Un PH en Pichincha y Carlos Calvo. Ahí acababa de mudarse, a los veintipocos, Juliana Gattas con una amiga. La política de admisión era clara: todos los días aparecía alguien nuevo. Un amigo de alguna que era desconocido para la otra, amigos de amigos desconocidos para las dos, “freakies que nos resultaban interesantes”, cuenta Gattas, sentada en el piso de la planta alta de su dúplex de Palermo, con una guitarra criolla sobre el sillón y un busto de modista listo para ser intervenido detrás.

“Ale llegó con unos amigos que tenían una banda, Demonio de Tasmania, y me pareció un freak interesantísimo. Tenía el corte hardcore, peladito a los costados y rulos, y hablaba con los ojos muy abiertos, tal cual es ahora pero sin ser famoso. Fue instantánea la onda por el lado de la música, y yo en ese momento cantaba jazz en restoranes, así que le dije: ‘Si querés hacemos algo juntos, yo canto’. Él estaba experimentando con música electrónica, se había comprado un sintetizador y me dijo que fuera a su casa de Haedo a ver si salía algo”, se acuerda Gattas.

Salió algo: “En ese momento sonaba fuerte Morcheeba, por ejemplo, bandas que sampleaban algo de jazz y lo usaban en electrónica. Ale y yo armamos Lirio, un proyecto que nos hizo tocar en Ave Porco -ese templo noventoso kitsch- y en el cumpleaños de una amiga de mi mamá”, dice, riéndose, la artista. Ella cantaba, “él tocaba las perillitas”.

El PH era a diez cuadras de Estados Unidos 1234, más precisamente conocido como Cemento: “Con Ale íbamos caminando desde mi casa, estábamos muy cerca. Íbamos a ver música y nos presentamos cuando Omar Chabán publicó un aviso en el Sí! para encontrar músicos, actores, humoristas… Ale se ofreció como musicalizador y yo cantaba jazz tipo vodevil, y después colaboraba en el sketch de Omar: había que ponerle cien huevos en la cabeza, tipo bonete, y después él los rompía todos. Algunas veces, Ale después de musicalizar toda la varieté pasaba un poco de música. Se puso DJ Miranda. Después Ale compuso ‘Imán’, la primera canción propia para el proyecto que estábamos armando. Y bueno, nos quedamos con ese nombre”.

El “Ale” del que Juliana Gattas habla es Alejandro Sergi, el creador principal de las canciones de Miranda!, el proyecto artístico que comparten desde hace dos décadas. Allí Gattas canta, baila, piensa escenografías y vestuarios para videos y shows, intenta inventar la maqueta que contenga todo ese melodrama de las letras que interpreta.

Eso de pensar vestuarios se le nota en la casa: hay, en la planta alta, un vestidor del que se asoman abrigos peludos verde esmeralda y trajes parecidos a los que usaría un novio, tal como vistió Gattas en la tapa del disco Fuerte, de 2017. Pero el verdadero tesoro está en la habitación de la planta baja que le destina especialmente a todo lo que haya servido o pueda servir para que Miranda! se pare sobre un escenario o se presente en una conferencia de prensa. La inspiran David Bowie, David Byrne, Almodóvar, el cine clásico y también la fotógrafa estadounidense Cindy Sherman, que la deslumbra cada vez que postea algo nuevo a su cuenta de Instagram. La inspiran también los precios quedados en el tiempo de la feria de ropa que organizan las monjas de una iglesia cercana a su casa.

En la habitación-baúl hay una treintena de anteojos de sol, pelucas enruladas y lacias y platinadas y pelirrojas, lentejuelas en pantalones y en tops, y una de sus últimas ideas: los trajes de arlequines que pintó a mano, un poco inspirada en Ashes to ashes, de David Bowie, y otro poco en Picasso. En la entrada de esa planta de su casa, en un portarretratos que cuelga de un clavito en la pared, una foto de Lucía Galán, la pimpinela. “La patrona. Me cuida la casa”. Toca la foto y se ríe.

¿Qué hay que hacer para cuidar un proyecto que ya cumplió 20 años?

En principio el proyecto está cuidado porque todavía queremos trabajar en esta estética y en esta creación que nos da tanta alegría. Yo me quería dedicar a proyectar la influencia de la fiesta, el absurdo, la alegría. Como B-52s, Erasure o Los Twist. No me alcanzaba con ejecutar la música grabada tal cual en el vivo. Siempre me gustaron mucho los shows que iban un poquito más allá y hacían, por ejemplo, un videoclip en vivo.

