La Confitería del Molino es una esquina emblemática de la Ciudad de Buenos Aires. Su ubicación estratégica, a metros de la Plaza de los Dos Congresos y del Palacio del Poder Legislativo Nacional, la puso en un lugar privilegiado de la vida social, cultural y política de la Metrópoli. El edificio refleja los vestigios de una historia rica en tradiciones y relatos de pactos y traiciones de un barrio donde se reunían los debates de una nación. Tan rica quizás como sus postres.
Como obra de arquitectura, el edificio es un ícono del Art Nouveau en Argentina. Fue proyectado por el Arquitecto Francisco Gianotti, el mismo que diseñó la Galería Güemes. Si visitáramos ambas obras, encontraríamos patrones comunes tanto del estilo como de su impronta personal. Posiblemente la forma de la torreta-mirador de la Galería, construida en acero y revestida en cobre, nos recuerden a la esbeltez de la torre-cúpula de la Confitería.
Con más de un siglo de historia, el Molino emplazado en la esquina de la Av. Rivadavia y Av. Callao se erige sobre una estructura metálica, con mampostería de ladrillo como cerramiento, entrepisos de perfilería metálica con bovedilla y piezas de hormigón premoldeado en escaleras y torre-cúpula. Cada espacio presenta, según sus usos, pisos de piedra –mármoles de procedencia europea–, finos pisos de madera u ornatos premoldeados de yeso estucado o con toques dorados. Pero estas características materiales eran abstractas hace tres años. Porque el edificio se encontraba en estado de saqueo y desidia. Principalmente faltaban las piezas de bronce de la cerrajería e iluminaria, y se retiraron del interior más de treinta bateas de basura: cuarenta colchones, roedores muertos, tarros de wano y excremento de todo tipo. Pero el riesgo más importante era el colapso de la estructura.
“El primer desafío, y posiblemente el más grande, fue la consolidación del Edificio del Molino. Evitar su derrumbe, que parecía inminente. Hay mucha ansiedad, y la gente cree que hay que abrir rápido. Y llevamos apenas treinta y seis meses del día que entramos, la mitad de los cuales fueron en pandemia. En término de laburo efectivo no tuvimos más de veintidós meses. El Edificio estuvo veintidós años cerrado, pero ya desde antes tenía un nivel de mantenimiento muy bajo. (...)El riesgo más grande era el colapso”, manifiesta Ricardo Angelucci, secretario técnico administrativo de la Comisión Bicameral del Congreso Administradora del Edificio del Molino.
La cúpula está construida sobre cuatro columnas de hierro. Ellas sostienen todo el casquete que va desde el primer subsuelo hasta los setenta metros de su coronamiento. Poder garantizar que esa estructura de hierro tuviera la estabilidad suficiente para poder empezar la reconstrucción fue el desafío más grande. Hubo que recambiar hierros y perfiles. Recién se pudo trabajar en la terraza cuando la consolidación del edificio, que llevó aproximadamente un año, hubiera finalizado. Desde la azotea se filtraba agua con cada lluvia, lo cual obstaculizaba la restauración y deterioraba cada vez más al edificio, pudriendo los pisos de madera entre otras “patologías”.
Con la Arquitecta Nazarena Aparicio nos adentramos en la obra. La confitería distribuida en planta baja se encuentra en la etapa de finalización de la puesta en valor de los solados de mármoles originales y cielorraso ornamentado en yeso. En la envolvente, las placas de mármol revisten los muros; y los distintos conjuntos de vitrales que están cubiertos por protección se desmontaron, restauraron y volvieron a colocar. La columnata, revestida en estuco de falso mármol, consiste en una estructura mixta de perfilería metálica y hormigón armado. Su revestimiento “símil mármol” consiste en una técnica pictórica que aglomera polvo de mármol y distintos pigmentos para llegar a la veta correspondiente. Se hizo una fuerte limpieza técnica sobre la superficie del estucado, y resta finalizar las tareas de consolidación de los capiteles. El conjunto de luminarias de la confitería está restaurado en su totalidad. Los apliques periféricos están compuestos por muchísimas piezas con caireles de vidrio, y el aplique central está compuesto por paños de vitral.
