Cuando el fotógrafo uruguayo Pablo Albarenga decidió internarse en el Matto Grosso a documentar los conflictos sobre la tenencia de tierras y la vida cotidiana de los guaraníes locales, lo hizo con el ímpetu y el imaginario típico del fotógrafo documental. Con la inocencia de un principiante talentoso. “Tenía imágenes que pertenecen a las del ideario colectivo que tienen que ver más con lo que ofrece un museo, que lo que se ve en el campo”, confiesa el fotógrafo a elDiarioAr desde su hogar en San Pablo, donde vive desde hace un tiempo, alternando esa morada con su Montevideo natal.
Corría el año 2016 cuando viajó por primera vez a ese territorio en disputa. “Al principio mi combustible era ir para ayudar. Una cosa naif, ingenua. Hoy es otro, o son varios. Uno de ellos es la curiosidad por desaprender, ir a buscar otra forma de ver, diferente a la que me fue instalada. Mi viaje en la fotografía termina siendo eso, partir de una mirada completamente heroica para terminar siendo el antihéroe.”
A contrapelo de lo que podría imaginarse de un fotógrafo, una herramienta que Pablo usa mucho es la escucha. “Nosotros, los varones cis-blancos-clase media-de ciudad, siempre tenemos esa cosa de tener que explicarlo todo y saberlo todo. Es muy masculino eso de no poder decir: ‘No sé, no tengo idea’”.
El encuentro entre las personas, asegura, es aquello que motoriza y transforma su trabajo, que trasciende lo fotográfico. “Se genera algo muy potente y la foto pasa a un lugar secundario. Cuando estudiamos fotografía pensamos que tenemos que pasar desapercibidos y lograr una imagen fuerte. En mi caso es al revés. El hecho de hacer fotos de ese nivel de intimidad no es por haber estado ahí. Mi objetivo no es crear un vínculo para hacer las fotos, sino que es construir relaciones profundas para salir de ahí con fotos potentes, que son consecuencia de ese vínculo. El encuentro es más poderoso que la fotografía”.
Semillas de resistencia
El trabajo de Albarenga transita desde el género documental al fotoperiodístico y pasa por la fotografía de autor. Del registro cotidiano de las comunidades indígenas a sus incursiones urbanas en las protestas callejeras o la resistencia contra la construcción de represas. La mirada sutil, colorida y poética de este fotógrafo lleva al espectador a lugares incómodos, a indagarnos y repensar nuestra relación con el planeta, nuestro entornos, nuestros seres queridos.
Albarenga trabajó en medios uruguayos como La Diaria y El Observador. Actualmente colabora en medios internacionales enfocados en la ciencia como Nature y Science, además de publicaciones como NatGeo, Washington Post, o El País de España. También aporta lo suyo a medios independientes como Amazonia Real, y Sumauma, un medio que se está gestando. La Fundación Pullitzer le financió varios proyectos, como el que presentó para hacer historias sobre contaminación de mercurio en ríos del Amazonas, o el de Democracia Abierta, Rainforest Defenders. Además, también trabaja con diversas ONGs como Engajamundo o Projeto Aldeias.
Su trabajo entonces tiene mucho más impronta colectiva que individual, una labor que lleva adelante en conjunto con colaboradores de las diversas organizaciones. En la actualidad, registra el cotidiano de los indígenas Yanomamis, donde trabaja en tándem con una antropóloga que conoce aquellas comunidades desde hace veinte años. “Son relaciones de confianza, hay mucho trabajo previo de producción y pre producción”, explica.
Entre sus trabajos se destaca el que resume y narra tres historias de resistencia indígena en Brasil, el cual desembocó en la publicación del libro Retomada (Alter Ediciones). Y sobre todo Semillas de Resistencia, el ensayo visual por el que fue galardonado como fotógrafo del año en 2020 del prestigioso premio Sony. Semillas va más allá del registro cotidiano documental o del foto periodístico. Para ese ensayo utilizó un dron. Por un lado fotografió a los habitantes de la Amazonia acostados en el suelo, boca arriba; por el otro registró el territorio, y con esas imágenes armó una serie de dípticos, en el que las personas y la selva aparecen ubicadas en un mismo plano. “Es necesario entender que el territorio y las personas son igual de importantes, y con las que ellos tienen una relación muy distinta a la nuestra. Yo necesito hacerlo más evidente, por eso uso el dron. La persona toma la misma relevancia que el territorio y el mensaje llega con más fuerza”.
