Una caravana de antivacunas avanza hacia París mientras ustedes leen.
“Resistence”, rezan ciertas pancartas. El trayecto es largo, así que deben acompañarse de música. Imaginemos: en sus automóviles, algunos manifestantes se tonifican con Van Morrison y Eric Clapton. Sienten que hablaron por ellos, aunque sea esta vez en inglés con “Stand And Deliver”. La canción del irlandés Van Morrison es todo un himno de la nueva derecha que encontró en el Covid-19 un disparador para su rebelión inútil (“Levántate y cumple/ deja que te metan miedo/ Levántate y libérate”). Nos invita a recordar no solo las peripecias políticas del guitarrista a quien alguna vez compararon con una deidad por sus digitaciones y su sonido. También posibilita pasar revista a la sorprendente legión de roqueros conservadores y de canciones que ese espectro ideológico hizo suyas, aunque tuvieran quizá en sus inicios motivaciones diferentes. Las escuchas nunca son fijas, responden a situaciones siempre cambiantes, hasta para un Clapton que, recién a los 75 años, a fines de 2020, aceptó de buena gana sumarse a una canción “de protesta” contra el confinamiento. Justo por esos días, volvió a la carga, y en una entrevista concedida al canal de YouTube, The Real Music Observer, calificó de “genial” la hipótesis de una “hipnosis masiva” de Mattias Desmet. La idea de una sugestión a gran escala de este negacionista belga y profesor de la Universidad de Ghent, acaba de ser retomada en el podcast The Joe Rogan Experience, uno de los más escuchados en Estados Unidos. Frente a su propagación a través de Spotify, Neil Young y Joni Mitchell decidieron abandonar la plataforma.
“Mi familia y mis amigos piensan que soy un chiflado”, dijo Clapton a fines de enero. Diagnóstico al margen, ha resuelto ponerle el pecho a toda tentativa de pase sanitario. “No voy a presentarme en ningún escenario donde haya una audiencia discriminada”. En 1968, Clapton formaba parte de Cream, el primer “súper grupo” inglés que compartió con los difuntos Jack Bruce y Ginger Baket. El disco Disraeli Gears había sido lanzado con éxito en Estados Unidos. “Por favor, abrí tu mente/ Mirá lo que podés encontrar/ Hoy he descubierto que vamos mal”, se los escucha cantar a Bruce y el guitarrista en “We're Going Wrong”. El que creía estar en un lugar equivocado era Clapton. El país anfitrión cimbraba al compás de las protestas juveniles contra Richard Nixon. “Los cinco meses que pasamos de gira fueron una época de profundo malestar político en Estados Unidos, con manifestaciones contra la guerra en los campus de todo el país y tensión racial en las ciudades. Como nunca me preocupé por la política, estaba deliberadamente ajeno a todo, sin interesarme en lo que estaba pasando. De vez en cuando me cruzaba con gente del circuito clandestino muy activa políticamente, y tomaba un camino diferente para evitarlos de todas las formas posibles”, recordó en su Autobiografía.
Al igual que Jimmy Page y Jeff Beck, fue, desde muy joven, un guitar hero. No en vano, el juego de consolas toma su nombre de esos virtuosos. La guitarra, entonces, como atributo de un poder. “Se adoptó porque todo el mundo había asumido subliminalmente la idea de que el hombre al que se le concede el honor de tocar la guitarra principal en la banda es una figura de especialización casi sacerdotal. Cuando llega el momento de su solo, se pone al frente del escenario, cierra los ojos para denotar su dedicación a su deber sagrado, y lucha contra la oscuridad en nuestro nombre”, señala David Hepworth en Uncommon People: The Rise and Fall of the Rock Stars.