Ale y yo todavía queremos la misma cosa y queremos hacerla bien y linda. Me parece que eso hace que el proyecto se mantenga con alegría y esa alegría es transmitida en el show, porque nosotros estamos alegres de estar ahí. Aunque sean shows melodramáticos, porque en las letras sobrevuelan los malestares de las cosas que nos pasaron, que vivimos. Miranda! es la alquimia entre una frustración, un desamor, y sonidos de calesita y circo. Pero transmite alegría porque estamos muy felices de estar cantando y bailando en ese escenario. Y la gente es muy feliz cuando va a un show, baila y exorciza el drama.

En un país tan aferrado al rock barrial Miranda! hizo posible hacer algo absurdo y que fuera gente

Alejandro suele estar mucho más metido en el estudio y vos te ocupás de pensar la puesta en escena y más de una vez dijiste que disfrutás sobre todo del vivo, ¿cómo te impactó la pandemia en ese sentido?

Tardo un poco en poder darme cuenta cómo me impacta todo este proceso. Vivimos dos o tres meses medio parecidos y recién ahí puedo hacer un balance. Pero sí percibo lo mucho que me hace falta esa parte de mi trabajo, que es el vivo: es lo que más me gusta de lo que hago, esa fístula de escape de energía. Teniendo en cuenta la emergencia de los hechos no me parecía tan importante hacer un show, pero ahora veo que sí, hay algo de mi personalidad que se va a ver afectado o ya se ve afectado por esta larga interrupción. La explosión del vivo, el amor de la gente, el grito, no tiene reemplazo y hace falta. Y también viajar, que era parte de mi estructura mental y cambió abruptamente. Me adapté muy agradecida por poder estar en mi casa, no quedar varados en una gira, pero algún impacto tiene que tener todo eso.

Pandemia mediante, Miranda! adoptó todas las posibilidades de performance posibles: streamings en vivo desde el estudio y desde un estadio, shows para los autos con el público adentro y afuera del vehículo. “Para felicidad mía, nos apoyamos muchísimo en el vestuario y la performance porque eran shows con la gente alejada, sin poder bailar, entonces nos cambiábamos de ropa en cada canción. Nos aprovechamos del electropop, de que suene la música de base, y cambiábamos el vestuario: no se podía bailar pero sí mirar algo que podía resultar novedoso durante todo el show”, cuenta Gattas. Algo de eso, pero también una parte acústica y otra con la banda completa, hará Miranda! el 15 de octubre en el Teatro Broadway y el 30 de octubre en Vorterix Rosario.

¿Cómo es el proceso creativo para armar el vestuario de una banda tan performática?

Por lo general tiene que ver con algún capricho o deseo que voy teniendo, algo que me queda fijado. Cosas de Bowie, o Stop making sense, de Byrne, que es el sueño de mi vida: es tan único que no lo podés copiar porque es muy obvio. El tipo salió a tocar con algo tan simple como un traje seis talles más grande. Sólo eso y a mí me voló la cabeza para siempre.

Ese capricho o deseo que anda circulándome se matiza con nuestra impronta, por eso nunca se ve tan claramente la influencia. No sólo aplicamos eso a los shows: en las salidas de los discos cada vez nos resulta más llevar la tapa a las conferencias de prensa, a las firmas de autógrafos. Cuando salió Fuerte, que en la tapa estoy yo vestida de novio y Ale de novia, nos mencionaban eso todo el tiempo, así que fuimos vestidos de novios a todos lados.

¿Son un matrimonio ya?

Creo que sí. Uno que funciona muy muy bien y que hay que cuidarlo. No sé qué hacemos para cuidarlo porque nos sale muy natural. No nos molesta realmente nada del otro: podemos estar en silencio, criticar, nada de lo que el otro hace o dice significa algo más. Creo que funciona porque todo el tiempo cuidamos mucho algo que hicimos juntos, por encima de lo que nos pase a nosotros. Cuidamos algo lindo que queremos que siga así de lindo, seguimos queriendo la misma cosa.

Una casa con mil artes

La planta alta en la que Gattas conversa con elDiarioAR es como una muestra de varias disciplinas artísticas a la vez: hay, aparte de la criolla, una guitarra eléctrica y un teclado; algunos pequeños bustos esculpidos y pintados por ella; una caja de lápices acuarelables bien a mano; libros de fotografía a los que Juliana les ha recortado algunas de sus imágenes favoritas para ponerlas en portarretratos y mirarlas más seguido; muñequitos de los personajes de El mago de Oz; una biografía del Puma Rodríguez y otra de Marilyn Monroe; un tocadiscos.

En el momento más encerrado de la cuarentena empezaste a mostrar tus dibujos vía redes sociales, en general acompañando algún chiste o directamente como piezas de humor gráfico. ¿Qué encontraste en esas otras expresiones?