Albarenga sostiene que cuando pensamos en el Amazonas, el imaginario se enfoca solo en los árboles y la naturaleza, y que es muy poco lo que se dice de las 35 millones de personas que habitan esas tierras. “¿Qué pasa con esa gente? – se pregunta - Nosotros pensamos en conquistar el territorio, en tener tierras productivas. Nos damos el lujo de llamar tierra improductiva a aquellas que no producen recursos económicos, y esa visión es más importante que cualquier cosa, incluso que la vida. Para ellos el territorio es mucho más que eso, es su madre. Como dicen los indígenas en Ecuador, la selva es la farmacia, es el supermercado. En Mato Grosso, incluso cuando fue destruida con campos de soja, sus habitantes se negaron a salir porque bajo sus pies descansan sus ancestros, mientras que para nosotros son campos de soja”.
El rol de las mujeres
“Es bien interesante, fundamental y sumamente relevante el papel de las mujeres en las comunidades. Están muy activas, produciendo, proponiendo política e intelectualmente. No solo en relación a la tierra, ellas son una pieza clave en todo este rompecabezas y tienen debates parecidos a los de las mujeres de clase media urbana. Están en un momento de ebullición hermoso, pero en muchas ocasiones son invisibilizadas. A veces no es adrede, sino que tenemos una mirada externa. Nuestro ojo está acostumbrado a identificarse con otras historias. Yo tenía una mirada más masculina por sobre lo que estas luchas explican, siempre hacía más imágenes de varones que de mujeres. Uno escucha o mira hacia donde se siente más cómodo. Pero hoy está tomando tanta relevancia que es imposible no verlo”.
Albarenga fue el fotógrafo oficial de la campaña a la vicepresidencia de Sonia Guajajara, que acompañó a Guillermo Boulos del Psol (Partido Socialismo y Libertad) en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas de 2018. Así, se convirtió en la primera mujer indígena candidata a la vicepresidencia de Brasil. Y pocos días atrás, luego de las últimas elecciones, Sonia se erigió como la primera diputada federal indígena por el Estado de San Pablo. Otra mujer indígena, Celia Xakriaba, también resultó electa por Minas Gerais.
“Sonia es una lideresa del carajo, una tipa muy activa que habla de cuestiones sumamente importantes. Cuando pienso en una imagen de ella, incluso en momentos difíciles, pienso en ella sonriendo. Eso me dejó un mensaje muy lindo, que es el de resistir con alegría. Cuando uno fotografía conflictos e historias duras parece que solo mostramos una parte. La premisa, históricamente, es el conflicto, la miseria, el hambre. Pero también otro estereotipo que rompí es el de que no todo es miseria. Hay momentos ricos incluso en la miseria, y Sonia es un reflejo de eso. Es una tipa cumpliendo un rol fundamental, muy importante, que está en el frente de lucha, que ha sido amenazada pero que todas esas cosas las hace con alegría, incluso en momentos duros. Para mí fue un gran mensaje, un aprendizaje muy grande”.
Fotografía humanista
Albarenga sigue la senda que trazó el fotógrafo Joao Ripper, un brasileño que propone una fotografía “humana”, que prioriza el proceso por sobre los resultados. Y en ese andar viene realizando un trabajo introspectivo con su mirada, sus vínculos, su forma de ver y fotografiar el mundo. “Me considero un privilegiado por escuchar esos relatos de primera mano. Quiero que mi foto sea un tributo. Quiero contar con mucho respeto historias que hagan honor a mi experiencia, que es también una visión subjetiva. ¿Cómo voy a ser objetivo si soy un cúmulo de diferentes condimentos, como mis creencias religiosas, mis afiliaciones políticas, mi moral, mi ética? Tengo mis convicciones, deseos, amores. Cuando voy a encuadrar una foto lo hago como una persona, no como un robot. No deja de ser una mirada subjetiva, de cómo me veo afectado por todo este tipo de cosas”.
El fotógrafo sostiene que la manera de narrar el Amazonas está muy sesgada, llena de estereotipos, y que las imágenes que él tenía preconcebidas son reflejos de esta visión “Estoy en un viaje en el que voy desaprendiendo mucho de lo que aprendí”, confiesa.