Clapton tuvo sensaciones encontradas con ese lugar de aclamación. “Todo lo que queremos es que nos dejen hacer música, pero, como nos llaman 'estrellas de rock', se nos impone una serie de expectativas diferentes: que tengamos opiniones acerca de todo, que demos ejemplo a la juventud haciendo declaraciones públicas sobre las drogas, que nos vistamos y nos comportemos como los raros que se supone que somos”, le confesó a The New York Times, en 1970. Ese rechazo a ser consultado sobre lo divino y lo profano no le impidió tomar partido por lo peor de lo peor. En agosto de 1976, durante un recital en Birmingham, el blusero blanco por excelencia le preguntó al público: “¿Tenemos algún extranjero en la audiencia esta noche? Si es así, por favor levante las manos. ¿Así que dónde estás? Bueno, estén donde estén, creo que deberían irse. No solo deje el salón, deje nuestro país. Creo que deberíamos enviarlos a todos de vuelta. Evita que Gran Bretaña se convierta en una colonia negra. Saquen a los extranjeros. Mantenga a Gran Bretaña blanca”. Clapton tuvo un momento de curiosa empatía con Enoch Powell, un erudito lingüista para quien la lectura de los clásicos no estaba reñida con el sentido de superioridad y pureza. Diputado del Partido Unionista del Ulster, a mediados de los setenta, Powell quería expulsar a indios, pakistaníes, africanos, antillanos y otros miembros de la Commonwealth. El arrebato del dios Eric provocó tal estupor que ayudó a la conformación de Rock Against Racism (RAR). El movimiento que buscó desde la música dar respuesta al avance de la extrema derecha en las urnas (paradojas y delicias de la recepción: en la ciudad de Buenos Aires sonaría pronto con insistencia Showhand, un disco de Clapton que, en 1977, fue telón de fondo de la dictadura, especialmente con la melosa “Wonderful tomight” y “Cocaine”, hasta que salió de las radios).
Sigamos con el autor de “Layla”. En 2018 pidió perdón en público por sus dichos en Birmingham. “Estaba tan avergonzado de quién era, una especie de semi-racista, lo cual no tenía sentido. La mitad de mis amigos eran negros, salí con una mujer negra y defendí la música negra… Saboteé todo en lo que me involucré”, dijo, contrito. ¿Cuándo llegará su arrepentimiento por devenir portavoz de los antivacunas? ¿Llegará, acaso? “¿Quién necesita ciencia cuando tienes a Eric Clapton?”, se burlaron en las redes sociales cuando comenzó a circular el blues de Van Morrison en 2021. “¿Quieres ser un hombre libre/ O quieres ser un esclavo? / ¿Quieres llevar estas cadenas/ Hasta que estés en la tumba?”. A la comunidad afroamericana no le cayó bien, naturalmente, aquello de la esclavitud y las cadenas. Jeffrey St. Clair, editor de CounterPunch dijo que el largo solo de guitarra en “Stand And Deliver” le confirmaba “todo lo que he pensado sobre Clapton, un músico que ha pasado toda su carrera apropiándose de la música negra y ahora graba su primera canción de 'protesta' contra las escasas restricciones para frenar una enfermedad que está devastando a las comunidades negras”. El senador republicano por Texas Ted Cruz se convirtió, no obstante, en uno de sus más entusiastas adherentes. “Salven a las artes. Detengan esta locura”, tuiteó. Los ecos del canto antivacunas llegaron al mismo gobernador de ese estado, Greg Abbott. Había encontrado una música de fondo para su propia agenda racista. Hasta consiguió tomarse una fotografía con su súbito ídolo.
Clapton quedó retratado junto a Abbott con una sonrisa complaciente. A The Guardian no debería haberle llamado la atención. En 2007 lo había ubicado en el cuarto lugar de una selecta lista de roqueros de derecha. El primer podio, claro estará por siempre reservado a Elvis Presley, quien, a fines de 1970, ya convertido en una sombra del que había sido, se ofreció a Nixon como informante ejemplar. “La cultura de las drogas, los elementos hippies, el SDS, las Panteras Negras, etc. no me consideran como su enemigo”. Presley le contó al presidente que había estado estudiando el “lavado de cerebro comunista” y que los Beatles habían sido “una fuerza real para el espíritu antiestadounidense” que pululaba en las calles. Johnny Ramone se posicionó en el octavo lugar por haber saltado de la escena del punk al entusiasta respaldo a Ronald Reagan, George W. Bush y una membresía en la Asociación Nacional del Rifle.
Pete Townshend no formó parte de ese ranking. Pero su “Won’t Get Fooled Again”, el noveno corte de Who´s next, un potente disco de The Who de 1971, en el nadir de la contracultura british, ha sido ubicada en 2006 por National Review, en el primer puesto de las canciones más conservadoras y preferidas por sus lectores.