Muchas veces me autojuzgué porque empezaba a estudiar cosas y no terminaba esa formación. Estudié violín, guitarra, artes plásticas. Es que cuando me interesó el arte me interesaron muchas disciplinas, no sólo la música. Voy a un recital y voy a una muestra de arte y las dos cosas me llaman totalmente la atención, sin distinción. En pandemia, esas expresiones en principio fueron cosas para hacer, para sacar la creatividad afuera. Me puse a dibujar más de lo que ya hacía. A pintar, a hacer escultura. Mostrarlo en redes no me sirvió para nada en términos de proyecto concreto, y cada tanto me juzgo eso. Con algunos de los chistes hice algunas remeras y las vendí. Pero no me sirvió para casi nada y esa es mi forma de hacer: lo que sirve ahora mismo es hablar, comunicar algo, y yo estoy fuera de agenda, hago algo inútil. Pero lo que sí encontré fue un feedback de risas que fue muy satisfactorio. Fue muy gratificante generar esa risa unánime, eso me hace muy bien, y además apareció el año pasado, cuando el mundo era todo menos risas.

La primera vez que, desde el escenario, vio que el público no sólo cantaba sus canciones sino que bailaba, sintió que dedicarse a eso era “un negocio hermoso”. “Fue en una fiesta Brandon. Para mí ya tener una banda y tocar en vivo era una ebullición de felicidad, me pasaba incluso en los restoranes cuando cantaba jazz, aunque estuviera prácticamente vacío. Cantar en vivo me produce eso desde siempre. Pero cuando vi al público bailar sentí que era muy bueno lo que estaba pasando”, cuenta Gattas. Le presta atención a los movimientos de Gigi, el gato color té con leche al que su hija Juana le puso un nombre inspirado en un personaje del cineasta Hayao Miyazaki. El otro gato, Blixa, está escondido: le teme a los humanos desconocidos.

También sintió que “lo que estaba pasando era muy bueno” una noche de Luna Park en la que por primera vez vio un pogo basado en melodías electropop. “Empezamos a tocar ‘Otra vez’ y se armó esa ronda de pogo en la que se separan, saltan y se vuelven a juntar. Jamás pensé que iba a ver eso con una canción así: ahí sentí que Miranda! había funcionado, como en retroactivo”, explica.

¿Qué le hizo Miranda! a la música argentina?

Creo que abrió el espectro. No sólo Miranda! sino también Leo García o el propio Cerati: las bandas de rock y pop se empezaron a mezclar mucho más a partir de proyectos electrónicos mainstream que fueron apareciendo. Antes de Babasónicos o Miranda lo que había era muy solamente rock. Y a partir de ahí se permitió más el juego, no fue tan en serio todo. En un país tan aferrado al rock barrial Miranda! hizo posible hacer algo absurdo y que fuera gente.

¿Qué implicancias tuvo ser mujer en ese mundo?

Yo siento que crecí en una burbuja. Al estar en una banda pop, con la burbuja de la discoteca, el desprejuicio, cierta cosa travesti, no percibí el prejuicio que recae sobre muchas mujeres en el mundo de la música. En todo caso, el prejuicio hacia Miranda! pasaba por un lugar diferente: nos decían “putos”, nadie se detenía en el hecho de que había una mujer en la banda.

Creo que todavía falta bastante de desarmar el prejuicio hacia las mujeres en el mundo de la música en general. Se hizo mucho, por ejemplo en las movidas de alentar el cupo femenino en los recitales, pero falta naturalizar que una mujer sea productora o ingeniera de sonido. Pero en mi mundo nunca padecí ese prejuicio: ni en mi banda ni con los productores. Nadie me pidió que me pusiera la pollerita: ya la tenía puesta.

Alaska, la mujer del dúo español Fangoria, Róisín Murphy, Grace Jones, Tracey Thorn, de Everything but the Girl, Juana Molina, María Gabriela Epumer y Érica García son las mujeres de la música que Juliana miraba cuando quería empezar a ser ella misma una mujer de la música.

El secreto de las armonías travestis

“No tengo tanta técnica musical. No sé leer música y empecé a componer algunas partes en las que canto yo, pero me siento más letrista invitada que compositora musical. No es que quiera componer para que me tomen en serio, está bueno componer pero no me quita el sueño: me encanta ser intérprete”, dice, y mueve las manos, y sonríe con la boca pero también con los ojos cada vez que termina de hablar y está lista para la siguiente pregunta.

“No soy como un cantautor que lo que quiere comunicar es su poesía. Lo que más me gusta es cuando canto lindo”, explica. Para entrenar su voz comparte maestro con Sergi: los dos practican con una técnica basada en el canto gregoriano. “Se repite la a como un mantra para lograr que la voz llegue bien arriba y ahí sostenerla livianita, y después bajás hasta donde quieras”, cuenta, y abre la boca y dice “aaaaa” y su living parece una misa o una ópera, así, de repente.

