1.
En la esquina de arriba a la derecha de mi DNI argentino, que indica mi categoría de “residente”, está estampada la palabra: EXTRANJERO. Antes, me causaba cierta gracia y hasta un perverso orgullo. Solito me comí el verso del expatriado como figura romántica y cuasi maldita. Especialmente porque guardaba en mi alma el secreto deseo de convertirme en escritor. Ahora, ahora me irrita, como un tatuaje con el ya no me identifico. Aunque vivo en la ciudad de Buenos Aires desde 1996 no puedo comprarme ni siquiera un huevito Kinder sin que el kioskero me pregunte, ¿Vos de dónde sos?
Es por cómo hablo. Tengo los cables cruzados entre el chileno anticuado de mis padres, el inglés de mi país natal, Estados Unidos, y el castellano rioplatense del país que adopté con convicción. Mi ser funciona en modo glitch; cambia entre estos canales.
Siempre fue así. Nací en Massachusetts, mis padres hijos de inmigrantes de Europa, inmigraron allí desde Chile. De niño acompañaba mi madre por las calles de los suburbios de Boston. Ella no podía hacer ni una transacción comercial o social sin que, tras un momento de silencio, el interlocutor le preguntara: Where are you from?
My mother hablaba así. All mixed up cuando quería decir una cosa. Hablando en el idioma que más le salía right in the middle of a sentence. Not out in the street, pero sí en casa. Me gritaba, temprano por las mañanas, “Andrés, pucha, apúrate ya, que vas a llegar late for school.”
2.
Quisiera saber donde reside el centro de la escritura ¿Uno escribe desde quién es? ¿O escribe desde donde es? ¿O desde donde, o quién, fue? Y además, ¿qué hacemos quienes los que no entramos en ninguna categoría oficializada? ¿Hay una literatura nueva, híbrida, bilingüe, escribiéndose y por venir que aún es un secreto a voces? ¿Allí está la gran apuesta?
Me saluda el escritor Junot Díaz en la pantalla de mi computadora. Estadounidense, de raíz, alma y familia Dominicana. Sentado en el balcón de un departamento que podría ser el tuyo o el mío. Hace tiempo que vivimos en un mundo balardiano. Lo único que sé es que esta en el Los Angeles Time Zone. Sonríe y me dice “tigre”: me siento bendecido.
Su aclamada y muy querida novela de 2007, La maravillosa vida breve de Óscar Wao está escrita principalmente en inglés, pero el castellano entra sin pedir permiso. Es una novela bilingüe. Ganadora del premio Pullitzer, un bestseller internacional. Pero si vamos a ser honestos, es intraducible, porque describe la sensibilidad de una persona cuyo ser funciona en el inglés de New Jersey y en castellano dominicano. En la traducción al castellano de Oscar Wao, las partes en castellano en el texto original no fueron traducidas al inglés para la versión in Spanish. Obvio que no. Pero el resultado es algo como ver una reproducción de un Van Gogh en una foto en blanco y negro. Pierde su esencia. Deja de ser una novela bilingüe.
Quiero que Junot me explique como ve las cosas. Estas ideas, por ahora, son informes en mi cabeza. La conversación fluye; alternamos entre nuestras dos lenguas según la necesidad de expresarse con precisión, sea emocional o intelectual. Mi mamá, me doy cuenta, hablaba en Junot Díaz.
Le pregunto si la literatura bilingüe es una manifestación de code-switching, la práctica en la cual uno habla de formas diferentes según su audiencia. Como un afro-americano que habla “blanco” en su trabajo por que si hablara como hace en su casa y en sus calles, duraría dos minutos en su puesto. Por el racismo. Lo mismo pasaba con y aún pasa con los pueblos originarios, que deben borrar su lengua en el aula, al empezar la escuela. Y en mil lados más.
El racismo funciona dentro de múltiples niveles entrecruzados. Junot advierte cómo, en los Estados Unidos, hay gente que llama a la policía cuando escucha personas hablando en castellano. Pero, por otro lado, que en la misma comunidad Latina (y Latinx) hay alas conservadoras en contra de la inmigración y a favor de hablar principalmente en inglés. En los Estados Unidos, con mi pareja argentina, se me han acercado hombres mayores blancos a decirme, “This is America. Here we speak English.”
3.