“El movimiento conservador está lleno de revolucionarios desilusionados; este podría ser su tema musical, un juramento que renuncia de una vez por todas al idealismo ingenuo”, señaló la publicación de la derecha ilustrada de Estados Unidos sobre “Won’t Get Fooled Again”. Roger Daltrey pone su voz para subrayar la pérdida del encanto que se había ido con los sesenta: “No hay nada en las calles/ se ve algo distinto para mí/ Y los eslogans se reemplazan como por casualidad/ Y los que se van a la izquierda/ ahora se están yendo a la derecha/ Y las barbas han crecido todas durante la noche”. Sobre el final escuchamos: “Conoce al nuevo jefe, igual que el antiguo jefe”. Es posible que, en 1971, el significado de la letra haya sido otro. De hecho, la canción tiene una fuerza contagiosa. Las nuevas interpetaciones de “Won’t Get Fooled Again” acompañaron los propios cambios de su autor. En una entrevista de 1974 con Penthouse, Townshend aseguraba que, si bien era un “capitalista practicante” que obtenía grandes recompensas con su música, sus ideales eran, en rigor, “comunistas”. El tiempo lo curó de iracundias. En 2012, el mismo Townshend confesó a Huffington Post: “Soy un poco neoconservador”.
El puesto número dos le correspondió nada menos que a “Taxman”, la canción que abre Revolver. Cuesta identificar a un disco tan renovador de los Beatles con algo que no se relacione con el progreso y lo mejor de la creación humana. Esas voces iniciales en reverse, su extraordinario riff, en manos de Paul McCartney, el sonido del bombo de la batería golpeando nunca como antes... Pero la joyita de George Harrison, si prestamos atención a lo que se canta, nos deja una sensación más que contradictoria: “Si conduces un automóvil, gravaré la calle / Si tratas de sentarte, gravaré tu asiento / Si te pones demasiado frío, gravaré el calor / Si das un paseo, gravaré tus pies”, se canta con humor y malestar. La nueva aristocracia se negaba a desprenderse de parte de sus regalías. “Taxman, mister Wilson”, intervienen Lennon y McCartney en el coro. Aluden al premier laborista Harold Wilson, quien había asumido en 1964 y aumentado su mayoría parlamentaria el año que se conoció Revolver. Su Gobierno fue, en un plano, tan progre en algunos aspectos como el disco mencionado (y alabado porque es una maravilla sónica que deja ver sus pliegues contradictorios): se abolió la pena de muerte, se legalizó el aborto y la homosexualidad dejó de ser un delito. En 1968 se puso fin a la censura, se creó la Open University y se promovieron numerosos beneficios sociales. Wilson había heredado de los conservadores un fuerte déficit comercial que llevó a una crisis de la libra. Su política impositiva provocó malestar en las estrellas nacientes.
El laborismo perdió las elecciones en 1970 pero el fisco no abjuró de sus intentos de recaudar más dinero. Para evadir las cargas tributarias, los Rolling Stones se trasladaron a Francia donde grabaron Exile on Main Street, un disco que suele ser muy ponderado. ¿Qué diríamos si Charly tuviera tanto dinero como Mike Jagger y se hubiera negado a pagar, como el futbolista Carlos Tévez, el tributo a las grandes fortunas que, por una sola vez (no vaya a ser que…) el gobierno de Alberto Fernández dispuso en medio de la pandemia de un país diezmado? “Sympathy For The Devil”, de Los Stones, le sigue a “Taxman” en aquella lista de National Review. Aquí también los cambios de época modificaron su recepción, como en “Won’t Get Fooled Again”. Como he señalado meses atrás, los Stones, al grabar “Sympathy For The Devil”, ostentaban su condición de referentes de la protesta juvenil a ambos lados del Atlántico Norte. Jean Luc Godard la eligió para vertebrar One plus one, en 1968, mientras Cream y Clapton recorrían EE.UU. Las primeras tomas presentan el esqueleto de la canción. El filme finaliza con la versión que aparece en el disco Beggars banquet. El work in progress era equiparado por el director con la misma idea del proceso revolucionario. Jagger se había inspirado en Maestro y margarita, una sátira antistalinista de Mijail Bulgakov. La novela habilitaba un sinfín de lecturas, aunque quizá ninguna que colmara las expectativas del gran realizador de la nouvelle vague. Ahora bien, ¿cómo pasó de ser antistalinista a anticomunista, a secas, en días inclusos sin comunismo? ¿Acompañó también la pendulación política de Jagger, un alegre evasor de la cuarentena?
Bueno, nadie controla los flujos de sentidos, lo que, en un mundo tan cambiante y peligroso debe alentarnos sobre el eventual destino de la canción de Van Morrison y Clapton, u otras de la misma temática. ¿Llegará el oscuro día en que sea considerada verdaderamente un canto de libertad o apenas será un grotesco espasmo libertario?
AG