Dicen que ninguna música va a gustarte tanto como la que escuchaste en la adolescencia. Es una sentencia un tanto nostálgica, melancólica, pero no por eso deja de ser cierta. Va en contra del postulado spinetteano de que mañana es mejor, pero creo que esta vez Luis sabrá entender. La música que absorbiste en esos años no se te borra jamás. Suena un pequeño fragmento de alguna canción de esa época y ya hacés el viaje, estás de nuevo en tus 15 o 16 años, en tu habitación, con los pósters y toda tu inocencia.
Sin embargo, lo que me interesa rescatar hoy no es ese momento de la adolescencia en el que te juntás con amigos a compartir la música y las primeras salidas a recitales sino la etapa inmediatamente anterior a esa, la última fase de la niñez y la entrada en la pubertad, cuando tomamos contacto con la música de un modo bastante más casual. Cuando te llega lo que te llega y no hay todavía espacio para la impostación. Acá no estás pensado en pertenecer a ninguna tribu, ni parecer más grande ni hacerte el interesante para agradar a una chica. Acá sos solo vos frente a los estímulos que el mundo te pone adelante.
Hace algunas semanas salieron a la venta -y rápidamente se agotaron- las entradas para la gira por los 30 años de El amor después del amor, de Fito Páez. Y si bien lo que se celebra es el aniversario del disco, no fuimos pocos los que enseguida empezamos a rememorar lo que fue la presentación de ese disco en el estadio de Vélez en 1993. El hashtag #FitoEnVelez se convirtió en un pedido explícito a Fito para que en este aniversario se repitiera lo que fue aquel show, en el que estuve yo, a mis 12 años, como muchas otras personas de mi generación que luego fueron mis amigos, novias, compañeros de distintas rutas.
Entre la salida del disco en junio del 92 y el show de Vélez en abril del 93, Argentina vivió unas cuantas transformaciones, como por ejemplo la privatización de los servicios de agua y gas. Eran los días de la rivalidad entre Tinelli y Pergolini. Los noticieros le dedicaban gran parte de su tiempo al múltiple crimen cometido por el odontólogo Barreda o a la convulsionada visita al país de los Guns N´Roses. Además de las nuevas canciones de Fito, que sonaban por todos lados, otro hitazo argentino era Qué ves, de Divididos y el tema anglo del momento era I will always love you, de Whitney Houston, perteneciente a la película El Guardaespaldas. Una de esas noches se reunió Serú Girán a recordar viejos tiempos en River mientras en el Estadio Obras, Soda Stereo presentaba su disco Dynamo, acompañado por una nueva camada de bandas que incluía, entre otros, a Babasónicos.
Era una linda época para tener 12 años y empezar a meterse en la música. Además de El amor después del amor, otro hito cultural de esa época fue la película Tango Feroz, que más allá de su rigor para recrear la vida de Tanguito, sí lograba instalarte en una posible atmósfera de los inicios del rock argentino en Buenos Aires, sumando al plato un poco de militancia política universitaria y la belleza incandescente de Cecilia Dopazo. La banda de sonido del film era un paquete de estímulos necesarios para el púber que era yo: un par de canciones icónicas de ese primer rock nacional -Vox Dei, Moris-, algún que otro tango, Blowing in the wind, California Dreamin' y hasta esa del comandante Che Guevara.
Con ese bagaje llegaba yo al recital de Fito. Le debo el hecho de haber estado ahí a mi hermano Gastón, que aceptó incluir en la salida con sus amigos a su hermano 4 años menor. Me cuesta mucho recordar lo que sentía hace 30 años, pero imagino un estado de excitación bastante alto, yendo a un recital con un grupo de amigos, todos más grandes que yo, avanzando en medio de una marea de gente hacia el estadio donde nos esperaba Fito. No temo restarle épica al relato si confieso que éste no era mi primer show de estadio: unos meses antes ya había estado en Vélez viendo a Roxette, una música bastante más coyuntural, que no seguí escuchando. Pero a ese recital fui con algunos padres de amigos, o sea, en modo niño. En cambio a Fito fuimos sin adultos, fue el primer ensayo de la adolescencia y por eso se volvió un recuerdo imborrable. Y además fuimos a campo. Aquel día comprendí que la expresión campo no remitía a nada parecido a la calma de zonas rurales sino más bien a un campo de batalla, en el que se disputa el espacio a los golpes.
Al ser yo una pulga, no debo haber visto mucho el escenario, pero recuerdo claramente el momento en que algún amigo de mi hermano me subió a sus hombros y pude tener visión privilegiada de esa alfombra infinita de humanos. Tal vez fue en ese preciso instante que empezó algo de lo que me sigue pasando al día de hoy con los recitales. Recién un año más tarde, ya en la secundaria, empezaría a ir solo con amigos a shows como Spinetta y los socios del desierto, la presentación de Sin Documentos de Los Rodriguez o La hija de la lágrima de Charly.
Escribo estas líneas y de fondo tengo abierto un video de YouTube con el recital de Fito en Vélez. Creo que nunca lo había visto así, de corrido. Imaginate cómo estoy. Es una música que de verdad marcó mi vida y que todavía no puedo soltar. Atravesé varias formas de bullying ya en mi juventud y adultez por seguir atado a estas canciones. Hoy se vive un consenso total sobre la obra y la figura de Fito pero hubo un largo período en el que no se lo quería tanto. Que si era o no era rock, que si los discos de ahora no eran tan buenos como los de antes, que desafina (!). Amaba discutirle a cualquiera que viniera a tocar a Fito. No quería ganar ni convencer, solo quería ser un soldado de la causa Páez. Por suerte el tiempo acomodó los tantos y esa situación se revirtió.
