Invocación y homenaje a Alejandro Rubio

Emilio Jurado Naón

14 de junio de 2024 12:37 h

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Se le atribuye a Kafka la frase de que la literatura es un reloj que adelanta. Pero en Argentina tuvimos otro escritor que demostró, antes que la cualidad anticipatoria de la poesía, su capacidad de señalar el eterno retorno de las injusticias sociales. Alejandro Valentín Rubio nació en Devoto en 1967 y falleció en el mismo barrio el pasado 14 de febrero (el día de San Valentín), y en su primer libro Música mala (1997) escribió unos versos que resuenan en el presente nacional con eco sardónico: “Jueves ocho, la ley no salió, media ciudad/ respira aliviada, la otra mitad/ se pincha el ojo al tratar de ensartar/ otro bocado de carne (...)”

Ya en 1996, el crítico Daniel García Helder señalaba la doble cara de la poesía de Alejandro Rubio: temas plebeyos trabajados con una técnica refinada, que daban como resultado un lenguaje poético caracterizado por su “violencia y precisión”. Como homenaje a esa melodía que reverbera de vuelta en la actualidad, el municipio de Hurlingham celebra la “Jornada Alejandro Rubio. Música mala en la poesía argentina”, este sábado 15 de junio, de 15 a 21.30 h, en el CC Leopoldo Marechal (Av. Vergara 2396, Villa Tesei). En la apertura del evento, poetas como Daniel Durand, V. V. Fisher, Celeste Diéguez, Violeta Kesselman y Juan Desiderio, entre otros, leerán los poemas de ese libro que Ana Mazzoni, una de las críticas que participan de la jornada, caracterizó como una “elegía a la clase trabajadora” en pleno auge neoliberal. Luego del recital de poesía, habrá tres charlas en las que participarán varios escritores, críticos y editores, y que toman, ya desde sus títulos, líneas principales de la ética y estética rubiana: “Editar a Rubio”, “Contra la bonda de los buenos” y “La literatura argentina es el Mal”. El cierre, una “Invocación a Alejandro Rubio”, estará a cargo del dúo musical Cristiani - Sleiman, quienes tocarán sus nocturnos a contrapunto de una entrevista inédita al poeta invocado: fragmentos que quedaron afuera de la película Imagen mala (2017), de Sebastián Lingiardi.

Leer a un autor, y sobre todo en compañía, es quizás el mejor tributo a su obra. Pero la jornada que lleva adelante la Municipalidad de Hurlingham, en el marco la gestión de Damián Selci, da un paso más allá del homenaje a la persona y busca propiciar la discusión sobre su poesía, y la puesta en valor de una obra que abrevó en diversos géneros y tradiciones. Tanto en verso como en prosa, Rubio afiló un estilo singular escribiendo poesía, ensayo, ficción, autobiografía y polémica; siempre preocupado por la eficacia del lenguaje para dar cuenta de la realidad e interpelarla. “Cómo denunciar un estado de cosas social sin caer en la elocuencia patética de la filantropía inefectiva”, apuntó Ana Mazzoni en el prólogo a La enfermedad mental, la poesía reunida de Rubio hasta el 2012 (Gog y Magog), y así sintetizaba una moral realista, enemiga de los discursos autocomplacientes, que siempre se enunció peronista.

Si John William Cooke habló del peronismo como “el hecho maldito del país burgués”, podría pensarse que Alejandro Rubio, el poeta justicialista, representa una mala conciencia en la cultura nacional; una conciencia de lo podrido (como su Autobiografía podrida) que está presente nuestra sociedad. “¿Cuántas casas como la de Rubio hubo en la ciudad y en los suburbios?”, se pregunta el poeta Martín Gambarotta, adelantando algo de su disertación, en la última mesa de la jornada, acerca de la raigambre política de quien fuera su amigo desde los años noventa: “Casas austeras, peronistas, sin mucho decorado, en las que estaba prendido todo el día el noticiario. Miles de familias que durante décadas molestaron a las élites argentinas. La poesía de Rubio era así; por momentos despojada, y siempre molestando a los poderosos”.

Moral y estilo. Una confianza irrenunciable (sarmientina pero de un signo opuesto) en la efectividad de la palabra. Como reza, coqueteando con el arte poético, una de las entradas de su Diario (Palabras Amarillas, 2017): “Una sola, última, digna frase antes de que se estrelle el avión”. Alejandro Rubio perteneció a la famosa generación de poetas de los noventa, colectivo que, aunque heterogéneo en estilos, produjo una renovación en la literatura argentina contemporánea, sintetizó y renovó tradiciones locales y vecinas. Entre la camada generacional, como dice Francisco Garamona, “la poesía de Alejandro es una poesía que, si bien condensa un montón de cosas, es como una voz que se alza sobre otras voces. No porque sea más preponderante, sino porque tiene un registro muy personal, y es como eso que dice la Biblia: la voz que habla en el desierto”. Garamona es director de la editorial Mansalva y conversará con otros editores que publicaron a Rubio en distintas etapas de su trayectoria: Matías Capelli, que editó sus reseñas incisivas en Inrocks Libros, y los editores Gustavo López (Vox/Lux), Vanina Golagiovanni (Gog y Magog) y Javier Fernández Paupy (Palabras Amarillas).

La relación entre autor y editor, sobre todo en editoriales que empezaron desde abajo y se ocuparon de recuperar libros de poesía que, entre los noventa y los dos mil, circulaban en plaquettes y autoediciones, supone un vínculo muy cercano, casi una forma especial de la amistad. Consultado por la publicación en Mansalva de La garchofa esmeralda (2010) –un libro que reúne la “Autobiografía podrida”, el relato “Martina” y el ensayo que da nombre a la última mesa de la jornada, “Literatura argentina es el Mal”– el poeta y editor Francisco Garamona cuenta que “Rubio venía desarrollando una actividad muy intensa en blogs, pensando la literatura y enroscándose en peleas y discusiones teóricas. El libro refleja todo ese pensamiento depurado, tan original y distinto. Muchas veces, priman en la literatura los lazos de unión y hermandad; él era como una hermandad de un solo hombre, aunque si bien era un hombre muy querido por sus amigos. Su escritura era seca, mordaz, cínica, irónica, pero en persona él era un ser lleno, muy tierno, muy cariñoso y con un sentido de la amistad muy fraterno y profundo”.

Hacia el final de su autobiografía –publicada, con orgullosa irreverencia, a los 37 años– Alejandro Rubio abandona la mítica galería Belleza y Felicidad y, después de haber retratado a los poetas de su generación en el mismo milieu del que él formó parte, rumia: “seguramente la fiesta continuaba, la charla, la música, y como si fuera un efecto se me presentó mi historia, íntegra y segmento a segmento, con sus hechos destacados, su nulidad y su atmósfera. Sin empatía y sin rechazo la contemplé pensando: esto es lo que me pasó, esto es lo que hice, éste soy yo”.

A pocos meses de su muerte, la Jornada Alejandro Rubio acompaña y continúa esa reflexión sobre el recorrido de una vida, el valor de una obra y el sentido de una época que, leída, resuena en el presente.