En el siglo XIX, el Reino de Araucanía y Patagonia nunca reconocido, reclamaba su jurisdicción sobre toda la Patagonia y el sur de Chile. Por lo tanto, es un territorio que no tiene nada de micro y, sin embargo, su extraña historia es una referencia irrenunciable para cualquier apasionado micronacionalista. La historia del reino, conocido también como Nueva Francia, se inserta en el contexto de las políticas expansionistas de Chile y Argentina en detrimento de las poblaciones mapuches, originarias de aquellas tierras. La región de Araucanía era el centro de un conflicto que duró más de trescientos años, la guerra de Arauco, que hacia fines de los años cincuenta del siglo xix estaba viviendo su epílogo. En 1858, el abogado francés Orélie Antoine de Tounens desembarcó en Chile y se estableció entre Santiago y Valparaíso. Luego Tounens se desplazó hacia el puerto de Valdivia, donde abrazó la causa de la nación mapuche. Basándose en sus conocimientos en materia de derecho internacional, pensó en instaurar una colonia francesa en Araucanía porque, a pesar de encontrarse bajo la zona de influencia chilena, ese territorio, más allá de las orillas del río Bío-Bío, nunca había sido reclamado por nadie. Era independiente de facto. Luego de un intercambio de mensajes con el cacique Mañil, jefe tribal mapuche, Tounens se aventuró más allá del Bío-Bío acompañado de dos franceses que se convertirían en sus ministros, Lachaise y Desfontaines.
Al llegar se enteró de la muerte de Mañil, pero gracias a la profecía que este dejó a su gente, donde se hablaba del fin de la guerra con la llegada de un extranjero blanco, Orélie Antoine fue recibido con todos los honores. El nuevo cacique Quilapán se mostró entusiasta con la idea de instaurar un Estado independiente para proseguir la resistencia contra el ejército chileno. Fue así que el 17 de noviembre de 1860 los jefes mapuches proclamaron el Reino de Araucanía, y Orélie Antoine de Tounens fue coronado rey. Los jefes de aldea confiaban en la nacionalidad europea del nuevo monarca para ser tomados en serio por las potencias coloniales: Tounens pensaba incluso en involucrar a Francia para que respaldara su reino. El rey Orélie Antoine I promulgó una constitución, acuñó el peso como nueva moneda y creó una insignia nacional, compuesta por tres bandas horizontales azul, blanca y verde. Poco después la Patagonia fue anexada al reino, ya que su jefe tribal decidió unirse a la aventura. El nuevo Estado asumió definitivamente el nombre de Reino de Araucanía y Patagonia. La proclamación de independencia y la carta constitucional fueron enviadas al Gobierno de Chile y a los principales diarios del país. El 29 de diciembre de 1860, El Mercurio publicó un fragmento, signando la primera mención pública del reino.
Orélie Antoine fue a Valparaíso a tratar de encontrar a los representantes de la república chilena, pero fue ignorado. Entonces trató de involucrar a Francia, pero en el consulado fue tomado por un débil mental. Incluso trató de publicitar la Nouvelle France en los diarios de su país, destacando sus riquezas, para suscitar el interés de posibles emigrantes e inversionistas, pero sin éxito. Nueve meses más tarde, herido por la indiferencia hacia su empresa, Tounens llevó consigo un sirviente llamado Rosales y volvió con él a Araucanía, donde las tribus se estaban preparando para hacer frente a las incursiones del ejército.
La anexión de Araucanía, que nunca había interesado a Chile, se volvió de pronto una prioridad después de la proclama de Tounens. En 1862, Orélie Antoine iba de poblado en poblado para exhortar a su pueblo, hasta que fue arrestado por los chilenos gracias a la traición de su sirviente, Rosales. Enviado a Nacimiento, y luego a la provincia de Los Ángeles, encontró al gobernador, el general don Cornelio Saavedra Rodríguez, quien decidió que fuera procesado como delincuente común, prosiguiendo en la línea de las autoridades chilenas que habían elegido ignorar la independencia de Araucanía. Orélie Antoine fue condenado por alteración del orden público, y en la inmunda prisión de Los Ángeles se enfermó, perdió el cabello y se contagió disentería. La intervención del cónsul francés consiguió hacerlo salir de prisión a cambio de la inmediata repatriación a Francia.
De nuevo en su país, Tounens consiguió organizar una segunda expedición gracias al apoyo de algunos financistas. Llegó a Araucanía en 1869, donde los mapuches, creyendo que había sido ajusticiado, se sorprendieron mucho al verlo. El rey trató de reorganizar su reino, pero se encontró aislado, e incluso las instituciones locales se negaron a apoyarlo. El general don Cornelio Saavedra puso un precio por su cabeza. Ayudado solo por los mapuches, Orélie Antoine, escapando de un nuevo arresto, encontró refugio en Buenos Aires.
Sin dinero, Orélie Antoine volvió a Francia para dedicarse a escribir sus memorias y encontrar recursos para organizar nuevas expediciones. Lo consiguió dos veces, en 1874 y en 1876, pero en ambos casos fue devuelto a Francia apenas desembarcado. Recibido en Tourtoirac por un sobrino, para sobrevivir fue obligado a trabajar como farolero del pueblo. Ya enfermo, Tounens murió poco después, en 1878, en condiciones de indigencia. La muerte de Orélie Antoine, sin embargo, no marca el fin de la utopía encauzada por él. Su amigo Gustave-Achille Laviard se proclamó su sucesor, ya que Tounens había muerto sin dejar herederos; tomó el nombre de rey Aquiles I y reinó en el exilio hasta su muerte, en 1902. Entre las iniciativas del segundo monarca de Araucanía y Patagonia estuvo el pedido de intervención de los Estados Unidos, dirigido al presidente Grover Cleveland, que este rechazó. El título fue heredado por Antoine Hippolyte Cros (Antoine II), que gobernó solo hasta 1903 a causa de su prematura muerte. Comenzó así un breve período de transición, hasta que el título pasó a la hija del difunto rey, Laure-Thérèse Cros-Bernard, que gobernó hasta 1916 con el título de reina Laure-Thérèse I.
A su muerte, el título pasó a su hijo, Jacques Alexandre Antoine Bernard (Antoine III). Este, en 1950, lo cedió a Philippe Boiry, que asumió el título de príncipe Philippe y que fue hasta su muerte, en 2014, el monarca de un reino que ya no existe. De hecho, Philippe renunció a las reivindicaciones territoriales de sus predecesores, interpretando su cargo como un modo de mantener viva la memoria de las empresas de Orélie Antoine de Tounens. Entre las actividades que caracterizaron su reino se destacan las iniciativas en apoyo del pueblo mapuche y su autodeterminación.
Muchos escritores se dedicaron a la reconstrucción de las empresas del aventurero francés, entre ellos Jean Raspail, que le dedicó un libro, Yo, Antoine de Tounens, rey de la Patagonia, y Bruce Chatwin, que lo cita en su hermoso libro de viajes En la Patagonia.