En un capítulo de la primera temporada de la serie de Luis Miguel, se muestra, ficcionalizado, un recital en el Luna Park en el que el intérprete le canta a su madre. Una escena intensa, considerando que la desaparición de Marcela Basteri constituye uno de los núcleos narrativos de la serie y de la vida de Luis Miguel, que fue transparente en su pesar las pocas veces que se refirió al tema. Pero es algo más que una escena: es muy probable que después de verla, sus curiosos espectadores vayan a constatar la precisión mimética de esa performance en otra plataforma, YouTube: mismo conjunto blanco, mismo tono de la coloración capilar de Marcela, mismas expresiones faciales de Luis de la Rosa, que interpreta al cantante de adolescente. Aunque el que aparece la mayor parte del tiempo tanto en la primera temporada como en la segunda es Diego Boneta, que se convirtió en el avatar del cantante, de cuyo diseño participó el propio Luis Miguel, productor ejecutivo de la serie en la que le cuenta al mundo con un proxy lo que él fue siempre receloso de contar.
El hiperrealismo se combina entonces con los recortes de una biografía autorizada en la que el protagonista cuenta lo que quiere y cómo quiere.
Pero no solamente la audiencia va de Netflix a YouTube. El jueguitos entre las plataformas explota en Spotify, donde en 2018, cuando se estrenó la primera temporada, la canción “Culpable o no” de Luis Miguel llegó a aumentar las reproducciones en un 4000%, algo que se repite en esta segunda temporada. Warner también sube canciones y videos viejos a su canal de YouTube y todos contentos.
El jueguitos entre las plataformas explota en Spotify, donde en 2018, cuando se estrenó la primera temporada, la canción "Culpable o no" de Luis Miguel llegó a aumentar las reproducciones en un 4000%, algo que se repite en esta segunda temporada.
Si la primera temporada contó el paso del Sol de México de la niñez con voz de prodigio hacia la juventud de giras, dinero y algo de descontrol, maltratos por parte de su padre y el tormentoso enigma de la desaparición de su madre, esta segunda temporada va y viene entre la época en la que grababa el disco Aries a comienzos de los 90, a una época de arrugas y revinculación accidentada con su hija adolescente, a la que no vio por 11 años, en 2005. Hay, además, una mayor descripción de la industria musical y algunos personajes nuevos, como un manager algo oscuro o Michelle Salas, la primera hija que el cantante tuvo a los 19 años. Nombres verificables en la realidad y otros inventados que trabajan tanto para la trama dramática como para el efecto de realidad de la historia.
La metamorfosis de Diego Boneta en Luis Miguel es uno de los activos de la serie y está explotada como tal también en esta segunda temporada, en la que el actor tiene el difícil reto de ir y volver en el tiempo, entre un Luis Miguel de veintitantos, fogoso y en la cima, a un crooner ajado por los pesares de la vida y la salud: “También hay momentos recreados, sobre todo después de ver cómo al público le encantó eso de la primera temporada– cuenta Boneta, que también es uno de los productores ejecutivos de la serie, a ElDiarioAR. Entre ellos, una presentación del tema Qué nivel de mujer en vivo, emulando modismos y vestuario. Sin embargo, la segunda temporada aborda un período del artista en el que estuvo menos expuesto a los medios. La temporada original estaba basada en el libro Luis Miguel: la historia, de Javier León Herrera. Pero esta temporada se basa en una investigación hecha específicamente para la serie, y atiende a aspectos más íntimos y emocionales de su persona. ”Es un costado más personal de Luis Miguel, sobre todo con la relación con la hija. De todo eso es imposible tener videos ni nada porque eso es algo personal. Al no haber un libro en que se basa, tuvo que haber mucha investigación. Los escritores hablaron mucho con Luis Miguel para poder llegar a mucho detalle en las etapas que toca contar“, continúa el actor.
