Entrevista

Dolores Reyes: “Muchas violencias machistas vienen de tener que sostener mandatos anacrónicos”

“Cometierra, acá desaparece gente todo el tiempo, acá, tu don es oro. Ya no sé la cantidad de veces que se lo repetí. Yo no puedo quedarme callada”. La que habla es Miseria, una adolescente que huye del Conurbano con su pareja y su cuñada para empezar una vida nueva, una vida distinta. 

Así arranca la reciente novela Miseria (Alfaguara, 2023) y así también tiene lugar un nuevo comienzo para Cometierra, el personaje y la historia creados por la escritora argentina Dolores Reyes, que se convirtieron en un suceso editorial desde 2019 tras su publicación en el sello independiente Sigilo, y que recorrieron buena parte del mundo gracias a numerosas traducciones.

En su segunda y muy esperada novela, Reyes retoma el universo y el tono de su debut literario otra vez con Cometierra en primer plano: una joven que tiene el don de encontrar personas desaparecidas o muertas llevándose a la boca tierra de los lugares por donde las víctimas solían moverse.

Pero en esta oportunidad hay un desplazamiento. Porque Cometierra ya no está sola, porque su cuñada Miseria la sigue por todas partes y se convierte casi en su sombra y porque, lejos de sus primeras andanzas y de todo lo conocido, se instaló ahora en un barrio lleno de misterios.

“No termino de acostumbrarme a los carteles. Uno atrás del otro, peleando por los pocos pedazos de cielo libre. Esto no es solo el shopping del conurbano, estamos en la capital nacional de las videntes, pero a Cometierra ninguna de todas esas charlatanas le llega ni a los talones. Ella en serio puede ver”, describe Miseria.

A Cometierra le surgen de esta manera rivales y también una cómplice como Miseria, que es cercana y al mismo tiempo muy distinta. “Me encantaba eso de sacar una historia a dos voces y enfrentarla o contraponerla con una pibita que es tan distinta y a la vez tan próxima. Tienen casi la misma edad, el mismo sociolecto, hay una cercanía y a la vez las personalidades son muy distintas”, señala la escritora en diálogo con elDiarioAR.

¿Fue difícil retomar el tono y el universo de un personaje como Cometierra para un segundo libro?

Fueron cuatro años de trabajar esta novela y ese era el desafío. Yo sabía lo que quería contar, eso lo tenía muy claro. En la escritura siempre acontecen miles de cosas y todo se va enriqueciendo en el momento en que te sentás a escribir. Al principio sí sabía que esta novela iba a ir desde acá hasta acá. Pero el tema del tono y las voces era el gran desafío. A mí me interesa mucho eso además: que se pueda ver un personaje justamente con el tratamiento que una hace ahí con la lengua. También los matices, ese juego con la proximidad. Porque si te pongo a una mujer más grande, de Recoleta por ejemplo, a hacer el contrapunto con esta piba es muy fácil.  Pero con pibas que se llevan apenas un par de años y están tan pegadas vital y existencialmente era mucho más complicado.

Cometierra circuló mucho en la Argentina, incluso se sigue leyendo en las escuelas. También tuvo traducciones a varios idiomas. ¿Sentiste algún tipo de presión a la hora de retomar la historia y los personajes que fueron tan cercanos para tanta gente? 

¡Una presión infernal! (risas). Me da mucha risa porque a veces me etiquetan, por ejemplo, en Instagram. Hay personajes como El Walter al que lo suben o le hacen perfiles. Me encanta que de alguna manera se los apropien, sobre todo los pibes. Porque eso hace a la supervivencia de la historia: ellos siguen pensando cosas y tránsitos por los barrios, la ciudad o donde sea. Me gusta muchísimo. Así que estaba la presión, pero a la vez todos me preguntaban qué pasó con ellos, cómo siguen, dónde están. Me gusta ese “dónde están” como si tuviesen entidad real, ¿viste? 

En este libro volvés a enfocarte justamente en la juventud. ¿Qué te interesa especialmente de ellos?