Para cuidar la voz, asegura, lo mejor es dormir bien. “Y no fumar. Yo fumaba pero dejé en el embarazo. No tuvo nada que ver con la banda pero me di cuenta de que ya no me despertaba tosiendo como una tía grande que fumó toda la vida y no volví más”. La clave de ese cambio hay que buscarla en El disco de tu corazón, que Miranda! editó en 2007: “Antes de eso yo tenía la voz más tanguera, más baja, y cuando dejé de fumar Ale empezó a componer para mi nuevo registro. Se dieron vuelta las armonías, él dejó de hacer el falsete alto y bajó el tono, yo lo subí. Empezaron unas armonías menos travestis”, se ríe. Su gato-gata de nombre japonés la mira desde el sillón de enfrente, con la atención fija en que ningún desconocido se sienta demasiado en casa. Juana, producto de ese embarazo durante el que abandonó el cigarrillo para siempre, sonríe en varias fotos de las que hay en el mueble enorme que alberga libros, tazas y un cubilete para jugar a la generala.

¿Cómo conjugaste la maternidad con estos veinte años de banda?

El momento en el que me hice el planteo más difícil fue cuando Juana era una bebita, que coincidió con giras largas. Pensé junto al papá de Juana, un psicólogo, mi psicóloga y el pediatra. Me proyectaba a mí misma viendo a la banda sin mí y, en esa escena, me veía medio odiando a la bebé. Entonces en esa ecuación decidí hacer el esfuerzo de sostener las dos cosas: se mamá de una bebita y hacer giras. Hubo una, en México, que duró 45 días: los chicos fueron y se quedaron y yo fui y volví 5 veces. Me gasté lo que gané en pasajes pero hice las dos cosas y realmente valió mucho la pena. Con el tiempo, Juana empezó a venir a las giras si le gustaba el lugar: googleaba el lugar en el que íbamos a quedarnos, si tenía juegos, si le parecía lindo. Y eso se convirtió en nuestra vida.

El prejuicio hacia Miranda! pasaba por un lugar diferente: nos decían “putos”, nadie se detenía en el hecho de que había una mujer en la banda

La pandemia -y las restricciones que implicó- puso en pausa el lanzamiento del disco solista que Gattas grabó pero que, en medio de la demora, todavía no consiguió nombre. Está cerca de mostrar alguna canción pero, como presentarse en vivo es la parte favorita de su trabajo, quiere hacerlo cuando pueda acompañar ese lanzamiento con alguna performance. “Aunque sea en un lugar chiquito”, dice. “Lo que me frenó de querer mostrarlo es que ahora que no se toca en vivo es tan vertiginosa la salida de canciones que quiero hacer algo que sea más que eso. Ahora la canción sale, la escuchan, la agregan o no a una playlist, y viene la siguiente, y todo se hace como un humito”, explica Gattas.

¿Cómo impacta ese ritmo vertiginoso a la hora de hacer canciones? ¿Hay que tenerlo en cuenta?

No sé si hay que pensarlo como riesgo. Pero sí siempre hay que tener en cuenta que las canciones sobrevivan el paso del tiempo. Nosotros siempre tuvimos eso en cuenta: que las canciones se entiendan con el tiempo y en todos los países de habla hispana. Salvo que sea una palabra local muy buena, muy rítmica, si no siempre tratamos de que se sostenga en el tiempo y en el mundo. Yo por ejemplo no pondría “Tik Tok” en una canción porque tal vez en dos años o antes no se entiende más.

Hablás de que una canción tiene que sobrevivir en el tiempo. ¿Qué riesgos supone la era de la cancelación cuando se piensa una canción o cualquier obra artística?

Mirá, sin ir nada lejos, con los gauchos del video de “Por amar el amor” pensamos que un poco existía esa posibilidad. Tal vez una cancelación desde el lado vegano. Siempre hay un riesgo, pero la cultura de la cancelación me parece muy incómoda para ser artista. En nuestro caso la banca que tenemos son 20 años de plataforma: en ese caso no te tiran tan fácil, tiene que haber algo sólido. Pero para un artista que recién empieza ese riesgo de que lo cancelen es mucho más alto. Es muy difícil esta era para los artistas nuevos porque casi que lo único que podés hacer es una sola cosa: la correcta. Es una era tal vez necesaria en algunos aspectos, pero aburrida. Y peligrosa, porque no se toman riesgos. Que los artistas que aparecen no animen a tomar riesgos por no tener espalda es poco estimulante. Cuando era chica yo esperaba locura de los artistas.

JR