quise esperar un tiempo para que los funcionarios conociesen la ley para no llevarme un disgusto. No lo esperaba, pero fue un proceso muy emotivo para mí. Parece que es solo rellenar una hoja, pero me emocionó mucho ver por primera vez el nombre completo de mi hijo escrito en un documento oficial, al lado del mío.
¿Y cuáles serían los siguientes pasos en estas mejoras burocráticas?
Los cambios en el registro para mí tienen que ser el paso anterior a incluir a nuestros bebés en los Libros de Familia. Ahora que el libro es un documento digital, ¿qué cuesta que se incluya el nombre del bebé fallecido al lado del nombre de sus familiares? Lo que nosotros proponemos es que la inscripción se pueda hacer con carácter retroactivo, pero sin efectos legales –esos bebés no podrían, por ejemplo, heredar–. Yo no tengo ningún documento oficial que diga que he tenido un hijo que se llamaba Uriel del Río García, porque en el papel del hospital pone “feto varón”. Eso es ofensivo, y no es justo para la persona que ha fallecido. Es simplemente un tema emocional, de reconocimiento de su existencia de cara a la familia y a nivel social. Y pongo un ejemplo: yo tengo una perra, Mika, que además me ha ayudado muchísimo en mi proceso de duelo. En su chip y en su cartilla veterinaria vienen su nombre y el mío, mis datos personales, mi teléfono, toda mi información. Está claro que ella es mi perra, pero en cambio tengo un hijo que no figura en ningún documento.
En el libro se dedica mucho espacio al acompañamiento por parte del entorno, señalando aquellas frases que pueden ahondar en el dolor. “Bueno, ya tendrás más hijos” o “Al menos no te dio tiempo a cogerle cariño”. ¿Qué debemos decir y qué no cuando una persona de nuestro entorno atraviesa una situación así?
Nuestra cultura no está preparada para aceptar el dolor, sea propio o ajeno. Es una reacción natural del ser humano. Entonces ante una situación de dolor, y como decíamos el dolor de perder un hijo es inconcebible e insuperable, pues nos aventuramos a decir cosas que a veces no tienen sentido. Algunas personas no saben manejarse, y dicen cosas como “Bueno, mejor que haya pasado ahora y no después”, o “Eres joven, tendrás más hijos”. Eso es algo que no se le ocurriría decir a nadie si por ejemplo acaba de fallecer tu marido o tu hijo de cinco años. Ese tipo de comentarios no aportan nada y solo añaden dolor. Si uno no sabe qué decir, es mejor acompañar en silencio, validando las emociones de la persona que está sufriendo. Decir algo como “no sé qué decirte, pero aquí estoy”, o dar un abrazo si a esa persona le apetece.
Los protocolos sobre muerte perinatal han avanzado mucho en los últimos años, incluyendo recomendaciones como despedirse del bebé, ubicar a las familias en plantas diferentes a la de maternidad o incluir acompañamiento psicológico desde el principio. ¿Se siente partícipe, de alguna manera, en esos avances?
Sí, y me siento muy orgullosa de haber participado en ese proceso. Un año después de fallecer Uriel me fui a un congreso médico donde se empezaba a hablar de los protocolos sobre muerte perinatal. Hablé ante muchísimos sanitarios, médicas, ginecólogas, enfermeras, matronas… Conté mi experiencia y en ese discurso estuve especialmente lúcida, noté que los asistentes me escuchaban con mucha atención. Recibí muchos comentarios de sanitarios que, después de escucharme, empezaron a acompañar el duelo perinatal de una manera diferente. Yo tuve la suerte de que en el hospital que me tocó había ya un pequeño protocolo y me acompañaron de forma muy respetuosa, pero fue a partir de ese congreso que se empezó a crear un protocolo más universal que se ha distribuido por todos los hospitales de España.
Poco después de morir Uriel, yo pensaba que mi misión era olvidar, pero es tan traumático que no se puede 'pasar página'. Lo que sí se puede es aprender a vivir con lo que ha pasado. Darle un lugar a mi hijo, ponerle nombre a las emociones y hablar de él es lo que me sanó
Defiende la necesidad de un acompañamiento psicológico en momentos de duelo. ¿En su caso, tuvo ese acompañamiento?
Yo tuve la suerte de que mi psicóloga vino al hospital la misma noche en que pasó todo, pero no todas las mujeres tienen esa posibilidad y deberían tenerla. Después de pasarme todo esto, como me escriben muchas mujeres que han perdido bebés, he decidido formarme en duelo, para tener herramientas profesionales. Una de las cosas que nos enseñan es que la terapia sería necesaria en los casos en que el duelo se hace más traumático o patológico. Pero yo no estoy de acuerdo: creo que hace falta acompañamiento psicológico en todo momento. Yo sentía emociones que no había vivido nunca, y sabía que podía perder la cabeza en esa situación. En esos momentos, dar con un especialista que te ayuda te puede cambiar la vida.
¿Ha cumplido este libro su objetivo de acompañar a las mujeres y familias que atraviesan el duelo perinatal?
Espero que sí, para eso lo he escrito. Al principio, poco después de morir Uriel, yo pensaba que mi misión era olvidarme de lo que había pasado, ir quemando etapas y olvidar. Pero eso es imposible, es algo tan traumático que no se puede “pasar página”. Lo que sí se puede es aprender a vivir con lo que ha pasado. Darle un lugar a mi hijo, ponerle nombre a las emociones y hablar de él es lo que me sanó. Porque el duelo es amor que se queda huérfano, que no sabe adónde ir. Yo no he pasado página, ojalá hubiéramos hecho esta entrevista sobre otro tema con Uriel sentado a mi lado. Pero eso no lo puedo cambiar. La vida es ahora, y esto es lo que tengo.