Siento que son las personas que tienen la oportunidad de empezar a construir relaciones sexoafectivas menos violentas, menos marcadas por los mandatos. De hecho, para muchos jóvenes ya son anacrónicas esas obligaciones de fundar una familia, sostenerla, casarse y empiezan a cuestionarlas. Hoy vas a un colegio secundario de pibes, de varones, ¿y qué hay? Porque no es que hay una única vida, hay millones de proyectos ahí. A mí me gusta meterme en esos lugares. Y pienso que muchas de las violencias machistas vienen de tener que sostener esos mandatos anacrónicos. Eso ha creado mucha frustración, mucho resentimiento que explota muchas veces sobre el cuerpo de las mujeres. Entonces justamente vuelvo para esa zona, para ver cómo van construyendo y lo hacen como pueden también. Porque además muchos jóvenes no tienen nada resuelto, y la sociedad, el afuera digamos, es mucho más violento. Hay una precarización de las condiciones de vida cada vez más marcada para las personas jóvenes y sin embargo son las que van armando otras formas de relacionarse en el mundo. 

En Miseria se suma una capa nueva a esto, que tiene que ver con las disidencias y los géneros.

Bueno, cuando aparece Miseria en escena no se sabe si es una pibita, un pibito. Tampoco importa, se pone la campera del novio y listo. Hay algo ahí, un juego sin desambiguar, que a mí también me interesa. Me ha pasado con mis propios hijos de decir “pero vos tal cosa” y que alguno te responda “ay mamá, por qué la etiqueta, no nos preocupamos por esas cosas” (risas). Esa catalogación que tenemos internalizada a veces parece la corriente enciclopedista aplicada a las relaciones humanas. Acá lo que pasa es que salen del barrio para ir hasta un lugar que es mucho más de tránsito, con mucha más gente. Inevitablemente van a conocer personas que tienen ciertas participaciones políticas incipientes, gente que tiene conocimientos ancestrales o todo tipo de sabidurías y experiencias.

En la escritura siempre acontecen miles de cosas y todo se va enriqueciendo en el momento en que te sentás a escribir.

Imagino que mientras hacías giras internacionales por Cometierra tuviste que explicar a muchos públicos distintos el Conurbano bonaerense. Ahora, es tiempo del barrio de Liniers, que pertenece a la Ciudad de Buenos Aires, pero que trae este espacio del tránsito, del borde. ¿Qué te ofrecía este lugar para contar esta historia? ¿Cómo se lo explicás a alguien que no lo conoce?

¡Es Capital! (risas). Sí, es un lugar muy particular. Cruzas ahí y estás. Como dice Miseria, que es la que más conoce la zona, Liniers no es solamente el shopping del Conurbano sino que también es la Capital nacional de las videntes. Hay un santuario, pasan muchísimas cosas. Hay una terminal de ómnibus que te lleva, no sé, a Bolivia, a Perú, a un montón de lugares. A la vez nadie es de ahí del todo. Esto también se nota mucho cuando vas, en los diálogos pero súper sencillos: todos llegaron en distintos momentos, generalmente se quedaron por cuestiones laborales pero nadie nació en ese lugar. Ellos (N. de la R.: los personajes de Miseria) están esperando una vida que sí va a llegar en ese lugar.  

¿Te servía entonces un lugar de tanto movimiento?

Es que esos lugares de pasaje también son lugares en los que desaparecen un montón de mujeres y a los que peregrinan un montón de personas buscando respuestas también. Por eso hay tantos adivinos, tantos videntes. También está el santuario de San Cayetano, que a la vez es la ruta para la peregrinación a Luján. En Liniers aparecen un montón de cosas que vienen con lo más tradicional, con el catolicismo en Argentina, y al mismo tiempo cruzás enfrente de San Cayetano y te encontrás con las santerías con todos los santos que te imagines, por ahí de las culturas afrodescendientes por ejemplo. Me gusta que (los personajes) se crucen también con santos y figuras mucho más carnales y apasionadas, que van charlando incluso con los vendedores, los santeros del momento.

¿Fuiste a la pesca de esas voces? ¿Cómo hacés para capturar eso como escritora?