Al exterior se puede apreciar los característicos leones alados, que no estaban previo al inicio de la obra. Sólo restaban unas fotografías históricas, y a partir de ellas se pudo diseñar los moldes de forma digital y fabricarlos materialmente. Se trabajó por separado con el torso por un lado, y con las alas por el otro; y se ensambló todo en altura. Estos leones pesan aproximadamente una tonelada cada uno, y están custodiando la cúpula. Su terminación es en “símil piedra”, que es el mismo revestimiento que tiene la superficie exterior. Al levantar la mirada, se puede ver piezas coloreadas que en serie se repiten en la cúpula y en la fachada. Son miles y miles de piezas de vidrio horneado que ornamentan toda la envolvente externa del edificio con distintos motivos. Aparicio nos revela que se hicieron veintisiete mil reposiciones, con más de veinte variedades de colores de vidrio diferentes. Las tejuelas sobre la cúpula y sobre la falsa mansarda son de mayólica, con una doble cocción y una terminación dorada. Hubo que ejecutar algunas réplicas porque había faltantes. Para tal fin, hubo que hacer muchísimas pruebas y así dar con el tono exacto de la pieza original. La puesta en valor de la cúpula, desde el tambor hasta su coronamiento, está finalizada. Lo mismo que la fachada y la azotea.
Para la restauración de un edificio de tamaña envergadura, se constituyó un equipo de trabajo interdisciplinario: hay especialistas en vitrales; en metales; en restauraciones edilicias en yesería, moldería, superficies en mármol, como también especialistas en madera, asesores expertos en vitrales y restauración en general. Por otro lado, Aparicio nos explica que un equipo de arqueología urbana, coordinado por la arqueóloga Sandra Guillermo, trabaja en la recolección y hallazgos dentro del edificio a lo largo del tiempo desde que inició la obra, para reconstruir su historia. La ejecución del Plan de Restauración Integral del Edificio del Molino –RIEM- incursiona en un abordaje poco habitual de la gestión patrimonial, que contempla la dimensión material e inmaterial de los bienes culturales, desde la multidisciplina y la pluralidad política, con el compromiso de involucrar la participación de la comunidad.
Tenemos entonces por un lado la reconstrucción del edificio en su faceta material y arquitectónica, y la reconstrucción de la historia del inmueble en su sentido inmaterial e intangible. Por otro lado, el equipo de prensa trabaja sobre la recolección de los testimonios que integrantes de la comunidad acercan a través de las redes, ya sean fotos o relatos, que a su vez aportan a la reconstrucción material del edificio. Por ejemplo, la baranda del balcón sobre el salón de fiestas se pudo replicar con sus ornamentos con suma fidelidad del original a través de la fotografía donada de un evento social celebrado allí mismo. A partir de unas fotografías, la diseñadora gráfica de la Comisión junto al equipo de vitralistas pudo reconstruir la traza original de plomos para generar réplicas de paños de vitral. De alguna manera, una fotografía puede ayudar en simultáneo a reconstruir el edificio y sus historias. A través de las redes también, la gente colaboró con testimonios que azoran la reconstrucción. Trabajadores de antaño, como un panadero que horneaba cada mañana del pasado en la cocina del subsuelo, aportó recetas. El postre emblemático del Molino original es el “Leguisamo”, que es el postre que le hace Gardel al homónimo jockey uruguayo.
“La ansiedad de la gente no se condice con el estado del edificio”, sentencia Angelucci. Pero, casi sin decirlo, el equipo de restauradores y de la Comisión tiene la misma ansiedad. Su intención es hacia este fin de año terminar la restauración del núcleo central, que es la Confitería, el salón del primer piso, la envolvente exterior, y la marquesina de la esquina. Pero que abra la confitería no significa que enseguida podamos sentarnos a tomar un café. El proceso de selección de la empresa para la concesión del bar tendrá requisitos rigurosos tanto para el método de selección como para su postulación. “Quien venga tiene que tener la capacidad de conservar el edificio en el estado de restauración. Tiene que ser consecuente con la historia gastronómica y cultural”, agrega el secretario técnico de la Comisión. Según la legislación, debe conservarse lo inmaterial, el espíritu de la confitería: debe recuperarse recetas, espacios, historias y relatos. Con respecto al mobiliario, si bien no había uno “característico” de la confitería, porque a lo largo del tiempo se alternaron indistintamente mesas genéricas de madera o de mármol, será condición también que los nuevos muebles armonicen con el carácter del edificio.
Con dieciocho meses netos de trabajo en un edificio cerrado por veintidós años, se saneó y consolidó una estructura que corría con riesgo de demolición, y hoy se encuentra con la expectativa de que, más pronto que tarde, nos vuelva a ofrecer un café.
AB/JIB