Su curiosidad se vio alimentada por el trabajo de uno de sus profesores de fotografía, Iván Franco, quien había registrado una comunidad indígena del Paraguay veinte años atrás. Y el quedó asombrado por lo que reflejaban esas escenas de la vida cotidiana. “Los indígenas usaban la misma ropa que yo, un reloj, una bici. Lo que se ve en un museo no se corresponde con la realidad de lo que es ser hoy indígena. A través de eso se define todo lo que no es indígena, y entonces te dicen que no son indígenas porque tienen Instagram. Es un mirada muy hija de puta, reconoce el paso del tiempo para nosotros, pero no para ellos. Para ser legitimados como indígenas tendrían que ser como hace quinientos años, y no como hoy. Y eso se usa como regla para medir quién es indígena y quién no, y a quien le roban las tierras y a quien no”.
Albarenga habla con la autoridad de quien recorrió gran parte de la Amazonia brasileña y más allá. También trajinó la densa selva en su porción ecuatoriana y colombiana. Sitios tan distantes como Roraima, Xingu, Alto Xingu, Altamira, Curuça, pasaron por la delicada mirada de este incansable y creativo fotógrafo, quien asegura que la industria fotográfica está teñida y manchada por la colonización.
“Tiene una herencia que nos afecta y nos condiciona. América Latina fue exotizada, la Amazonia fue exotizada. Los incendios de 2018 fueron primera plana en todo el mundo con estereotipos, prejuicios y la mirada sesgada. Desde afuera entendemos el Amazonas como el pulmón del planeta: es lo único que nos importa porque es el oxígeno que respiramos, y dejamos afuera el resto. En la cobertura no se vio una sola foto de una comunidad siendo afectada. Solo se mostraron imágenes de árboles quemándose, como si lo único importante fuera la deforestación. Y la Amazonia es mucho más que una selva. Hay ciudades, personas. Hay campesinos, hay negros, poblaciones tradicionales. Es muy fuerte que todo lo indígena se siga enseñando como si fuese aquella imagen que solo podemos ver en comunidades aisladas o no contactadas”.
Por eso, recalca, las comunidades indígenas brasileñas están creando sus medios de comunicación, como Midiaindia, para poder así narrar su propia realidad. “Y no dejan de ser indígenas por eso”, señala.
Fora Bolsonaro
En julio, el periodista Dom Phillips, del diario inglés The Guardian, y el indigenista Bruno Pereira fueron asesinados en el Amazonas. Cuando desaparecieron, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, declaró que estaban en “una aventura no recomendada”. “Pero no se puede decir que todo esto empezó con Bolsonaro. El genocidio de las poblaciones tradicionales empezó mucho antes. Está instalado que la vida de un blanco extranjero vale más que la de un indígena, que no tienen la cobertura mediática de los dos que murieron, y eso que mueren muchos más indígenas. Hay mucha gente que es fascista y entiende que hay que matar a los indígenas, prenderlos fuego y plantar soja, pero no lo andan diciendo públicamente porque saben que no está bien. La diferencia está en que es un mandatario el que está diciendo esas cosas. Se alienta tanto el odio que después pasa lo que pasó con Cristina. Las cosas que se dicen en los medios, se vuelven hechos muy violentos en el territorio”.
Albarenga denuncia que los mineros ilegales intercambian sexo por arroz con niñas de once años. Que violan mujeres Yanomamis. “El retroceso de derechos dentro de los territorios se refleja en un avance descarado de la extracción de recursos, donde la única riqueza que se ve es la de producir dinero. Es urgente sacar a Bolsonaro del Gobierno”, ruega el fotógrafo.
Invisibilización y después
Su próximo trabajo ahondará en sus raíces y las de su patria, en la búsqueda de una identidad charrúa, los indígenas del Uruguay. Si bien confiesa que los uruguayos consideran que no hay indios, el fotógrafo asegura que hay alrededor 2 mil personas que se consideran charrúas y que, según dato duros, un 35 por ciento tiene ascendencia indígena. “Me hice un estudio de ADN y un 20 por ciento de mi genoma es indígena. Fui criado como un pibe blanco de ciudad…¿Dónde está esa otra historia? ¿ Por qué no es la más contada, por qué tenemos el deseo de tener pasaporte y descendencia europea? ¿Por qué negamos esa raíces y nos reconocemos de un lugar de cierta pureza cuando en realidad no lo somos? Para mi esa búsqueda identitaria es hermosa, es abrazar otro montón de historias que fueron silenciadas.
GP