¡Yo siempre voy atrás! (risas). En realidad, esas cuestiones, ese barrio y el mercado andino de Liniers lo conozco hace mil años y voy siempre, fui millones de veces. Hay de todo, todo es más barato, todo está en un solo lugar. A mí me divierte un montón. Hay gente que sé que se horroriza. También está ahí el cementerio israelita al que fui, me encanta ir a pasear por cementerios, aunque ese siempre me resultó intranquilizador y extraño. 

Aunque al principio es reticente, Cometierra se encuentra con un territorio desconocido que le empieza a intrigar: ya no es la única con poderes, no es la única que busca personas desaparecidas.

¡No es gratis ver que hay otras más poderosas! (risas). Más experimentadas y más peligrosas. Por eso también Miseria es una novela del doble de la extensión de Cometierra. Porque yo quería contar ahí unas cosas y van aconteciendo, se va encontrando con un universo que es mucho más grande. Porque sí,  hay mujeres que tienen dones, pero no todas los ponen para ayudar a los demás. Algunas lucran, algunas, bueno, hacen cosas mucho más terribles con esos dones. Y ella se las va a tener que encontrar. También hay una cuestión muy territorial que se marca ahí, sobre los cuerpos, sobre la tierra y el territorio. Siempre quise que el personaje genuinamente fuera transitando su propia experiencia porque en Cometierra estaba muy sola y acá empieza a ver a las demás buscadoras de personas desaparecidas. 

Aparece también una forma más política de búsqueda, más organizada.

Totalmente. Sí, sin bajar nunca línea porque eso no me interesaba. Simplemente quería mostrar eso: alguien falta y no es solo ella la que está buscando. Ella empieza a ver no solo la mamá de esta persona, no solo los amigos, sino también gente, mujeres sobre todo, que se organizan para buscar. Las mujeres siempre buscamos, justamente, por la repetición: siempre hay mujeres que faltan. En las primeras salidas de Cometierra en este lugar nuevo bueno, se va a topar con esa realidad: faltan un montón de mujeres.

En este sentido, en los agradecimientos del libro mencionás a las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo.  

Yo nací en el '78 y crecí viendo objetivamente organizaciones de mujeres buscar a sus hijos, a sus nietos en la tierra (y más adelante hijos buscando a madres y padres, también). No como una metáfora sino como algo bien concreto: en la tierra. Estas personas nos enseñaron a luchar ¿no? Con mil millones de diferencias que puedo tener analizando ahora, en la adolescencia las veía a ellas. Y las sigo viendo ahora en esas imágenes que se repiten plantándose delante de la montada en plena dictadura: eran ellas, cuerpo a cuerpo, las que estaban organizando la resistencia. Ahí muchas se jugaron la vida. Yo crecí viéndolas y pienso que repercutieron en todos los movimientos de mujeres de Argentina, es inevitable. Salimos a ganar las calles sin miedo, juntas, interviniendo políticamente de esa forma. También han enseñado a generaciones. Entonces, sí, sentía que tenían que estar ahí. 

¿Cómo se hace para que las historias que contás, que están llenas de conflictos y dolores que atraviesan a la sociedad, no caigan en esa bajada de línea que decías antes?

Me marcó mucho haber hecho taller y clínica con Julián López y Selva Almada porque ellos siempre me enseñaron a respetar las diferencias de los personajes, a buscar muy fielmente sus voces y sus propias inteligencias para resolver las cosas que se les plantean con sus herramientas particulares. Si quiero escribir un panfleto tengo diez millones de momentos para hacerlo, pero en una novela sigo la experiencia de los personajes. Entonces los voy viendo, los voy acompañando, trato de meterme en sus cuerpos todo el tiempo, con los cinco sentidos, para ver cómo viven, qué ven, qué sienten, qué los atraviesa, qué les llama la atención. Me parece central para escribir. También en el trabajo con la lengua hay que tener bien presente eso. Cuando me dicen “la tuya es una novela feminista” o me cuestionan por qué no hice que tal cosa, respondo “bueno, esa es tu experiencia o la mía de una mujer de 44 años”. Pero en las novelas estamos hablando de una piba de 16 y otra de 18 o 19, que tienen otra experiencia y punto. 