Cuando empecé la universidad quise hacerme miembro de la comunidad de alumnos latinos. Aunque me pasé la primaria comenzando las mañanas en el aula de pie, frente a mi pupitre, con la mano derecha sobre el corazón, jurando lealtad a la bandera y a The United States of America, en casa se hablaba en castellano y el núcleo duro de los amigos de mis padres eran latinoamericanos. Jugaba Little Leauge beisbol en las canchas polvorosas del barrio, pero en casa mi madre hacía empanadas, pastel de choclo y ensalada chilena. Y mi viejo hacía Pisco Sours y a veces la vida era una fiesta. Pero in Spanish.
En el formulario para postular a la facultad había una sección en la cual tenías que elegir Race/Ethnicity. Decidí no mirar al chico blanco en el espejo, sino pensar en quién era. De donde venía. ¿Vos de dónde sos? De Boston. Pero me sentía latino. Lo era. Entonces me decidí: en vez de ponerle una tilde a la opción White, opté por Latino.
En el almuerzo al aire libre en el cual se presentaban los nuevos integrantes se me acercaron tres tipos con cara de asco y me dijeron, en inglés, que me tenía que ir, que no tenía derecho a estar entre ellos. Al final del encuentro, el presidente de la asociación de alumnos Latinos nos hizo parar en círculo y presentarnos. Cada uno lo hizo en inglés. Cuando me tocó a mí, hablé en castellano. Me presenté, acusé recibo de mi expulsión, y me despedí cordialmente agregando, a modo de un fuck you entrelíneas, “I’m sure many of you didn’t even understand what I just said. Lamento haberles ofendido.” Sus caras, que noté perplejas, confirmaban mi hipótesis. Parecía que no me quedaba otra que ser gringo.
4.
Junot cuenta: “Bueno, imaginate, aquí, echar, tirar un par de palabras en español es un acto de resistance. Mira, hay gente que no hablan casi nada de español, que hablan peor español que el mío, pero todavía insistían a tirar flechas en español, porque es una manera, verdad, to push back on the tyranny of English.”
Entonces, ¿la literatura bilingüe necesariamente tiene que considerar dentro del universo conceptual del code switching?
Junot contesta: “Mira, tigre. No. Yo creo que eso es una estrategia literaria. Porque hay code-switching, verdad, pero también hay, yo siempre digo, parallel languages. Además, hay cosas que no se pueden traducir. Entonces, the untranslatable. Do we really call untranslatable terms code-switching? I mean, I don’t think so. We consider that linguistic borrowing, right?”. Salí de la conversación con una enorme sensación de consuelo.
En la Universidad de Texas en El Paso se fundó la primera maestría en los Estados Unidos dedicada a la escritura creativa bilingüe. Allí dicta clases la escritora y editora argentina Lola Copacabana, autora de la novela Aleksandor Solzhenitsyn, Crimen y castigo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Momofuku, 2015). La entrevisté por correo electrónico. Se fue armando un rompecabezas. Como en la charla con Junot.
De sus alumnos que viven en la frontera entre México y los Estados Unidos, Copacabana dice: “Lo que sí se me ha hecho evidente es que algún trazo de bilingüismo puede resultar necesario, e incluso fundamental, para (d)escribir la experiencia bicultural. El castellano aparece con la mayor naturalidad en la producción de mis alumnxs de escritura creativa (y quién podría, realmente, manifestarse en contra de un ”abuela“), y los debates en el taller aquí pasan más por la necesidad de que esos trazos sean plasmados en ”proper Spanish“ (correcto castellano) o ”El Paso Spanish“ (el castellano vivo, el que es propio de aquí y no aparece en el diccionario sino que está en la calle).”
5.
Entre San Telmo y las llanuras del centro de los Estados Unidos ha ocurrido un gran experimento literario. Jennifer Croft (premio Booker Internacional en 2018 por su traducción de la novela Los errantes de la Premio Nobel polaca de 2018, Olga Tokarczuk; y también traductora de varios autores argentinos, como Federico Falco y Romina Paula) escribió una novela de su infancia en Oklahoma y su educación como políglota.
Dice, en otro Zoom, que su uso cotidiano del castellano rioplatense se limita a su mundo onírico. Todas las noches sueña con Buenos Aires. Pero cuando se puso a escribir lo que terminó siendo Serpientes y Escaleras (Entropía, 2021) fue, en parte, para integrarse a la comunidad literaria argentina. (Pasó varios años aquí aprendiendo el castellano rioplatense, al cual, nos dice, se quiere dedicar principalmente como traductora). Como sentía que su castellano tenía límites, escribió algo “simple, directo y claro.”
Eligió eso, dice “intencionalmente porque quería explorar esta idea de lo intraducible, que creo que es una idea muy interesante y obviamente como una traductora practicante no creo que realmente haya cosas intraducibles. Pero luego, si hilás más fino, todo es intraducible.”