Por lo bien que te ves
Ya sea de la mano de las plataformas o de los estudios de cine tradicionales, las series o películas biográficas hiperrealistas se acomodan como una opción más de showbiz para los artistas musicales que cuentan su vida, sus herederos o quienes detentan los derechos de sus canciones. De Gilda a Elton John, de Madonna -que prepara una- a Selena, de Luis Miguel a Freddy Mercury. La película o la serie es un nuevo show de estas figuras emblemáticas y combinan canciones con un testimonio controlado de su propia vida hecho de modo tal que que resulte narrativamente atractivo o incluso apasionante. Ese es un punto fundamental: esta era de las biopics autorizadas está lejos de aquella película que se mandó a hacer el señor Burns para el festival de cine de Springfield: aunque Luis Miguel sea el productor ejecutivo de su serie, los capítulos entregan una dosis aceptable de bajezas humanas combinadas con actos redentorios.
Pero estas no son las únicas biopics disponibles. Otra serie basada en hechos reales que ha batido records propone una forma de producción en la que no participan los involucrados. The Crown, uno de los proyectos más costosos de la historia de Netflix, cuenta el reinado de la longeva Isabel II, quien, con su discreción constitucional, vio pasar desde el trono 70 años de historia mundial. La serie propone un desfile de figuras públicas convertidas en personajes: desde Churchill hasta Thatcher, desde Lady Di hasta su propia hermana Margaret, a quien muestran en una constante lucha contra sus adicciones y la depresión. Y si bien repite el gancho de recrear escenas con minucia -el vestido de Lady Di, el discurso en la Commonwealth y así-, su éxito indiscutible no evitó -o justamente propició- que el ministro de Cultura del gobierno conservador, Oliver Dowden, le pidiera a Netflix que agregara la advertencia de que se trataba de un trabajo de ficción. Netflix avisó que no tenía en los planes hacerlo, en parte por lo que permite la legislación británica en relación al uso de la historia de las personas. En estos temas suelen colisionar diversos derechos, en entre la libertad de expresión, la privacidad y el interés público.
En Argentina, según el abogado Pablo Wisznia, abogado y productor de cine, nada prohíbe llevar a cabo una biopic “no autorizada” sobre un personaje público, siempre que no incurra, por ejemplo, en la difamación: “La biopic es una investigación ficcionada en términos audiovisuales. A veces es autorizada, a veces no. Si yo quisiera contar la historia de una persona famosa y su familia, algún riesgo puedo tener. Especialmente con alguna hija, hijo o alguien que está alrededor del personaje público. Pero la biopic no autorizada está perfectamente permitida y no debería dar lugar a ninguna secuela económica. ¿Podría tener un problema? Podría. ¿Cómo está la jurisprudencia? Probablemente no tendría ningún problema porque los jueces suelen defender, primero, el derecho a la libertad de expresión. Pero si la biopic difama tendré que pagar los daños ocasionados”. Para un importante experto de la industria, aun así, este suele ser un género que resulta muy complicado para llevar adelante en términos de los riesgos que supone. Una prueba interesante será ver qué sucede cuando se estrene Sueño bendito, la serie sobre Maradona que antes de ser emitida ya generó ruido y algunas controversias.
El drama biográfico que involucra a los protagonistas en la misma producción resulta cada vez más atractivo para la industria y las audiencias, que vienen acostumbradas a prescindir de los intermediarios -o creer que no hacen- en la relación con las celebridades, quienes desde la popularización de las redes sociales están cada vez más acostumbradas a manejar su propia narrativa.
Para la productora, guionista y periodista argentina basada en Londres Paula Álvarez Vaccaro, además, el valor que tiene el propio testimonio puede hacer a estas biopics sumamente reveladoras: “Ha habido grandes biógrafos y biografías con excelentes miradas y otros que solo se colgaban del éxito de ciertos personajes y su intermediación no sumó nada. Yo no jerarquizo más a una biopic no autorizada que a una autorizada. Hay gente que elige contar su vida de manera mediocre y otra que realmente asume el compromiso y se conecta con su historia y con su audiencia. Yo soy fan de Madonna y a mí me interesa muchísimo más lo que Madonna está creando sobre su vida que lo que otros tienen para decir de ella”.
Entre una foto lejana y borrosa de Luis Miguel en un yate rodeado de mujeres a una recreación con drones y primeros planos de un actor que lo encarna con rigor, tal vez las audiencias prefieran la segunda opción.
NS