Impresiones

Después de su muerte empieza una nueva temporada en la vida de Ricardo Fort

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A días del cumpleaños número 18 de los mellizos Marta y Felipe Fort, su tutor legal - y ex novio de su padre Ricardo - el personal trainer Gustavo Martínez decidió arrojarse al vacío desde el piso 21 del departamento que compartía con los chicos en el barrio de Belgrano. El 25 de febrero debía dejar la custodia legal de los hermanos. Así fue como comenzó una nueva temporada en la vida, después de la muerte, de Ricardo Fort.

Con el suficiente tiempo y distancia, volvemos a posar los ojos en esos dos mil y su manto sagrado de década politizada. Quizás ya estamos en condiciones de pensarla como una continuación de los 90 con discursos oficiales más solemnes en la superficie, pero con una base aún más frívola que la anterior década. Los empobrecidos 2000 cambiaron la revista aspiracional histórica, “Gente”, vidriera de la socialité vernácula, por otra publicación de la misma editorial que comprendió por cual canaleta se iría el consumo: lo posible y no lo perfecto. Se llamó “Paparazzi”.

El canal América había estrenado en el 2000 “Intrusos”, un programa con un dream team de chimenteros al mando del experimentado Jorge Rial. Un éxito en los mediodías desocupados de esos años que se mantuvo firme cuando la soja comenzó a aumentar su precio.

Con una televisión que desde fines de los noventa ahorraba en pesos, la nueva selección de celebridades iba desde participantes de reality shows hasta nuevas vedettes: chicas que reemplazaron -en el deseo de las plateas masculinas y en anhelo estético- a las delicadas, esbeltas y naturales modelos top de los 90. De altísimas y delgadas chicas “bien” a pulposas chicas de barrio. De aspirantes a novias de empresarios de primera línea -la modelo María Vázquez dio una frase para portada de revista: “todos los empresarios quieren una modelo al lado”- a futuras esposas de nuevos ricos. Las rubias debilidades que pasaban los años y cambiaban los parámetros estándar, pero sabían del poder de las diferentes bellezas.

En ese nuevo contexto Editorial Atlántida decide lanzar “Paparazzi”, dirigida por Jorge Rial y Luis Ventura, su socio televisivo, también de ladero. La revista, que era un catálogo de chicas que podían vender ropa interior o mallas, lanzaron al estrellato a muchas mujeres que aún hoy siguen en el medio. Desde la contundente Luciana Salazar sin tantos retoques a la belleza angelical de Pamela David. De Wanda Nara, quien declaró que aún era virgen, a Sabrina Rojas y su cara tallada. De Silvina Luna, con sus curvas irresistibles a Celina Rucci con su estilo femme fatale. Y junto a ella, en una supuesta y casual nota, pudimos conocer a Ricardo Fort como el el deslumbrante nuevo amigo de la bella vedette, casada en ese entonces con el cuñado de un encumbrado político. La revista la mostraba en una playa distendida y, de alguna manera, poniendo en duda su matrimonio ante la cercanía de este nuevo amigo. Fue un gran “que hablen mal, bien, más o menos pero que hablen”. La máxima del mundillo artístico que acá funcionó a la perfección. Todos posaron los ojos en este fornido y apuesto morocho de ojos claros. Y en pinza con la tele, la presencia del muchacho aumentó.

Primero, porque Fort además era un millonario, heredero de la marca de chocolates y barritas de cereales que anunciaba en “Intrusos”. Segundo, por su magnetismo y sus excentricidades. En años, en los que para buena parte de la clase media viajar o consumir era su norte, Ricardo fue consumo irónico y luego algo que en el fondo tocaba la fibra de la ambición. ¿Quién no quiere ser millonario? A medida que se alejaban los años del estallido y nos acercamos a las tasas chinas, el exceso empezó a caracterizar a los dos mil. El año que se instala la Asignación Universal por Hijo también estalla la fama del mediático. Consumo para todos.

Ricardo era parte, como en las mejores historias televisivas de familias millonarias, de una saga digna de seis temporadas. Nieto de un catalán llegado a estas tierras en su adolescencia con la ola de inmigrantes, Felipe, es quien coloca la piedra basal del imperio con una fábrica de chocolates. Separado de su esposa madre de sus hijos, el fundador pasa sus años finales junto a una compatriota Aschira. Nadie sabía que Aschira, la astróloga televisiva, alegre, chillona y de bijouterie llamativa también, pertenecía a esa dinastía. Aunque sus miembros no la reconocieran.

