El periódico británico The Daily Telegraph consiguió captar, el pasado fin de semana, la atención de los lectores con una noticia relacionada con la literatura infantil, algo que rara vez sucede. Los periodistas habían detectado cientos de cambios que el sello Puffin, propiedad de Penguin Random House, aplicó a la obra de Roald Dahl en su última reedición. Las modificaciones fueron hechas, según la editorial y los herederos del autor, para adaptar los libros a las sensibilidades actuales, por lo que el lenguaje relacionado con el peso, la salud mental, la violencia, el género y la raza fueron reescritos y algunas frases enteras fueron eliminadas. “Para asegurarnos de que todos podemos seguir disfrutándolos hoy”, dice una nota junto al copyright.
Así, Matilda ya no lee a Joseph Conrad sino a Jane Austen, y Miss Trunchbull, la directora de su escuela, ya no tiene una “cara de caballo” sino una faz sin adjetivos. A las protagonistas de Las brujas –un libro de 1983 en el que efectuaron 59 cambios– ya no se las detecta por su calvicie y no ocultan sus oscuras intenciones bajo profesiones como mecanógrafas o cajeras de supermercado sino que son científicas o mujeres de negocios. La Tía Esponja de James y el melocotón gigante ya no está gorda, como tampoco lo está un niño al que las brujas querían poner a dieta. Tampoco hay “madres” y “padres” sino “familias” y “progenitores”. Las “sirvientas” ahora son “limpiadoras”. La locura ya no es un insulto. La expresión “¡es horrible!” resulta más adecuada que “¡me mata!”, y los hijos de Fantastic Mr Fox, entre cientos de ejemplos más, ahora son hijas.
La noticia, por tanto, trasciende el ámbito de la literatura infantil y juvenil, y enciende un debate sobre la legitimidad de modificar la obra de un autor ya fallecido para hacerla menos ofensiva y discriminatoria. No es la primera vez que la obra de Dahl, cuestionado por sus declaraciones antisemitas, se retoca para ‘corregirla’, aunque los cambios no habían sido tan llamativos como en esta ocasión. Por ejemplo, recuerdan en el Telegraph, en la primera edición de Charlie y la fábrica de chocolate (1964) los Oompa-Loompas eran pigmeos negros que Willy Wonka había traído como esclavos “de la parte más profunda y oscura de la selva africana” y cobraban en granos de cacao. A finales de la década, Dahl reescribió sus palabras para aligerarlas de racismo y en la película de Mel Stuart de 1971, protagonizada por Gene Wilder, tenían el pelo verde y la piel naranja.
La explotación de los derechos de autor de Roald Dahl está ahora mismo en un momento álgido, con el musical de Matilda en los teatros y la recién estrenada adaptación, de nuevo, del mismo libro, en este caso por encargo de Netflix. De hecho, destacaron que, en 2021, esa plataforma adquirió por 686 millones de dólares los derechos de la obra del escritor con la intención de seguir sacando beneficios con nuevas versiones audiovisuales. Ante la posible relación entre esta operación y la lima de las asperezas del lenguaje de Dahl, un portavoz de la Roald Dahl Story Company declaró que la revisión de textos comenzó en 2020 junto a Puffin.
La larga lista de cambios y eliminaciones fue realizada con la ayuda de Inclusive Minds, una consultoría que aconseja a los autores y las editoriales sobre cómo hacer sus libros más inclusivos. Esta organización insiste en que su trabajo se orienta a las primeras etapas de la escritura y considera “problemático” hacerlo cuando el texto ya ha sido escrito, como de hecho es este caso. “Cambiar drásticamente un libro que ya está a punto de completarse sería problemático, si no imposible, y podría resultar en una reescritura y un retraso en la publicación, o solo cambios mínimos que se toman en cuenta para hacer lo mejor que se puede hacer en la situación”, explican en su web. Esta organización, formada en gran medida por lectores voluntarios, quiere distanciarse de los llamados “sensitivity readers”, una figura poco habitual en el mercado editorial en español pero que se está extendiendo en el mundo anglosajón. Se trata de lectores con experiencias propias de discriminación a los que se les pide su opinión sobre un manuscrito antes de su publicación. El objetivo es crear una literatura diversa en todos los sentidos: funcional, étnica, de género o de orientación sexual. La propia Beth Cox, una de las fundadoras de Inclusive Minds, planteaba en un artículo reciente la peligrosa cercanía de este trabajo con “la censura”.
Críticos británicos preguntados por la agencia AP calificaron la revisión de la escritura de Roald Dahl como censura. También lo hicieron el escritor Salman Rushdie, quien en su cuenta de Twitter afirmó que “Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda”.
La Organización Española para el Libro Infantil y Juvenil manifestó su desacuerdo con la decisión del sello Puffin. “Estamos totalmente en contra de privar a los niños de hoy de leer a los clásicos tal como escribieron las cosas, es engañarlos”, dice su presidente, Luis Zendrera. “Intentar modificar el pasado es no permitir que los niños de hoy en día tengan criterio propio y que puedan ver que se cometieron cosas que quizá no son correctas hoy en día y que no hay que repetirlas. Pero si no saben cuáles son, no avanzamos nada”, señala. Para él, advertir del contenido del libro es muy difícil porque en casi todos los libros infantiles se pueden encontrar problemas y pone el ejemplo de Pippi Calzaslargas: “Hoy en día puede no ser políticamente correcto, es una niña que vive sin familia, pero marcó una época y ayudó a que las cosas cambiaran”.