Avanza el show en el video y muchas imágenes vuelven a mí. Todo lo que veo y escucho me toca por algún lado. Llega la presentación que hace Fito de los músicos de la banda en la parte final del El amor después de la amor (el tema) y me acuerdo de la chica de la que me enamoré unos pocos años después, que se sabía de memoria esta parte del show y recitaba la formación con los mismos adjetivos y datos que tiraba Fito, porque además de haber asistido al show, ella lo había dejado grabando en VHS y no paraba de verlo. Tenía totalmente borrado este recuerdo, pero ahora puedo visualizarla perfectamente repitiendo las palabras de Fito:
Un fuerte aplauso en primer lugar para Claudia Puyó en la voz. En el bajo, tenemos al señor Paul Dourge. En la guitarra, desde el Uruguay, Gabriel “bambino” “perro caliente” Carámbula. En la batería, el señor Daniel Colombres. En guitarra, teclados y voz, desde Rosario, Fabián Gallardo. Y un especial aplauso para un percusionista de oro, un músico inmenso, Osvaldo Fattoruso en la persecución. Los fine players y Carlos Villavicencio en los brasses.
Pasan los temas del show y se arma un hermoso quilombo en mi memoria. Me acuerdo de la media versión que hace Fito solo en su piano de Del 63 y del impacto que me causó descubrir esa canción, el modo en que se entrelazan los hechos históricos de Argentina y el mundo con los acontecimientos de su propia vida. Una vida que al momento de hacer la canción era de apenas 20 años. A los pocos días del show fui a buscar ese tema y comprendí el cambio en la letra que había hecho Fito durante el concierto. En lugar de decir “y así empecé el 83, son casi 20 años de historia”, Fito cantaba “Y así empecé el 93, son casi 30 años de historia”. Yo tenía 12 y no sé si lograba dimensionar todavía lo que era el paso del tiempo.
Me acuerdo perfectamente de las imágenes de la película Thelma & Louise en las pantallas mientras sonaba Dos días en la vida. No me acordaba de las cruces prendidas fuego en Tumbas de la gloria. Recuerdo haber cantado a los gritos el coro de La ciudad de los pibes sin calma, una canción que no conocía previamente pero que Fito dejó servida para que todos participemos: de pronto éramos 50 mil personas modulando ese estribillo, es decir, cantando cada vuelta en un tono más alto, sin saber dónde podía terminar todo eso. Descubro ahora en el video a Fito tirando frases entre cada una de las vueltas: “hasta que salga volando Liniers”, agita. “Hay que despertar a Menem”, picantea. También me acuerdo del estreno de Tema de Piluso, que formaría parte de Circo Beat y de cuando convierte al coro de Nada más preciado para mí en una oda a Maradona. “Dieguito bendito que estas en los cielos, nada más preciado para mí”, le confiesa públicamente en el final del tema.
Recién a la mitad del show, Fito se toma un respiro, dimensiona lo que está ocurriendo y comparte su sentir. “Gracias por este premio, realmente lo voy a saber apreciar. Lo único que puedo decirles es que seguramente van a tener muy linda música por muchísimos años más”. Solo habían pasado 10 años desde el comienzo de su carrera solista y ahora se están cumpliendo 30 más. Se tenía confianza y cumplió sobradamente.
Hace un par de días, armé una playlist en Spotify basada en la listas de temas de este show. Al compartirla en redes, muchos otros de mi generación o muy cercanos a ella, evocaron su propia experiencia aquel día en Vélez. Y tal vez por la ansiedad generada en la compra de entradas para esta celebración en el Movistar Arena, algunos tendieron a romantizar aún más aquellos conciertos de 1993. Sobrevoló la idea de que antes todo era un poco más fluido, salvaje, natural. Es cierto que no existía el campo vip, que no existía el service charge, pero igual podías pasarte horas en una fila en la calle y quedarte sin entradas.
El Hashtag #FitoEnVelez siguió flotando en las redes durante varios días. El propio Fito se hizo eco, como también lo hicieron algunas personas cercanas a él, una marca de cerveza y hasta la cuenta oficial del club Vélez Sarsfield. La demanda de entradas que hubo para los conciertos de esta gira indica que este año o el que viene (cuando se cumplan 30 años de aquel show) bien podría realizarse un concierto final a imagen y semejanza de aquel del 93, en el mismo estadio, con todo el mundo revoleando remeras en el final mientras suena A rodar la vida.
Me puedo ver a mí mismo, si tal cosa ocurre, y a todos los que estuvimos en ese show, caminando las mismas calles hasta llegar al estadio, interpretando el papel que cada uno tenía ese día, pero con 30 años más de vida encima. Si nos animamos a un ejercicio similar al que hace Fito en Del 63, podemos pensar en aquel viejo Vélez y en éste que pronto podría confirmarse, como dos puntos en una línea de tiempo. Y al asomarnos a lo que hay entre esos dos puntos vamos a ver casi todo lo que pasó en ese lapso: lo que aprendimos y lo que perdimos, lo que logramos y lo que no pudimos, todo lo que fuimos dejando como marcas en esta vida que, como dice ese hombre que sigue ahí parado cantando en el escenario, es un lecho de cristal y está hecha de cristal.
HS