Casada con Felipe, ambos en segundas nupcias, también tuvieron una hija, Paloma, cuya relación con sus hermanos era casi nula. Felipe había vuelto a ser padre a la edad que sus hijos también habían empezado a tener descendencia. Como en todo buen culebrón.

Ricardo nace en el año del mayo francés y su abuelo muere el año del Cordobazo. En un contexto donde los baby boom se rebelaron a los mandatos impuestos, Carlos Fort, uno de los hijos de Don Felipe y padre de Ricardo, toma la empresa por las astas y empieza a crear el imperio.

En parte gracias a los chocolates Jack que traían de regalo muñequitos que iban desde los famosos personajes animados de Manuel Garcia Ferré- nuestro Walt Disney, creador de Anteojito, Hijitus, Larguirucho, Profesor Neurus, Oaky, Petete y Calculín-  hasta los luchadores del gran programa infantil de la época: “Titanes en el ring”. “Jack” aún hoy se guarda en la memoria emotiva de los niños de los convulsionados '70. ¿Quién no quería su Momia en la colección?

Carlos, un as para los negocios, tenía una histriónica esposa, al igual que su padre. Cantante frustrada y de una belleza significativa, Marta fue la musa del pequeño Ricardo.

Lejos de la pasión empresarial paterna, el pequeño heredero sentía mayor fascinación por esa madre dueña de un aura de diva cinematográfica. En los 90, década reina madre del exhibicionismo, la empresa seguía en manos de su padre Carlos que confiaba en otro de sus hijos para continuar el legado. Ricardo no era el elegido por ese progenitor rígido que no le permitía que cumpliese su sueño de ser famoso y, a su vez, lo cohibía de disfrutar tranquilamente de su elección sexual. Ante la presión impuesta, Ricardo viaja a Miami, su lugar en el mundo, con el propósito de alcanzar la fama. No lo consigue y vuelve a la Argentina y quiere entrar en los medios de comunicación.

En la segunda mitad de los 90, una Argentina harta y empobrecida lo hace pasar sin pena ni gloria en su intento. Pero aporta, en su lucha contra su propio padre, una idea que los haría aún más millonarios: las barritas de cereales. Snacks que solía consumir en Miami y Los Ángeles.

La fama

Marcelo Tinelli aún tenía intacto el olfato sobre qué le atraía a su público. Para los 2000, Tinelli notó que haciendo desfilar a las modelos de “Paparazzi” el rating subía desmedidamente y apostó a humoristas y chicas con poca ropa. Había aterrizado del familiar Telefé a Canal 9 y fue un golazo en el rating. Tinelli compró el formato de un programa exitoso en otros países: un concurso de baile de famosos: “Bailando por un sueño”. Su reconversión. La primera temporada constó de sobriedad, pero alguna pelea entre los participantes con el jurado de notables le advirtieron que podía agregar una impronta local para sumar rating.

Y nada mejor que sumar chicas ávidas de fama para armar noche a noche un escándalo. De “Bailar por un sueño” a “Pelear por la fama”. Y allí entonces hizo su aparición mágica Ricardo como novio de varias de esas chicas. Telenovela diaria con disputas y lágrimas. Su máximo anhelo se concretaba. Era famoso. Sus apariciones hacían estallar el rating con su derroche y exceso.

En esos años con colas para comprar electrodomésticos y jeans,  la foto de él con tapado de piel y avión privado era usada para contar cualquier gasto excesivo. El meme antes del meme. Muy hijo de ese tiempo llamado “54 por ciento de los votos”. A gastar que se acaba el mundo.

Aunque sus excentricidades de índole monetaria y su falta de pudor y recato para exhibirlas, también le trajeron conflictos familiares. Los empleados de la empresa querían aumentos y nadie podía ocultarles que no daban los números. Ricardo era símbolo de malgasto.

Abrir la puerta

Un día dejó atrás el alquiler de novias y pudo ser feliz con su verdadero Ricardo. Aparecieron otros amores, otros escándalos y pudo dejar a sus hijos en manos de un ex novio en el que confiaba. Múltiples operaciones estéticas que lo asemejan a los muñequitos que se vendían en los chocolates Jack lo llevaron a padecer dolores y adicción a la morfina. Una vida sin límites que se agotó rápido. Murió en 2013, pero la saga familiar continúa.

Quizás mientras miramos un capítulo más en la vida de Fort tras el suicidio de su ex novio y tutor de sus hijos, Gustavo Martínez, tengamos la excusa perfecta para abrir ese paquete cerrado de “los dosmiles politizados”. Sus hijos van a mantener la antorcha mediática encendida en un mundo que se fascina con la exhibición de la intimidad, de la perfección estética y el dinero. Aunque sean pixeladas por filtros de Instagram.

LA