Mi Diego
Anoche terminé de dibujar este libro, y ahora escribo este prólogo, antes que se enfríe mi mano y tome distancia la sesera. Prólogo es para el lector, porque para mí es un epílogo. Prólogo-epílogo de dibujante.
Hice para este libro más de 130 imágenes, una especie de recorrido después del cual puedo sentenciar que estuve conviviendo con un personaje luminoso. Contemporáneo y luminoso, agregaría, porque es mucho más meritorio ser luminoso en estas épocas oscuras.
Todos conocemos a Diego. Como diría la provocación lennoniana sobre su banda, DAM es más popular que Jesús.
Por momentos, este les podrá parecer un libro religioso. Seguramente es una comedia sobre cómo llegar a una divinidad y, a la vez, es también una manera grotesca de llegar a Él, como si fuéramos nosotros virgilios y beatrices erráticos. Estos dibujos, este volumen tiene la intención de pasearnos por círculos, anillos y cielos que no siempre están en orden, como su vida, edenes que terminan en tragedia, y viceversa.
Antes de este Nacido para molestar, y en vida de Diego, trabajé varias veces al futbolista, publicándolo en distintos años y distintos medios. Un par de estas páginas las incorporo a este prólogo-epílogo. Una es de la revista Fierro, de 1986. En ese editorial enhebré lo que ocurrió en aquel histórico junio, con la muerte de Borges y la consagración de Maradona en México.
La otra es de 1990, con un Diego de 30 años, en la mitad del camino de sua vita, en un mal momento italiano, y enviándolo por anticipado a que lo juzgue post mortem el Recepcionista de Arriba.
Se apagó una luz, se acabó un puzle que parecía infinito. Este libro sigue de alguna manera la filosofía fontanarrosesca del «no me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía».
Dentro y fuera del fútbol, ese juego universal al que tanto bien le hizo, Diego generó, sacudió, ilustró tanto como persona como por personaje. Y siempre muy vigilado, transformado en imagen, en la gloria y en la zozobra. Ahí es donde el dibujo y el humor deben meterse: en el intersticio que hay entre foto y foto, como si faltara una, el fantasma y el otro lado del fantasma.
Debe haber mil imágenes más que las que dibujé, mil imágenes más posibles, pero todavía no pasó tiempo suficiente, no hay distancia y las pasiones no se aplacaron. Por eso hice este volumen urgente. Debería aparecer en algún lado, tal vez en la contratapa, entre paréntesis: (Continuará)
«Este Diego siempre nos da de comer», recuerdo que me dijo en un pasillo del hotel de Boston en 1994, un atribulado periodista deportivo, al regreso de la concentración de la selección argentina, con la novedad de la efedrina. Y en Argentina, inmediatamente, se disparó otro cíclico episodio maníaco-depresivo: hasta ayer íbamos a ser campeones del mundo por tercera vez, y ahora, sin el gran capitán, seríamos un ejército de sombras. Como corresponsales de nuestros diarios, huérfanos, nos tocaría un derrotero por Dallas y Los Ángeles, y el final de DAM en los mundiales. Pero a la prensa seguirá «dándole de comer», hasta hoy. Sospecho que en las redacciones esperan la noticia de la Resurrección.
No tendremos paz. Se ha dicho y se seguirá diciendo mucho sobre Diego. Yo dibujé, y dibujaré, que es mi manera de decir.