Coincide la crítica literaria y escritora Inés Martín Rodrigo, ganadora del Premio Nadal 2022, que fue lectora de Dahl en su infancia y sigue siendo una gran admiradora del escritor británico. Para ella, es importante no subestimar a los niños –“no son tontos”, dice– a la hora de pensar en sus lecturas. “La infancia es una etapa más de la vida, y de nada sirve intentar hurtarles la verdad a los más pequeños, lo cual no está reñido con la necesaria sensibilidad a la hora de abordar temas más delicados, como la enfermedad o la muerte. Pero para eso está, también, la imaginación del escritor”, afirma.
Las ediciones españolas
Por el momento, los libros de Roald Dahl traducidos al español y disponibles en las librerías por Alfaguara o Blackie Books no tienen modificaciones. Según declaraciones de Penguin House España a elDiario.es: “Alfaguara Infantil y Juvenil tiene los derechos en español de los libros de Roald Dahl y los publica en todo el territorio de habla hispana” y por ello afirman que “no se ha hecho ningún cambio en estas ediciones”. “Ante las noticias surgidas en el Reino Unido, nuestros editores consultarán si proponen cambios y qué tipo de orientación sugieren antes de hacer cualquier otra manifestación”, aclaran sobre sus próximos pasos.
A la espera de lo que suceda con las futuras ediciones de las traducciones en las que, según pudo comprobar elDiario.es, no alteraron las expresiones que usó Dahl respecto a las ediciones de 2001, que son con las que compara el Daily Telegraph, la polémica se enmarcó dentro del marco más amplio de las guerras culturales, como analiza Miguel López, más conocido como El Hematocrítico. Este autor de literatura infantil (El Bosque de los Cuentos o La gaviota gourmet), humor (El Hematocrítico del arte y Drama en el portal), guionista (Los felices 20) y buen conocedor de los mecanismos de las redes sociales, explica que “la polémica tiene sentido en el contexto que estamos viviendo ahora de la guerra cultural. A la gente le encanta escandalizarse por este tipo de cosas a favor y en contra, es un tema de conversación muy jugoso para las redes”.
El Hematocrítico no está de acuerdo con la modificación de las obras en ningún sentido, pero sugiere que debería haber una advertencia sobre que el contenido del libro puede resultar problemático según los valores actuales. “Yo pondría un prólogo en los libros, en el que dijera que en este libro Roald Dahl hace alusiones al aspecto corporal que ahora mismo no serían correctas”, dice. Aun así, considera a Roald Dahl como “uno de los grandes genios de la literatura, no solo infantil y juvenil, sino de la literatura en general, por lo que cualquier cosa que sea promocionar su obra” le parece “maravilloso”.
Jaime García Padrino, experto en literatura infantil y juvenil con más de 40 años de experiencia, va más allá: “Es una absoluta estupidez y un acto de auténtico vandalismo artístico”, dice. “El único que podría sustituir esas palabras, si estuviese de acuerdo con ello, sería el propio Roald Dahl”, añade. García Padrino es presidente de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, aunque desde la organización no se van a posicionar al respecto de este caso porque “sería entrar al trapo y lo mejor con estas cosas es no hacerles ni caso”.
Revisión antirracista
En 2016, surgió una polémica similar con los libros de la serie Los cinco de Enid Blyton, que salieron a la venta originalmente en Reino Unido en los años 40 y llegaron al mundo de habla hispana en la década de los 60. La nueva edición excluía puntos de vista y términos racistas o sexistas, ya que en las historias de la inglesa los malvados solían ser gitanos, negros o extranjeros y las chicas eran las que se encargaban de los cuidados, como llevar la cerveza de jengibre a las excursiones de la pandilla.
La centenaria editorial Juventud es la responsable de la publicación de dichos libros en español y llevó a cabo los cambios “‘sugeridos’ por parte de la editorial original”, afirman por correo electrónico a las preguntas de elDiario.es. “En el caso de los libros de producción propia, respetamos la autoría por encima de la corrección política. Tenemos algunas publicaciones que en el presente no coinciden con los valores actuales, pero creemos importante que los niños entiendan que en otras épocas la forma de ver la sociedad era diferente”, sostienen y ponen como ejemplo Barba Azul, de Charles Perrault, un asesino de mujeres.
Inés Martín Rodrigo recuerda el caso de Blyton y también otros como el de Mark Twain. “Se le sometió, hace unos años, al filtro del lenguaje políticamente correcto por decisión unilateral de una editorial estadounidense, cambiando la palabra 'nigger' por 'esclavo' en Huckleberry Finn”, apunta. “Nadie debería intervenir, y uso este verbo siendo muy consciente de su significado, el texto de un escritor. Cosa bien distinta es el trabajo conjunto entre el autor y su editor, siempre enriquecedor. Las novelas, los cuentos, las poesías... la literatura, en definitiva, no es un manual de conducta ejemplarizante ni debe ser así interpretada. Todo lo demás es coartar la libertad creativa, censurarla”, explica.
Martín Rodrigo considera que acciones como la llevada a cabo con la obra de Roald Dahl deben ser denunciadas. “Se empieza así y se acaba determinando sobre qué temas es más conveniente escribir en la literatura, tanto en la infantil como en la de adultos. Parafraseando a Flannery O’Connor, yo no quiero leer solo libros edificantes; yo quiero leer, y punto”, manifiesta.
CL