Mientras escribía Serpientes y Escaleras le mandaba traducciones al inglés a su hermana para compartir lo que hacía, pero también para constatar ciertos datos biográficos familiares. Esta operación terminó siendo un puente hacia un libro en inglés, el mismo pero otro, titulado Homesick (Unnnamed Press, 2019). Una editora audaz podría publicar Homesick y Serpientes y Escaleras en un solo volumen. Es una novela bilingüe.
Ahora, encima, Croft escribe una última versión, en inglés también, para Charco Press, una imprenta escocesa, creada por la argentina Carolina Orloff, dedicada a traducir autoras y autores latinoamericanos.
La veo a Jennifer en la pantalla de mi computadora, hablando desde un cuarto con luz invernal hoppereana (me habla desde el Central Time Zone de los Estados Unidos). “Siempre he pensado, como traductora, que no existe algo como un texto oficial, final. Los textos, para mí, son como seres vivos que están en evolución continua, precisamente por la traducción. Y este que es mi primer libro propio no ha parado de evolucionar. Lo veo también en las traducciones que van saliendo en otras lenguas.”
6.
Para contemplar la posibilidad de una literatura bilingüe, tenemos que pensar qué significa la traducción. Para seguir armando este rompecabezas, hablo por teléfono con Santiago La Rosa, editor de la editorial argentina CHAI, sobre cómo se imagina una traducción. Esencialmente, lo ve como algo mucho más que un facsímile o una re-escritura, sino como un texto adjunto que puede iluminar el original y hasta cambiar la forma en la cual lo leemos. “Creo que en Argentina mucha gente lee en inglés. Hasta hay este lugar común de que ‘prefiero leer en el original.’ Entonces, ¿cómo presentar traducciones que valen en sí, que no se lean solo como un texto en castellano? Bueno, un ejemplo para mí es Esther Cross leyendo (traduciendo) a Cynan Jones y decidiendo una serie de operaciones y cosas en el castellano; no sólo leer la historia sino un montón de decisiones formales que hacen a como es Cynan Jones en castellano.”
Carolina Orloff, desde Greenwich Mean Time, habla por Zoom. Como La Rosa, da a sus traductores una prominencia equivalente al de los escritores. Vive en el Reino Unido desde los 90, donde se doctoró en Filosofía y Letras Latinoamericanas en la Universidad de Edimburgo, entre muchos otros títulos obtenidos. Su libro La construcción de lo político en Julio Cortázar (Ediciones Godot, 2014) fue una re-escritura de su tesis doctoral producida en inglés. Lo que está haciendo en Charco (donde se edita a Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámera, Federico Falco y Jorge Consiglio, entre muchos otros autores y autoras argentinos y argentinas) es como un laboratorio en el cual se creando un espacio donde el castellano y el inglés coexisten y, más aún, aparecen nuevas obras, desde el choque literario que administra un traductor en su labor.
Pronto comenzará a editar para el mercado del Reino Unido los libros originales en castellano junto con sus traducciones. Este año publicará un libro del prolífico traductor Daniel Hahn, quién tradujo la novela Jamás el fuego nunca de la autora chilena Diamela Elite. El libro es un diario de la traducción titulado Catching Fire, a Translation Diary (Charco Press, 2022). En la introducción escribe (en un inglés que traduzco): “Hasta los mejores traductores aceptan esto: esencialmente, teóricamente, la traducción es imposible”.
7.
Entramos a hablar de la traducción porque es, en el fondo, un género de la escritura bilingüe. Pero uno donde el bilingüismo opera en silencio y queda oculto en el texto final. Pero yo quiero más. Quiero otra cosa. Quiero leer libros intraducibles porque están escritos en dos lenguas. No por ostentación, no por hacer una performance, no por esnobismo sino porque hay experiencias humanas, hay almas humanas cuya naturaleza es binaria entre dos lenguas; entre dos culturas. Siempre voy a creer que la literatura es un lugar donde van a esconderse las almas de la muerte. ¿Cómo no hacer una literatura desde ese lugar?
Los textos son seres vivos. Todo es traducible. Y a la vez no. Somos millones que vivimos en inglés y castellano. Hay un umbral crepuscular entre ambos. Viven, también, en mi cabeza. ¿Vos de dónde sos? Soy de ahí, de esa penumbra. I am from aquí. Y así voy a empezar a escribir, sin pedir permiso, sin mayor deseo que sumarme, escribiendo, a mi gente. A los que nos preguntan, estemos donde estemos, ¿Vos de donde sos?
AH
(Una versión de este artículo fue publicado en la última revista de elDiarioAR)