Hay una precarización de las condiciones de vida cada vez más marcada para las personas jóvenes y sin embargo son las que van armando otras formas de relacionarse en el mundo.

¿Cómo convive eso con tu rol como militante feminista?

Me parece que lo que le da justamente es potencia a la ficción, ¿no? Porque sí, en las historias están las problemáticas que yo como feminista puedo identificar en el mundo. Pero los personajes las van a ir resolviendo con herramientas propias, no con las mías.

En esta nueva novela está como en la anterior el mundo de los muertos, pero también aparece la vida, el embarazo, el bebé por nacer. ¿Te interesa literariamente la forma en la que llegamos al mundo?

Me interesa mucho y creo que eso se ve en todas las ficciones de modos muy distintos: el tema de las violencias a los cuerpos de las mujeres y los miedos. Hay una intervención de un enorme nivel de agresión hacia la mujer en su momento de más vulnerabilidad y se reproduce un miedo. Hablaba el otro día con una amiga, universitaria y con un montón de herramientas, que me terminó diciendo “yo creo que voy a ir a parir con un abogado porque no quiero que me hagan cualquier cosa y que alguien lo decida por mí en esa instancia”. De hecho alumbremos acostadas para la visión y la comodidad de los hombres y no la nuestra, que somos las que estamos en ese proceso poniendo el cuerpo. Por otro lado, en el personaje de Cometierra en general aparece la necesidad de reconectar con la sabiduría de las mujeres, eso que fue arrebatado, eso que tradicionalmente era sabiduría y después se despreció o se tildó como prácticas marginales de clases inferiores, de ignorancia y demás. Cuando en realidad las prácticas más tradicionales son las que han  llevado a una infinidad de violencias, y mutilaciones psíquicas y corporales, para las mujeres.

Las mujeres siempre buscamos, justamente, por la repetición: siempre hay mujeres que faltan.

Las personas siguen desapareciendo, el femicidio no se detiene, las familias siguen buscando muy desamparadas. Una podría decir que la misión de alguien como Cometierra y los suyos puede llegar a ser infinita. Sin embargo la novela no plantea un escenario especialmente de desánimo, sino que expone la unión de varios frente a esos escenarios. ¿Cómo convive en vos esta tensión?

A veces esto me supera como persona, más allá de lo que escribo. Siento que las mujeres juntas podemos construir cosas, y vuelvo a estos ejemplos, desde abuelas, madres, hijas, o las buscadoras de cualquier lugar. Porque se trata de movimientos que trascienden a la experiencia particular de una persona individual. Aparece algo que es casi mágico al juntarse diez mujeres. Entonces más allá de que el mundo te pueda ocasionar a vos o a mí un montón de desilusiones individuales, cuando nos juntamos aparece otra cosa que nos trasciende. Y que incluso trasciende nuestros límites. En ese sentido está todo el lado más esperanzador de la novela frente a los ojos fotocopiados de las chicas desaparecidas que siguen siendo un palo por la cabeza. Sería mucho más cómodo decir “bueno, ya está, está todo bárbaro”. Pero no, sigue habiendo desaparecidas y desaparecidos en general. ¿O ya sabemos dónde está Tehuel? Seguimos buscando a tanta gente. Es increíble. 

AL

Sobre la autora

Dolores Reyes nació en 1978 al oeste del Gran Buenos Aires, Argentina, donde en la actualidad vive con sus siete hijos, ejerce la docencia en cursos y talleres y escribe. Estudió el Profesorado de Enseñanza Primaria y también Griego y Culturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires. 

El suceso de Cometierra, su libro debut, la llevó a participar en ferias y presentaciones alrededor de todo el mundo. Además, la escritora integró el proyecto Untold Microcosms, para el British Museum y el Hay Festival, con su texto El nombre de los árboles, una antología que publicará Anagrama y Charco Press en simultáneo.